V. Consagrados por el
Espíritu (VC 19,30)
Esta nueva consagración es
atribuida al Espíritu Santo, y la vida consagrada misma, bajo la acción del
Espíritu Santo, origen de toda vocación y de todo carisma, se convierte en
misión (VC 72).
Esta consagración se presenta como un itinerario bajo la
fuerza del Espíritu: desde una llamada al encuentro personal con Cristo, la
respuesta radical y "ad vitam" en pos de Cristo, para acabar en una
apertura a la misión.
En su llamada está incluida por tanto la tarea de dedicarse
totalmente a la misión (VC 72).
En el ejemplo de María encontramos la realización de este
itinerario (VC 18, al final).
De esta relación profunda de los consagrados con el Espíritu
nace la misionariedad. Es el Espíritu que "impulsa" (término repetido
en RM 23, 25,26,33,87...) hacia la misión, cuando las comunidades bajo el
impulso del Espíritu se abren a las misiones ad gentes, como la de
Jerusalén, o la de Antioquía, para la cual el Espíritu envió a Bernabé y a
Pablo en "misión" entre los paganos (Hc 13,1 y ss). Si una comunidad
religiosa no está abierta a la misión, es señal de que no está bajo el influjo
vital del Espíritu. En cada uno de los religiosos, así como en los Institutos y
comunidades, el Espíritu revela el misterio de la misión universal (Ef
3,5-6), reza en el misionero (Rm 8,26; ss; Ap 22,17; Gal 4,6; y aquí
sería posible estudiar el significado de "Paráclito", dialoga
con los misioneros (Jn 16,13), los guía, etc. Si el fin de la misión es
el de formar una Iglesia, ésta se forma como comunión gracias al Espíritu que
es principio de comunión (UR 2; LG 13,17). Sin olvidar que la comunión fraterna
atrae a tantos no cristianos hacia la Iglesia, "ut sint unum, ut mundus
credat".
La vida religiosa, además, participa en la misión de Cristo
con otro elemento particular y propio: la vida fraterna en comunidad para la
misión. La vida religiosa será pues, tanto más apostólica, cuanto más ...
fraterna sea la vida comunitaria (VC 72).
Muchos fracasos en la vida interior consagrada y en la vida
misionera se deben a esta falta de vida fraterna.
Los consagrados tienden a la perfección de la caridad, y es
el Espíritu que infunde esta caridad o amor y vida de Dios, en nuestros
corazones (Rm 5,5, recordado en PC 1; LG 40), y gracias a esta caridad nuestra
labor misionera es eficaz; recordemos la doctrina de San Pablo (1 Cor 13). El
amor de Dios fue misionero, y las misiones del Hijo y del Espíritu proceden del
amor del Padre (AG 1). A la luz de todo esto, podemos entender la función el
papel de fecundidad misionera propio de la vida contemplativa, escondida (PC 7,
VC 8, AG 40). "Ser el amor en la Iglesia", escribía la patrona de las
misiones.
El Espíritu lleva a la proclamación de la palabra (DV 8, EN
75), sobre la cual hablaremos luego. Al mismo tiempo, la teología misionera del
Espíritu presenta su obra en los no cristianos, en sus culturas y religiones
(RM 28). Si el Espíritu nos empuja hacia los no cristianos, El mismo nos pedirá
una actitud de aprecio y de respeto frente a aquellos en quienes actúa ya. Es
éste uno de los fundamentos del diálogo interreligioso. Mediante el diálogo se
aprenden muchas cosas de los demás. Las comunidades religiosas se encuentran en
un estado de privilegio para poder avanzar en este diálogo. Hoy más que las
ideologías ateas, se presenta con fuerza el diálogo con las religiones tradicionales
renovadas y con los nuevos movimientos religiosos. Los religiosos
son fautores del acuerdo mutuo entre las iglesias particulares frente a las que
se encuentra este nuevo mundo. Los contemplativos, y no pocos consagrados,
pueden llevar adelante con discernimiento un diálogo de "experiencia
religiosa"; todos los consagrados están llamados a un diálogo de respeto y
tolerancia frente a los demás en el ámbito de la religión (Asia), y de las
estructuras étnicas y tribales (Africa). El diálogo de cooperación social permanece siempre abierto a
los consagrados según su propio carisma.
El Espíritu fecunda la palabra de nuestro anuncio misionero,
y fecunda los signos sacramentales. Nuestra palabra resuena en los sentidos,
pero sólo el Espíritu "abre los corazones para que nazca la fe" (AG
13; EN 75). Y esto nos recuerda el hecho de la virginidad y
fecundidad de María gracias al Espíritu Santo. María es "figura" de la Iglesia misionera
(LG 63).
A partir del Vaticano II se subraya la fidelidad de los
consagrados a su propio "carisma" particular, o a su propio talante,
o estilo de vida de cada Instituto (LG 44; PC 2: "fisonomía propia,
función propia"):
Ante todo se pide la fidelidad al carisma fundacional, y al
consiguiente patrimonio espiritual de cada Instituto. (VC 36, -y esa fidelidad
es presentada como don del Espíritu).
Los Obispos son los primeros
responsables del mantenimiento de esta fidelidad (can. 680) y a los Institutos
se les reconoce una "justa autonomía" respecto a la jerarquía.
"Aun cuando sea urgente la
necesidad de un apostolado de acción, los miembros de ciertos institutos no
pueden ser llamados para que presten colaboración en los distintos ministerios
pastorales" (can.674)
Los carismas particulares no
deben ser un obstáculo a la comunión entre los varios Institutos, y a la
cooperación entre Institutos e Iglesias particulares (VC 48-51).
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