2.3. Consecuencias
sobre el carisma
El mundo estaba todavía dividido
entre países cristianos por un lado, y países de misión por otro. Los
misioneros eran sacerdotes, religiosos, religiosas que dejaban un país
cristiano o donde había abundancia de obreros apostólicos para ofrecer sus
servicios en regiones más pobres. En este momento, es el ad extra que parece imponerse
como rasgo distintivo de nuestros Institutos. Según la imagen del sacerdote
Fidei Donum, el misionero se convierte en pastor emigrado.
Ya que el fin de la misión, es ante todo, el de promover la
Iglesia local, para no competir con las vocaciones diocesanas, sólo mucho más
tarde nuestros Institutos empiezan a reclutar a miembros para sí. Hemos abierto
un primer noviciado en Filipinas en 1953, otro en Congo en 1954. Pero aún
entonces, la perspectiva no es la de reclutar para la misión ad extra o ad
gentes, sino más bien asegurar la continuidad de las obras iniciadas en
nuestras misiones. Otras Provincias, como el Japón, ni siquiera lo
toman en consideración. Este reclutamiento tardío tendrá consecuencias hasta
hoy en la configuración de nuestros Institutos.
Esta etapa de la historia incide
en la mentalidad de ciertos miembros como en la de los Ordinarios. No es raro encontrar extendida entre
los misioneros de una cierta generación la idea según la cual nuestra identidad
de misioneros se reduce a estar sencillamente al servicio de una Iglesia local
(todavía) sin medios. Tampoco es raro encontrar esta idea entre los Ordinarios
que nos consideran como personal auxiliar. Esto no rinde siempre justicia a
nuestro carisma y se corre el riesgo de reducir la misión a la satisfacción de
las necesidades de la Iglesia.
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