3. Tercer período: el post-Concilio (1965-1980)
3.1. Presupuestos teológicos
En el momento del Concilio, la descristinización de Europa
había recorrido ya un largo camino. Era también evidente, después de siglos de
actividad misionera organizada, que la Iglesia católica no iba a sustituir
todas las demás religiones. ¿No había llegado el tiempo de elaborar un nuevo enfoque
de la misión. El Concilio Vaticano II ha subrayado las dimensiones
cristológicas y trinitarias de la misión. La palabra misma ha recibido un nuevo
significado en Ad Gentes (AG): "La Iglesia peregrinante es misionera por
su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del
Espíritu Santo según el designio de Dios Padre. Este designio dimana del 'amor
fontal' o caridad de Dios Padre" (AG2). "La actividad misionera no es
otra cosa, y nada menos, que la manifestación o epifanía del designio de Dios y
su cumplimiento en el mundo y en su historia" (AG 9).
Vaticano II abandona, por tanto, la idea de la misión
considerada como una conquista espiritual y desarrolla una visión nueva basada
sobre las Escrituras. La misión de la Iglesia se presenta como la
continuación de la misión de Dios mismo en el mundo. La actividad misionera
edifica el Reino de Dios, porque éste no es otra cosa que la realización del
proyecto de Dios en el mundo. Esta identificación de la misión con el proyecto
de Dios subraya una vez más su aspecto cósmico y, al mismo tiempo, histórico. Es, en
efecto, global e incluye a los seres humanos y todo el conjunto de la creación.
Se trata también de un
proceso dinámico cuyo cumplimiento se sitúa en el futuro.
El acento ha dejado de ponerse sobre las misiones
consideradas como una manera de ensanchar las fronteras de la Iglesia, y se
pone sobre el deber de todos los miembros del pueblo de Dios de ponerse al
servicio de la misión de Dios mismo en el mundo. La misión hunde
sus raíces en el misterio trinitario y es la razón de ser de la Iglesia.
De aquí la afirmación de que la Iglesia es misión y el acento puesto sobre la
responsabilidad misionera de cada bautizado.
Esto va a obligar nuestros Institutos misioneros a
resituarse. Si la Iglesia es misión, ¿cuál es nuestra aportación específica a
la misión de la Iglesia? Se pone en marcha un estudio para volver a definir
nuestra identidad. Se descubre que el ad extra no puede ser un criterio
misiológico determinante, porque las necesidades misioneras las hay en todas
partes, inclusive en los países dichos de cristiandad.
Después del Concilio, se quieren
leer "los signos de los tiempos". Un análisis del mundo y de la
sociedad se convierten en un elemento importante de toda búsqueda sobre nuestra
identidad y nuestros compromisos. Se considera, en efecto, que para la vocación
misionera lo esencial es corresponder al llamado de Dios que se manifiesta en
los signos de los tiempos. En el Capítulo CIMC de 1974, una lectura atenta de
los signos de los tiempos nos hace descubrir dos grandes retos: la multitud de
aquellos que no han oído el anuncio de la Buena Nueva y la división de la
humanidad en dos grupos: ricos y pobres, oprimidos y opresores. De aquí las dos
prioridades de la actividad misionera: el compromiso hacia los pobres y los
no-creyentes. Al mismo
tiempo, la dimensión universal de la misión se afirma paulatinamente como un
elemento específico de nuestros Institutos misioneros.
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