4.2. Puesta en marcha concreta
4.2.1. Lugares
Cada misionero deja su país para proclamar la salvación,
(Const.art.2). Seguimos considerando el ad extra como parte integrante
de una nueva cultura y es una realidad que nos compromete y nos prepara al
encuentro con los que son distintos de nosotros. A través de
ella nos ponemos al servicio de la dimensión universal de la misión.
Comprometidos en un proceso de internacionalización, no queremos que haya
categorías de miembros. Todos los miembros, cualquiera que sea su nacionalidad,
pertenecen a la provincia donde están comprometidos.
Es indispensable evaluar
regularmente el carácter misionero de las tareas que asumimos y plantearnos la
pregunta de si no ha llegado el momento de dejar ciertos lugares o ciertas obras
para emprender, en otro lugar, unas tareas más en línea con nuestro carisma ad
gentes.
Esto puede ocasionar tensiones entre la visión misionera del
Instituto y la demanda del Obispo cuando se trata de fijar prioridades. Cuando
se busca revalorizar el carisma se escucha fácilmente el reproche de no
respetar las prioridades de la diócesis. De aquí surge la pregunta: ¿Qué hay
que continuar? ¿Qué hay que confiar a la Iglesia local? ¿Qué es preciso pasar a
otros Institutos? ¿Es preciso empezar de nuevo en otro lugar? Parece
ser que hay que redescubrir el carácter temporal de nuestra presencia.
4.2.2. Método
La misión privilegia el encuentro (diálogo, anuncio) y la
solidaridad.
Como misioneros, estamos
llamados a encontrarnos con personas de todas las religiones y convicciones y
establecer con ellas un diálogo de vida. Este compromiso consiste, en primer
lugar, en un buen conocimiento de la lengua y de la cultura del pueblo que nos
acoge. Nos esforzamos también de integrarnos en el contexto que Dios nos da.
Este encuentro puede asumir distintas formas:
a. primera evangelización
La primera evangelización puede ser considerada como una
forma específica del encuentro con los creyentes de otras religiones o las
personas que no practican ninguna religión. Acontece en situaciones distintas:
zonas geográficas donde el Evangelio no es conocido, regiones donde los
bautizados no reciben el Evangelio, etc. Convencidos de que Dios actúa en las
culturas de los pueblos y viviendo nosotros mismos una vida según el Evangelio anunciamos
el mensaje a los que atraídos, por nuestro testimonio y movidos por el
Espíritu, abren su corazón a la Buena Nueva, expresando, eventualmente, el
deseo de unirse a la Iglesia. Compartimos con ellos el mensaje de Jesús que ha
transformado nuestra vida y los invitamos a compartir con nosotros su propia
experiencia de fe. Juntos nos convertimos a Dios y formamos unas comunidades
dinámicas que viven y anuncian el Evangelio allí donde Dios los pone.
b. diálogo interreligioso
El diálogo forma parte de la misión, no solamente en el
sentido general de que toda actividad misionera debe llevarse a cabo respetando
personas y culturas, sino también en el sentido (restringido) de que el diálogo
es una actividad misionera específica. Algunos, entre nosotros, se consagran al
diálogo interreligioso en profundidad, en una toma de conciencia cada vez mayor
del pluralismo religioso, también en el mundo occidental.
c. solidaridad universal
La presencia creciente de miembros del Tercer Mundo, nuestra
presencia en las situaciones de frontera nos hace sentir casi en carne propia
el drama de la pobreza y nos confronta con el reto de la solidaridad universal.
Reconocemos con dolor que la brecha no deja de crecer entre la visión
evangélica de una nueva humanidad fundada en la libertad, la fraternidad y la
justicia, y el mundo en el que hay pobreza, opresión, ausencia de libertad,
desigualdad, injusticia, violencia y odio. No es el resultado de un simple
accidente, sino más bien el resultado de una situación creada por una minoría
poderosa. Por esto tomamos parte en la lucha de los marginados para
restaurar su dignidad como personas responsables, creadas a imagen de Dios y
llamadas a participar plenamente en la construcción de un mundo mejor para
todos.
4.2.3. Compromisos
Por la disminución o la
reestructuración del personal, nuestros Institutos misioneros están
comprometidos desde hace algunos años en un proceso de auto-evaluación: los
misioneros, ¿estamos allí donde deberíamos estar para hacer aquello que
deberíamos hacer? Los lugares de la misión se desplazan y los retos también.
a. a nivel de las provincias: el
proyecto misionero, evaluaciones, convenciones.
Con los años ha ido creciendo la
convicción de que nuestra presencia misionera debe sintonizar con las culturas y
sociedades, y por tanto debe dejarse moldear por las realidades distintas y
cambiantes de los países y regiones donde trabajamos. La realidad de Japón no es la de
Zambia. No se trata, pues, de uniformar nuestros compromisos, pero al mismo
tiempo es preciso velar para mantener viva la fidelidad al carisma misionero:
nuestra disponibilidad no justifica el que hagamos cualquier cosa, no importa
cómo, con tal de que la hagamos fuera de nuestro país. Se impone una evaluación
regular y también una puesta al día.
Cada Provincia es invitada a elaborar un proyecto misionero.
Este proyecto define claramente cómo concibe la misión hoy en el contexto
específico de la región donde los hermanos viven y trabajan. Es
orientado hacia el futuro y encierra los retos principales y las necesidades
misioneras de los años venideros. Explica porqué y cómo la Provincia entiende responder a
estos retos.
La redacción de convenciones y contratos, como previsto por
Mutuae Relationes es el camino indicado para presentar y actualizar nuestro
carisma. Pero ciertos Ordinarios no están convencidos de la necesidad de
contratos. En general, es mucho más fácil llegar a contratos cuando se responde
a un llamado preciso de un obispo para una nueva inserción que en las Iglesias
locales donde se trabaja desde décadas.
b. a nivel de Instituto: las
nuevas fundaciones
Recibimos muchas demandas, sobre
todo de los obispos de Africa. Muy a menudo asumen la forma de una demanda de personal. Aquí los
criterios deben ayudarnos a hacer una selección intentando fijar un orden de
prioridad según el grado de urgencia misionera: no se trata sólo de remediar a
falta de sacerdotes, sino también de que estemos llamados para tareas
"misioneras", en situaciones de frontera: poblaciones donde no ha
llegado el Evangelio, diálogo interreligioso, aportación a la inculturación
allí donde la Iglesia no puede hacerlo aún, grupos indígenas o poblaciones
marginadas, comunidades rotas por las guerras o el ateísmo comunista.
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