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De otras ceremonias y ritos de los indios, a semejanza de los nuestros Otras innumerables ceremonias y ritos tuvieron los indios, y en muchas de ellas hay semejanza de las de la ley antigua de Moysén; en otras se parecen a las que usan los moros, y algunas tiran algo a las de la ley evangélica, como los lavatorios o opacuna, que llaman, que era bañarse en agua, para quedar limpios de sus pecados.
Los mejicanos tenían también sus bautismos con esta ceremonia, y es que a los niños recién nacidos les sacrificaban las orejas y el miembro viril, que en alguna manera remedaban la circuncisión de los judíos. Esta ceremonia se hacía principalmente con los hijos de los reyes y señores; en naciendo, los lavaban los sacerdotes, y, después de lavados, les ponían en la mano derecha una espada pequeña y en la izquierda una rodelilla. A los hijos de la gente vulgar les ponían las insignias de sus oficios, y a las niñas, aparejos de hilar, tejer y labrar; y esto usaban por cuatro días, y todo esto delante de algún ídolo.
En los matrimonios había su modo de contraerlos, de que escribió un tratado entero el licenciado Polo y adelante se dirá algo; y en otras cosas también llevaban alguna manera de razón sus ceremonias y ritos. Casábanse los mejicanos por mano de sus sacerdotes en esta forma: Poníanse el novio y la novia juntos delante del sacerdote, el cual tomaba por las manos a los novios y les preguntaba si se querían casar, y, sabida la voluntad de ambos, tomaba un canto del velo con que ella traía cubierta la cabeza y otro de la ropa de él, y atábalos, haciendo un ñudo, y, así atados, llevábalos a la casa de ella, adonde tenían un fogón encendido, y a ella hacíale dar siete vueltas al derredor, donde se asentaban juntos los novios, y allí quedaba hecho el matrimonio.
Eran los mejicanos celosísimos en la integridad de sus esposas, tanto que, si no las hallaban tales, con señales y palabras afrentosas lo daban a entender con muy grande confusión y vergüenza de los padres y parientes, porque no miraron bien por ella; y a la que conservaba su honestidad, hallándola tal, hacían muy grandes fiestas, dando muchas dádivas a ella y a sus padres, haciendo grandes ofrendas a sus dioses, y gran banquete, uno en casa de ella y otro en casa de él; y cuando los llevaban a su casa ponían por memoria todo lo que él y ella traían de provisión de casas, tierras, joyas, atavíos, y guardaban esta memoria los padres de ellos, por si acaso se viniesen a descansar, como era costumbre entre ellos, y, no llevándose bien, hacían partición de los bienes, conforme a lo que cada uno de ellos trajo, dándoles libertad que cada uno se casase con quien quisiese, y a ella le daban las hijas y a él los hijos. Mandábanles estrechamente que no se tornasen a juntar, so pena de muerte, y así se guardaba con mucho rigor; y aunque en muchas ceremonias parece que concurren con las nuestras pero es muy diferente, por la gran mezcla que siempre tienen de abominaciones.
Lo común y general de ellas es tener una de tres cosas, que son o crueldad, o suciedad, o ociosidad, porque todas ellas o eran crueles y perjudiciales, como el matar hombres v derramar sangre; o eran sucias y asquerosas, como el comer y beber en nombre de sus ídolos, y con ellos a cuestas orinar en nombre del ídolo, y el untarse y embijarse tan feamente, y otras cien mil bajezas: o por lo menos eran vanas y ridículas y puramente ociosas, y más cosas de niños, que hechos de hombres. La razón de esto es la propia condición del espíritu maligno, cuyo intento es hacer mal, provocando a homicidios o a suciedades, o por lo menos a vanidades y ocupaciones impertinentes, lo cual echará de ver cualquiera que con atención mirare el trato del demonio con los hombres que engaña, pues en todos los ilusos se halla o todo o parte de lo dicho.
Los mismos indios, después que tienen la luz de nuestra fe, se ríen y hacen burla de las niñerías en que sus dioses falsos los traían ocupados, a los cuales servían mucho más por el temor que tenían de que les habían de hacer mal si no les obedecían en todo, que no por el amor que les tenían, aunque también vivían muchos de ellos engañados con falsas esperanzas de bienes temporales, que los eternos no llegaban a su pensamiento; y es de advertir que, donde la potencia temporal estuvo más engrandecida, allí se acrecentó la superstición, como se ve en los reinos de Méjico y del Cuzco, donde es cosa increíble los adoratorios que había, pues dentro de la misma ciudad del Cuzco, pasaban de trescientos. De los reyes del Cuzco fué Mangoinga Yupangui el que más acrecentó el culto de sus ídolos, inventando mil diferencias de sacrificios y fiestas y ceremonias; y lo mismo fué en Méjico por el rey Izcoalt, que fué el cuarto de aquel reino.
En esotras naciones de indios, como en la provincia de Guatimala, y en las islas y Nuevo Reino, y provincias de Chile, y otras que eran como behetrías, aunque había gran multitud de supersticiones y sacrificios; pero no tenían que ver con lo del Cuzco y Méjico, donde satanás estaba como en su Roma o Jerusalén, hasta que fué echado a su pesar, y en su lugar se colocó la santa Cruz, y el reino de Cristo, nuestro Dios, ocupó lo que el tirano tenía usurpado.