José de Acosta
Historia natural y moral de las Indias

Libro séptimo

Capítulo XXIII

«»

Enlaces a las concordancias:  Normales En evidencia

Link to concordances are always highlighted on mouse hover

Capítulo XXIII

 

De los presagios y prodigios extraños que acaecieron en Méjico, antes de fenecerse su imperio Aunque la Divina Escritura239 nos veda el dar crédito a agüeros y pronósticos vanos, y Jeremías nos advierte, 240 que de las señales del cielo no temamos, como lo hacen los gentiles; pero enseña con todo eso la misma Escritura, que en algunas mudanzas universales, y castigos que Dios quiere hacer, no son de despreciar las señales, monstruos y prodigios, que suelen preceder muchas veces, como lo advierte Eusebio Cesariense. 241 Porque el mismo Señor de los cielos y de la tierra ordena semejantes extrañezas y novedades en el cielo, y elementos, y animales y otras criaturas suyas, para que en parte sean aviso a los hombres, y en parte principio de castigo con el temor y espanto que ponen.

En el segundo libro de los Macabeos242 se escribe, que antes de aquella grande mudanza y perturbación del pueblo de Israel, causada por la tiranía de Antioco llamado Epífanes, al cual intitulan las letras Sagradas243 raíz de pecado, acaeció por cuarenta días enteros verse por toda Jerusalén grandes escuadrones de caballeros en el aire, que con armas doradas, y sus lanzas y escudos, y caballos feroces, y con las espadas sacadas, tirándose y hiriéndose, escaramuzaban unos con otros; y dicen, que viendo esto los de Jerusalén, suplicaban a Dios alzase su ira, y que aquellos prodigios parasen en bien. En el libro de la Sabiduría también, cuando quiso Dios sacar de Egipto su pueblo, y castigar a los egipcios, se refieren244 algunas vistas y espantos de monstruos, como de fuegos vistos a deshora, de gestos horribles que aparecían.

Josefo, en los libros de Bello Judaico, cuenta muchos y grandes prodigios, que precedieron a la destrucción de Jerusalén y último cautiverio de la desventurada gente, que con tanta razón tuvo a Dios por contrario. Y de Josefo tomó Eusebio Cerasiense245 y otros la misma relación, autorizando aquellos pronósticos. Los historiadores están llenos de semejantes observaciones en grandes mudanzas de estados, o repúblicas, o religión, y Paulo Orosio cuenta no pocas. Sin duda no es vana su observancia, porque aunque el dar crédito ligeramente a pronósticos y señales, es vanidad, y aun superstición prohibida por la ley de nuestro , mas en cosas muy grandes y mudanza de naciones, y reinos y leyes muy notables, no es vano, sino acertado creer, que la sabiduría del Altísimo ordena o permite cosas que den como alguna nueva de lo que ha de ser, que sirva, como he dicho, a unos de aviso y a otros de parte de castigo, y a todos de indicio, que el rey de los cielos tiene cuenta con las cosas de los hombres. El cual, como para la mayor mudanza del mundo, que será el día del Juicio, tiene ordenadas las mayores y más terribles señales que se pueden imaginar, así para denotar otras mudanzas menores, pero notables, en diversas partes del mundo, no deja de dar algunas maravillosas muestras, que según la ley de su eterna sabiduría tiene dispuestas.

También se ha de entender, que aunque el demonio es padre de la mentira; pero a su pesar le hace el Rey de gloria confesar la verdad muchas veces, y aun él mismo de puro miedo y despecho la dice no pocas. Así daba voces en el desierto, 246 y por la boca de los endemoniados, que Jesús era el salvador, que había venido a destruille. Así por la pithonisa decía, 247 que Paulo predicaba el verdadero Dios. Así apareciéndose, y atormentando a la mujer de Pilato, le hizo negociar por Jesús, varón justo. Así otras historias, sin la sagrada, refieren diversos testimonios de los ídolos en aprobación de la religión cristiana, de que Lactancia, Próspero y otros hacen mención. Léase Eusebio en los libros de la Preparación Evangélica, y después en los de Demostración, que trata de esto largamente.

He dicho todo esto tan de propósito, para que nadie desprecie lo que refieren las historias y anales de los indios cerca de los prodigios extraños, y pronósticos que tuvieron de acabarse su reino y el reino del demonio, a quien ellos adoraban juntamente: los cuales, así por haber pasado en tiempos muy cercanos, cuya memoria está fresca, como por ser muy conforme a buena razón, que de una tan mudanza el demonio sagaz se recelase y lamentase, y Dios junto con esto comenzase a castigar a idólatras tan crueles y abominables, digo que me parecen dignos de crédito, y por tales los tengo y refiero aquí.

Pasa, pues, de esta manera: que habiendo reinado Motezuma en suma prosperidad muchos años, y puesto en tan altos pensamientos, que realmente se hacía servir y temer, y aun adorar, como si fuera Dios, comenzó el Altísimo a castigarle, y en parte avisarle, con permitir, que los demonios a quien adoraba, le diesen tristísimos anuncios de la pérdida de su reino, y le atormentasen con pronósticos nunca vistos, de que él quedó tan melancólico y atónito, que no sabía de sí. El ídolo de los Cholola, que se llama Quezalcoalt, anunció que venía gente extraña a poseer aquellos reinos. El rey de Tezcuco, que era gran mágico y tenía pacto con el demonio, vino a visitar a Motezuma a deshora y le certificó que le habían dicho sus dioses, que se le aparejaban y él y a todo su reino grandes pérdidas y trabajos. Muchos hechiceros y brujos le iban a decir lo mismo, entre los cuales fué uno, que muy en particular le dijo lo que después le vino a suceder; y estándole hablando advirtió, que le faltaban los dedos pulgares de los pies y manos.

Disgustado de tales nuevas, mandaba prender todos estos hechiceros, mas ellos se desaparecían presto de la prisión, de que el Motezuma tomaba tanta rabia, que no pudiendo matarlos, hacía matar sus mujeres y hijos, y destruir sus casas y haciendas. Viéndose acosado de estos anuncios, quiso aplacar la ira de sus dioses, y para esto dió en traer una piedra grandísima, para hacer sobre ella bravos sacrificios. Yendo a traerla muchísima gente con sus maromas y recaudo, no pudieron moverla, aunque porfiando quebraron muchas maromas muy gruesas, mas como porfiasen todavía, oyeron una voz junto a la piedra, que no trabajasen en vano, que no podrían llevarla, porque ya el señor de lo criado no quería que se hiciesen aquellas cosas.

Oyendo esto Motezuma, mandó que allí hiciesen los sacrificios. Dicen que tornó otra voz: ¿Ya no he dicho que no es la voluntad del Señor de lo criado, que se haga eso? Para que veais que es así, yo me dejaré llevar un rato, y después no podréis menearme. Fué así, que un rato la movieron con facilidad, y después no hubo remedio, hasta que con muchos ruegos se dejó llevar hasta la entrada de la ciudad de Méjico, donde súbito se cayó en una acequia y buscándola no pareció más, sino fué en el propio lugar de adonde la habían traído, que allí tornaron a hallar, de que quedaron muy confusos y espantados.

Por este propio tiempo apareció en el cielo una llama de fuego grandísima, y muy resplandeciente, de figura piramidal, la cual comenzaba a aparecer a la media noche yendo subiendo, y al amanecer cuando salía el sol, llegaba al puesto de medio día, donde desaparecía. Mostróse de este modo cada noche por espacio de un año, y todas las veces que salía, la gente daba grandes gritos, como acostumbraban, entendiendo era pronóstico de gran mal. También una vez, sin haber lumbre en todo el templo, ni fuera de él, se encendió todo, sin haber trueno ni relámpago, y dando voces las guardas, acudió muchísima gente con agua, y nada bastó, hasta que se consumió todo: dicen, que parecía que salía el fuego de los mismos maderos, y que ardía más con el agua.

Vieron otrosí salir un cometa siendo de día claro, que corrió de poniente a oriente, echando gran multitud de centellas: dicen era su figura de una cola muy larga, y al principio tres como cabezas. La laguna grande, que está entre Méjico y Tezcuco, sin haber aire, ni temblor de tierra, ni otra ocasión alguna, súbitamente comenzó a hervir, creciendo a borbollones tanto, que todos los edificios que estaban cerca de ella cayeron por el suelo. A este tiempo dicen se oyeron muchas voces como de mujer angustiada, que decía muchas veces: ¡oh hijos míos, que ya se ha llegado vuestra destrucción! Otras veces decía: ¡oh hijos míos! ¿dónde os llevaré, para que no os acabéis de perder? Aparecieron también diversos monstruos con dos cabezas, que llevándolos delante de el rey desaparecían.

A todos estos monstruos vencen dos muy extraños: uno fué, que los pescadores de la laguna tomaron una ave del tamaño de una grulla y de su color, pero de extraña hechura, y no vista. Lleváronla a Motezuma; estaba a la sazón en los palacios que llamaban de llanto y luto, todos teñidos de negro, porque como tenía diversos palacios para recreación, también los tenía para tiempo de pena; y estaba en él con muy grande, por las amenazas que sus dioses le hacían con tan tristes anuncios. Llegaron los pescadores a punto de medio día y pusiéronle delante aquella ave, la cual tenía en lo alto de la cabeza una cosa como lúcida y transparente, a manera de espejo, donde vió Motezuma, que se parecían los cielos y las estrellas, de que quedó admirado, volviendo los ojos al cielo, y no viendo estrellas en él. Tornando a mirar en aquel espejo, vio que venía gente de guerra de hacia oriente, y que venía armada, peleando y matando. Mandó llamar sus agoreros, que tenía muchos, y habiendo visto lo mismo, y no sabiendo dar razón de lo que eran preguntados, al mejor tiempo desapareció el ave, que nunca más la vieron, de que quedó tristísimo, y todo turbado el Motezuma.

Lo otro que sucedió fué, que le vino a hablar un labrador, que tenía fama de hombre de bien, y llano, y éste le refirió que estando el día antes haciendo su sementera, vino una grandísima águila volando hacia él, y tomóle en peso sin lastimarle, y llevóle a una cierta cueva, donde le metió, diciendo el aguila: Poderosísimo señor, ya traje a quien me mandaste. Y el indio labrador miró a todas partes a ver con quién hablaba, y no vió a nadie, y en esto oyó una voz que le dijo: ¿Conoces a ese hombre, que está ahí tendido en el suelo?, y mirando al suelo vió un hombre adormecido, y muy vencido de sueño, con insignias reales, y unas flores en la mano, con un pebete de olor ardiendo, según el uso de aquella tierra, y reconociéndole el labrador, entendió que era el gran Motezuma. Respondió el labrador, luego después de haberle mirado: Gran Señor, éste parece a nuestro rey Motezuma. Tornó a sonar la voz: verdad dices, mírale cual está, tan dormido y descuidado de los grandes trabajos y males que han de venir sobre él. Ya es tiempo que pague las muchas ofensas que ha hecho a Dios y las tiranías de su gran soberbia, y está tan descuidado de esto, y tan ciego en sus miserias, que ya no siente. Y para que lo veas, toma ese pebete que tiene ardiendo en la mano, y pégaselo en el muslo, y verás que no siente. El pobre labrador no osó llegar ni hacer lo que decían, por el gran miedo que todos tenían a aquel rey. Mas tornó a decir la voz: No temas, que yo soy más sin comparación, que ese rey; yo le puedo destruir y defenderte a ti, por eso haz lo que te mando. Con esto el villano, tomando el pebete de la mano del rey, pegóselo ardiendo al muslo, y no se meneó ni mostró sentimiento. Hecho esto, le dijo la voz que, pues vía cuán dormido estaba aquel rey, que le fuese a despertar y le contase todo lo que había pasado, y que el águila por el mismo mandado le tornó a llevar en peso y le puso en el propio lugar de donde lo había traído, y en cumplimiento de lo que se le había dicho, venía a avisarle. Dicen que se miró entonces Motezuma el muslo y vió que lo tenía quemado, que hasta entonces no lo había sentido, de que quedó en extremo triste y congojado.

Pudo ser que esto que el rústico refirió le hubiese a él pasado en imaginaria visión. Y no es increíble que Dios ordenase, por medio de ángel bueno, o permitiese, por medio de ángel malo, dar aquel aviso al rústico (aunque infiel), para castigo del rey. Pues semejantes apariciones leemos en la divina Escritura248 haberlas tenido también hombres infieles y pecadores, como Nabucodonosor y Balam y la pitonisa de Saúl. Y cuando algo de estas cosas no hubiese acaecido tan puntualmente, a lo menos es cierto que Motezuma tuvo grandes tristezas y congojas por muchos y varios anuncios, de que su reino y su ley habían de acabarse presto.





239

Deut. 28, vv. 9, 10 et 11.



240

Jerem. 10, v. 2.



241

Lib. 9, de Demostrat. Evangel. demonst. 1.



242

2. Mach. 5.



243

1. Mach. 1.



244

Sap. 17.



245

Euseb. lib. 1, de Eccles. Histor.



246

Mat. 1. Luc. 4.



247

Act. 16.



248

Dan. 2. Núm. 22, 1. Reg. 28.



«»

Best viewed with any browser at 800x600 or 768x1024 on Tablet PC
IntraText® (VA2) - Some rights reserved by EuloTech SRL - 1996-2010. Content in this page is licensed under a Creative Commons License