Xavier de Maistre
Expedición nocturna alrededor de mi cuarto

Capítulo XXXIX

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Capítulo XXXIX

 

Levantaba mi pie derecho para apearme, cuando sentí que me daban bastante bruscamente un golpe en el hombro. Si dijera que no me asusté por este accidente haría traición a la verdad; y ésta es la ocasión de hacer observar al lector y demostrarle, sin demasiada vanidad, cuán difícil sería a cualquiera otro que no fuera yo ejecutar semejante viaje. Suponiendo al nuevo viajero mil veces más medios y talentos para la observación de los que yo pueda tener, ¿podría él vanagloriarse de pasar por aventuras tan singulares, tan numerosas, como las que me han ocurrido en el espacio de cuatro horas, y que se relacionan evidentemente con mi destino? Si alguien lo pone en duda, que trate de adivinar quién me había dado aquel golpe en el hombro.

 

En el primer instante de mi aturdimiento, no reflexionando en la situación en que me encontraba, creí que mi caballo había tirado un par de coces y que me habla hecho dar un porrazo contra un árbol. Dios sabe cuántas ideas funestas se presentaron en mi espíritu durante el corto espacio de tiempo que tardé en volver la cabeza para mirar dentro de mi cuarto. Vi entonces, como sucede con frecuencia en las cosas que parecen más extraordinarias, que la causa de mi sorpresa era muy natural. La misma ráfaga de viento que al principio de mi viaje había abierto la ventana y cerrado la puerta de paso, y una parte de la cual se había deslizado entre las cortinas de mi cama, volvía a entrar en mi cuarto con estrépito. Abrió bruscamente la puerta y salió por la ventana, empujando la vidriera contra mi hombro; lo cual me causó la sorpresa de que acabo de hablar.

 

Se recordará que fue por la invitación que me había hecho aquella ráfaga de viento por lo que yo me había levantado de la cama. La sacudida que acababa de recibir era de todo punto evidente una invitación a volverme a meter en la cama, y me creí obligado a cumplirla.

 

Es, seguramente, muy hermoso estar así en una relación familiar con la noche, el cielo y los meteoros y saber sacar partido de su influencia. ¡Ah! Las relaciones que se ve uno obligado a tener con los hombres son mucho más peligrosas. ¡Cuántas veces no he sido victima del engaño de mi confianza en esos señores! Aquí mismo decía yo algo de eso en una nota que he suprimido, porque me ha resultado más larga que el texto entero; lo cual habría alterado las justas proporciones de mi viaje, cuya pequeña extensión es su mayor mérito.


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