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Después de haberme fijado para lo porvenir una regla de conducta prudente, mediante una lógica luminosa, como se ha visto en los capítulos precedentes, me quedaba por resolver un punto muy importante referente al viaje que iba a emprender. No se trata sólo, en efecto, de ir en coche o a caballo; es preciso también saber adónde se quiere ir. Estaba tan fatigado por las investigaciones metafísicas en que acababa de ocuparme, que antes de decidirme por la región del globo a la que daría la preferencia quise descansar un rato sin pensar en nada. Es ésta una manera de existir que es también de mi invención, y que con frecuencia me ha servido de mucho; pero no le es concedido a todo el mundo saber usar de ella, porque si es fácil dar profundidad a las ideas reconcentrándose sobre un asunto, no lo es tanto parar de pronto el pensamiento como se para el péndulo de un reloj. Molière ha puesto en ridículo, sin razón, a un hombre que se entretenía en contemplar los círculos que hacía el agua de un pozo al escupir en ella; en cuanto a mí, me sentiría inclinado a creer que aquel hombre era un filósofo que tenía el poder de suspender la acción de su inteligencia para descansar; operación de las más difíciles que pueda ejecutar el espíritu humano. Bien sé que las personas que han recibido esta facultad sin haberla deseado, y que no piensan de ordinario en nada, me acusarán de plagio y reclamarán la prioridad de la invención; pero el estado de inmovilidad intelectual de que quiero hablar es muy diferente del que ellas disfrutan, y del cual el señor Necker ha hecho la apología. El mío es siempre voluntario y no puede ser más que momentáneo; para disfrutar de él en toda su plenitud, cerré los ojos, apoyándome con las dos manos en la barandilla de la ventana, como un jinete fatigado se apoya sobre el pomo de la silla, y pronto el recuerdo del pasado, el sentimiento de lo presente y la previsión de lo porvenir se aniquilaron en mi alma.
Comoquiera que este modo de existencia favorece poderosamente la invasión del sueño, al cabo de disfrutarlo medio minuto sentí que mi cabeza cala sobre mi pecho; abrí al instante los ojos, y mis ideas volvieron a seguir su curso; circunstancia que prueba evidentemente que la especie de letargo voluntario de que se trata es muy diferente del sueño, puesto que fui despertado por el sueño mismo, accidente, que seguramente nunca le ha ocurrido a nadie.
Levantando mis ojos hacia el cielo, advertí la estrella polar sobre la cúspide de la casa; lo que me pareció de un augurio realmente bueno en el momento en que iba a emprender un largo viaje. Durante el intervalo de descanso de que acababa de disfrutar, mi imaginación había recobrado toda su fuerza y mi corazón estaba dispuesto a recibir las más dulces impulsiones: hasta tal punto ese pasajero aniquilamiento del pensar puede aumentar su energía. El fondo de tristeza que mi situación precaria en el mundo me hacía secretamente sentir fue reemplazado de pronto por un vivo sentimiento de esperanza y de ánimo; me sentí capaz de afrontar la vida y todos los azares de infortunio o de felicidad que arrastra con ella.
-¡Astro brillante -exclamé en el éxtasis delicioso que me embargaba -, incomprensible producción del eterno pensamiento! ¡Tú, que solo, inmóvil en los cielos, velas desde el día de la creación sobre una mitad de la Tierra; tú, que diriges al navegante en los desiertos del océano, y de quien un solo rayo ha devuelto tantas veces la esperanza y la vida al marinero que huía ante la tempestad; si jamás, en las noches serenas que me permitían contemplar el cielo, he dejado de buscarte entre tus compañeros, ven a mi socorro, luz celeste! ¡Ay! La Tierra me abandona; sé tú, en esta hora, mi consejo y mi guía, dime cuál es la región del globo en que yo deba ir a fijarme.
Durante esta invocación, la estrella parecía irradiar más vivamente y recrearse en el cielo, invitándome a acercarme a su influencia protectora.
No creo en absoluto en los presentimientos, pero creo en una Providencia divina que conduce a los hombres por medios desconocidos. Cada instante de nuestra existencia es una creación nueva, un acto de la omnipotente voluntad. El orden inconstante que produce las formas siempre nuevas y los fenómenos inexplicables de las nubes está determinado para cada instante, hasta en la más mínima gota de agua que las compone; los sucesos de nuestra vida no podrían tener otra causa, y atribuirlos al azar sería el colmo de la insensatez. Hasta puedo asegurar que me ha sucedido alguna vez entrever los hilos imperceptibles mediante los cuales la Providencia hace obrar a los más grandes hombres como si fueran muñecos, cuando ellos se imaginan conducir al mundo; un pequeño movimiento de orgullo que se les infiltra en el corazón basta para hacer perecer ejércitos enteros y para revolver de arriba abajo a una nación entera. Sea como quiera, creía yo tan firmemente en la realidad de la invitación que había recibido de la estrella polar, que mi resolución de ir hacia el Norte fue tomada en el mismo instante, y aunque no tuviera en esas regiones lejanas ningún punto de preferencia ni ningún objetivo determinado, cuando partí de Turín al día siguiente salí por la puerta Palacio, que está al norte de la ciudad, persuadido de que la estrella polar no me abandonaría.