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Las personas que no aprobasen mi disertación sobre la patria deben ser prevenidas de que hacía ya un rato se apoderaba de mí el sueño, a pesar de los esfuerzos que hacía para combatirle. Sin embargo, no estoy muy seguro ahora de si me dormí de veras entonces o de si las cosas extraordinarias que voy a narrar fueron el efecto de un sueño o de una visión sobrenatural.
Vi bajar del cielo una nube brillante, que se acercaba a mí poco a poco y que recubría como con un velo transparente a una joven doncella de veintidós años. Vanamente buscaría palabras para describir el sentimiento que su aspecto me produjo. Su fisonomía, radiante de belleza y de bondad, tenía el encanto de las ilusiones de la juventud y era dulce como los ensueños del porvenir; su mirada, su apacible sonrisa, todas sus facciones, en fin, realizaban a mis ojos el ser ideal que buscaba mi corazón hacía tanto tiempo y que había perdido la esperanza de encontrar jamás.
Mientras la contemplaba, en un éxtasis delicioso, vi brillar la estrella polar entre las trenzas de su negra cabellera, que levantaba el viento del Norte, y en el mismo instante llegaron a mis oídos palabras de consuelo. ¿Qué digo palabras? Era la expresión misteriosa del pensamiento celeste, que revelaba el porvenir a mi inteligencia, mientras mis sentidos estaban encadenados por el sueño; era una comunicación profética del astro favorable al que yo acababa de invocar, y de la cual voy a tratar de expresar el sentido en un lenguaje humano.
«Tu confianza en mí no será defraudada -decía una voz que parecía resonar como el sonido de las arpas eolianas -. ¡Mira! He aquí el campo que he reservado para ti; he aquí el bien al cual aspiran en vano los hombres que piensan que la felicidad es un cálculo y que piden a la Tierra lo que no se puede obtener más que del Cielo.» Al decir esto, el meteoro volvió a las profundidades de los cielos, la divinidad aérea se perdió entre las brumas del horizonte; pero al alejarse me miró de modo que llenó mi corazón de confiada esperanza.
En seguida, ardiendo en deseos de seguirla, piqué espuelas con todas mis fuerzas, y como se me había olvidado ponerme espuelas, di con el talón derecho contra el ángulo de una teja, con tanta violencia, que el dolor me despertó sobresaltado.