Francisco Martínez de la Rosa
Amor de padre

Acto primero

Escena II

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Escena II

Dichos. JUAN, abriendo con tiento la puerta de afuera.

JUAN.- Gracias, señora Rosalía; con una compañera de tantos años tengo bien guardadas las espaldas... Se conoce que es el cumplido de despedida...

ROSALÍA.- Yo no le quiero mal; pero con ese maldito genio...

MATILDE.- Dejaos de tonterías... (A Rosalía.) Ve y acaba de arreglar las cosas... (A Juan.) ¿Has hecho bien lo que te encargué?...

JUAN.- ¡Toma, si lo he hecho bien! Y no hay miedo que no reciba la carta...

MATILDE.- ¿Cómo?

JUAN.- Si se la he entregado en manos...

MATILDE.- ¿Qué has hecho, Juan? ¡Me has perdido!...

JUAN.- Pero ¿por qué?... Yo hecho lo que usted me mandó: llegué a la casa de campo, pregunté por su ayuda de cámara... No está... Por el otro criado... Tampoco... A ninguna mujer no le quise entregar la carta, ¡porque todas son tan habladoras!... Bajé a la cuadra y me puse a hablar con el que cuida los caballos... En esto vuelvo la cara y oigo el trote de uno que llega... Dicho y hecho: era el señorito Eduardo que venía por la veredita de la derecha... Apostaría que había estado en aquel altozano desde donde se descubre esta casa... Así que me vio se inmutó... Yo no le di la carta, no, señora; él me la tomó... Clavó los ojos en ella... La leyó para sí dos o tres veces...

MATILDE.- ¿Y qué te dijo?

JUAN.- Es menester que yo la vea...

MATILDE.- ¿A quién?

JUAN.- Yo no ... No repetía más que eso... A mí me pareció que estaba loco... Tenía los ojos tan desencajados que me daba compasión el verle... Luego me hizo mil preguntas... Tan sin atadero... Ni aguardaba siquiera mis respuestas... «¿Adónde van? ¿Qué camino llevan? ¿Qué camino llevan? ¿Cuándo podré reunirme con ellos?...» Yo no cuántas cosas más...

MATILDE.- ¿Y tú qué respondiste?

JUAN.- ¿Qué le había le responder?... Todo cuanto sabía...

ROSALÍA.- (Acercándose.) ¿Ve usted, señorita, si tenía yo razón?...

MATILDE.- ¡No sabes, Juan, el daño que me has hecho!...

JUAN.- ¿Y por qué?

MATILDE.- ¡Qué va a ser del infeliz y que va a ser de esta desventurada!...

JUAN.- No hay que afligirse, señorita...

MATILDE.- ¿Cómo quieres que no me aflija, sí un puñal en el corazón?... Yo no quería que lo supiese hasta después de haberme alejado...

JUAN.- Pues, según le dejé, es capaz de haberme seguido...

MATILDE.- ¡Qué dices!... (Sobresaltada.) Mira cómo tiemblo de sólo imaginarlo...

JUAN.- ¿Y qué mal habría en eso?... Hablarse unos momentos, despedirse, quedar en el modo de cartearse durante la ausencia, de reunirse tal vez... ¿Qué hay en eso de malo?... El uno ha nacido para el otro; y lo que está de Dios ha de ser, más tarde o más temprano.

ROSALÍA.- (Acudiendo hacia los otros.) Me parece que oigo ruido en la puerta...

MATILDE.- ¿Quién puede ser a estas horas?

JUAN.- ¡Yo lo veré!... El contramaestre Juan no le ha visto nunca la cara al miedo... (Acercándose a la puerta de afuera.) ¿Quién está ahí?... ¿Que abra? ¡Pues no es mala la pretensión! Más alto, que se conozca la voz... Ahora, sí... Señorita... (Haciéndole una seña.)

MATILDE.- ¿Qué vas a hacer?

JUAN.- Si no le abro es capaz de echar la puerta abajo...




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