Francisco Martínez de la Rosa
Amor de padre

Acto tercero

Escena I

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Escena I

 

EL PRIOR, UN NOVICIO.

Bajan poco a poco del monte; el joven precede y sostiene al anciano; vienen cubiertos con unas capas negras, y debajo el hábito de monjes; el NOVICIO trae en la mano una linterna sorda.

NOVICIO.- Cuidado, padre mío, cuidado al bajar.

PRIOR.- Gracias a Dios ya estamos aquí... ¿Ves cómo todo se consigue cuando hay fe viva y voluntad firme y ardiente?

NOVICIO.- Esta noche aún ha sido peor que otras, ¡tan oscura y con la tormenta tan cerca!... Los relámpagos deslumbraban los ojos y ni siquiera se veía dónde se ponía el pie...

PRIOR.- Ya ves cómo hemos llegado con el favor de Dios... (Se sientan.) Ahora descansaremos un poco y principiaremos nuestra tarea... Tú, hijo mío, que ya no tengo fuerzas sino para animarte con mis palabras.

NOVICIO.- Y a mi me basta... Yo solo lo haré, as no siempre ha sido así.-.

PRIOR.- Más no siempre ha sido así... Aquí donde me ves he sido muy robusto; trabajaba con la azada en mi huerto... y apenas pasaba un día sin que removiese la tierra de mi sepultura.... ¡Quién me había de decir entonces!... Pero cúmplase la voluntad de Dios...

NOVICIO.- ¿Por qué os afligís así?

PRIOR.- En más de sesenta años no había salido del monasterio, como no fuese a pasear por esos montes... Todo el mundo se reducía para mí a lo que alcanzaba mi vista... Mi sola ambición, mi único deseo era vivir tranquilo a la sombra de esos altares..., y cuando se cumpliera mi última hora... ¡Ya ves cuán cerca estaba mi morada hasta que llegase la eternidad!

NOVICIO.- Me da pena el veros así...

PRIOR.- Deja que me desahogue, hijo mío... A pesar de los años, ¿crees que se seca el corazón y que no hay lágrimas para lamentar tanta desventura... ¡No lloro por mí!... ¿Qué me importa a mi el mundo?... La vida misma la sobrellevo como una carga que la voluntad del Señor me ha impuesto... Lloro por mis hermanos, por mi triste patria, por tantas víctimas inocentes como perecen cada día en esta tierra desventurada... ¿Imaginas que puedo ver con indiferencia tanta profanación y tanto escándalo?... ¡La religión del Crucificado, proscrita, escarnecida; se arroja ál Señor de su templo y sobre el ara santa se coloca a una criatura inmunda!

NOVICIO.- ¡Cómo tembláis, padre mío!...

PRIOR.- La sangre hierve en mis venas al recordar tanta impiedad y al prever la tremenda expiación que el cielo le prepara!... (Arrodillase.) ¡Ten piedad, Dios mío, ten piedad de la Francia!... Están ciegos y no saben lo que se hacen... Perdona hasta a esos malvados así te blasfeman y ultrajan... ¡Tú pediste desde el Calvario por los mismos que te crucificaron!... (Silencio.) Ya estoy más sereno... Sosiégate... Lo que causa pena, hijo mío, es pensar en suerte... ¿Qué va a ser de ti?

NOVICIO.- No os inquiete semejante cuidado...

PRIOR.- Por mí nada tengo que temer. ¿Qué se puede temer a mi edad?... Pero ¡tú, tan mozo, tan gallardo!...

NOVICIO.- Yo no he conocido más padre que vos... y el que está en los cielos... Huérfano y desvalido me recogisteis en el monasterio; en él me he criado, en él iba a consagrar a Dios mi vida... ¿Dónde queréis que vaya abandonándoos en medio de tantos peligros?...

PRIOR.- ¿Y por qué los has de correr tú por mi causa?... Todavía no habías hecho tus votos...

NOVICIO.- Los había hecho delante de Dios, y eso me basta... Quizá me ha destinado a ser el báculo de vuestra vejez, vuestro apoyo, vuestro consuelo... A cerraros los ojos con mis manos cuando Dios os lleve a su seno...

PRIOR.- ¡Sí, hijo mío, sí!... Ya que no me concede el Señor expirar en esta santa casa, concédame a lo menos el morir en tus brazos... (Le abraza con la mayor ternura y permanece así unos cuantos momentos.) Vamos, hijo, no perdamos tiempo... Vamos con buen animo a continuar la tarea comenzada... (El novicio coloca la luz sobre el ara, saca una pala pequeña y un pico que traía y se pone a trabajar, como para apartar unos escombros y buscar algo escondido.) Ahí deben de hallarse; yo mismo las coloqué con mis propias manos después de haberlas presentado a la adoración de los fíeles... Las más preciosas se hallaban reunidas en un nicho sobre el altar... Ahí están las que dejó al monasterio su piadoso fundador y las que envió San Luis desde la Tierra Santa... ¿Y había yo de dejarlas expuestas a la profanación y los insultos? No, no por cierto; ¡aunque me costara mil vidas, tengo de salvarlas!...

NOVICIO.- Me parece que suena hueco en el muro... Tal vez habremos acertado.

PRIOR.- Animo, hijo mío, ánimo... Si yo pudiera ayudarte... Dame, dame ese pico... Vas a ver si me quedan fuerzas al cabo de mis años... Uno. dos, tres... No te sonrías, muchacho... ¿Te parece que no puedo?...

NOVICIO.- Pero si yo lo haré... ¿Para qué os cansáis?...

PRIOR.- ¿En qué pudiera emplear mejor las cortas fuerzas que el Señor me ha dejado?...

NOVICIO.- Nada de eso; sentaos aquí..., y mientras yo trabajo contadme los viajes de aquel misionero que conquistó para Dios tantas gentes sin más armas que sus palabras... (Principian a quebrarse las nubes y la luna ilumina sucesivamente los montes y después la escena; se divisan pasando por las alturas algunos caballos que conducen del diestro Juan y el criado de M. Loyzerole, dirigiéndose desde la izquierda de los espectadores a la derecha, y luego se pierden de vista. Vense bajar por una senda del monte a Eduardo, detrás Matilde, guiando su padre y después M. de Loyzerole.)

PRIOR.- ¡Qué tiempos aquéllos, y quién es capaz de enumerar los prodigios que obraron aquellos santos varones!... Con el Evangelio en una mano y la Cruz en la otra atravesaban tierras desconocidas, civilizaban las tribus salvajes, les hacían detestar los sacrificios humanos, les enseñaban a cultivar la tierra y a labrar sus hogares;'y mil veces sellaban con su propia sangre la fe que predicaban... Así le sucedió a aquel buen misionero, cuya vida te empecé a contar la otra noche... ¡Mas me parece que siento ruido!...

NOVICIO.- ¿Y quién pudiera venir a este desierto?...

PRIOR.- ¡Quién sabe!... Algunos caminantes que se hayan extraviado o que vengan a recobrarse de la pasada tormenta... Oigo rodar algunas piedras... Asómate tú..., pero poco a poco y sin que te descubran...

NOVICIO.- No tengáis cuidado... (Asómase con cautela, escondiéndose detrás de una pilastra.) No hay duda... Gente viene... y ya está muy cerca...

PRIOR.- Pues ocultémonos aquí... Ven, hijo mío, ven...

NOVICIO.- Yo no me apartaré de vuestro lado...




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