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ROCHESTER.- (Ya estoy libre de la vieja. Avancemos.) ¡Mis... milady...!
FRANCISCA.- (Volviéndose asustada.) ¡Caballero!
ROCHESTER.- (Sus ojos me turban.)
FRANCISCA.- (Sonriendo.) ¡Ah! ¡Es el capellán!
ROCHESTER.- (¡Disfraz maldito! Aunque adquiera el aire más galante del mundo, sólo verá en mí un pedante puritano.)
FRANCISCA.-Dadme vuestra bendición. ¿Sobre qué texto vais a predicar?
FRANCISCA.-Aprecio como es debido el celo que desplegáis, y me presento ante vos como humilde pecadora. Mi padre...
ROCHESTER.- (¡Su padre! No sospecha de mí.) Escuchadme, hija mía.
FRANCISCA.-Os escucho con respeto.
ROCHESTER.-Debo manifestaros que denota poca caridad causar los estragos que causáis.
ROCHESTER.-Cada una de vuestras miradas hace cien desgraciados.
FRANCISCA. - ¡Os equivocáis, os equivocáis!
ROCHESTER.-Ante vos tenéis una de vuestras víctimas.
FRANCISCA. - ¡Vos! ¿Qué os he hecho? Corro a decirle a mi padre...
ROCHESTER.- (Deteniéndola.) No debe remorderos la conciencia, porque estáis inocente del daño que causáis.
FRANCISCA.-Si os he hecho daño sin saberlo, quiero repararlo.
ROCHESTER.- (Poniéndose la mano en el corazón.) ¡Aquí!
ROCHESTER. - ¡Qué oigo! ¿Correspondéis a mis deseos? Me hacéis feliz, adorable princesa.
(Trata de coger la mano de Francisca, que ésta retira.)
FRANCISCA.-No soy princesa...; sólo sé adorar a Dios... ¡Me asustáis!
ROCHESTER.- (Reteniéndola.) Francisca, no te vayas.
FRANCISCA. - ¡Me tutea! ¿Estáis enfermo de la cabeza?
ROCHESTER.-No, estoy enfermo del corazón.
ROCHESTER.- (Intentemos el asalto. Me compadece... puede amarme.) ¡Ah, devolvedme la vida!
FRANCISCA.-Sí, veo que necesitáis un médico, porque indudablemente tenéis calentura.
ROCHESTER.-Hace cuatro años que os sigo... (Mintamos, que esto siempre es conveniente.)
FRANCISCA. - ¿Pero qué es lo que deseáis?
ROCHESTER.-Morir: sólo vuestros ojos que me han herido me pueden curar.
FRANCISCA.- (Retrocediendo.) Sus miradas me asustan.
ROCHESTER.- (Juntando las manos con aire de súplica.) ¡Mi reina, mi deidad, mi ninfa, mi sirena!
FRANCISCA.- (Asustada.) ¿A qué vienen todos esos nombres? Me llamo Francisca.
ROCHESTER.-Siento por vos pasión indecible, y cubierto con este disfraz, el amor me atrae a vuestros pies; soy un caballero y no un druida. ¡Ojalá pudiera ofreceros el cetro del Indostán! Teniendo esos ojos tan dulces no debéis ser ingrata con quien os profesa tierno amor desde hace doce años. ¡Cruel! Huís y no me respondéis. Decid una sola palabra, princesa, a vuestro feliz vasallo, y del amor más constante seréis el celestial objeto.
FRANCISCA.- (Abriendo los ojos asombrada.) ¿Qué es lo que está diciendo?
ROCHESTER. - ¡Ingrata! (Reteniendo a Francisca, que quiere marcharse.) ¡Permaneced aquí o voy a ahogarme en el Eúfrates!
FRANCISCA.- (Riéndose.) ¡En el Eúfrates!
ROCHESTER.-O para completar vuestros designios, tomad mi espada y atravesadme el corazón. (Lleva la mano al cinto y no encuentra la espada.) (No la llevo. Pero a falta de acero tengo el madrigal. Dios me condene si con él no la enternezco.) En estos versos veréis lo que sufre mi corazón y las lágrimas que he derramado; tomad, leedlos y así podréis juzgar del amor que me abrasa.
(Se arrodilla ante lady Francisca. Ésta arroja al suelo el pergamino y retrocede con dignidad.)
FRANCISCA.-Os comprendo, caballero. Sois un imprudente, que habéis tenido la audacia de introduciros por medio de ese disfraz en el palacio de mi padre.
ROCHESTER.- (Es durilla de pelar.)
ROCHESTER.-Quiero permanecer a vuestros pies.
FRANCISCA.-Yo haré que terminen vuestros insolentes propósitos.