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Los mismos y MANASSÉ-BEN-ISRAEL
CROMWELL. - ¿Qué nuevas me trae el judío?
(Manassé se acerca a Cromwell con aire misterioso y le dice en voz baja):
CROMWELL.- (A Thurloe.) Sal, pero no te alejes de aquí.
MANASSÉ.-Me he apoderado del bric, y vengo a traer su parte a monseñor.
(Le presenta un pesado saco que lleva escondido.)
MANASSÉ.-Es decir, vuestra parte... a cuenta.
CROMWELL.-Bien. (Toma el saco y le deja sobre la mesa que hay cerca de él.) ¿Qué sabes de noticias?
MANASSÉ.-Sólo sé que se dice en Londres que van a ahorcar un astrólogo en Douvre.
CROMWELL.-Bien hecho. ¿Pero tú también eres astrólogo?
MANASSÉ.-No hay que levantar falsos testimonios, dijo el Decálogo; pero entiendo el libro que oscureció el demonio, el libro que deletreaba Zoroastro y que leía Salomón. Sí, sé leer en el libro del cielo vuestras fortunas y vuestros desastres.
CROMWELL.- (¡Destino singular es el de vigilar a los hombres y a los astros y ser astrólogo en las alturas y espía en la tierra!)
(Manassé se acerca a una ventana abierta que hay en el fondo de la sala, al través de la que se entrevó el cielo estrellado.)
MANASSÉ. - ¡Callad! Precisamente en este momento veo cerca de Escorpión...
MANASSÉ.-Vuestra estrella. Ante mí vuestro porvenir puede desgarrar el velo.
CROMWELL.- (Estremeciéndose.) ¡Mientes, anciano!
MANASSÉ.- (Con gravedad.) Si miento, que cierre la muerte estos ojos, a los que las estrellas responden.
CROMWELL.- (Pensativo.) (¿Será verdad? ¡Quién sabe! Estamos rodeados de misterios, pero ya que estamos aquí solos y sin testigos, quiero hacer la prueba.) Judío.
CROMWELL.-Si es cierto que los rayos divinos de los astros iluminan tu alma con su claridad mística y dotan a tus ojos de visión profética...
MANASSÉ.- (Arrodillándose.) ¿Qué mandáis a vuestro servidor? Dispuesto estoy a complaceros.
CROMWELL.- (Bajando la voz.) Revélame el porvenir.
MANASSÉ.- (Levantándose e irguiéndose.) ¿Hasta esas alturas te atreves a levantar tus miradas? ¿Deseas penetrar en el cielo, que es palacio de gloria, tenebroso santuario y ardiente laboratorio, en el que vela Jehová, que no mueve nunca el inmutable quicio y el eterno compás? ¡Penetrar en los tres elementos, en la llama, en el éter y en la onda, triple velo de los cielos, y conocer qué soles son letras de fuego en los que brilla en el fondo de la noche la tierra de Dios! ¡Tú, tú leer en el porvenir! preocupado siempre de un cuidado terrenal, ¿qué has hecho para conseguirlo? Mira mi frente arrugada y seca; tengo la edad de Tobías. He pasado todos mis años sin apartar los ojos un instante de ese otro mundo, día por día, hora por hora. Pero para ti, para tus miradas, las constelaciones sólo son un fuego sin luz; porque tú no has visto, absorto en el trabajo ardiente de la gran obra, blanquear tu barba y caérsete los cabellos. Porque tú...
CROMWELL.- (Interrumpiéndole con impaciencia.) Basta; te pago para que me sirvas.
MANASSÉ.-Estás en un error: el hombre puede esclavizarse a un hombre mientras vive de una vida incompleta, y así, mientras la carne cubra mi esqueleto, pueden mis ojos secundar tus planes ambiciosos; pero ¿cuándo te he prometido espiar a los cielos?
CROMWELL.- (No es hipócrita el que así habla; tiene fe en su ciencia.) Dime si mi planeta es próspero o adverso. Obedece.
CROMWELL.- (Llevándose la mano al puñal.) Si no hablas, esto te hará callar.
MANASSÉ.- (Después de vacilar.) ¿No te estremecerás si durante el misterio mezclo el cielo con el infierno y el Talmud con el Corán?
CROMWELL.-No.
MANASSÉ.-Pues el espíritu cede al acero y el mago al tirano.
CROMWELL.-Revela a mi alma asombrada el secreto de mi vida y de mi destino. Pero antes escucha: siendo niño tuve una visión. Fui lanzado de mi medianía a la última clase social, y, siendo ambicioso, me vi privado de ocupar en Oxford ningún rango. Entré en mi humilde aposento con el corazón indignado, llorando de rabia y maldiciendo mi suerte. Anocheció, y estaba velando cerca de la cama cuando de repente me helé el soplo de una boca, y con turbación mortal, oí cerca de mí una voz que me decía: Honor al rey Cromwell. Esta voz lejana participaba al mismo tiempo del acento de la amenaza y del acento de la queja. En la oscuridad, pálido y aterrado, me levanté mirando y buscando a quien me hablaba. Era una cabeza cortada, envuelta en la oscuridad y lívida, entre deslucidos resplandores, pero en cuya frente pálida relucía una aureola... de color de sangre. Me contemplaba con risa cruel, y seguía murmurando en voz baja: Honor al rey Cromwell. Di un paso y la visión se disipó, sin dejar en mí otro vestigio que mi corazón helado para siempre. ¿No es verdad que esto es horrible, Manassé? Muchos años después, un día nebuloso y frío, un día de invierno, en medio de una inquieta multitud, volví a ver la fatal cabeza, pero entonces estaba muda y colgaba de la mano del verdugo.
MANASSÉ.- (Pensativo.) Verdaderamente... Ezequiel y el yerno de Jethró tuvieron visiones menos espantosas; ni siquiera la iguala la de Baltasar.
CROMWELL.-No, no existe visión tan espantosa.
MANASSÉ.-Quizá... los espectros que yo recuerdo se vengaban del pasado; pero el tuyo del porvenir. No podrás dormir.
CROMWELL.-No.
MANASSÉ.-No podrás, porque si esa visión te hubiera acometido en la vigilia, sólo sería un sueño. Tu espectro es el único que yo no he visto salir de las tumbas. ¿Qué olor dejó al desvanecerse?
CROMWELL.-Eso nada me importa; lo que quiero es que me expliques la visión. ¿Fue una ilusión mía? ¿Fue una realidad? ¡Honor al rey Cromwell! ¿Debo ser rey? Desgarra el velo de mi destino.
MANASSÉ.- (Mirando al cielo por la ventana.) Sí, aquella es su estrella; la reconocería desde el cenit hasta el nadir, está fija: al contemplarla parece que crezca y que se abrillante, pero, sin embargo, tiene una mancha en su centro.
CROMWELL.- (Impaciente.) Ya has estudiado bastante los astros; dime si seré rey.
MANASSÉ.-Hijo mío, quisiera halagarte, pero no se puede mentir al firmamento. No debo ocultarte que tu astro, en su marcha elíptica, no forma el triángulo místico con la estrella Jod y con la estrella Ziain.
CROMWELL. - ¿Qué me importa ese triángulo? Explícame el oráculo de la cabeza cortada y dime si ha de llegar el día en que sea rey.
MANASSÉ.-No, como no suceda un milagro.
CROMWELL.- (Descontento y bruscamente.) ¿Qué entiendes tú por milagro?
CROMWELL. - ¿Acaso yo no soy un milagro vivo?
CROMWELL.-Entonces me anunciáis que ocuparé el trono.
MANASSÉ.-No; no puedo cambiar las respuestas del cielo.
CROMWELL. - ¿Entonces mi visión ha sido una burla? Los astrólogos sois unos impostores, que en beneficio vuestro explotáis a los planetas.
MANASSÉ.- (Gravemente.) Hijo mío, dame la mano y no blasfemes.
(Cromwell, subyugado por la autoridad del astrólogo le presenta la mano, que se la examina sin dejar de contemplarle. Después de una pausa dice Manassé.)
MANASSÉ.-Te amenaza un peligro.
MANASSÉ.-El de morir; si quieres ser rey tu muerte es segura.
MANASSÉ.-Recibirás la herida en el corazón.
CROMWELL. - ¿Cuándo?
MANASSÉ.-Te digo la verdad..., pero alguien nos escucha. (En este momento Rochester se vuelve durmiendo y lanza un suspiro. Manassé se acerca a la cama.) ¡Oh! Se ha disipado el encanto del oráculo, porque hay quien lo ha oído.
CROMWELL. - ¿Crees que Rochester pudo oírnos?
CROMWELL.-Pues es preciso que muera.
(Cromwell saca el puñal y se acerca a Rochester, que continúa dormido.)
MANASSÉ. - ¡Mátale! No pudieras hacer mejor acción. (Que inmole un cristiano a otro.)
CROMWELL.-Si ha oído lo que hemos hablado debe morir.... pero no lo ha oído... Duerme. (Baja el puñal que había levantado para herir a Rochester.) Además, es día de ayuno. En día de vigilia ni debo cometer un crimen, ni escuchar a un adivino. (Arroja al suelo el puñal.) Vete, judío. (Llamando.) ¡Thurloe!
CROMWELL.-Te he dicho que te vayas.
MANASSÉ.-Algún vértigo debe turbar su espíritu.
CROMWELL.- (Al judío, en voz baja.) Morirás si dices una palabra de lo que aquí ha pasado. Vete. (El judío se prosterna y vase.) ¡Thurloe, sálvame de ese judío, sálvame de mí mismo!
TRURLOE.- (Inquieto.) ¿Qué es lo que tenéis, milord?
CROMWELL. - ¿Yo? Nada. Thurloe, te quiero mucho.
THURLOE - ¡Estáis perturbado!
CROMWELL. - ¿Qué?, ¿te he dicho algo?
THURLOE.-Sí, habéis hablado de...
CROMWELL - ¡De nada! Calla y sígueme.
THURLOE - ¡Dios mío, qué pálido estáis!
CROMWELL.- (Sonriendo amargamente.) Es porque refleja en mí el resplandor sepulcral de esa luz. Ven, te necesito.
(Thurloe sigue a Cromwell, y se para al pasar por delante de la cama de Rochester.)
THURLOE. - ¡Mirad cómo duerme!
CROMWELL.-Sí.... con un sueño profundo... parecido al sueño de la muerte.