Victor Hugo
Cromwell

Acto cuarto

Escena VII

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Escena VII

Dichos, ORMOND, CLIFFORD, DROGHEDA, ROSEBERRY, PETERS DOWNIE,

WILLIAM MURRAY, SEDLEY, el doctor JENKINS y ROCHESTER.

Cuando entran los caballeros, CROMWELL ha ocupado ya su sitio y RICARDO se vuelve

hacia ellos con asombro.

   RICARDO.- (Estos hombres parecen sospechosos; ocultémonos.)

   (Se esconde entre los árboles.)

   MURRAY.-El Protector no gasta siquiera lecho de brocado; en una pobre mesa espiraba una bujía solitaria y su aposento estaba muy oscuro. Merced a su letargo, ni siquiera se movió cuando nos apoderamos de él; le hemos tapado la cabeza silenciosamente, y aquí os lo traemos.

   CROMWELL.- (¡A mí!...)

   RICARDO.- (¿Qué será esto?)

   CLIFFORD. - ¡Victoria! ¡Ya está en nuestro poder!

   RICARDO.- (¿Qué es lo que dice?)

   PETERS.-Hemos conseguido lo más difícil. La noche es muy oscura; no perdamos tiempo... Marchémonos de aquí.

   A DROGHEDA, ROSEBERRY, SEDLEY y CLIFFORD, que han traído al prisionero dormido y que se han parado.

   ROSEBERRY.-Eso es cómodo para los que no van cargados.

   SEDLEY.-Necesitamos descansar un momento.

   RICARDO.- (¡Me parece conocer esas voces!)

   ORMOND.-Nos hemos apoderado de Cromwell para darle el castigo solemne que merece su crimen; ha caído en nuestras manos ese coloso de la gloria que se creía un dios. Antes todo huía delante de él; ahora aquí está sin defensa y sin refugio. Todos tus crímenes, que cubría la diadema, pesarán en la balanza de la justicia de un modo terrible en tu última hora. Poderoso te aborrecía y abatido te compadezco. Hubiera querido vencerte combatiendo; pero apoderarme de ti sin vencerte es obtener el triunfo sin luchar. Es preciso resignarse a que los puñales sustituyan a las espadas.

   RICARDO.- (Me interesa oír y callar.)

   CROMWELL.- (Aprecio a lord Ormond; veo en él nobleza; el corazón del verdadero soldado siempre es leal.)

   PETERS.-Vámonos; estamos perdiendo el tiempo.

   DROGHEDA.-Esperad un instante; pesa como si fuera un cadáver.

   SEDLEY.-Es incómoda de llevar a cualquier parte esta carga. ¿Qué hacemos?

   CLIFFORD.-Matémosle aquí y todo ha terminado.

   DROGHEDA.-Eso es.

   SEDLEY.-Sí; es lo más breve.

   RICARDO.- (Esto es un consejo de demonios.)

   MANASSÉ.- (Este espectáculo amengua mi desgracia.)

   CLIFFORD.- (Blandiendo la espada.) ¿Terminamos con él?

   JENKINS.- (Deteniendo el brazo de Clifford.) Matarle sin que se le juzgue, sin testigos, sin que pronuncie su veredicto el jurado, es cometer un asesinato. Defiendo a la ley y no defiendo a Cromwell, que aunque no se le ha juzgado, a mis ojos es criminal, porque ha desobedecido a las leyes de Inglaterra. Creo que para hacer brillar más la majestad sagrada, se debe separar la cabeza del tronco del felón; pero para eso hay que seguir los trámites legales. No podéis condenarle así; porque no podéis ser a la vez acusadores y testigos, jueces y verdugos.

   CROMWELL.- (Reconozco en Jenkins al magistrado íntegro.)

   CLIFFORD. - ¿A qué vienen todas esas triquiñuelas?

   DROGHEDA.-Doctor, dejaos de fórmulas.

   MURRAY.-Esos son discursos tontos.

   CLIFFORD.-Mi daga es juez y juzga sin apelación. ¡Matémosle!

   CROMWELL.- (¡Que le maten!)

   TODOS.-Matémosle.

   JENKINS.-Protesto.

   CLIFFORD.- (Rechazándole.) Protestad todo lo que queráis.

   ORMOND.-Deteneos un instante, lord Clifford; el doctor tiene razón, y yo soy de su dictamen. La orden expresa del rey nos manda que le remitamos vivo el Protector, y debemos obedecer esa orden.

   CLIFFORD.-Milord, cuando se ha desenvainado la espada, se debe herir; quizá no podamos disponer más que de este minuto, y debemos aprovecharle. ¡Ya que Cromwell está en nuestro poder, que muera!

   TODOS.- (Menos Ormond y Jenkins.) ¡Que muera!

   RICARDO.- (¡Cielos, quieren matar a mi padre!) (Se lanza en medio de los caballeros.) ¡Deteneos, asesinos!

   TODOS. - ¡Gran Dios, Ricardo Cromwell!

   CROMWELL.- (¿Qué intenta hacer?)

   RICARDO.-Deteneos; si verdaderamente sois amigos míos, escuchadme.

   MURRAY. - ¡Diablo!

   RICARDO.-Perdonad a mi padre.

   SEDLEY. - ¿Perdonó él a Carlos I?

   RICARDO.-Aunque cometiera ese crimen, yo no tengo la culpa y no debo ser la víctima; hiriéndole a él me herís a mí.

   CROMWELL.- (¡No es el Ricardo que yo creía!)

   ROSEBERRY.-Os queremos como a un hermano, pero este afecto no debe impedir que cumplamos con nuestro deber.

   RICARDO.-Os juro que no mataréis a mi padre.

   CROMWELL.- (¡Me defiende! ¡Qué felicidad! ¡Juzgué mal a mi hijo!)

   RICARDO. - ¿Para llegar a este crimen hicisteis sentar a Ricardo a vuestra mesa? Hemos sido compañeros de diversiones y de placeres, he tenido la bolsa abierta siempre para satisfacer vuestros deseos; pues bien, comparad ahora lo que hice por vosotros con la manera como queréis pagarme.

   JENKINS.- (A Ricardo.) ¡Bravo, valiente joven! Pero haced valer además el vicio radical del acto que quieren poner en práctica; este vicio es que carecen de derecho, por lo que me opongo con vos...

   RICARDO.- (Juntando las manos de los caballeros.) ¡Amigos míos!...

   CROMWELL.- (Juzgué injustamente a mi hijo, porque él sólo conocía de la negra trama la parte que consistía en beber.)

   ORMOND.-Vuestro padre, caballero, sostenía una partida arriesgada, en la que todos nos jugábamos la cabeza; él la ha perdido.

   RICARDO. - ¡Sois capaces de asesinarle ante mi vista! (Gritando con fuerza.) ¡A mí, soldados!

   MURRAY.-Los soldados están de nuestra parte.

   RICARDO.-Pues bien; yo le defenderé contra todos vosotros. (Se lleva la mano al cinto y se encuentra sin espada.) ¿Por qué, padre mío, me desarmaste?...

   CROMWELL.- (¡Pobre Ricardo!)

   ORMOND.-Os compadezco, caballero, pero creedme, retiraos. Dejad obrar a los agentes del rey.

   RICARDO. - ¡Retirarme jamás! Me mataréis abrazado a su cuerpo.

   (Se lanza sobre Rochester adormecido y le aprieta estrechamente con sus brazos.)

   CROMWELL.- (Pobre hijo mío! Sería muy cruel que le matasen por defenderme.)

   ROSEBERRY.-Pero, Ricardo...

   RICARDO.- (Que continúa abrazado a Rochester.) No me separo de aquí. O le salvo, o nos matáis a los dos.

   (Los caballeros tratan de desasir a Ricardo de Rochester; durante el debate Cromwell espía todos los movimientos de los caballeros como disponiéndose a socorrerle. Manassé levanta la cabeza y observa sus movimientos sin decir una palabra. Lord Rochester se despierta sobresaltado y lucha a su vez para desasirse de Ricardo.)

   ROCHESTER. - ¡Diablo! ¡Me estáis estrangulando!

   (Todos se quedan petrificados.)

   ORMOND. - ¡Gran Dios!

   (Rochester se arranca el pañuelo que le cubre el rostro y Cromwell le dirige al mismo tiempo a la cara la luz de una linterna sorda.)

   RICARDO. - ¡El espía!

   TODOS. - ¡Lord Rochester!

   ROCHESTER.- (A Ricardo.) ¿Vos erais mi verdugo? Me queríais estrangular con tanta fuerza, que parecía que creíais que mi cuerpo tenía dos almas.

   ORMOND.- (Consternado.) ¡Rochester!

   ROCHESTER.- (Medio dormido aún y tocándose el pañuelo que lleva al cuello.) Por aquí se conoce que ha pasado la cuerda, pero no veo la horca por ninguna parte; sin duda me colgaron de algún clavo oxidado.

   ORMOND. - ¿Dónde está, pues, Cromwell?

   CROMWELL.- (Acercándose y con voz de trueno.) Aquí. ¡Fuera de las tiendas, Jacob! ¡Fuera de las tiendas, Israel!

   (Al lanzar estos gritos, los caballeros, asombrados, se vuelven, y ven que ocupa el fondo del teatro multitud de soldados con antorchas, que han salido de todos los puntos del jardín y de todas las puertas del palacio. Entre ellos están Thurloe y lord Carlisle. Todas las ventanas de White-Hall se iluminan súbitamente, y en todas ellas aparecen soldados armados. La figura de Cromwell con la espada en la mano se destaca en el centro de la escena.)




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