Victor Hugo
Cromwell

Acto cuarto

Escena VIII

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Escena VIII

Dichos, CARLISLE, THURLOE, mosqueteros, partesaneros, gentileshombres y guardias de

corps de CROMWELL.

   MURRAY.- (Espantado.) ¡Cromwell! ¡Soldados! ¡Luces! ¡Somos perdidos!

   LOS CABALLEROS. - ¡Traición!

   ORMOND.- (Mirando alternativamente a lord Rochester y al Protector.) ¡Cromwell y Rochester!

   ROCHESTER.- (Frotándose los ojos.) ¿Me habrán ahorcado ya y estaré en el infierno? Ese palacio que echa llamas, esos espectros, esos ejércitos de demonios, que sacuden antorchas inflamadas.... sí, sí, estoy en el infierno, y aquí está Satanás, que se parece a Cromwell.

   CROMWELL.- (Señalando los caballeros al conde Carlisle y a Thurloe.) ¡Prendedles!

   Varios soldados se precipitan sobre los caballeros y se apoderan de sus espadas, sin dejarles tiempo para que se resistan. Ormond rompe la espada en la rodilla, diciendo:

   ORMOND.-Mi acero no se rinde.

   RICARDO.- (Por haberme escapado de la prisión quizá mi padre me vuelva a castigar.)

   ORMOND.-Hemos caído en una red fatal.

   ROCHESTER.- (A los caballeros.) Nuestros buenos proyectos nos han salido muy mal, y Cromwell ha puesto en nuestro vino agua del Cocyto.

   CROMWELL.- (No conocía a lord Ormond. A mi pesar le miro con respeto.)

   ORMOND.-Nos ha engañado con astucia y con audacia.

   CROMWELL.- (únicamente él se atreve a mirarme cara a cara. Es un noble adversario, que recibió un mandato y quería obedecerle. Hablémosle.) (Se aproxima a Ormond, le contempla y dice:) ¿Cómo te llamas?

   ORMOND.-Bloum. (No quiero que me conozca.)

   CROMWELL.- (Por orgullo oculta su verdadero nombre.) ¿Qué eres?

   ORMOND.-Un vasallo rebelado contra ti en favor de la antigua Inglaterra y de Carlos II.

   CROMWELL. - ¿Qué idea tienes de mí?

   ORMOND. - ¿De ti?

   CROMWELL.-De mí.

   ORMOND.-Lo que yo pienso de ti sólo se dice con la punta de la espada.

   CROMWELL.-Lo que tiene el defecto de que al puñal algunas veces replica el cadalso.

   ORMOND. - ¡Qué me importa!

   CROMWELL.- (Cruzando los brazos.) ¿Luego te guió hasta mí la sed de sangre?

   ORMOND.-Venía a castigar al regicida.

   CROMWELL. - ¡A castigar! ¿Con qué derecho?

   ORMOND.-Con el derecho del Talión; cabeza por cabeza.

   CROMWELL. - ¿Y te atreviste a penetrar en el antro del león?

   ORMOND.-En el antro del tigre.

   CROMWELL.-En el mismo aposento del Protector.

   ORMOND.-En el aposento del regicida.

   CROMWELL.-Yo solo he cargado siempre con la culpa; nunca recordáis que el pueblo rechazó el subsidio ilegal que le impuso el rey; si yo fui severo, Carlos fue imprudente; su caída fue un bien para la patria y su muerte fue sólo un desgraciado detalle.

   ORMOND.-No me engañará tu hipocresía.

   CROMWELL.-Vemos este punto de distinto modo.

   ORMOND.-La historia te guardará el sitio detrás de Ravaillac.

   CROMWELL.-El odio no te deja ver claro. Cromwell no es un Ravaillac; ni se puede comparar la mano que dirige al mundo con la mano vulgar del asesino, ni el hacha del pueblo con el puñal del sicario. Se llega al mismo punto desde el infierno y desde el cielo, y la sangre que mancha a Caín engrandece a Samuel.

   ORMOND.-Ravaillac hizo lo mismo que tú; como tú causó la muerte de un rey justo.

   CROMWELL.-Le hirió demasiado bajo; a los reyes se les debe herir en la cabeza.

   ORMOND.-Alejaos de mí, ya que habéis atentado a la majestad de un rey.

   CROMWELL.-La sangre todo lo mancha y todo lo purifica. (Dejemos a este incurable.) Aquí está también el doctor Jenkins, y entre estos insensatos.

   JENKINS.-Tenéis razón para decírmelo.

   CROMWELL.-Preferisteis a mis favores participar con los sublevados de un castigo ejemplar.

   JENKINS.-Milord, debo advertiros que si podéis vengaros de nosotros, no nos podéis castigar. Es preciso definir bien las palabras Tiranus non judex. El tirano no es juez. Si por delaciones de un traidor o de un tránsfuga habéis sido el más hábil en la lucha, si contáis con la fuerza, nosotros contamos con el derecho. Podéis sustraernos violentamente a las leyes, pero si morimos, nuestra muerte será arbitraria y sólo de hecho.

   CROMWELL.-Pues bien; preparaos a subir a la horca. (Pausa. Cromwell, después de un momento de meditación, cruza los brazos y se dirige sonriendo a los caballeros.) Meditabais proyectos temerarios, y si no acierto a descubrir vuestra trama os apoderáis de mí en mi propio lecho y me arrebatáis la vida. Confieso que vuestros planes eran excelentes: me gusta el valor y me place la audacia; y aunque vuestros planes fracasaron, no dejan de parecerme excelentes. Poseídos de entusiasmo y de una idea tenaz, caminabais con osadía, con paso firme y recto, sin titubear, sin palidecer y sin temblar; fuisteis enemigos temibles y adversarios dignos de mí; no debo, pues, abatiros con el desprecio, y aprecio tanto vuestro valor, que no puedo perdonaros. La estimación que os profeso quiero que sea pública, y os la voy a atestiguar haciéndoos ir a todos al cadalso. Dentro de pocas horas, cuando el naciente día derrame su primera luz, subiréis a la horca. ¡Fuera de aquí! (Los guardias y lord Carlisle a la cabeza se llevan a los primeros. Cromwell se queda unos instantes pensativo; después se vuelve con viveza hacia Thurloe y dice:) Que lo preparen todo en Westminster. (Ya soy rey.)

   (Entra en White-Hall por la poterna, y Thurloe, después de saludarle, vase por el parque.)




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