Victor Hugo
Cromwell

Acto quinto

Escena XIII

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Escena XIII

Los mismos, ORMOND, ROCHESTER, ROSEBERRY, CLIFFORD, DROGHEDA,

PETERS DOWNIE, SEDLEY, WILLIAM MURRAY, JENKINS y MANASSÉ, con las manos atadas detrás de la espalda, con los pies desnudos y con una cuerda al cuello. El supremo SHÉRIF, arqueros de la ciudad y guardias del Municipio.

   LOS GUARDIAS. - ¡Plaza!, plaza!

   (Entran los caballeros y se detienen ante el trono de CROMWELL; Ormond y Rochester van en primera fila; conservan actitud serena, mientras que Murray y Manassé parecen aterrados.)

   CROMWELL. - ¿Qué es lo que queréis? (¡Si me pidieran perdón!)

   ORMOND.-Somos de hierro, y no venimos a implorar merced, favores ni perdón. Vamos a morir y hasta nos envanece el suplicio; nada es capaz de acobardarnos ni de envilecernos. Además, no debemos esperar piedad del Protector.

   CROMWELL. - ¿Pues qué es lo que queréis?

   ORMOND.-Saber qué camino habéis elegido para conducirnos al cielo. Nos han dicho que estamos condenados a la horca; pero. ¿sabéis lo que somos?

   CROMWELL.-Bandidos condenados a muerte.

   ORMOND.-Somos gentileshombres, y como vemos que lo ignoráis, venimos a enseñároslo. Los que disfrutan de nuestro rango no pueden ser condenados a la horca; de ella está libre la nobleza; por eso venimos a reclamar.

   CROMWELL. - ¿Es esto todo? (Me piden que les perdone la vida.)

   ORMOND.-Sí, os pedimos que reflexionéis: reclamamos que en nosotros se cumpla la ley.

   CROMWELL.-Entonces, ¿qué es lo que deseáis?

   ORMOND.-Que se nos libre de la vergüenza de la horca y de sus indignidades y que nos corten la cabeza, ya que tenemos derecho a ser decapitados.

   CROMWELL.- (Bajo a Thurloe.) (Estos hombres singulares no conocen el miedo, y hasta al cadalso sube con ellos el orgullo; su preocupación les sigue hasta la eternidad.) ¿Queréis que al entrar en el cielo la puerta se os abra de par en par, y pensáis que sería demasiado honor para el verdugo ahorcar a muy altos y poderosos señores? Sin embargo, en vuestras filas se encuentran algunos que pueden ser colgados, sin que sus antepasados se ruboricen, porque no los tuvieron nunca. Por ejemplo, ese judío y ese magistrado plebeyo.

   JENKINS.-A mí no se me puede juzgar. Carecéis de derecho para imponerme la muerte y para castigarme con cárcel o con multa. Soy libre, y leo en la Carta normanda: Nulus homo liber imprisionetur.

   ROCHESTER.- (Riendo a Sedley.) Ahora se nos descuelga citando leyes del tiempo del rey Arturo.

   CROMWELL.-He conseguido apoderarme de vosotros, jefes y cómplices, haciéndoos caer en vuestras propias redes; ha llegado la hora de castigaros, y habéis elegido mal la ocasión para pretender mis favores.

   ORMOND.-No pedimos favores, milord; reclamamos un derecho de que goza la nobleza inglesa.

   CROMWELL.-Habéis penetrado esta noche en mi casa, con la espada desenvainada, después de seducir a mi guardia, creyendo, sin testigos, apoderaros de mí y en mi propio lecho; si hubierais conseguido vuestro objeto, ¿qué hubierais hecho de mí?

   ORMOND.-No os hubiéramos condenado a la horca.

   CROMWELL.-No, porque teníais mucha prisa, y el puñal mata más pronto. Pero habéis caído en mis manos y os pregunto: ¿qué deseáis de mí?

   ORMOND.-Morir como caballeros, y morir por nuestro rey.

   CROMWELL.-Anciano, os vais a sentenciar vos mismo. ¿Si hubiera caído yo en vuestro poder, me hubierais perdonado?

   ORMOND.-No os hubiera concedido el perdón.

   CROMWELL.-Pues yo os lo concedo.

   (Movimiento de sorpresa entre la multitud.)

   LOS CABALLEROS. - ¡Qué dice!

   CROMWELL. - ¡Estáis libres!

   ORMOND.-Si supierais quién soy...

   CROMWELL.-Eso no me importa. (Bajo a Thurloe.) Si dice quién es, no respondo de que el pueblo le respete. (Se vuelve de repente hacia lord Broghill, que ha estado callando hasta entonces.) Lord Broghill, uno de vuestros antiguos amigos está en Londres.

   (Ormond y Broghill se quedan asombrados.)

   BROGHILL. - ¿Quién es ese amigo, milord?

   CROMWELL.-Lord Ormond.

   BROGHILL.- (¡Dios mío! Si sabrá...)

   CROMWELL.-Hace cinco días que está en la ciudad, y aquí tenéis un paquete que debe interesarle. (Saca el paquete sellado que le cogió a Davenant.) ¿Sabéis su dirección?

   BROGHILL.-No, milord.

   CROMWELL.-Bloum, en el Strand, Hotel del Ratón.

   ORMOND.- (Examinando el pergamino que Cromwell tiene en la mano.) (Davenant ha sido traidor y ha entregado a Oliverio la carta del rey.)

   CROMWELL.-Devolved a Ormond esto de mi parte; si esa carta hubiera caído en otras manos, le hubiera comprometido. Decidle además que se ausente de Londres, o por mejor decir, que no vuelva, y si necesita dinero, entregádselo de mi parte.

   ROSEBERRY.- (Bajo a Ormond.) ¡Sois muy feliz! ¡Si quisiera pagarme mis deudas!...

   ROCHESTER.- (Bajo a Ormond.) Me encanta su proceder delicado; os libra de la afrenta de que pronunciéis aquí vuestro nombre.

   CROMWELL. - ¡Milord Rochester!

   ROCHESTER. - ¿Qué dice vuestra alteza?

   CROMWELL.-Que os concedo la gracia de que os vayáis al infierno. Mi docto capellán, permitidme que os aleje de nosotros. Gracias a una fuerte multa impuesta, es caro jurar en Inglaterra; y como vos no podéis dejar de jurar, si os quedarais aquí os arruinaríais muy pronto.

   ROCHESTER.-Gracias por el buen consejo. (El pueblo se ríe y se mofa de él.) Aplaude, raza infame!)

   CROMWELL.-Doctor, os ordeno que os llevéis a vuestra esposa.

   ROCHESTER.- (Temblando.) ¡A mi esposa!

   CROMWELL.-Sí, a milady Rochester.

   (La señora Guggligoy desciende precipitadamente de la tribuna de la Protectora y se arroja al cuello de Rochester.-La multitud silba.)

   GUGGLIGOY. - ¡Querido esposo! (Abrazándole.)

   ROCHESTER.- (¡Esto me faltaba!)

   CROMWELL.-Partiréis juntos; no debe separarse una mitad de la otra. Seguid a vuestro marido.

   ROCHESTER.- (Sin duda quiere ver el efecto que producen nuestras dos mitades juntas.)

   CROMWELL.-William Murray, recibiréis la pena de azotes que merecéis por el pueril complot que tramasteis contra mí, en nombre de Carlos Stuardo.

   (El pueblo aplaude.-Dos arqueros y dos servidores de la justicia se opoderan de Murray, que oculta el rostro con las manos, con vergüenza y desesperación.-Cromwell se dirige al rabino.)

   CROMWELL.-Ese judío, que hubiera sido un buen racimo de horca, queda libre. (Manassé levanta la cabeza alegremente.-Cromwell, volviéndose hacia Barebone.) En castigo le condeno a pagar tu cuenta, Barebone.

   (Barebone saca del bolsillo un pergamino largo, que remite a Manassé.)

   MANASSÉ.- (Examinando la cuenta.) ¡Dios de Sabaot! ¡Es carísima!

   CROMWELL.-Los demás presos quedan libres.

   (Los arqueros desatan a los caballeros.)

   THURLOE.- (Bajo a Cromwell.) (¿Todos, milord? Las circunstancias son tan graves que... )

   CROMWELL.- (Tengo al pueblo de mi parte; ¿para qué me he de ensangrentar?)

   (Murray se arroja de rodillas a los pies de Cromwell.)

   MURRAY. - ¡Perdonadme, milord!

   CROMWELL. - ¿Del castigo del látigo? Debe honrarte que te azoten por servir a tu rey; de ese modo lograrás ser mártir. (Hace un signo y los arqueros se llevan a Murray. El Protector se dirige a la multitud con aire imperioso e inspirado.) Pueblo inglés, perdonemos a nuestros enemigos vencidos; el elefante no debe aplastar a las serpientes. (El pueblo responde al Protector con largas aclamaciones.) Quiero que este día sea notable por mi clemencia; id a buscar a Carr, que está preso en la Torre de Londres.

   (El supremo Shérif sale.-Willis se acerca a Ormond, que está entre el grupo de los caballeros.)

   WILLIS.-Os felicito, milord.

   ORMOND.- (Asombrado.) ¡Me felicitáis cuando estáis libre también! (¡Este hombre es un problema!) (Bajo a Willis.) Davenant es un traidor, y si le encuentro...

   WILLIS.-No lo creáis; ya que habéis escapado del peligro, sed prudente.

   CROMWELL.-Stoupe, mañana que embarquen en el Támesis a esos locos y que salgan de Londres.-Sir Hanníbal Sesthead, aunque sois primo de un rey, quiero que sepáis que yo sólo mando en mi casa. Vuestras costumbres son muy ligeras, y habéis recogido en el extranjero hábitos que no convienen a mi pueblo: llevadlos a otra parte.

   SESTHEAD.- (Mejor perdona un complot que un sarcasmo, y por eso me castiga.)

   (Sale con sus pajes.-La multitud le silba, y aplaude a Cromwell.)

   OVERTON.- (Bajo a Garland.) Ha conseguido entusiasmar al pueblo; con sus golpes de efecto se lo ha atraído.

   ROCHESTER.- (A Roseberry.) Contra el Protector, Dios nos ha protegido.

   CROMWELL. - ¿Qué hace mi bufón Gramadoch entre cuatro guardias?

   UN ARQUERO.-Este enano extravagante se atrevió a recoger el guante que arrojaron en defensa de los derechos de vuestra alteza.

   CROMWELL. - ¡Tunante!

   GRAMADOCH.-Eso sólo podía hacerlo un bufón.

   CROMWELL.-Vete. (Sonriendo hace señas a los arqueros de que le suelten. El Protector se dirige a Milton.) ¿Estáis contento, hermano? Yo estoy satisfecho de vos. ¿Tenéis que pedirme algo?

   MILTON.-Sí; una gracia.

   CROMWELL.-Hablad y os la concedo.

   MILTON.-Vuestra alteza ha perdonado a todos sus enemigos, excepto a uno.

   CROMWELL. - ¿A quién?

   MILTON.-A Davenant.

   CROMWELL. - ¿Pretendéis que perdone a Davenant, que es papista y espía del rey?

   MILTON.-Permitidme que insista en ello. Era sublevado, es papista, y tramaba vuestra muerte; pero habéis perdonado a todos los que la intentaban.

   CROMWELL.-No puedo; no hablemos más de esto. -Deseo, mi querido Milton, proclamaros poeta laureado.

   MILTON.-No puedo aceptar esa honra, milord, porque el empleo no está vacante.

   CROMWELL. - ¿Pues quién lo desempeña?

   MILTON.-Davenant; y ya que está encerrado en la cárcel, dejémosle su corona de laurel.

   CROMWELL.-Eso son razones de poeta; ¿discurriendo de ese modo pensáis regir a los gobernadores de los Estados, cuando pasáis la vida atormentando las palabras para encajonarlas en metros frívolos?

   MILTON.-Salomón compuso cinco mil parábolas.

   CROMWELL.- (A su hijo.) Ricardo, ya que has de ser mi heredero, te debo abrir las puertas de la milicia y del Parlamento. Te nombro coronel, par de Inglaterra y miembro del Consejo privado.

   RICARDO.- (Con embarazo.) Pero... las ocupaciones de la Cámara..., mis aficiones.... me confunde tanta honra. Si me permitís que os diga lo que pienso, os contestaré que no valgo tanto como creéis y que me otorgáis más de lo que deseo.

   (Cromwell, descontento y desconcertado, le despide haciendo un gesto.)

   CROMWELL.- (¡Si mi hijo segundo fuese el primogénito!... ¿De qué servirá todo lo que hago?)

   (Entra Carr acompañado del supremo Shérif. Atraviesa por entre la multitud, contempla con indignación el aparato real que le cerca, y avanza gravemente hacia el trono de Cromwell.)




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