Victor Hugo
Cromwell

Acto primero

Escena III

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Escena III

LORD ORMOND y LORD ROCHESTER vestido de caballero muy elegante y cargado de

dijes y de cintajos; viene envuelto en una capa de puritano, de paño gris, y lleva gran sombrero. Su gorro negro oculta mal sus cabellos blondos, de los que un bucle sale por detrás de las orejas, siguiendo la moda de los caballeros jóvenes de aquella época.

   ROCHESTER.- (Saludando.) Dispensadme milord conde; estaba escribiendo una canción. ¿Os gusta?

 

   Un soldado de faz dura, (cantando).

 

una noche de facción...

Ésta es música francesa, que me han enseñado en París.

   ORMOND.-Me gusta, pero temo que el soldado no arreste al paje.

   ROCHESTER.-Hubierais preferido que hubiera dicho:

 

   Un soldado de faz dura,

 

una noche de facción,

 

arrestó a un hermoso paje...

En lugar de decir:

 

   Un soldado de faz dura,

 

una noche de facción,

 

paró... etc., etc.

Pero repetir la palabra paje le da mucha gracia. ¿No es verdad?

   ORMOND.-Perdonadme, milord; carezco de títulos para juzgar de vuestro talento.

   ROCHESTER.-Al contrario; creo que sois un juez excelente, y para probároslo, milord, voy a leeros una composición corta que he escrito: «A la bella Egeria...» Adivinad a quién la dedico.

   ORMOND.-Milord, estos momentos no son a propósito para bromas. Vive Dios que Carlos es tan loco como él cuando nos envía semejante emisario!)

   ROCHESTER.-Al contrario, esto es muy serio; se trata nada menos que de Francisca Cromwell.

   ORMOND. - ¡De Francisca Cromwell!

   ROCHESTER. - ¡Vaya! ¡Como que estoy enamorado de ella!

   ORMOND. - ¡De la hija menor de Cromwell!

   ROCHESTER.-Sí; es gentil, es encantadora, es un ángel.

   ORMOND. - ¡Vive Dios! lord Rochester enamorado de...

   ROCHESTER.-De Francisca Cromwell. Vuestro asombro me hace adivinar que no habéis visto nunca su divina belleza. Tiene diecisiete años, cabello negro, aire majestuoso, la blancura de la flor de lis, hermosas manos y hermosos ojos. ¡Milord, es una sílfide, una ninfa, una hada! Ayer la vi. Estaba mal peinada, pero todo la sienta bien, todo la favorece. Me han dicho que el mes pasado vino a Londres, que la educó su tía lejos de Cromwell y que conserva grabada en el corazón la lealtad al rey.

   ORMOND.-Eso es pura fábula. Pero ¿dónde la habéis visto?

   ROCHESTER.-Ayer, en Westminster; en el real que la ciudad de Londres dio a Cromwell, a quien Dios confunda. Tenía vivos deseos de conocer al Protector; pero cuando dirigí la vista al estrado y vi a Francisca, tan hermosa y tan modesta, me quedé inmóvil y encantado, y ya no vi nada más. Al salir de allí ni siquiera puedo decir si Cromwell para hablar inclina o levanta la cabeza, si tiene la frente corta o la nariz larga, si es moreno o rubio, si está triste o alegre; allí sólo vi a su hija, y desde que la vi, os juro, milord, que estoy loco.

   ORMOND.-Os creo.

   ROCHESTER.-Por eso he escrito este madrigal; es género que está en moda.

   ORMOND.-Permitidme, milord, que os diga que aquí habéis venido a participarme si asistirán a esta cita muchos gentileshombres, si hemos encontrado en Lambert un apoyo real, y no a escribir versos a la hija de Cromwell.

   ROCHESTER.-Creo que puedo, sin hacer traición, estar enamorado de una joven.

   ORMOND. - ¿También lo estáis de su padre?

   ROCHESTER.-Hacéis mal en incomodaros, porque estoy seguro que esta aventura divertiría al rey, porque enamorando a la hija de Cromwell continúo haciendo la guerra a éste. Él y yo, sin habernos encontrado nunca tuvimos los dos por querida al mismo tiempo a lady Dysert, la que para hacer cesar este escándalo, según se dice, va a casarse con lord Lauderdale.

   ORMOND.-En esa materia no se debe calumniar a Cromwell, porque es casto, y no se puede negar que tiene las costumbres austeras del verdadero reformador.

   ROCHESTER.- (Riendo.) Su autoridad oculta muchos misterios, y ese viejo hipócrita ha probado que por más de un punto toca con la humanidad. Si os place os voy a leer el madrigal.

   ORMOND.-Escuchadme, conde de Rochester; vos sois joven, pero yo soy viejo y continúo siguiendo las tradiciones de la caballería; por lo que me atrevo a deciros que los versos, que en París divierten a los badulaques, son propios de la clase media y de gentes de segunda línea. Los abogados los escriben, pero vuestros iguales se ruborizarían de ocuparse de semejante cosa. Sois noble, milord, y de la nobleza más antigua. Vuestro escudo ostenta la corona de conde y el manto de par, con esta leyenda: Aut nunquam, aut semper. poco de latín, pero os traduciré en inglés lo que quiere decir vuestra divisa: Servid de apoyo al rey y a los señores feudales, y no compongáis versos; esa ocupación corresponde al pueblo. Así, pues, lord de Inglaterra, no empañéis vuestro rango hereditario haciendo lo que desdeñaría hacer un baronnet.

   ROCHESTER. - ¡Vive Dios que eso es una condenación en forma! Puede ser que haya pecado, pero entre los versificadores de baja estofa tengo por cómplice a Richelieu, al cardenal poeta; y aunque soportaran los dos escudos de mi blasón el unicornio del rey y el león de Inglaterra, os juro que seguiría componiendo versos. (Se abre la puerta del foro y aparece Davenant vestido con traje sencillo y negro, con capa grande y sombrero alto.) Venís a tiempo para variar un poco el diálogo.




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