Victor Hugo
Cromwell

Acto primero

Escena IV

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Escena IV

LORD ORMOND, LORD ROCHESTER y DAVENANT

   ROCHESTER.-Querido poeta, os esperamos para leer un madrigal.

   DAVENANT.-Más grave es el asunto que aquí me trae. Dios os guarde, milord.

   ORMOND. - ¿Nos traéis órdenes de Alemania?

   DAVENANT.-Acabo de llegar de Colonia.

   ORMOND - ¿Habéis visto al rey?

   DAVENANT.-No, pero su majestad me ha hablado.

   ORMOND.-Pues no os comprendo.

   DAVENANT.-Os explicaré este misterio. Antes de autorizar mi partida de Inglaterra, Cromwell me llamó, exigiéndome palabra de honor de que no vería al rey; yo se lo prometí. Apenas llegué a Colonia, tratando de cumplir mi promesa, escribí al rey pidiéndole que me permitiera ser introducido en su cámara a oscuras.

   ROCHESTER. - ¡De veras! (Riendo.)

   DAVENANT.-Su majestad me lo permitió, y en la entrevista me honró dándome una orden para que os la entregara; de este modo pude ser fiel a mi doble deber, hablé al rey y no le vi.

   ROCHESTER.- (Riendo más fuerte.) Esa es una astucia de las mejor urdidas. Es una de las más graciosas de vuestras comedias.

   ORMOND. - ¿Dónde está la orden del rey?

   DAVENANT.-La llevo oculta en el fondo del sombrero, metida en una bolsa de terciopelo, para estar seguro de que nadie me la pueda quitar.

(Saca del sombrero un saquito de terciopelo carmesí, extrae de él un pergamino sellado y se lo entrega a lord Ormond que lo recibe de rodillas y lo abre después de haberlo besado con respeto.)

   ROCHESTER.-Mientras que él lee eso podéis oír esta composición...

   ORMOND.- (Leyendo en voz alta.) «Jacobo Butler, nuestro digno y leal conde y marqués de Ormond, es preciso introducir en White-Hall a Rochester, cerca de Cromwell

   ROCHESTER. - ¡Perfectamente! El rey quiere que seduzca a la hija de Oliverio.

   ORMOND.- (Continúa leyendo.) «Que mezcle un narcótico en el vino que bebe cuando come; y cuando se duerma, apoderaos de él en su lecho y traédnosle vivo. Queremos juzgarle. Es nuestra voluntad que tengáis en Davenant completa confianza. -Carlos, rey(Devuelve con el mismo ceremonial la carta a Davenant, el que a su vez la besa y la vuelve a meter en el saquito de terciopelo, que oculta en el sombrero.) Eso es más fácil de decir que de hacer. ¿Cómo diablos hemos de introducir a Rochester en la cámara de Cromwell?

   DAVENANT.-Conozco a un viejo doctor en derecho que está siempre a su lado, a Juan Milton, su secretario intérprete, que está ciego, que es bastante buen clérigo, pero bastante mal poeta.

   ROCHESTER. - ¿Habláis de Milton, de ese amigo de los asesinos del rey que escribió el Iconoclasta y no qué más? ¿Del antagonista desconocido del célebre Saumaise?

   DAVENANT.-Pues hoy me alegro mucho de ser amigo suyo, porque creo que al Protector le falta un capellán. Milton puede conseguir que lord Rochester consiga ese empleo.

   ORMOND. - ¡Rochester capellán! ¡La mascarada sería completa!

   ROCHESTER. - ¿Por qué milord? Yo representar toda clase de papeles. Hice de ladrón en la comedia El rey leñador. Ahora me tocará representar el papel de un doctor puritano; basta para esto con predicar a todas horas y hablar siempre del dragón, del becerro de oro, de las flautas de Jezer y de los antros de Endor. Este es el camino seguro para entrar en la cámara de Cromwell.

   DAVENANT.- (Se sienta junto a una mesa y escribe una carta.) Con que presentéis estas líneas mías a Milton, os aseguro, milord, que os recomendará y el diablo os tomará por capellán.

   ROCHESTER - ¡Veré a Francisca! (Adelanta la mano apresuradamente para tomar la carta de Davenant.)

   DAVENANT.-Permitidme que la doble y que la cierre.

   ORMOND.- (A Rochester.) No cometáis ninguna locura por esa joven.

   ROCHESTER.-No tengáis cuidado. (¡Si pudiera entregarle el madrigal! Esto me haría adelantar mucho camino.) (En voz alta.) Cuando logre el empleo, ¿qué es lo que tengo que hacer?

   DAVENANT.- (Entregándole una redoma.) Esta redoma contiene un narcótico muy eficaz. Todas las noches Cromwell bebe hipocrás empapado con ramas de romero. Mezclad con él estos polvos y seducid a la guardia de la puerta del parque. (Dirigiéndose a Ormond.) Lo demás lo haremos nosotros.

   ORMOND. - ¿Por qué desea el rey que un golpe de mano arrebate esta noche a Cromwell, que ha de morir mañana? Hasta los suyos han jurado su muerte.

   DAVENANT.-Porque el rey quiere sustraerle de los puritanos y derribar a Cromwell sin su ayuda. Además, es conveniente muchas veces tener en rehenes a un enemigo vivo.

   ROCHESTER. - ¿Y el dinero?

   DAVENANT.-Un brick, que vendrá por el Támesis, trae una cantidad de oro, que nos trasmitirá; pero en caso de urgencia, el maldito judío Manassé nos abrirá generosamente un crédito.

   ORMOND.-Está bien.

   DAVENANT.-Conservemos siempre el apoyo de los puritanos; necesitamos su concurso, porque vamos a derribar una encina que tiene raíces profundas, y el viejo zorro, si burla nuestras redes, caerá entonces a los golpes de nuestros puñales.

   ROCHESTER. - ¡Muy bien dicho, Davenant! ¡Es propio de poetas usar metáforas sonoras! ¡Es ingenioso decir que Cromwell es a la vez encina y zorro! ¡Sois la lumbrera del Pindo inglés! Por lo tanto, maestro, reclamo vuestro permiso para...

   ORMOND.- (Ya va a aparecer el madrigal.)

   ROCHESTER.-Son unos versos que ayer tarde...

   ORMOND.-Milord, este no es sitio para eso.

   ROCHESTER.- (Estos grandes señores todos son unos estúpidos, y les molesta que un lord tenga talento.)

   DAVENANT.- (A Rochester.) Milord, cuando Carlos II entre en Windsor Loge nos recitaréis esos versos y convidaremos a que los oigan a Vithres, a Waller y a Saint-Albans. Me permitiréis, milord, que ahora me abstenga de oírlos.

   ORMOND.-Sí; conspiremos tranquilamente. (A Davenant.) Habéis hablado como un príncipe.

   ROCHESTER. - ¿No queréis, pues, oírlos?

   DAVENANT.-Nos falta tiempo. Tenemos muchos puntos que discutir respecto a la sublevación.

   ROCHESTER. - ¿Creéis que es malo mi madrigal, porque no he escrito tragicomedias ni mascaradas?

   DAVENANT. - ¿Os habéis incomodado, milord?

   ROCHESTER. - ¡Id al diablo y dejadme en paz!

   DAVENANT.-No creí que esto os ofendiera.

   ORMOND.-Milord...

   DAVENANT.-Pero milord...

   ROCHESTER.- (Rechazándole.) ¡Eso es envidia!

   ORMOND.-Milord, el peor de los fatuos que se pasea por París, el último pisaverde de la plaza Real, tiene menos lleno el espíritu que vos de versos ridículos.

   ROCHESTER.- (Furioso.) Milord, no sois mi padre y vuestros cabellos grises no os librarán de mí. Ya que sois joven para hablar, somos de la misma edad y me daréis satisfacción de este ultraje.

   ORMOND.-Milord, con mucho gusto. Sacad la espada, jovenzuelo, que para mí vale tanto como una caña. (Sacan los dos los aceros.)

   DAVENANT.- (Arrojándose entre los dos.) Milores, ¿qué es lo que hacéis? Este no es momento ni sitio de batirse.

   ROCHESTER.- (Blandiendo la espada.) La paz es buena, pero la guerra es mejor.

   DAVENANT.- (Esforzándose en separarlos.) ¡Vais a mover un escándalo! (Llaman a la puerta del foro. Sigue hablando el mismo.) ¡Creo que llaman! (Llaman más fuerte.) ¡En nombre de Dios, milores! (Los combatientes continúan.) ¡En nombre del rey! (Los dos adversarios se paran y bajan las espadas. Vuelven a llamar.) ¡Todo se ha perdido! ¡Quizá acuda la guardia! (Los dos lores envainan las espadas, se ponen los sombreros y se envuelven en las capas. Davenant va a abrir.)




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