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Los mismos y CARR, con traje de puritano
CARR. - ¿Es aquí, hermanos, donde se reúne la Asamblea de los Santos?
DAVENANT.- (Devolviéndole el saludo.) Sí. (Bajo a lord Ormond.) Así se llaman a sí mismos los condenados puritanos. (Alto, a Carr.) Sed bien venido, hermano, al conventículo.
ORMOND.- (Bajo a Rochester.) Vuestro acceso belicoso ha sido muy ridículo, milord. Olvidémosle. Yo lo provoqué, pero seamos amigos.
ROCHESTER.- (Inclinándose.) Estoy a vuestras órdenes, milord.
ORMOND.-Conde, ocupémonos sólo del rey, cuyo servicio exige que se unan nuestras manos.
ROCHESTER.-Marqués, este deber es para mí una dicha.
CARR.- (Juntando las manos sobre el pecho y elevando los ojos al cielo.) Hermanos, continuad. Cuando llego al sermón, ya sé que soy el convidado menos digno al santo banquete y que nadie debe molestarse cuando yo llego. Comprendo perfectamente que el ruido que oí desde fuera lo produjo un combate espiritual.
CARR.-Estoy acostumbrado a esas luchas, podéis continuarlas, porque esos combates nutren el espíritu.
ROCHESTER.- (A Devenant.) Con el...
DAVENANT.- (A Rochester.) ¡Silencio, milord!
CARR.-Dios ha dicho: Recorred el mundo y predicad mi palabra.
ROCHESTER.- (Con él aprenderé mi papel de capellán.)
CARR.-Merecí la cólera del Parlamento largo, y hace siete años que me tienen cerrado en la Torre, llorando por nuestras libertades, que Cromwell hizo desaparecer. Esta madrugada entró el carcelero en mi calabozo y me dijo: «Os esperan en la taberna de las Tres Grullas. Israel convoca allí sus tribus para destruir a Cromwell; acude allí.» Salí de la prisión y vine aquí, como en los tiempos antiguos Jacob llegó a Mesopotamia. Mi alma espera vuestras palabras de miel, como la tierra seca espera el rocío del cielo; la maldición me mancha y me envuelve; purificadme, pues, hermanos, con el hisopo.
ROCHESTER.- (Bajo a Davenant.) ¡Qué jerigonza tan sombría!
DAVENANT.- (Bajo a Rochester.) Eso es el Apocalipsis.
ROCHESTER.- (Pues haced pasar el eclipse.)
DAVENANT.- (A lord Ormond.) ¿Este tipo es independiente de la especie ordinaria?
ORMOND.- (A Davenant.) No; es milenario. Cree que durante mil años van a encargarse los santos de gobernar solos, y los santos son sus amigos.
CARR.-He sufrido mucho, hermanos míos. Me han olvidado mucho tiempo en la cárcel, y cautivo lloraba por Inglaterra como el pelícano cerca del lago solitario; el fuego del pecado marchitó mi frente y secó mi brazo, pero al fin el Señor se compadeció de mí, sacándome de la prisión, y afilando mi espada en la piedra del Templo, va a herir a Cromwell y echar de Sion la desolación y la perdición. Entre vosotros pongo mi ropa virginal; guiad mis pasos por el estrecho sendero y que glorifique vuestro recto corazón la llegada de los mil años. Los santos que Dios protege van a gobernar el mundo; vosotros seréis los santos.
ROCHESTER.-Eso es hacernos demasiado honor.
CARR.-Y como Dios no me inspire seré mudo, porque deseo oír el maná celeste que mane de vuestros labios. ¿Sobre qué texto teníais la controversia?
ROCHESTER. - ¿Cuándo entrasteis? La controversia era sobre unos versos, sobre un madrigal..., pero primero bebamos. ¿Tenéis sed?
CARR.-Jamás tengo sed ni hambre.
ROCHESTER.-No importa. ¡Eh! ¡Camarero! ¡Camarero! Tráenos vino.
(El camarero arregla una mesa con brocs y vasijas de estaño. Carr y Rochester se sientan a dicha mesa. Carr se pone vino el primero y ofrece el vaso a Rochester, que continúa hablando.) Gracias. Preguntabais qué texto estábamos discutiendo y yo os contesté que era un madrigal.
ROCHESTER.-Sí.
ROCHESTER.-Me diréis después lo que os parezca. «A la bella Egeria...» Debo advertiros que se llama Francisca la persona a quien lo dedico, pero como este nombre es muy vulgar, creo que no debe usarse en la poesía. Hecha es a salvedad, voy a leeros mi amoroso epigrama (Rochester lee lo siguiente):
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Enciéndese mi alma en vuestros ojos, |
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son como dos espejos que concentran |
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¿Qué os parece?
(Carr, que oye primero con atención y después con sombrío disgusto, se levanta furioso y derriba la mesa.)
CARR - ¡Demonios! ¡Infierno! ¡Condenación! Perdónenme el cielo y los santos si juro, pero no puedo ver a sangre fría que se desborda ante mis ojos el torrente de la impudicia. ¡Huye de mí, edomita! ¡Huye, amalecita! ¡Huye, madianita!
ROCHESTER.- (Riendo.) (¡Este tipo es más divertido que Ormond!)
CARR.- (Indignado.) Tú, como Satanás, me has llevado a lo alto de la montaña, y me has dicho: -Tú, que sales de un ayuno austero y que tienes sed, toma; ahí tienes a tu disposición toda la tierra.
ROCHESTER.-Perdonad; sólo os he ofrecido un vaso de vino.
CARR. - ¡Yo que le oía como a un espíritu celeste! Y él, en vez de los tesoros puros de un corazón casto y sereno, me ha hecho ver una llaga.
ROCHESTER. - ¿Un madrigal es una llaga?
CARR.-Una llaga espantosa, en la que se ve el papismo, el amor, el episcopado, la voluptuosidad y el cisma. Una úlcera incurable, en la que Moloc-Cupido vierte a Astarté y sus vicios.
ROCHESTER.-Perdonadme otra vez; no es Astarté, es la ninfa Egeria.
CARR.-No, estos hombres no son santos.
ROCHESTER. - ¿Por fin lo conoces?
CARR.¡Esto es un club de demonios, un sábado de papistas! ¡Éstos son caballeros! Salgamos.
CARR.- (Dirigiéndose hacia la puerta.) ¡Mis pies caminan sobre carbones encendidos!