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Dichos, CROMWELL, con sencillo traje militar, con casaca de búfalo, gran tahalí bordado
con sus armas, del que pende una espada larga; WHITELOCKE, lord comisario del sello, con larga toga de satín negro rodeada de armiño y con gran peluca; el conde de CARLISLE, capitán de la guardia del Protector, con su uniforme particular; STOUPE, secretario de Estado para los negocios extranjeros. Durante toda la escena, el conde de CARLISLE está detrás del sillón del Protector, de pie y con la espada desnuda. WHITELOCKE a su derecha y STOUPE a su izquierda con un libro abierto en la mano. Cuando entra CROMWELL, los asistentes se forman en dos filas y permanecen inclinados hasta que el Protector llega a su sillón.
CROMWELL.- (Ante el sillón.) ¡Paz y salud a los corazones de buena voluntad! Doy audiencia en nombre del pueblo inglés a cada uno de los diputados que a mí se dirigen. (Se sienta y se quita el sombrero.) Duque de Créqui, hablad.
(Créquí con Mancini y su acompañamiento se acercan hasta Cromwell, haciéndole las mismas reverencias que a un rey. Los demás asistentes se retiran al fondo de la sala.)
CRÉQUI.-Monseñor, la alianza que os asegura el apoyo del rey Cristianísimo va a estrecharse hoy con nuevos lazos. El señor Mancini os va a leer la carta que su eminente tío dirige a vuestra alteza. (Mancini se aproxima al Protector, dobla una rodilla y le presenta sobre el almohadón la carta del cardenal. Cromwell rompe el sobre y se la entrega a Mancini, diciéndole): Leed la carta del cardenal Mazarino.
MANCINI.- (Leyendo.) «A su Alteza el Protector de la República de Inglaterra.
»Monseñor:
»La parte gloriosa que el ejército de vuestra Alteza ha tomado en la guerra actual de Francia contra España, el útil socorro que ha prestado al ejército del rey mi señor en las campañas de Flandes, redoblan la gratitud de su majestad hacia un aliado tan poderoso como vos y que le ayuda tan eficazmente a reprimir la soberbia de la Casa de Austria. Por eso el rey ha querido enviar como embajador extraordinario en vuestra corte al duque de Créqui, encargado por su majestad de participar a vuestra Alteza que la plaza fuerte de Mardike, que recientemente hemos tomado, queda a disposición de los generales de la República de Inglaterra, esperando que Dunkerque, que poseéis aún, se nos entregue, según los tratados estipulados. El duque de Créqui lleva además la comisión de entregar a vuestra Alteza una espada de oro, que el rey de Francia os envía como testimonio de su estimación y de su amistad. M. de Mancini depositará a los pies de vuestra Alteza un pequeño presente, que me atrevo a añadir al del rey; consiste en una tapicería de la nueva manufactura real llamada de los Gobelinos. Deseo que esta muestra de mi adhesión sea agradable a vuestra Alteza. A no haber estado enfermo en Calais, hubiera yo mismo pasado a Inglaterra a rendir mis respetos a uno de los más grandes hombres actuales. No pudiendo tener este honor, envío a la persona de mi más próximo parentesco para que exprese a vuestra Alteza la veneración que le profeso, y que estoy resuelto a mantener, entre el Protector y mi rey, amistad eterna.
»Soy de vuestra Alteza con entusiasmo obediente y respetuoso servidor,
«Cardenal de la Santa Iglesia Romana.»
(Mancini, haciendo una profunda reverencia, entrega la carta a Cromwell, que se la pasa a Stoupe. A una señal del duque de Créqui, los pajes que llevan librea real depositan sobre la mesa de Cromwell el almohadón que contiene la espada de oro; y a otra orden de Mancini, los pajes que llevan la librea de Mazarino desenrollan a los pies del Protector un rico tapiz de los Gobelinos.)
CROMWELL.-De los ricos presentes que me envía dad las gracias a su eminencia, y decid al rey que la Inglaterra será siempre hermana de la Francia. (Bajo a Whitelocke.) El cardenal, que me adula y se arrodilla ante mí, llamándome en alta voz grande hombre, dice en voz baja que soy un loco afortunado. (Volviéndose bruscamente hacia los enviados de Vaudois.) ¿Qué es lo que deseáis vosotros?
ENVIADO 1º-Con gran tristeza venimos a pedir que nos socorra vuestra alteza.
ENVIADO 1º-Diputados de los Vaudois.
CROMWELL. - ¡Ah! (Con benevolencia.)
ENVIADO 1º-Tiránicas leyes pesan sobre nosotros; nuestro príncipe es romano y nosotros somos calvinistas, y a sangre y fuego pretende que nuestras ciudades piensen como él. El país, afligido, nos envía para que remediéis semejantes males.
CROMWELL.- (Con indignación.) ¿Quién se atreve a oprimiros?
ENVIADO 1º-El duque de Saboya.
CROMWELL.- (A1 duque de Créqui.) Señor embajador de Francia, ya lo oís. Decid al cardenal de parte mía, que por el afecto que me profesa que trate de terminar el conflicto de que es víctima ese pueblo. La Francia tiene gran influencia sobre ese duque serenísimo; que le haga ceder. Es contrario al precepto divino oprimir por medio de la fe; por otra parte, yo sigo las doctrinas de Calvino. De todos modos contad conmigo, Vaudois. ¿Cómo os llamáis? (Al enviado sueco.)
ENVIADO.-Filippi; soy hijo de Terracina y vengo a depositar a los pies de un héroe este presente que le manda la reina Cristina. (Deposita ante Cromwell un cofre pequeño con muelles de acero, y le entrega una carta que el protector pasa a Stoupe. Bajo a Cromwell.) La carta de la reina os dirá por qué orden y por quién Monaldeschi fue asesinado en Fontainebleau.
CROMWELL.-Por orden de la reina, que quiso vengarse de su antiguo amante.
ENVIADO.-Mazarino permitió que mi reina ultrajada exterminase a ese hombre en el seno mismo de la Francia.
CROMWELL.- (Se le dio hospitalidad para que le asesinaran.)
ENVIADO.-Mi reina, que por su voluntad se separa del trono, solicita un asilo cerca del gran Protector.
CROMWELL.- (Sorprendido y disgustado.) ¿Cerca de mí? No hay aquí palacio digno de una reina.
D. LUIS.- (Pronto lo habrá para un rey.)
CROMWELL.-Que se quede en Francia. Es funesto el aire de Londres para los reyes caídos. (No quiero en mis dominios una reina de tan malas costumbres.) ¿Qué más queréis?
FILIPPI.-Para terminar mi misión, deseo que vuestra alteza se sirva abrir ese cofrecillo.
CROMWELL. - ¿Qué misterio es ése?
FILIPPI.-Aquí está la llave. (Presentándole una llave de oro.)
(Toma la llave; Filippi pone el cofrecillo sobre la mesa; Cromwell se dispone a abrirlo, pero Whitelocke se lo impide.)
WHITELOCKE.- (Bajo a Cromwell.) Deteneos, milord; puede encerrar el cofre uno de esos venenos sutiles de la alquimia o rayos del infierno; no es la primera vez que un traidor ha asesinado de ese modo a su víctima. Tenéis enemigos, y ese hombre mira traidoramente; temedle. Al abrir ese cofre podéis aspirar la muerte.
CROMWELL.- (Bajo a Whitelocke.). En lo posible cabe, y ya que lo creéis así abridle vos mismo.
WHITELOCKE.- (Espantado y balbuceando.) Mi abnegación por vos es grande, pero...
CROMWELL.- (Sonriendo.) (Le conozco y voy a acabar de juzgarle.)
WHITELOCKE.- (Se necesita valor para ser cortesano, porque hay que elegir entre la muerte o la desgracia, que es también otra clase de muerte... Muramos, pues.) (Abre el Cofrecillo con las precauciones del hombre que espera una explosión violenta, y después de haberlo abierto, grita): ¡Una corona!
CROMWELL.- (Asombrado.) ¡Una corona!
(Whitelocke la saca del cofrecillo.)
CROMWELL.- (Frunciendo el entrecejo.) ¿Qué quiere decir esto?
CROMWELL. - ¿Es de oro de ley?
FILIPPI.-No debe dudarlo vuestra alteza.
CROMWELL.- (A Whitelocke.) Pues bien, hacedla fundir y entregadla en metal al hospital de Londres. No puedo hacer mejor uso de esas joyas, de esos adornos de mujer y de esos dijes reales.
D. LUIS.- (Quizá se obstine en permanecer siendo Protector.)
MANCINI.- (Bajo al duque de Créqui.) Podría en cambio enviar a Cristina una cabeza de rey.
CRÉQUI.- (Bajo a Mancini.) En efecto, ese presente uniría más al vasallo regicida y a la reina asesina.
CROMWELL.- (Despidiendo a Filippi bruscamente.) Adiós, señor sueco, natural de Terracina. Flamencos, ¿qué esperáis? Las treguas han terminado ya.
EL JEFE DE LOS ENVIADOS HOLANDESES.-Los Estados generales de las provincias unidas, libres como vos y como vos protestantes, os demandan la paz.
CROMWELL.- (Con rudeza.) Ya no es hora. El Parlamento de esta República cree que vuestra política es demasiado mundana y no quiere firmar tratados de fraternidad con aliados tan vanos y tan carnales. (Con un gesto despide a los flamencos, que se retiran. Entonces Cromwell parece ver a D. LUIS DE CÁRDENAS y le dice): ¡Buenos días, señor embajador de España! ¡No os había visto!...
D. LUIS. - ¡Dios guarde a vuestra alteza! Por asuntos de alto interés de Estado venimos a solicitar de vos una entrevista secreta. Nos separan las guerras de Flandes, pero el Rey Católico puede entenderse con vos, y para manifestaros el afecto que os profesa, ofrece a vuestra alteza el Toisón de Oro.
(Los pajes que llevan dicha insignia se aproximan a Cromwell.)
CROMWELL.- (Levantándose indignado.) ¿Por quién me tomáis? ¿Creéis que el jefe austero de los antiguos republicanos de la antigua Inglaterra es capaz, por sostener vanidades, de manchar su corazón con un símbolo pagano? ¿Colgaría del cuello del vencedor de Sodoma un ídolo griego junto al rosario de Roma? ¡Lejos de mí esas tentaciones, esas pompas y ese collar!
D. LUIS.- (Es un herético.) El Rey Católico es el primero que os reconoció por jefe de la República.
CROMWELL. - ¡Ofrecerme el Toisón de Oro! Dejo a los idólatras sus sacerdotes cristianos y sus templos teatros, y que busquen en el infierno sus dioses y su tesoro, y que encuentren allí el Toisón, que es el becerro de oro. Pero a mí no se me ultraja en vano. De mi cólera no pudo sustraer a su hermano don Luis, el enviado portugués, ¿y vuestro señor se atrevería a insultarme en la cara por medio de su embajador? Esto sería una injuria demasiado solemne. Partid.
D. LUIS.-Pues bien, guerra, y guerra eterna.
(Sale con todo su acompañamiento.)
MANCINI.- (Bajo al duque de Créqui.) Ha insultado al embajador castellano.
CRÉQUI.- (A Mancini.) Hubiera yo deseado recibir esa afrenta.
CROMWELL.- (Bajo a Stoupe.) Me era conveniente romper esta conferencia con España ante los enviados de Francia; pero seguid a don Luis de Cárdenas, tratad de apaciguarle y procurad averiguar qué es lo que viene a proponerme. (Stoupe sale.)
(Se abre la gran puerta del fondo de par en par y un ujier anuncia):
- ¡Milady Protectora!
CROMWELL.- (¡Ah, Dios mío! ¡Es mi mujer!) Dejadnos solos, señores.
(Salen todos por la puerta de un lado; el conde de Carlisle y Whitelocke acompañan ceremoniosamente al embajador de Francia. Entran por la puerta del foro Elisabeth Bourchier, mujer de Cromwell. Mistress Fletwood, lady Falconbridge, lady Cleypole, lady Francisca y sus hijas.)