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CROMWELL, ELISABETH BOURCHIER, MISTRESS FLETWOOD, vestidas de negro, la
última con la sencillez puritana; LADY FALCONBRIDGE, vestida con gran riqueza y elegancia; LADY CLEYPOLE, tapada, como persona enferma, y LADY FRANCISCA, muy joven, vestida de blanco y con velo.
CROMWELL.-Parece que estuvieras sufriendo; ¿no has dormido esta noche?
ELISABETH.-Apenas he cerrado los ojos; decididamente me fastidia el fausto. La cámara de la reina donde me acuesto es demasiado grande. El lecho blasonado que perteneció a los Estuardos y a los Tudores, con su dosel de tela de plata y con sus cuatro pilares de oro; la alta balaustrada, que me retiene cautiva en el real estrado; los muebles de terciopelo, las lámparas de plata sobredorada, todo esto me produce el efecto de un ensueño que no me deja dormir. Además, es muy difícil andar por este palacio: me confunde andar por tantas habitaciones y corredores; me pierdo en este inmenso White-Hall y estoy mal sentada en el real sillón.
CROMWELL.-Veo que no puedes soportar la fortuna; todos los días te quejas.
ELISABETH.-Siento que te sepa mal, pero te confieso que a vivir en el palacio de los reyes prefiriera vivir en la casa donde ha nacido la familia. Echo de menos los felices tiempos en que íbamos desde el amanecer a pasear por el jardín y por el parque, dejando a los niños que jugasen en la pradera, los tiempos en que tú y yo después nos entrábamos en la cervecería.
ELISABETH. - ¡Felices tiempos aquellos en los que Cromwell no era nada, en los que yo vivía tranquila y dormía bien!
CROMWELL.-Acostúmbrate a no tener esos deseos tan ordinarios.
ELISABETH. - ¿Y por qué, si he nacido con ellos? He pasado mi infancia lejos de la grandeza, y no me puedo acostumbrar al aire de la corte; estos vestidos con cola no me dejan andar. Estuve hipocondriaca en el banquete que dio el lord Corregidor, porque tuve que pasar por el fastidio de comer con la ciudad de Londres. Tú también parecías estar fastidiado. ¿Te acuerdas qué alegremente cenábamos en otro tiempo en nuestro hogar?
CROMWELL.-Pero mi nuevo rango...
ELISABETH.-Recuerda que tu grandeza incierta y efímera entristeció los últimos días de tu pobre madre, y que la condujeron al sepulcro, más que los años, los disgustos y los sobresaltos. Calculando los peligros que te rodeaban, mientras ascendías, tu pobre madre medía la altura de tu caída; y cada vez que abatías a tus rivales y Londres solemnizaba tus nuevos triunfos, si llegaba a sus oídos el ruido sordo de los cañones y de las aclamaciones del pueblo, se despertaba sobresaltada y temblorosa, exclamando: ¡Gran Dios! ¡Si habrá muerto mi hijo!
CROMWELL.-Ahora duerme mi madre en el panteón de los reyes.
ELISABETH. - ¡Vaya una satisfacción! ¿Se duerme allí mejor el sueño eterno? ¿Sabe ella acaso si tus despojos mortales reposarán al lado de los suyos? ¡Quiera Dios que esto suceda muy tarde!
LADY CLEYPOLE.- (Con voz débil.) Padre mío, yo os precederé en el lecho mortuorio.
CROMWELL. - ¡Siempre tienes esos lúgubres pensamientos!
CLEYPOLE.-Porque mis fuerzas debilitadas se extinguen; me hace falta tomar el sol y respirar el aire del campo; para mí, este palacio sombrío es semejante a un sepulcro. En sus largos corredores y en sus vastas salas reinan los temblores que producen el miedo y las noches glaciales. Aquí moriré muy pronto.
CROMWELL.- (Besándola en la frente.) Calla, hija mía, calla, que no tardaremos en volver a nuestros hermosos valles: hoy es necesario que permanezca aquí algún tiempo.
MISTRESS FLETWOOD.- (Alegremente.) Sed sincero, padre mío, ¿no es cierto que queréis subir al trono, que deseáis ser rey? Mi marido lo estorbará.
CROMWELL. - ¿Quién? ¿Mi yerno?
FLETWOOD.-Sí, no quiere andar por caminos oblicuos, y dice que una República no debe tener rey; en esto yo me uniré con él contra vos.
LADY FALCONBRIDGE.-Verdaderamente no comprendo cómo piensa mi hermana; mi padre es libre y si alcanza el trono será para nosotras. ¿Por qué no ha de ser rey? ¿Por qué no hemos de gozar del placer embriagador de ser altezas reales y princesas de la sangre?
FLETWOOD.-A mí no me halaga la vanidad, y sólo me preocupo de la salvación del alma.
FALCONBRIDGE.-Pues a mí me gusta mucho la corte, y no veo por qué, siendo mi esposo lord, no ha de ser rey mi padre.
FLETWOOD.-Hermana mía, el orgullo de Eva perdió al primer hombre.
FALCONBRIDGE.- (Bien se ve en su modo de pensar que no es gentilhombre su esposo.)
CROMWELL.- (Impaciente.) ¡Callaos las dos! De vuestra hermana más joven mitad la modestia, la calina y la dulzura. ¿En qué estás pensando, Francisca?
LADY FRANCISCA.-Me desespera, padre mío, el aspecto de estos sitios venerables. Me educó vuestra hermana, a cuyo lado he pasado toda la vida, enseñándome a reverenciar a los que se destierra para siempre, y desde que vivo entre estas paredes sombrías creo ver constantemente vagar por ellas tristes sombras.
CROMWELL. - ¿De quién son esas sombras?
CROMWELL.- (¡Siempre ese nombre resonando en mis oídos!)
FRANCISCA. - ¡Aquí murió el rey mártir!
FRANCISCA.- (Señalando a la ventana del fondo.) Padre mío, ¿no es aquella la puerta-vidriera por donde Carlos I salió la última vez de White-Hall? ¡Ah! ¡Thurloe!