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CROMWELL, y THURLOE; mientras éste extiende sobre la mesa los papeles de la cartera,
aquél queda absorbido unos momentos, hasta que al fin rompe el silencio con esfuerzo.
CROMWELL. - ¡No soy dichoso, Thurloe!
THURLOE.-Pues esas señoras adoran a vuestra alteza.
CROMWELL. - ¡Cinco mujeres! Prefiriera gobernar por medio de decretos absolutos cinco ciudades, cinco condados o cinco reinos.
THURLOE. - ¡Pero si vos gobernáis la Inglaterra y la Europa!...
CROMWELL. - ¡Estar casado con una plebeya el dueño del mundo! Soy un esclavo.
THURLOE.-Milord, porque queréis.
CROMWELL.-No. De mi destino está roto el equilibrio; la Europa está a una parte, pero mi mujer está a la otra.
THURLOE.-Si pudiera, como vos, cambiar de posición, una mujer no...
CROMWELL.- (Con severidad.) Sois muy atrevido haciendo esa suposición.
THURLOE.- (Intimidado.) Lo que he dicho es que...
CROMWELL.-Basta. Dejemos ese asunto. ¿Qué tenéis que comunicarme?
THURLOE.- (Tomando uno de los papeles.) Escocia. El gran Preboste quiere rendirse, y todo el Norte se somete al Protector.
THURLOE.-Flandes. Los españoles se disponen a capitular, y entregarán Dunkerque muy pronto al Protector.
THURLOE.-Londres. Acaban de entrar en el Támesis doce bajeles grandes, cargados de millones que Blake cogió a tres galeotes portugueses.
THURLOE.-El duque de Holstein envía al Protector ocho caballos grises.
THURLOE.-Los catedráticos de Oxford, que fueron vuestros émulos, os nombran canciller de la Universidad, y aquí tenéis el diploma.
CROMWELL. - ¿Qué más?
THURLOE.- (Con una carta en la mano e inquieto.) Milord, me advierten por bajo mano que mañana piensan asesinar a vuestra alteza.
CROMWELL. - ¿Qué más?
THURLOE.-Hay una conspiración tramada por los jefes puritanos unidos a los caballeros.
THURLOE. - ¿No deseáis saber ningún detalle sobre esto?
CROMWELL.-Será alguna fábula. Terminemos el despacho.
THURLOE.-El mariscal de la Dieta de Polonia...
CROMWELL.- (Interrumpiéndole.) ¿De Colonia no hemos recibido cartas?
THURLOE.- (Buscando entre los despachos.) Una nada más.
CROMWELL. - ¿De quién?
THURLOE.-De Manning, vuestro agente cerca de Carlos.
CROMWELL.-Dádmela. (Toma la carta y rompe precipitadamente el sobre.) Está fechada del 5. ¡Tiene veinte días de fecha! ¡Qué poco activos son mis mensajeros! (Lee la carta y dice leyéndola): ¡Ah, señor Davenant! ¡La astucia es delicada! La entrevista de noche y a oscuras... Capituláis con vuestro juramento... ¡Para eso es preciso ser papista! «Irá el real mensaje oculto en el sombrero...» ¡Prudente precaución! Thurloe, participa al señor Davenant que deseo verle. Habita en la Sirena, cerca del puente de Londres. (Thurloe sale para ejecutar esta orden.) Vamos a ver cuál de los dos será más astuto. No os valdrán vuestras arterías; porque en la oscuridad donde os ocultáis sé yo encender una luz para conocer a los traidores. (Entra Thurloe.) Continuemos. ¿Has visto al embajador de España?
THURLOE.-Milord, os ofrece entregaros Calais, si en a guerra empeñada socorréis a Dunkerque sin retardo.
CROMWELL.- (Reflexionando.) La Francia me ofrece a Dunkerque y la España a Calais; pero lo que quita algo de valor a su común oferta es que Dunkerque pertenece a España y Calais a Francia. Cada uno de sus dos reyes me da a elegir una ciudad del reino vecino, y para que yo la prefiera en este debate, me da en hipoteca una conquista por hacer. Con el rey de Francia debo quedar acorde; no tengo por qué hacerle traición. El otro ofrece menos todavía.
THURLOE.-Como los Vaudois, los oprimidos protestantes de Nimes reclaman vuestro apoyo magnánimo.
CROMWELL.-Escribid al cardenal-ministro en su favor, no hay que esperar que sea tolerante.
THURLOE.-Devereux acaba de tomar por asalto a Armagh la católica, en Irlanda, y he aquí la carta evangélica del capellán Paters sobre este acontecimiento: «Dios se ha mostrado clemente con el ejército de Israel. Por fin nos hemos apoderado de Armagh. El hierro y las llamas han exterminado hasta a los viejos, las mujeres y los niños; han perecido lo menos dos mil; la sangre corre por todas partes, y yo vengo de la iglesia de dar gracias a Dios.»
CROMWELL.- (Con entusiasmo.) ¡Peters es un gran santo!
THURLOE. - ¿Debemos perdonar a los que queden de aquella raza?
CROMWELL.-No; no haya perdón para los papistas. En Armagh hay un sitial vacante en el coro; démoselo a Peters.
THURLOE.-El emperador desea saber por qué aprestáis nuevos y grandes armamentos.
CROMWELL.-Que nos deje hacer la guerra y que guarde para sí las fiestas. ¿Qué pretende de mí el emperador con su cámara áulica y su águila de dos cabezas? ¿Pretende asustarme? ¿Cree que tengo miedo al buen emperador germano, porque los días solemnes empuña un globo de madera pintada que llama mundo? ¡Bah! Es rayo que nunca hiere, aunque siempre gruñe.
THURLOE.-El coronel Titus, encarcelado por haber escrito un libelo...
THURLOE.-Milord, conseguir su libertad. Hace ya nueve meses que está encerrado en un calabozo horrible.
CROMWELL. - ¡Nueve meses! No puede ser.
THURLOE.-Se le encerró en octubre, y estamos en junio; contad, milord.
CROMWELL.-Sí..., eso es.
THURLOE.-El pobre hombre ha permanecido allí durante todo este tiempo solo, desnudo y helado.
CROMWELL. - ¡Nueve meses! ¡Cómo se pasa el tiempo! (Pausa.) Decidme, ¿qué hace el comité secreto del Parlamento respecto al proyecto presentado?
THURLOE.-Están contra vos Pirretoy, Goffe, Pride, Nicholas, y sobre todo Garland.
CROMWELL.- (Con cólera.) ¡El regicida!
THURLOE.-Pero lucharán en vano contra la corriente; la mayoría vota con nosotros, y siguiendo a lord Pembroke, que sabe sobrenadar en todas las épocas, la corona os pertenece de derecho. Únicamente el coronel Birck, aunque se inclina a la mayoría, fundado en un vano escrúpulo en la Biblia, mantiene indecisa a la Cámara.
CROMWELL.-Le deben algo en la oficina del impuesto sobre bebidas, y pagándole se le quitará el escrúpulo, si el cajero no se equivoca a su favor.
THURLOE.-Jage está excitado contra vos, porque dice que sois ambicioso.
CROMWELL.-Pues le nombraré jefe de policía.
THURLOE.-Lo demás corre de mi cuenta, si se digna milord dejar este asunto a mi cargo. En nombre del Parlamento os suplicarán hoy encarecidamente que aceptéis la corona.
CROMWELL. - ¡Ah! ¡Por fin empuñaré el cetro!
THURLOE.-Hace ya tiempo, milord, que reináis.
CROMWELL.-No, no; poseo la autoridad, pero me falta el nombre. ¡Te sonríes, Thurloe! No sabes qué vacío abre en el corazón la avidez de la ambición; no sabes cómo ella desafía al dolor, al trabajo, al peligro, a todo, por conseguir un objeto que parece pueril. Es triste poseer la fortuna incompleta; además, no sé qué brillo, en el que el cielo se refleja, rodea a los reyes desde los tiempos antiguos. Son palabras mágicas las palabras rey y majestad. Ser árbitro del mundo sin ser rey, poseer el poder sin el título, es faltar algo; el imperio y el rango deben ser una misma cosa. No sabes qué sentimiento da cuando se ha salido de la muchedumbre y se palpa el acontecimiento, no sentir algo encima de la cabeza; no será más que una palabra, pero entonces esa palabra lo es todo.
CROMWELL, que se ha abandonado hasta posar familiarmente el codo en el hombro de THURLOE, se vuelve como despertándose con sobresalto y que se abre lentamente una pequeña puerta secreta en uno de los tapices de la sala. MANASSÉ-BEN-ISRAEL se para en el umbral.