Victor Hugo
Cromwell

Acto segundo

Escena X

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Escena X

CARR y CROMWELL

   CROMWELL.-El Parlamento largo os hizo encarcelar; ¿quién os hizo salir de la prisión?

   CARR.- (Tranquilo.) ¡La traición!

   CROMWELL. - ¿Qué decís?

   CARR.-Sí; yo ofendí a los santos de la suprema Asamblea y tu ley nos proscribió a todos; yo por ellos fui culpable, y ellos por ti son inocentes.

   CROMWELL.-Pues aprobáis la sentencia que pesa sobre vos, ¿quién quebró vuestros hierros?

   CARR.-La traición, que hacia un nuevo crimen, ciego me arrastraba, pero vi la red a tiempo.

   CROMWELL. - ¿Qué decís?

   CARR.-Que Baal renace.

   CROMWELL.-Explicaos.

   CARR.- (Sentándose en el gran sillón.) Escucha. Se trama una gran sublevación... Siéntate, Cromwell, cúbrete y sobre todo no me interrumpas.

   CROMWELL.- (En otra ocasión me pagarías cara tu insolencia.)

   CARR.-Aunque Oliverio Cromwell no cuente sus crímenes, aunque no le causen remordimiento las víctimas que sin cesar encadena, aunque...

   CROMWELL.- (Levantándose indignado.) ¡Carr!...

   CARR. No me interrumpas. (Oliverio se sienta con aire de resignación forzada.) Aunque Oliverio habite en la tierra de Egipto con el morabita, con el babilonio, con el pagano o el arriano; aunque él lo haga todo para sí y nada para Israel; aunque rechace a los santos y aunque adore a Dagón, Astarot y Elini y la antigua serpiente sea su mejor amiga; a pesar de tantos delitos, no creo que Dios tenga el corazón tan duro y el alma tan negra que al pueblo inglés, tan lleno ya de miserias, la mayor de sus dichas, Cromwell, tu muerte.

   CROMWELL.- (Retrocediendo.) ¡Mi muerte dices!

   CARR.-No cesas de interrumpirme: ten buena fe; deja que por un momento no te embriague el incienso de la bajeza y hablemos sin incomodarnos. Convén conmigo en que tu muerte sería una gran felicidad.

   CROMWELL.- (Colérico.) ¡Temerario!

   CARR.- (Imperturbable.) Tan convencido estoy de ello, hermano, que con ese objeto llevo siempre un puñal, esperando que llegue ese día.

   Saca un puñal y se lo enseña al Protector.

   CROMWELL. - ¡Asesino! ¡Hola! (Por fortuna llevo la coraza.)

   CARR.-No tiembles, Cromwell, y no llames a nadie, que cuando se va a matar a un tirano no se le enseña antes el puñal. Vive tranquilo; tu hora no ha sonado aún. Por el contrario, vengo a arrebatar una cabeza condenada a muerte de un acero vengador menos puro que el mío.

   CROMWELL.- (¿Qué es lo que me irá a descubrir?)

   CARR.-Vuelve a sentarte.

   CROMWELL.- (Vuelve a sentarse y dice aparte.) (Tendré paciencia para oírle hasta el fin.)

   CARR.-Escucha. Te amenaza una sublevación, y debes comprender que si sólo te amenazase a ti no perdería el tiempo en enterarte; pero aquí se trata de salvar a Israel, y si te salvo de paso, tanto peor.

   CROMWELL. - ¿Pero existe esa conspiración? ¿Sabes dónde se reúnen los conjurados?

   CARR.-Salgo ahora de la reunión.

   CROMWELL. - ¿Quién te ha abierto la puerta de la Torre de Londres?

   CARR. - ¡Tiembla! Barksthead.

   CROMWELL. - ¡Me fue traidor! Firmó, sin embargo, el decreto de muerte del rey.

   CARR.-Lo ha comprado la esperanza de conseguir el perdón.

   CROMWELL. - ¿Restableciendo en el trono a Carlos II?

   CARR.- Escucha. Cuando al amanecer llegué a la reunión de los conjurados, creí que se trataba en primer lugar de emancipar al pueblo, dándote la muerte...

   CROMWELL. - ¿Eso creías?

   CARR.-Después que se trataría de devolver todo su poder al Parlamento único, que le quitó tu inicuo despotismo. Pero apenas entré vi a un filisteo, con casaca de terciopelo acuchillada de satín, que conversaba con otros dos. El jefe de los confabulados vino a leerme breves madrigales y bulas.

   CROMWELL. - ¿Madrigales?

   CARR.-Así se llaman los salmos paganos. Pronto entraron los santos, los ciudadanos religiosos; pero fascinados por extraños encantos, estaban en connivencia con los demonios que allí se confundían con los ángeles. Los demonios exclamaban: ¡Muera Cromwell! Pero en voz baja se decían: Aprovechándonos de sus sangrientos debates, haremos que Babilonia suceda a Gomorra, los techos de madera de cedro a los techos de sicomoro, la piedra al ladrillo, el yugo al freno y el cetro de hierro a la vara de bronce.

   CROMWELL. - ¿Quiere decir que Carlos II suceda a Cromwell?

   CARR.-Éste es su deseo; pero Jacob no quiere que con su propia espada inmolen el buey sin darle su parte, ni que se derribe a Cromwell en provecho de Stuardo, porque entre dos desgracias, debe temerse la peor. Por malvado que seas, prefiero tu imperio al de un Stuardo, que es un Herodes, un príncipe corrompido, un muérdago parásito de la antigua encina arrancada. Desenmascaremos, pues, estos dos complots.

   CROMWELL.- (Thurloe no se equivocaba.) ¿Luego los dos partidos del rey y del Parlamento se han coligado contra mí? ¿Quiénes son los jefes del partido realista?

   CARR. - ¿Crees que me han dado la nota? Me tiene eso sin cuidado; pero sin embargo, si me acuerdo te los iré diciendo; Rochester..., lord Ormond...

   CROMWELL. - ¿Estás seguroHan entrado en Londres! (Escribe esos nombres en un papel y dice a CARR:) A ver si recuerdas los demás; haz un esfuerzo.

   CARR.-Sedley...

   CROMWELL.-Bien. (Escribiendo.)

   CARR.-Drogheda, Roseberry, Clifford...

   CROMWELL. - ¡Liberticidas! ¿Y los jefes populares?

   CARR-Eso no; no te delataría nuestros santos si me ofrecieras mil siclos de oro por cada uno; aunque dieras la orden a un eunuco de que ensayara el filo de su sable en mi garganta; no, eso no; aunque tú me enviaras como a Daniel a la cueva de los leones.

   CROMWELL.-Cálmate.

   CARR.-Eso no; aunque tú me dieras los campos de Tebas y los que están detrás y el Tiger y el Líbano y la ciudad de Tyro; eso no, aunque me hicieras coronel de tu ejército.

   CROMWELL.-Carr, querido Carr, somos dos antiguos amigos, somos como dos señales que Dios ha puesto en el mismo campo, y te has portado conmigo tan fraternalmente, que me libras de inminentes peligros; eso nunca lo olvidaré. El salvador de Cromwell...

   CARR.- (Bruscamente.) ¡No me injuries! Carr sólo salva a Israel.

   CROMWELL.- (¡Tener que acariciar a quien me hiere, estando a mi altura y a mi edad!) Sólo soy un gusano.

   CARR.-Es verdad; para el Eterno sólo eres un gusano como Atila, pero para nosotros eres una serpiente. ¿No deseas ser rey?

   CROMWELL.- (Casi llorando.) ¡Qué mal me conoces! Me cubre la púrpura, pero tengo ulcerado el corazón. ¡Compadéceme!

   CARR.- (Con risa amarga.) Eres un Nemrod que tomas el aspecto de Job.

   CROMWELL.-Siento en el alma merecer de los santos esos reproches.

   CARR.-El Señor Dios te castiga por medio de tus parientes cercanos.

   CROMWELL.- (Sorprendido.) ¿Qué quieres decir?

   CARR.-Que puedes añadir otro nombre a la lista que acabo de darte. Pero no; ¿por qué revelártelo? El vicio castiga al crimen.

   CROMWELL.-Dime, por Dios, quién es; por semejante servicio pídeme todo lo que quieras.

   CARR.- (Como herido por una idea súbita.) ¡De veras! ¿Me cumplirás tu promesa?

   CROMWELL.-Mi palabra vale tanto como un juramento.

   CARR.-Pues voy a revelártelo.

   CROMWELL.- (Que se les adule o que se les pague, todos los republicanos son lo mismo en el fondo, y su virtud es cera que al sol se funde.) ¿Qué desea mi hermano? ¿Un título heráldico? ¿Un grado? ¿Un dominio? ¿Qué quieres? Pide.

   CARR.-Que abdiques.

   CROMWELL.- (¡Es incorregible!) No siendo rey, no puedo abdicar.

   CARR.-Eso es un subterfugio para faltar a tu promesa.

   CROMWELL.-No...

   CARR.-Estás titubeando.

   CROMWELL.- (Suspirando.) ¡Ay de mi! No sabes qué violencia tengo que hacerme para conservar el poder; el poder es una cruz.

   CARR.-Tú no te enmiendas, Cromwell. Creo que es mas difícil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico y que un poderoso entren por la puerta de los cielos.

   CROMWELL.- (¡Fanático!)

   CARR.- (¡Hipócrita!) Con palabras capciosas no me convencerás.

   CROMWELL.- (Con aire contrito.) Convengo contigo, hermano, que mi poder es injusto y arbitrario; pero no hay nadie en Judá, en Gad ni en Issachar a quien apure tanto como a mi. Odio las vanidades; pero no debo rechazar bruscamente la autoridad suprema, que mi pueblo adora, antes de la hora que vengan a reinar en nuestras aldeas los veinticuatro Viejos y los cuatro animales. Ve y consulta con Saint-John y Selden, que son jurisconsultos, jueces en materia de leyes y en materia de cultos doctores, y proponles que tracen un plan de gobierno que me permita salir de él pronto. ¿Te satisface esta idea?

   CARR.-No mucho. Los doctores que invocas pronuncian a veces un oráculo equívoco; pero de todos modos, yo sí que quiero dejarte completamente satisfecho.

   CROMWELL.-Dime, pues, el nombre de ese pariente enemigo. ¿Cómo se llama?

   CARR.-Ricardo Cromwell.

   CROMWELL.- (Dolorosamente sorprendido.) - ¡Mi hijo!

   CARR.-Tu hijo. ¿Estás contento, Cromwell?

   CROMWELL.- (Absorbido en un estupor profundo.) (El vicio y la blasfemia le han llevado lentamente hasta el parricidio. ¡Castigo del cielo! Asesiné a mi rey; mi hijo matará a su padre.)

   CARR.-La víbora engendra víboras. Es muy cruel ver que nuestro hijo es un felón y encontrar un Absalón no siendo un David. En cuanto a haber muerto a Carlos, que tú crees que es un crimen, es el único acto santo, virtuoso y legítimo que puede absolverte de todos tus pecados.

   CROMWELL.- (Abstraído.) (Sólo creía que Ricardo era frívolo y ligero, pero nunca pude pensar que llegara a desear mi muerte.) ¿Es cierto, hermano, lo que me has dicho? ¿Mi hijo...?

   CARR.-Asistió a la reunión de los conjurados esta mañana.

   CROMWELL. - ¿Dónde se ha celebrado esa reunión?

   CARR.-En la taberna de las Tres Grullas.

   CROMWELL. - ¿Y qué dijo allí?

   CARR.-Muchas cosas que yo no recuerdo; rió mucho, loqueó, juró haber pagado las deudas de Clifford...

   CROMWELL.- (No me engañó el judío.)

   CARR.-También brindó a la salud de Herodes.

   CROMWELL. - ¿De qué Herodes?

   CARR.-Y a la salud de Baltasar.

   CROMWELL. - ¿Cómo?

   CARR.-Y a la salud de Faraón.

   CROMWELL. - ¿Quieres explicarte?

   CARR.-Y a la salud del Anticristo, al que llamó rey de Escocia, o sea Carlos II.

   CROMWELL.- (Pensativo.)Brindar a su salud es brindar a mi muerte!) Mi hijo es un parricida loco, y no si un día, sobre su frente pálida, se escribirá Caín o Sardanápalo.

   CARR.-Las dos cosas.

   (Entra Thurloe, que se aproxima con aire misterioso a Cromwell.)

   THURLOE.- (En voz baja a Cromwell.) Milord Ricardo Willis os está esperando.

   CROMWELL.- (En voz baja a Thurloe.) Él me aclarará todo esto.

   THURLOE. - ¿Los gentileshombres que están agrupados a la puerta, pueden entrar?

   CROMWELL.-Sí, ya que es necesario que yo salga. (Repongámonos; sienta siempre bien estar serenos. Si mi corazón es de carne, que sea mi rostro de cobre.) (Entran los cortesanos conducidos por Thurloe. Saludan a Cromwell, que les hace un signo con la mano y se dirige a Carr.) Gracias, hermano; sed de los nuestros, y yo os pondré delante de los demás.

   (Sale con Thurloe.)

   CARR.- (Que permanece en el proscenio.) ¡Así es como él abdica! ¡Condenado usurpador!




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