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CROMWELL.-El hombre propone y Dios dispone: creí haber llegado tranquilamente al puerto y estar al abrigo de las olas, y de repente me veo envuelto en el mar alborotado de las sublevaciones. Afrontemos, pues, la última tempestad, dándoles el último golpe que los aterre. Rompamos todo lo que se me resista. El pueblo necesita rey.
ROCHESTER.- (Detrás del pilar.) (No encontraré otro realista tan ardiente como él.)
CROMWELL. - ¡Que mueran todos!
ROCHESTER.- (¡Todos! Al menos perdona a tu hija Francisca.)
CROMWELL.- (Se acerca a la ventana de Carlos I) El aire libre y la luz del sol quizá me tranquilicen.
ROCHESTER.- (Parece que esté en su casa.)
(Cromwell trata de abrir la ventana, que se resiste.)
CROMWELL. - ¡No quiere abrirse; la cerradura está oxidada, quizá por la sangre de Stuardo!... ¡Desde aquí voló al cielo! Quizá si fuera rey la abriría más fácilmente. Si deben expiarse todos los crímenes, debo temblar. Fue un atentado impío: jamás frente tan noble se apoyó en el dosel real; Carlos I fue justo y bueno... ¿pero podía yo impedir el furor del pueblo? Mortificaciones, vigilias y rezos, todo lo empleé para salvar a la víctima; todo en vano... el cielo había decretado su muerte... Siento remordimientos. ¿Qué pensarán de nosotros los que han muerto ya?
ROCHESTER.- (El remordimiento le perturba la razón.)
CROMWELL. - ¡Desconocidos males nos revela el crimen! ¡Por volverte a la vida, Carlos, vertería cien veces mi sangre!
ROCHESTER.- (Voy a salir de mi escondite y a asustarlo.) (Avanzando bruscamente hacia Cromwell.) ¿Qué hacéis aquí?
CROMWELL.- (Asombrado.) ¿A quién habláis?
ROCHESTER.-A vos. (Representemos el papel.) ¿Sabéis, buen hombre, dónde estáis?
CROMWELL. - ¿Tú sabes a quién hablas?
ROCHESTER.-Yo sé a quién hablo.
CROMWELL. - ¿Será algún asesino pagado por el rey Carlos?) (Saca del pecho una pistola y apunta a Rochester.) No te acerques.
ROCHESTER.- (¡Diablo! Seamos prudentes, que vive muy prevenido.) No vengo a perderos, al contrario, vengo a daros un buen consejo. Estáis diciendo palabras muy sediciosas.
CROMWELL. - ¿Yo?
ROCHESTER.-Vos. Salid, señor, o pido socorro.
CROMWELL.- (Debe ser un loco.) ¿Quién eres tú para hablarme de esa manera?
ROCHESTER.-Pensad que estáis en casa de milord Protector.
ROCHESTER.-Soy el último servidor de su alteza; soy su capellán.
CROMWELL. - ¡Mientes! ¡Tú no eres mi capellán! ¡Debía arrastrarte a mis pies de rodillas, miserable impostor!
ROCHESTER.-Milord, altera... perdonadme. Mi equivocación nace de tener gran odio a vuestros enemigos, de palabras mal entendidas.
CROMWELL. - ¿Mas por qué mentir?
ROCHESTER-Sacrificarme por vos era mi sueño de oro, y por eso me atreví a solicitar en vuestra casa el empleo de capellán.
ROCHESTER.- (¡Maldita memoria! ¡No me acuerdo ya cuál es mi nombre de santo!) Es un nombre desconocido...
CROMWELL.-No importa; el manantial puede saltar del fondo de un pozo.
(Rochester mete la mano en el bolsillo, saca una carta y se la presenta a Cromwell, haciendo una profunda reverencia.)
ROCHESTER.-Esta carta, milord, os enterará de quién soy.
CROMWELL. - ¿De quién es la carta?
ROCHESTER.-Del señor Juan Milton.
CROMWELL.-Hombre ilustre y digno, que es lástima que esté ciego. (Lee algunas líneas.) Te llamas Obededom.
ROCHESTER.-Eso es. (¡Vive Dios, qué nombre! Davenant me ha bautizado de tal modo que no se puede pronunciar mi nombre sin hacer muecas.)
CROMWELL.-Un santo de gran importancia, como es Milton, os recomienda. (Aunque parece que tenga por mí gran adhesión, es prudente desconfiar.) Debo, sin embargo, someteros a una prueba y haceros sufrir un examen sobre la fe, antes de nombraros mi capellán.
ROCHESTER.- (Inclinándose.) Amén. (Llegó el momento crítico.)
CROMWELL.-Contestadme a estas preguntas. ¿En qué mes empezó Salomón la construcción del templo?
ROCHESTER.-En el mes de Zio, segundo del año sagrado.
CROMWELL. - ¿Dónde tuvo Tharé los tres hijos?
CROMWELL. - ¿Quién vendrá a reformar el mundo degradado?
ROCHESTER.-Los santos, que reinarán mil años completos.
CROMWELL - ¿Quién cumple mejor con los santos deberes?
ROCHESTER.-Todo creyente nace con la gracia suficiente, y puede predicar presentándose en el púlpito, con tal que sepa, en lugar de decir, A, B, C, decir: Aleph, Beth y Ghimel.
CROMWELL.-Muy bien. Continuad.
ROCHESTER.- (Con entusiasmo.) El Señor se aparece a todos en espíritu, y cada uno puede, sin ser sacerdote, ministro ni doctor, haber recibido de las alturas un rayo creador. Sin la fe el hombre se arrastra, pero con su lámpara se alumbra el alma. El alma es un santuario y todo hombre es un sacerdote. Al hogar común aportad vuestros rayos; los profetas predicaban en las plazas públicas y el templo santo tenía las ventanas oblicuas. (Consiento que me ahorquen si entiendo una palabra de lo que acabo de decir.)
CROMWELL.- (Es un anabaptista.) Basta. Fundáis en base falsa vuestro edificio; pero de esto ya volveremos a hablar. Ahora contestadme a la última pregunta. Según los santos discursos, ¿debe llevarse el cabello largo o corto?
CROMWELL. - ¿De dónde deducís eso?
ROCHESTER.-De que llevar cabellera es una vanidad, y Absalón fue ahorcado por llevar el cabello largo.
CROMWELL.-Sí, pero mataron a Sansón en cuanto le cortaron el pelo.
ROCHESTER.- (Mordiéndose los labios.) (¡Diablo!)
CROMWELL.-Para aclarar todo lo que sea posible este punto grave, voy a buscar la Biblia. (Vase.)