Victor Hugo
Hernani

Acto Segundo

Escena Primera

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Escena Primera

D. CARLOS, D. SANCHO SÁNCHEZ DE ZÚÑIGA, conde de Monterrey; D. MATÍAS CENTURIÓN, marqués de Almunia, D. RICARDO DE ROJAS, señor de Casapalma.

Llega D. CARLOS seguido de los tres caballeros, que van con sombreros gachos y embozados en capas largas, que dejan ver por debajo las puntas de las espadas.

     D. CARLOS.- He aquí la puerta y he aquí el balcón... ¡Me hierve la sangre! ¡Hay luz en todas partes menos donde yo la espero!...

     D. SANCHO.- Señor, volviendo a ocuparnos de este traidor, ¿cómo es que lo dejasteis partir?

     D. CARLOS.- No quise prenderle.

     SANCHO.- Pues quizá era el jefe de los bandoleros.

     D. CARLOS.- Si lo era, no he visto nunca testa coronada tan altiva.

     SANCHO.- Decís que se llama...

     D. CARLOS.- No recuerdo bien... Su nombre termina en i.      SANCHO.- ¿Se llama Hernani?

     D. CARLOS.- Eso es, Hernani.

     SANCHO.- Pues él es.

     D. MATÍAS.- Es el jefe de los bandoleros.

     SANCHO.- ¿No recordáis lo que decía?

     D. CARLOS.- No podía oír bien lo que habló, oculto en aquel maldito armario.

     SANCHO.- ¿Pero cómo le soltasteis, teniéndole en vuestro poder?

     D. CARLOS.- Conde de Monterrey, no me interroguéis más. Eso no me interesa. No voy tras él, sino tras de su dama, porque estoy verdaderamente enamorado de sus hermosos ojos, que son dos espejos, dos rayos, dos soles. Del diálogo que sostuvo con ella sólo estas palabras: «Hasta mañana a la medianoche lo esencial. Ahora, mientras el galán bandido se entretiene en alguna fechoría, vengo antes que él y le robo la paloma.

     D. RICARDO.- Hubiera sido, señor, la jugada completa robar la paloma y matar al buitre.

     D. CARLOS.- Excelente consejo, conde; sois muy listo.

     RICARDO.- Señor, ¿con qué título os place que yo sea conde?

     SANCHO.- Su alteza se equivocó.

     RICARDO.- No, el rey me ha nombrado conde.

     D. CARLOS.- Basta; dejé caer ese título, recogedlo y en paz.

     RICARDO.- Gracias, señor.

El rey se pasea por el fondo, mirando con impaciencia hacia las ventanas iluminadas. Los otros hablan entre sí en el proscenio.

     SANCHO. (A D. MATÍAS.)- ¡Vaya un título! Ser conde por equivocación.

     MATÍAS.- ¿Qué hará el rey de la dama cuando se apodere de ella?

     SANCHO.- La nombrará condesa, después de honor, y cuando tenga un hijo de ella, lo hará rey.

     MATÍAS.- ¡Rey un bastardo! Comprendo que le haga conde, pero no que pretenda sacar un rey de una condesa.

     SANCHO.- Es que la ascenderá a duquesa y a todo lo que él quiera.

     MATÍAS.- Los bastardos se reservan para los países conquistados, de los que se les nombra virreyes; para esto es para lo que sirven.

     D. CARLOS.- (Mirando con cólera las ventanas iluminadas.)- ¡Vive Dios! Que esas luces que brillan en la oscuridad me parecen ojos celosos que me están espiando. ¡Qué largos son los momentos de espera! ¡Quién pudiera acelerar las horas! ¡Maldito balcón! ¿Cuándo te iluminarás?

Sal pronto, doña Sol, a brillar como un astro en las tinieblas de la noche. (A D. RICARDO.) ¿Qué hora será?

     RICARDO.- La hora de la cita está próxima.

Se ilumina el balcón de DOÑA SOL.

     D. CARLOS.- ¡Ah! ¡Ved la luz en él! ¡Ved la sombra de la dama al través de los cristales! Voy a hacer la señal que espera; voy a dar las tres palmadas. Pero para que no se alarme viendo aquí tanta gente, retiraos a la esquina inmediata y guardarme las espaldas. Compartamos estos amoríos; la dama para mí y el bandido para vosotros.

     RICARDO.- Muchas gracias, señor.

     D. CARLOS.- Si viene a estorbarme dadle de estocadas, que mientras yo me llevaré a la dama; pero no lo matéis, que es un valiente, y no quiero cargar con el peso de la muerte de un hombre.

Los tres caballeros se inclinan y se van. D. CARLOS da tres palmadas; al sonar la última asoma DOÑA SOL al balcón, vestida de blanco y con una lámpara en la mano.




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