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DOÑA SOL, vestida de blanco, en pie junto a una mesa, y D. RUY GÓMEZ DE SILVA, sentado en un sitial de roble.
RUY.- ¡Por fin llegó el día! Dentro de una hora dejarás de ser mi sobrina para ser mi esposa y podré abrazarte como marido. ¿Me has perdonado ya? Confieso que no tuve razón para ruborizarte y sospechar de ti a primera vista; no debí condenarte sin haberte oído; pero las apariencias engañan y obligan al hombre a ser injusto. Me encontré con dos mozos gentiles; no debí dar crédito a mis propios ojos..., hija mía, pero cuando se llega a mi edad...
SOL.- Siempre me lo recordáis, y yo nunca os hablo de aquel suceso.
RUY.- Pues yo sí; quiero confesar mi error. Nunca debí sospechar de una dama que se llama doña Sol de Silva, por cuyas venas corre pura sangre castellana.
SOL.- Eso sí.
RUY.- Escucha: no es dueño de sí mismo el que está enamorado como lo estoy yo de ti, y además es viejo. Hay momentos en que es preciso ser celosos, y hasta perversos, porque somos viejos; porque la gracia, la belleza y la juventud de los demás nos causan miedo y parece que nos amenazan; porque los demás nos dan celos que nos hacen avergonzar de nosotros mismos. Cuando veo pasar a un pastor joven, mientras canta por el verde prado, y yo sueño por mis sombrías avenidas, me digo a mí muchas veces: «De buena gana daría yo mil almenadas torres, mi antiguo palacio ducal, mis bosques y mis sembrados, mis rebaños y mis títulos, todas mis ruinas, por su cabaña nueva y su frente juvenil. Daría todo lo que poseo por ser joven y hermoso como tú. ¡Pero estoy delirando! Ya tengo un pie en el ataúd.»
RUY.- Sin embargo, créeme; los caballeros jóvenes aman frívolamente; la doncella que los ama se muere por ellos y ellos se ríen de ella. Como los pajarillos de vistosas y ligeras alas, tienen mudable el plumaje del amor. Cuando un viejo ama, ama profundamente y conserva hasta la muerte joven el corazón. Mi cariño no es como un juguete de cristal, que brilla y tiembla; es un cariño severo, arraigado, sólido y paternal, de madera de roble, como mi sillón ducal. He aquí cómo yo te amo, y además sé quererte de otros modos, como se ama a la aurora, a las flores y a los cielos. Al verte tan pura, tan brillante y tan hermosa, sonrío de júbilo y se engalana mi alma como para eterna fiesta.
RUY.- El mundo ve siempre con buenos ojos que cuando un hombre se extingue poco a poco, y va a tropezar con las piedras del sepulcro, un ángel, una mujer pura vele por él, lo abrigue y se digne sufrir al inútil anciano, que pronto morirá. Serás para mí ese ángel con corazón de mujer, que regocije el alma del pobre anciano y soporte el peso de la mitad de sus últimos años; siendo su hija por el respeto y su hermana por la piedad.
SOL.- Acaso en vez de precederme me sigáis, señor, que no es razón para vivir ser joven. Muchas veces los viejos se retardan y los jóvenes van delante.
RUY.- No nos ocupemos más de estas ideas sombrías, y dime: ¿cómo es que no estás vestida para la ceremonia? Apresúrate a engalanarte con el traje de boda, que la hora se acerca ya.
EL PAJE.- Señor, espera un peregrino a la puerta y os demanda hospitalidad.
RUY.- Quienquiera que sea, siempre la dicha entra en la casa con el forastero que en ella se recibe. Que entre. ¿Se sabe algo del capitán de bandidos proscripto?
PAJE.- Que todo acabó para Hernani, para ese león de las montañas.
PAJE.- Que la partida ha sido derrotada. Dicen que el mismo rey iba en su persecución al frente de la tropa. La cabeza de Hernani ha sido pregonada por mil escudos reales. Pero se refiere que ha muerto en la pelea.
SOL.-(¡Sin mí! ¡Pobre Hernani!)
RUY.- Gracias a Dios que al fin murió el rebelde. Alegrémonos, hija mía. Ve a ataviarte. Hoy debe ser para nosotros doble fiesta.
SOL.- (Día de luto para mí.) (Vase.)
RUY. (Al paje.)- Que le lleven a su aposento el cofrecillo que yo le regalo. Quiero verla adornada como una virgen, ante la que se arrodille el peregrino. Corre, dile que entre y guíale hasta aquí.
No debe hacerse esperar mucho tiempo a ningún huésped.
La puerta del fondo se abre y entra por ella HERNANI, disfrazado de peregrino. El duque se levanta y va a su encuentro.