Victor Hugo
Hernani

Acto Cuarto

Escena IV

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Escena IV

Dichos, D. CARLOS, después D. RICARDO, señores y guardias; el REY DE BOHEMIA, EL DUQUE DE BAVIERA y después DOÑA SOL.

     D. CARLOS.- Señores, alejaos un poco de aquí, que el emperador os oye.

De pronto apagan todas las luces. Silencio profundo.

     D. CARLOS. (Avanza en la oscuridad, pudiendo distinguir apenas a los conjurados, inmóviles y mudos.)- ¿Creéis que porque os rodea el silencio y la oscuridad va a pasar esto como un sueño y os he de tomar por hombres de piedra sentados en sus sepulcros? Para ser estatuas hablabais demasiado. Ea, levantad las frentes abatidas, que aquí está Carlos V. Dad un paso y heridme.... heridme. ¡No os atrevéis! Vuestras sangrientas antorchas llameaban bajo estas bóvedas, y bastó mi aliento para apagarlas; pero si apago algunas, enciendo otras.

Pega con la llave en la puerta de bronce del sepulcro, y al hacer esta señal, todas las profundidades del subterráneo se pueblan de soldados con antorchas y partesanas; al frente de ellos aparecen el duque de Alcalá y el marqués de Almuñán.

     Venid, halcones míos, que me he apoderado del nido. (A los conjurados.) También yo alumbro a mi vez. ¡Mirad cómo llamea el sepulcro!...

     HERNANI. (Mirando a los soldados.)- Al verle solo me pareció grandioso; creí ver salir a Carlomagno, pero salió Carlos V.

     D. CARLOS.- Condestable de España, almirante de Castilla, desarmadlos.

El duque de Alcalá y el marqués de Almuñán cercan a los conjurados y los desarman.

     RICARDO.- Augusto emperador...

     D. CARLOS.- Te nombro mayordomo de palacio.

     RICARDO.- Dos electores, en nombre de la Cámara dorada, vienen a cumplimentar a la sacra majestad.

     D. CARLOS.- Que entren. (Bajo a D. RICARDO.) (Que venga doña Sol.)

D. RICARDO saluda y se va. Entran, precedidos de antorchas y de músicas, el DUQUE DE BAVIERA y el REY DE BOHEMIA, con mantos reales y las coronas ceñidas y con numeroso séquito de señores alemanes, que llevan la bandera del imperio, que tiene el águila de dos cabezas y el escudo de España en el centro. Los soldados se separan, dejando paso a los dos electores, que avanzan hasta el emperador y le saludan ceremoniosamente; éste les devuelve el saludo, quitándose el sombrero.

     DUQUE DE BAVIERA.- Carlos, rey de los , majestad sacratísima y emperador: el mundo está desde ahora en vuestras manos, porque poseéis el imperio. Vuestro es el trono a que todo monarca aspira; fue elegido para ocuparle Federico, duque de Sajonia, pero juzgándoos más digno, no ha querido aceptarlo. Venid, pues, a recibir la corona, os ciñe la espada y os hace poderoso.

     D. CARLOS.- Iré a mi vuelta a dar las gracias al Colegio. Gracias, hermano mío, rey de Bohemia y primo mío, duque de Baviera; yo mismo iré.

     REY DE BOHEMIA.- Nuestros abuelos, Carlos, eran amigos; nuestros padres también; ¿quieres que seamos hermanos? Te he visto pequeñuelo y no puedo olvidar...

     D. CARLOS.- Sí, rey de Bohemia, eres casi de mi familia.

CARLOS les presenta la mano para que la besen los dos electores, que le saludan profundamente y se van.

     LA MULTITUD.-¡Vivan! ¡Vivan! (Al ver salir a los electores con su séquito.)

     D. CARLOS.- (Soy emperador... por renuncia de Federico el Sabio.)

Sale DOÑA SOL.

     SOL.- ¡Soldados!... ¡El emperador!... ¡Qué golpe tan imprevisto!... ¡Hernani!...

     HERNANI.- ¡Doña Sol!

     RUY. (Que está al lado de HERNANI.)- (No me ha visto.)

     HERNANI.- Señora...

SOL. (Sacando el puñal del pecho.)- Aún guardo su puñal.

     HERNANI. (Tendiéndola los brazos.)- ¡Vida mía!

     D. CARLOS.- ¡Silencio! Lara el de Castilla y Gotha el sajón, y todos vosotros, ¿qué hacéis aquí? Hablad.

     HERNANI. (Dando un paso.)- Señor, os lo voy a decir: grabábamos en la pared la sentencia de Baltasar. Queríamos dar al César lo que debíamos al César.

Agitando el puñal.

     D. CARLOS.- Silencio. ¿Vos también traidor, Silva?

     RUY.- ¿Quién de los dos lo ha sido, señor?

     HERNANI. (A los conjurados.)- Se apoderó de nuestras cabezas y del imperio; logró lo que deseaba. (Al emperador.)- El manto azul de los reyes podía haceros tropezar; la púrpura os sienta mejor; en ella no se ve la sangre.

     D. CARLOS. (A RUY GÓMEZ.)- Primo Silva, has cometido una felonía que merece que se borren tus títulos del blasón. Sois reo de alta traición, señor duque.

     RUY.- Los reyes Rodrigos tienen la culpa de que haya condes D. Julianes.

     D. CARLOS. (Al duque de Alcalá.)- Prended sólo a los duques y a los condes; a los demás no.

El duque de Alcalá obedece las órdenes del emperador.

     SOL.- (¡Se ha salvado!)

     HERNANI. (Saliendo del grupo que ha quedado libre.)- Pretendo que se me cuente entre los nobles. (A D. CARLOS.) Se trata de subir al cadalso, y Hernani, que es pobre pastor, quedaría impune; ya que es preciso ser grande para morir, reclamo mis derechos. Dios, que da los cetros y que concede el imperio a Carlos, me concedió a mí ser duque de Segorbe y de Cardona, marqués de Monroy, conde de Albatera, vizconde de Gor y señor de lugares cuyo número no recuerdo. Soy Juan de Aragón, gran maestre de Aviz, que nací en el destierro, por ser hijo proscripto de un padre que condenó a muerte una sentencia del tuyo, rey de Castilla. Vosotros usáis del cadalso y nosotros del puñal. El cielo me hizo duque y el destino montañés, y ya que somos grandes de España, cubrámonos. (Se cubre, se dirige a los nobles y éstos le imitan.) Si nuestras cabezas cubiertas tienen derecho a la cuchilla, nobles de título y de raza, quiero ocupar mi sitio entre vosotros. Criados y verdugos, paso a D. Juan de Aragón.

Se mete en el grupo de los señores presos.

     SOL.- ¡Cielos!

     D. CARLOS.- Verdaderamente había olvidado ya esa historia.

     HERNANI.- El que es víctima de ella la recuerda bien; la afrenta que el ofensor olvida, se renueva todos los días en el corazón del ofendido.

     D. CARLOS.- ¡Luego sois hijo de padre que decapitó el mío!... Pues este título os basta.

     SOL. (Arrodillándose a los pies del rey.)- ¡Perdón, señor! Sed clemente con él o heridnos a los dos, porque es mi amante, es mi esposo, sólo por él vivo. ¡Perdonadle! (D. CARLOS la mira inmóvil.) ¿Qué idea siniestra os absorbe?...

     D. CARLOS.- Vamos; levantaos ya de ahí, duquesa de Segorbe, condesa de Albatera, marquesa de Monroy... ¿Qué otros títulos tenéis, D. Juan?

     HERNANI.- ¿Quién habla así? ¿El rey?

     D. CARLOS.- No; el emperador.

     SOL. (Levantándose con regocijo.)- ¡Gran Dios!

     D. CARLOS. (A HERNANI.) - Duque, he aquí tu esposa.

     HERNANI. (Estrechando entre sus brazos a DOÑA SOL y levantando la vista al cielo.)- ¡Justo Dios!

     D. CARLOS. (A D. RUY GÓMEZ.)- Primo mío, comprendo que esté celosa tu antigua nobleza, pero un Aragón puede unirse con un Silva.

     RUY.- La celosa no es mi nobleza.

     HERNANI.- Consiguió apagar mi odio. (Tira el puñal.)

     RUY. (Mirando abrazados a DOÑA SOL y a HERNANI)- (Mi loco amor sufre indecible tormento; debo callar y padecer en secreto.)

     SOL.- ¡Duque mío!

     HERNANI - Ya sólo me queda amor en el alma.

     SOL.- ¡Qué felicidad!

     D. CARLOS.- (Extínguete, corazón ardiente y juvenil, y deja reinar a la cabeza que me turbaste. Desde hoy en adelante tus amores serán Alemania, España y Flandes. (Mirando una bandera imperial.) El emperador, como el águila su compañera, en el sitio del corazón sólo debe tener el escudo.)

     HERNANI.- ¡Sois verdaderamente César!

     D. CARLOS.- D. Juan, tu corazón es digno de tu raza y merece a doña Sol. De rodillas, duque. (HERNANI se arrodilla; D. CARLOS se quita el Toisón y se lo cuelga del cuello a HERNANI.) Recibe el collar. (D. CARLOS saca la espada y la golpea tres veces en la espalda.) fiel. Por San Esteban, duque, te armo caballero de esta orden. (Lo levanta y le abraza.) Pero tú posees collar más precioso, el que yo no tengo, el que falta al poder, el que forman los brazos de una mujer amada y amante. Vas a ser muy feliz...; yo... yo seré emperador. (A los conjurados.) Ignoro vuestros nombres, señores, y así también quiero olvidar el odio y el rencor. Idos en paz; os perdono. (Los conjurados caen de rodillas.)

     LOS CONJURADOS.- ¡Gloria al emperador!

     RUY. (A D. CARLOS.)- Yo soy aquí el único castigado.

     D. CARLOS. (A D. RUY.)- Y yo.

     RUY.- (Pero yo no perdono como él.)

     HERNANI.- (Feliz mudanza.)

     TODOS.- ¡Viva Alemania! ¡Honor a Carlos V!

     D. CARLOS. (Volviéndose hacia el sepulcro.)- ¡Honor a Carlomagno! Dejadnos solos a los dos. (Vanse todos.)




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