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D. SANCHO SÁNCHEZ DE ZÚÑIGA, conde de Monterrey; D. MATÍAS CENTURIÓN, marqués de Almuñán; D. RICARDO DE ROJAS, conde de Casapalma; D. FRANCISCO DE SOTOMAYOR, conde de Bellalcázar; D. GARCI-MÁRQUEZ DE CARVAJAL, conde de Peñalver.
GARCI.- ¡Viva la novia y viva la alegría!
MATÍAS.- Zaragoza entera se asoma esta noche a los balcones.
GARCI.- Hace bien, porque jamás vio boda tan rica, novios tan gallardos ni noche tan hermosa.
MATÍAS.- Esa boda se debe al emperador.
SANCHO.- ¿Os acordáis, marqués, de cierta noche que íbamos los dos con él en busca de aventuras? ¡Quién nos había de haber dicho entonces que aquello había de acabar así!
RICARDO.- Yo fui de la partida y os contaré lo que nos sucedió. Tres galanes, un bandido, un duque y un rey, sitiaban al mismo tiempo el corazón de una mujer: dieron el asalto y ganó el bandido.
FRANCISCO.- Eso es muy natural. El amor y la fortuna, en España, como en todas partes, juegan con dados falsos y hacen ganar el fullero.
RICARDO.- Yo hice carrera presenciando esos amoríos, que me hicieron ser primero conde, luego grande de España y después mayordomo de palacio. No he perdido el tiempo.
SANCHO.- El secreto de vuestro encumbramiento consiste siempre en encontraros en el camino del rey...
RICARDO.- Y en hacer valer mis derechos y mis servicios.
GARCI.- Y en aprovecharos de sus distracciones.
MATÍAS.- ¿Y qué se ha hecho el duque de Silva? ¿Estará preparándose el ataúd?
SANCHO.- No os burléis de él, marqués; el duque era hombre de buen temple y amaba a doña Sol. Sesenta años tardó en empezar a encanecer, y un solo día ha bastado para que encaneciera del todo.
GARCI.- ¿No ha regresado a Zaragoza?
SANCHO.- ¿Para presenciar la boda había de regresar?
FRANCISCO.- ¿Y qué hace el emperador?
SANCHO.- El emperador está muy triste: Lutero le tiene pensativo.
RICARDO.- Buen cuidado me daría a mí Lutero. Acabaría con él muy pronto con cuatro soldados.
MATÍAS.- Solimán también le hace sombra.
GARCI.- ¿Pero qué diablos nos importan a nosotros Lutero ni Solimán? Las mujeres son hermosas, el baile de máscaras está muy animado; vamos a divertirnos.
RICARDO.- Tiene razón Garci-Márquez. Yo soy otro cuando estoy en una fiesta; en cuanto me pongo el antifaz me parece que me pongo otra cabeza.
FRANCISCO. (Indicando la puerta de la derecha.)- ¿Ésa es la habitación de los desposados?
SANCHO.- La novia es bellísima.
RICARDO.- Y el emperador demasiado bondadoso: no contento con perdonar al rebelde Hernani, le colma de títulos y le une en matrimonio con doña Sol. Si yo hubiese sido el emperador, hubiera destinado para él un lecho de piedra y para ella un lecho de pluma.
SANCHO. (Bajo a D. MATÍAS.)- De buena gana le daría una estocada a ese necio presumido.
RICARDO.- ¿Qué estáis diciendo?
MATÍAS. (Bajo a D. SANCHO.)- No arméis contienda ahora. Me recita un soneto del Petrarca.
GARCI.- ¿Habéis observado, señores, entre las flores, las mujeres y los trajes de colores, un espectro con dominó negro, que permanecía de pie apoyado contra una balaustrada?
RICARDO.- Sí.
GARCI.- ¿Quién es?
RICARDO.- Por su talla y por su aire me parece que es D. Pancracio, general del mar.
FRANCISCO.- No.
GARCI.- No se ha quitado aún la máscara.
FRANCISCO.- Debe ser el duque de Loma, que se satisface con que todo el mundo le mire.
RICARDO.- No es, porque el duque me ha hablado.
GARCI.- Entonces, ¿quién es esa máscara? Callad, aquí está.
Entra un enmascarado con dominó negro, que cruza lentamente por el fondo. Todos se vuelven a mirarle y le siguen con la vista, sin que él lo note.
SANCHO.- Si los muertos andan, deben andar así.
GARCI. (Corriendo hacia el enmascarado.)- ¡Máscara! (El dominó negro se para; GARCI retrocede.) Por vida mía, señores, que he visto que sus ojos echan llamas.
SANCHO.- Pues si es el diablo, ha encontrado ya con quien hablar. Mala sombra, ¿vienes del entierro?
Sigue su camino y desaparece por la escalera del fondo. Todos le siguen con la vista, mirándole con extrañeza.
MATÍAS.- Su voz es verdaderamente sepulcral.
GARCI.- Sí, pero lo que causa espanto en otra parte hace reír en un baile.
SANCHO - Será algún chusco de mal género.
GARCI.- Y si es Lucifer que viene a vernos bailar, mientras llega la hora de ir al infierno, bailemos.
SANCHO.- Eso será alguna bufonada.
SANCHO.- ¿Por dónde ha desaparecido?
MATÍAS.- Por aquella escalera.
GARCI. (A una dama que pasa.)- Marquesa, ¿seréis tan bondadosa? (La saluda y le ofrece la mano.)
LA DAMA.- Mi querido conde, ya sabéis que mi marido cuenta las veces que bailo con vos.
GARCI.- Mejor que mejor; si se divierte así, él contará y nosotros bailaremos.
SANCHO.-(Verdaderamente esto es singular.)
MATÍAS.- ¡Los novios! ¡Silencio!
Entran HERNANI y DOÑA SOL, dándose la mano; ella viste magnífico traje nupcial; él, traje de terciopelo negro, y lleva puesto el Toisón. Detrás de ellos salen multitud de damas y caballeros enmascarados. Cuatro pajes les preceden y dos alabarderos les siguen.