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EL REY, TRIBOULET, M. DE GORDES y muchos caballeros. EL REY contempla un grupo de damas que pasan.
LA TOUR. -Es divina la señora Vendôme.
GORDES. -No lo Son menos la de Alba y la de Montchevreuil.
REY. -Pero la de Cossé las aventaja a todas.
GORDES. -Bajad la voz, señor, que su esposo lo está oyendo.
Indicándole a M. COSSÉ, que pasa por el fondo.
GORDES. -Irá a decírselo a Diana.
Va al fondo a hablar con otras damas que pasan.
TRIBOULET. (A GORDES.) -Acabará por enojar a Diana de Poitiers, a la que no ve hace ocho días.
GORDES. -¿Si querrá remitírsela a su marido?
GORDES. -Ha pagado el perdón de su padre, y en paz.
TRIBOULET. -A propósito de Saint-Vallier, ¿qué capricho tuvo este viejo estrafalario de casar a su hija Diana, que es hermosa y angelical, con un senescal jorobado?
GORDES. -Porque su padre es un viejo loco. Me encontraba yo al pie del cadalso en el momento mismo en que el rey le perdonó, y le oí decir estas palabras: « ¡Dios guarde al rey!» Pero ahora está loco de remate.
REY. (A MAD. DE COSSÉ.) -¿Sois tan cruel que vais a partir?
MAD. COSSÉ. (Suspirando.) -Voy a Soissons, donde me lleva mi esposo.
REY. -¿No es lástima que cuando vuestros hermosos ojos inflaman los corazones de los grandes señores de París, cuando deslumbráis en la corte con el resplandor de vuestra hermosura, os vayáis como astro humilde a brillar en un cielo de provincia, despreciando señores y príncipes?
REY. -Es original capricho apagar la luz en medio del baile.
MAD. COSSÉ. -Aquí viene mi celoso. (Se aparta del REY.)
REY. -¡El diablo se lo lleve! (A TRIBOULET.) No por eso he dejado de echar muchas flores a su mujer. ¿Te ha enseñado Marot los últimos versos que he compuesto?
TRIBOULET. -No leo nunca vuestros versos: los versos de los reyes siempre son malos.
TRIBOULET. -Dejad que escriba versos la plebe... Vos cortejad a las mujeres hermosas y Marot que las dedique coplas.
REY. -Si no estuviera viendo ahora a madame de Coislin, mandaba que te dieran azotes.
(Corre hacia la COISLIN, a la que dirige algunas galanterías.)
TRIBOULET. -(¡Todas le gustan!)
GORDES. -Mira en aquella puerta a la Cossé. Apuesto cualquier cosa a que va a dejar caer un guante para que el rey lo recoja.
(MADAME DE COSSÉ, que ve con despecho que el REY hable con la COISLIN, deja caer el ramo que lleva en la mano; el REY lo recoge y entabla con la dama un diálogo al parecer tierno.)
TRIBOULET. -Sí, Sí; la mujer es un diablo perfeccionado.
(El REY besa la mano a la dama; mientras habla, entra su esposa por la puerta del fondo. M. DE COSSÉ se detiene mirando el grupo que forman su esposa y el Rey.)
MAD. COSSÉ. -(Separémonos.)
TRIBOULET. -¿Qué vendrá a hacer aquí ese barrigudo?
COSSÉ. -(¿Qué se estarían diciendo?)
LA TOUR. (A COSSÉ.)-¿Sabéis que vuestra esposa es bellísima?
GORDES. (A COSSÉ.)-¿En qué estáis pensando? ¿Por qué miráis de reojo?
TRIBOULET. -¿Por qué estáis tan cariacontecido? (Suelta éste una carcajada y da las espaldas al desdichado marido, que se va furioso.)
REY. -A mi lado, Hércules y el mismo Júpiter Olímpico son futuros ridículos. Estoy entre mujeres bellísimas y soy dichoso. ¿Y tú? (A TRIBOULET.)
TRIBOULET. -¿YO? Yo estoy entre bastidores y me río de la función; vos gozáis y yo critico. Vos sois dichoso como rey y yo corno jorobado.
REY. (Mirando a M. DE COSSÉ, que acaba de entrar.)- Sólo ése agua la fiesta. ¿Qué te parece?
REY. -Excepto ese celoso, todo lo demás me gusta, Triboulet; soy muy dichoso y es cosa excelente vivir.
TRIBOULET. -Ya lo creo, señor; ¡estáis ebrio!
REY. -Allá a lo lejos descubro los hermosos ojos y los bellísimos brazos...
TRIBOULET. -¿De la señora de Cossé?
REY. -Sí; ven, me guardarás las espaldas.