Victor Hugo
El Rey se divierte

Acto segundo

Escena primera

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Escena primera

TRIBOULET y SALTABADIL. A su tiempo PIEUNE y GORDES por el foro.

TRIBOULET, embozado, aparece en la calle y se dirige hacia la puerta de la pared de la casa. SALTABADIL, vestido de negro y embozado también, y con espada cuya punta asoma por debajo de la capa, va siguiéndole los pasos.

TRIBOULET. -¡Cómo me maldijo aquel anciano!

SALTABADIL. (Acercándosele.) -¡Caballero!...

TRIBOULET. -¡Ah! (Registrándose los bolsillos.) No llevo dinero.

SALTABADIL. -¡Qué diablo! Tampoco os lo pido.

TRIBOULET. -Entonces, alejaos de aquí.

Salen PIEUNE y GORDES, que se quedan en el foro observando.

SALTABADIL. -Me habéis juzgado mal; soy hombre de armas.

TRIBOULET. -(¿Será algún ladrón?)

SALTABADIL. -No temáis nada. Veo que rondáis por aquí todas las noches, y presumo que vigiláis a alguna mujer.

TRIBOULET. -No acostumbro a revelar a nadie mis secretos.

Quiere marcharse y SALTABADIL lo retiene.

SALTABADIL. -Por vuestro propio interés me inmiscuyo yo en los vuestros. Si me conocierais me trataríais mejor.

Acercándosele más.

¿Ha puesto acaso algún fatuo los ojos en vuestra mujer? ¿Estáis celoso?

TRIBOULET. -Acabemos. ¿Qué es lo que queréis?

SALTABADIL. -Si me dais una buena propina hago desaparecer a vuestro rival.

TRIBOULET. -¡Ah! Bien, muy bien.

SALTABADIL. -Ya veis que soy hombre honrado.

TRIBOULET. -¡Pardiez!

SALTABADIL. -Y que os sigo con buenas intenciones.

TRIBOULET. -En efecto, sois un hombre útil.

SALTABADIL. -Soy el guardián del honor de las damas de la ciudad.

TRIBOULET. -¿Y cuánto cobráis por matar a un rival?

SALTABADIL. -Según sea éste y según la habilidad que se necesite.

TRIBOULET. -Por despachar a un gran señor.

SALTABADIL. -Los grandes señores van muy bien armados; por consiguiente, hay que dar y recibir. Un gran señor es caro.

TRIBOULET. -¡Caro! ¿Acaso los villanos se dejan matar?

SALTABADIL. -Pero matar a un gran señor es cosa de lujo, y por regla general sólo se lo permiten los hombres bien nacidos. Hay quien, gastando una buena cantidad, quiere echársela de caballero y se vale de mí, dándome la mitad antes y después la otra mitad.

TRIBOULET. -Cómo os exponéis a ir a la horca...

SALTABADIL. -No..., porque pagamos nuestros derechos a la policía.

TRIBOULET. -¿A tanto por hombre?

SALTABADIL. -Pues... A menos que... no mate uno al mismo rey.

TRIBOULET. -¿Y cómo te lo arreglas?

SALTABADIL. -Mato en la ciudad o en mi casa, según me exigen.

TRIBOULET. -Eres muy considerado.

SALTABADIL. -Para trabajar fuera de casa tengo un estoque agudo y muy bien templado; me escondo, acecho a la víctima y...

TRIBOULET. -¿Y dentro de casa?

SALTABADIL. -Tengo allí a mi hermana Magdalena, que es una moza tan gentil como fuerte y atrevida, que baila en las calles y en las plazas, y que atrae el galán a casa y...

TRIBOULET. -Ya comprendo.

SALTABADIL. -Pero esto se hace sin ruido, decentemente. Hacedme el encargo y os juro que quedaréis contento. No soy hombre de puñal, como los bandidos, que se juntan ocho o diez para no hacer nada. Ved el instrumento que yo gasto.

Saca una daga desmesuradamente larga.

TRIBOULET. (Retrocediendo.) -Por ahora no la necesito; mil gracias.

SALTABADIL. (Envainando la espada.) -Pues cuando me necesitéis me encontraréis siempre a mediodía paseándome por la fonda del Maine. Me llamo Saltabadil.

TRIBOULET. -¿Sois gitano?

SALTABADIL. -Y borgoñón.

GORDES. (Tomando nota.) -Es un hombre que no tiene precio, y apunto su nombre.

SALTABADIL. -No penséis mal de mí.

TRIBOULET. -¡No! ¡Qué diablo! Es preciso tener algún oficio.

SALTABADIL. -O ser un mendigo, un holgazán o un miserable. Tengo cuatro hijos.

TRIBOULET. -Que debéis educar... Ea, adiós. (Despidiéndole.)

PIEUNE. (A GORDES.) -Aún hay bastante luz y temo que Triboulet nos vea. (Se van GORDES y PIEUNE.)

TRIBOULET. -Buenas tardes.

SALTABADIL. -Estoy siempre a vuestras órdenes. (Se va.)

TRIBOULET. -Nos parecemos los dos; yo tengo la lengua acerada y él la espada puntiaguda. Yo soy el hombre que ríe y él es el hombre que mata.


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