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El bufón abre cautelosamente la puerta que da al patio, después quita la llave y la vuelve a cerrar por dentro, dando algunos pasos por el patio, preocupado e inquieto.
¡Cómo me maldijo el anciano!... ¡Mientras me maldecía me estuve burlando, pero interiormente me espantó su maldición. (Se sienta en el banco, junto a la mesa de piedra.) La naturaleza y los hombres me han hecho perverso, cruel y cobarde. Me pone rabioso ser bufón y ser deforme, y este pensamiento nunca me abandona, ni cuando velo ni cuando duermo. ¡Ser el bufón de la corte, y sin querer y sin ganas tener la obligación de hacer reír! Esto es un exceso de oprobio y de miseria. Ni siquiera tengo el derecho de que pueden usar los soldados reunidos alrededor de su bandera; ni el derecho que tiene el mendigo español, y el esclavo de Túnez, y el forzado en la galera, y todo hombre que respira: el derecho de llorar cuando quiere; cuando, triste y despechado y con el disgusto que me causa mi deformidad, adusto y solitario, quiero recogerme para llorar mi desgracia, se me aparece de improviso mi señor, mi señor omnipotente, mi señor dichoso, el hermoso rey de Francia, que me da un puntapié y me dice bostezando: «Bufón, hazme reír.» Odio al rey y a los señores; les hago pagar caros sus desprecios y busco bien mis desquites. Soy el demonio familiar que aconseja, que tienta a su amo, y que en cuanto puede agarrar entre sus uñas un corazón lo destroza o lo mata. Vosotros me hicisteis perverso y me vengo de vosotros. Pero no es vivir mezclar la hiel en el vino con que los otros se embriagan, pasar por un genio maléfico en los festines, turbar la dicha de los que gozan, desear el mal ajeno y guardar y esconder tras burlona sonrisa un odio eterno que me envenena el corazón. (Levantándose del banco de piedra.) Pero al llegar aquí me olvido de todo: soy otro hombre al pasar esa puerta. Se me borra de la memoria el mundo de donde salgo. Aquí no debo traer nada de él. ¡Cómo me maldijo el anciano!... ¿Por qué me perseguirá con tal insistencia este pavoroso recuerdo? ¡Con tal de que no me suceda ninguna desgracia! ¡Bah! Soy un necio.
Se acerca a la puerta de la casa y llama; abren y aparece una joven vestida de blanco, que le abraza con alegría.