Victor Hugo
El Rey se divierte

Acto segundo

Escena III

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Escena III

TRIBOULET, BLANCA y en seguida la SEÑORA BERARDA

TRIBOULET. -¡Hija mía! Abrázame bien. A tu lado todo me sonríe. ¡Qué feliz soy contigo! Eres más hermosa cada día. No careces de nada, ¿es verdad? ¿Estás bien aquí?

BLANCA. -¡Qué bueno sois, padre mío!

TRIBOULET. -Es porque tú eres para mí la vida y la felicidad; si tú no existieras, ¿qué sería de mí?

BLANCA. -¡Estáis suspirando! ¿Tenéis pesares secretos? Confiádselos a vuestra hija. ¡Ah! Aún no quién es mi familia.

TRIBOULET. -No tienes familia, hija mía.

BLANCA. -Ignoro hasta vuestro nombre.

TRIBOULET. -¿Qué te importa cómo me llamo si te adoro?

BLANCA. -Los vecinos de la pequeña aldea donde me crié me creían huérfana antes de que vinieseis a recogerme.

TRIBOULET. -Lo más prudente hubiera sido que te hubieras quedado allí. Pero yo no podía vivir lejos de tu lado, y tenía necesidad de que un ser me amase. Mira, no salgas de casa.

BLANCA. -En los dos meses que hace que estoy en esta casa, apenas he ido ocho veces a la iglesia.

TRIBOULET. -Por compasión no despiertes en mí tan amargo pensamiento, no me recuerdes que en otro tiempo encontré una mujer distinta de las otras mujeres, que tuvo lástima de mí al verme solo, aborrecido y despreciado, y me amó por mi miseria y por mi deformidad. Murió llevándose consigo a la tumba el secreto de un amor fiel, que pasó por la vida para mí como un relámpago. ¡Séale la tierra ligera! Desde entonces tú sola me quedas en el mundo.

BLANCA. -Padre mío, si lloráis me partís el corazón.

TRIBOULET. (Amargamente.) -¿Pues qué te sucedería si me vieras reír?

BLANCA. -¿Qué tenéis, padre mío? Depositad en mi pecho todas vuestras penas.

TRIBOULET. -No.... no. Soy tu padre y basta. Fuera de aquí, unos me temen, otros me desprecian, y hasta hay quien me maldice. ¿Qué conseguirás con saber mi nombre? Quiero al menos en este rincón del mundo, a tu lado, aquí donde habita la inocencia, ser sólo para ti padre cariñoso y augusto.

BLANCA. -¡Padre mío!

TRIBOULET. (Abrazándola.) -Te amo tanto como odio a todos los demás. Siéntate a mi lado y hablemos. ¿Quieres mucho a tu padre? Tú, mi querida Blanca, eres la única felicidad que el cielo me ha concedido: otros tienen padres, hermanos, amigos, esposas, vasallos, muchos hijos, ¿qué yo? Yo sólo tengo a mi hija. Otros son ricos y tú eres mi riqueza. ¡Oh, si llegara a perderte..., no podría soportarlo!... Mírame y sonríete: cuando te sonríes te pareces a tu madre, que también era muy hermosa.

BLANCA. -Quisiera poderos hacer feliz.

TRIBOULET. -¡Si soy muy feliz contigo! ¡Qué hermosos son tus cabellos negros! (Acariciándolos.) Cuando niña eras rubia. ¡Quién lo había de decir!

BLANCA. -Una tarde, antes de oscurecer, quisiera salir un poco para ver París.

TRIBOULET. (Con ímpetu.)-¡Eso jamás! ¿Has salido alguna vez con Berarda?

BLANCA. -No, no.

TRIBOULET. -¡Cuidado!

BLANCA. -Sólo he ido a la iglesia.

TRIBOULET. -(Si la vieran, la seguirían y quizá me la robaran. La hija de un bufón no inspira respeto, y causaría risa deshonrarla.) Te suplico, Blanca mía, que permanezcas viviendo encerrada aquí. Respirar el aire de París es malsano para las mujeres. ¡Si supieras cuántos libertinos hay en la ciudad, sobre todo entre los señores!

BLANCA. -No os hablaré más de salir. No lloréis por eso, padre mío.

TRIBOULET. -Esto me alivia. Lloro porque reí mucho anoche.... pero ya anochece y es tiempo de ir a ponerme el collar. (Levantándose.) Adiós.

BLANCA. -¿Volveréis pronto?

TRIBOULET. -Sí.... aunque yo no soy dueño de hacer lo que quiero. ¡Berarda! (Llamando.)

Aparece en la puerta de la casa una dueña vieja.

BERARDA. -Señor...

TRIBOULET. -¿Habéis notado si cuando vengo me ve alguien entrar?

BERARDA. -Nadie, señor. ¡Si esto es un desierto!

Es casi de noche. En la calle, y a la otra parte de la tapia, aparece el REY disfrazado con traje oscuro y sencillo, y examina la altura de la pared y la puerta cerrada, dando muestras de impaciencia y de despecho.

TRIBOULET. -Adiós, hija mía. (Abrazándola.) ¿Habéis cerrado bien la puerta que da al terraplén? (A la dueña.)

BERARDA. -Sí, señor.

TRIBOULET. -A espaldas de San Germán me han dicho que hay otra casa más retirada que ésta todavía. Mañana iré a verla.

BLANCA. -Padre mío, ésta me gusta por la terraza, desde la que se ven jardines.

TRIBOULET. -¡Por Dios, no subas a la terraza! (Escuchando.) Parece que andan por fuera de la puerta.

Va a la puerta del patio, la abre y mira a la calle con inquietud. El REY se ha ocultado en un hueco que hay cerca de la puerta, que deja entreabierta TRIBOULET.

BLANCA. -¿No puedo salir por las tardes a respirar un rato en la terraza?

TRIBOULET. -Te podrían ver, y no pongáis nunca luz en la ventana, Berarda.

El REY, a espaldas del bufón, por la puerta entreabierta se desliza en el patio y se esconde tras un árbol.

BERARDA. -¿Y cómo queréis que entre aquí ningún hombre?

BERARDA se vuelve y apercibe al REY detrás de ella. Al momento que va a gritar, el REY le tapa la boca y le pone en la mano una bolsa, que ella aprieta.

BLANCA. -¿Para qué tomáis tantas precauciones? ¿Qué teméis, padre mío?

TRIBOULET. -Por mí nada, por ti todo. Adiós, hija mía.

Un rayo de luz de la linterna que tiene la dueña en la mano alumbra al padre y a la hija.

REY. -(¡Es Triboulet! ¡Y mi desconocida es su hija! ¡Curiosa historia!)

TRIBOULET. (Volviendo desde la puerta.) -Decidme: ¿cuando vais a la iglesia os sigue alguno?

BLANCA inclina los ojos al suelo.

BERARDA. -¡Jesús! Nadie.

TRIBOULET. -Si os siguiera alguno pedid auxilio.

BERARDA. -Desde luego.

TRIBOULET. -Y si llaman a la puerta no abráis nunca.

BERARDA. -¿Aunque fuese el rey?

TRIBOULET. -Sobre todo si es el rey.

Abraza por última vez a su hija y sale, cerrando tras sí la puerta.




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