Victor Hugo
El Rey se divierte

Acto segundo

Escena IV

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Escena IV

BLANCA, BERARDA y el REY, escondido detrás del árbol.

BLANCA. -Tengo así como un remordimiento...

BERARDA. -¿De qué?

BLANCA. -¡Como mi padre de todo se alarma y se espanta!... Debía haberle dicho que los domingos cuando vamos a misa nos sigue un galán. Aquel gallardo mozo que tú sabes.

BERARDA. -Niña, esas cosas no se deben referir a los padres, y más cuando son, como el vuestro, huraños y raros. ¿Pero os es antipático ese mozo?

BLANCA. -Al contrario..., desde que le vi estoy siempre pensando en él. Desde el día que sus ojos hablaron a los míos, le tengo siempre presente y me parece que soy suya... ¡Ilusiones infantiles! Me parece que es más alto que los demás hombres, y muy altivo y muy arrogante.

BERARDA. -Realmente es un buen mozo.

Pasa cerca del REY, que le da un puñado de monedas.

BLANCA. -El hombre debe ser así.

BERARDA. -Parece caballero y noble.

Tendiendo la mano al REY, que vuelve a darle dinero.

BLANCA. -A sus ojos se asoma un gran corazón.

BERARDA. -Verdaderamente que es así.

A cada palabra que dice tiende la mano al REY, que le sigue dando monedas.

BLANCA. -Debe de ser valiente.

BERARDA. -Temerario.

BLANCA. -Tierno.

BERARDA. -Y generoso. (Alargando la mano.)

REY. -(Como la vieja me admira al pormenor, me ha dejado exhausto.)

BERARDA. -Se conoce que es un gran señor.

BLANCA. -Pues yo, en vez de un noble o un príncipe, quisiera que fuera un pobre estudiante.... así me amaría más...

BERARDA. -¡Es posible! (¡Qué mal gusto tienen estas jóvenes! Pues que ya debe haberse quedado sin blanca, no le elogio más.)

BLANCA. -¡Cuánto tardan en venir los domingos! Cuando no le veo estoy triste. El otro día, al llegar la misa al Ofertorio, creí que me iba a hablar, y el corazón me saltaba de alegría en el pecho. Creo que mi amor también le absorbe, y estoy cierta de que lleva mi imagen grabada en el alma. Creo que para él no existen juegos ni diversiones.... creo que no piensa más que en mí. Hay noches que sueño en él y que creo tenerlo aquí, delante de mis ojos...

Sale el REY de su escondite y se arrodilla a sus , mientras ella mira al otro lado.

Y que le digo: Estate contento, feliz.... porque yo te a...

Se vuelve, ve al REY y se para petrificada.

REY. -¡Te amo! Acaba de decirlo. Nada temas. ¡Suenan tan bien esas palabras, pronunciadas por tus graciosos labios!

BLANCA. (Asustada, buscando con la vista a la dueña que ha desaparecido.)-¡Berarda! ¡No está! ¡Oh Dios!

REY. (Siempre de rodillas.) -Los amantes dichosos deben estar solos.

BLANCA. (Temblando.) -¿De dónde salís?

REY. -Del infierno o del cielo. Que yo sea Satanás o Gabriel, nada debe importaros si os amo.

BLANCA. -¡Oh Dios, tened compasión de mí! Creo que nadie os habrá visto entrar, pero salid, porque si mi padre...

REY. -¡Que salga de aquí cuando te tengo en mis brazos, cuando te pertenezco y me perteneces! Me has dicho que me amas.

BLANCA. (Confundida.) -(¡Lo ha oído!)

REY. -¿Qué armonía más divina hubiera podido oír?

BLANCA. -Pues ahora que habéis conseguido hablarme, os suplico que salgáis de aquí.

REY. -No debo salir, porque mi suerte está ligada a la tuya, porque vengo a despertar tu corazón de niña, y el cielo me ha elegido para que abra el amor tu alma virginal y tus ojos a la luz, porque el amor es el sol del alma. No hay en la tierra, donde todo es efímero, más que una cosa durable y divina, el amor. ¡Oh Blanca! Tu rendido amante te trae la felicidad que tímidamente esperabas. ¡Oh, amémonos, vida mía!

Quiere abrazarla y ella le rechaza.

BLANCA. -Dejadme, por Dios.

El REY la estrecha al fin en sus brazos y la besa.

BERARDA. (Desde el fondo.) -(Esto va viento en popa.)

REY. -Dime que me amas.

BERARDA. -(¡Truhán!)

BLANCA. (Inclinando los ojos al suelo) -Ya lo habéis oído, ya lo sabéis.

REY. -¡Soy dichoso!

BLANCA. -¡Estoy perdida!

REY. -No; eres feliz conmigo.

BLANCA. -Sois un extraño para mí; decidme cómo os llamáis.

BERARDA. -(Ya es tiempo de que lo sepa.)

BLANCA. -No seréis un gran señor; ¡mi padre les teme tanto!

REY. -No lo soy; me llamo Gaucher Mahiet; soy un pobre estudiante.

BERARDA. -(¡Embustero!)

Entran en la calle PIEUNE y PARDAILLAU, embozados y con una linterna sorda en la mano.

PIEUNE. -Aquí es.

BERARDA baja precipitadamente de la terraza y avisa a BLANCA.

BERARDA. -Hablan en la calle.

BLANCA. (Espantada.) -Quizá sea mi padre.

BERARDA. -Partid, caballero.

REY. -¡Si pudiera apoderarme del que así me estorba! BLANCA. (A BERARDA.) -Hazle salir por la puerta que da al muelle.

REY. -¡Separarme de ti tan pronto! ¿Me amarás mañana?

BLANCA. -¿Y vos?

REY. -Toda la vida.

BLANCA. -Me engañaréis, porque engaño yo a mi padre.

REY. -Nunca. Ahora, Blanca, un beso de despedida.

BERARDA. -(Es muy besucón.)

BLANCA. -No, no.

El REY la besa y sigue a la dueña; BLANCA los sigue con la vista. Entretanto aparecen en la calle varios caballeros armados y con máscaras. Noche oscurísima. Los caballeros, que han ocultado la linterna sorda bajo las capas, se entienden por señas. Les sigue un criado llevando una escala.




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