Victor Hugo
El Rey se divierte

Acto segundo

Escena V

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Escena V

Los CABALLEROS, luego TRIBOULET y después BLANCA

BLANCA aparece en la puerta del primer piso, en la terraza; lleva en la mano una luz, que alumbra su rostro.

BLANCA. -Se llama Gaucher Mahiet el hombre que yo adoro.

PIEUNE. -Señores, allí está.

PARDAILLAU. -Es Verdad.

GORDES. -Será alguna beldad vulgar.

PIEUNE. -¿Te gusta, conde?

MAROT. -No es fea la villana.

GORDES. -Es un hada, un ángel, una diosa.

PARDAILLAU. -Pues es la manceba del hipócrita bufón.

GORDES. -Es un tunante.

MAROT. -La más hermosa siempre le toca al más feo, porque Júpiter se complace en cruzar las razas.

BLANCA se retira por donde ha salido y se ve la luz al través de la ventana.

PIEUNE. -Señores, no perdamos el tiempo. Resolvimos castigar a Triboulet, y con ese objeto hemos venido aquí provistos de una escala. Escalemos, pues, las paredes y robémosle a su compañera; llevémosla al Louvre, y que al levantarse mañana el rey se la encuentre en palacio.

COSSÉ. -Si el rey interviene en esto...

MAROT. -El diablo desenredará la trama.

PIEUNE. -Pues ea, manos a la obra.

GORDES. -Verdaderamente esa mujer es bocado de rey.

Sale TRIBOULET.

TRIBOULET. -(Vuelvo..., ¿a qué? No por qué vuelvo.)

COSSÉ. (A los otros.) -¿Señores, decidme si os parece bien que el rey sople la dama a todo el mundo? Querría yo saber lo que diría si alguno le escamotease la reina.

TRIBOULET. -(No puedo olvidarme de la maldición del anciano.... ¡estoy perturbado!)

La oscuridad es tan densa que no ve a GORDES, con el que tropieza al pasar.

¿Quién es?

GORDES. -¡Es Triboulet, señores!

COSSÉ. -Doble victoria; matemos al traidor.

PIEUNE. -Eso no.

COSSÉ. -Está en nuestro poder,

PIEUNE. -Sí; pero ¿quién nos divertirá mañana?

GORDES. -Nos estorbará.

MAROT. -Yo le hablaré y lo arreglaré todo.

TRIBOULET. -(Parece que hablan en voz baja.)

MAROT. (Acercándosele.) -¿Triboulet?

TRIBOULET. -¿Quién es?

MAROT. -No te asustes; soy yo.

TRIBOULET. -¿Quién eres tú?

MAROT.-Marot.

TRIBOULET. -¡Cómo está tan oscuro!... ¿Qué ocurre?

MAROT. -Venimos.... ¿no lo adivinas?

TRIBOULET. -No.

MAROT. -Pues venimos a robar para el rey a la esposa del señor Cossé.

TRIBOULET. (Respirando.)-¡Ah! ¡Magnífica idea!

COSSÉ. -(¡Estoy por romperle la cabeza!)

TRIBOULET. -¿Cómo os arreglaréis para llegar hasta su aposento?

MAROT. (A COSSÉ.) -(Dadme la llave de vuestra casa.)

COSSÉ se la entrega a MAROT y éste la trasmite a TRIBOULET. El bufón tienta la llave y reconoce en ella el cincelado blasón del conde.

TRIBOULET. -Sí, ésta es; tiene tres hojas de sierra, que constituye su blasón. (Soy tan necio, que me había imaginado otra cosa.) Pues si venís a robarla, ahí tenéis el palacio de su marido.

MAROT. -Con ese objeto venimos todos enmascarados.

TRIBOULET. -Pues dadme también una mascarilla.

MAROT le pone una máscara, añadiéndole una venda que le ata sobre los ojos y sobre las orejas.

¿Y ahora qué vamos a hacer?

MAROT. -Ahora nos sostendrás la escala.

Los caballeros suben por la escala, fuerzan la puerta del primer piso que da a, la terraza y penetran en la casa. Poco después uno de ellos aparece en el patio y abre la puerta; luego el grupo de los caballeros baja al patio y franquea dicha puerta, llevándose a BLANCA, desceñida y despeinada, que resiste todo lo que puede.

BLANCA. -¡Padre, padre mío! ¡Socorro!...

LOS CABALLEROS. -¡Victoria!

Desaparecen llevándose a BLANCA.

TRIBOULET. (Que se ha quedado solo al pie de la escalera.) -¡Me están haciendo pasar aquí el purgatorio! Deben haber acabado ya.

Suelta la escala, se lleva la mano a la mascarilla y se encuentra con la venda.

¡Los tunantes me han vendado los ojos!

Se arranca la venda y la mascarilla. A la luz de la linterna sorda que han dejado olvidado en el suelo ve un objeto blanco, lo recoge y reconoce que es el velo de su hija. Se vuelve y ve que la escala está apoyada en la pared de su terraza y la puerta de su casa abierta. Entra en la casa como un loco, y reaparece un momento después, arrastrando a la dueña amordazada y casi desnuda. La contempla con estupor, luego se mesa los cabellos lanzando gritos inarticulados, y al fin recobra la palabra y grita sordamente:

¡Ha caído sobre mí la maldición del anciano!

Cae sin sentido.

FIN DEL ACTO SEGUNDO


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