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En cuanto se quedan solos, el REY le levanta el velo.
REY. (Riendo.) -A fe de caballero que estoy muy contento de mi invención. Blanca, amor mío, ven a mis brazos.
BLANCA. (Retrocediendo.) -¡El rey! ¡El rey! Dejadme, señor. Ya no sé cómo hablaros ni qué os he de decir. ¡Tened compasión de mí!
REY. -¿Qué te tenga compasión, yo que te adoro? Lo que te dijo Gaucher Mahiet te lo repite el rey Francisco. Me amas y te adoro y seremos felices. Ser rey no nos priva de estar enamorados. Eras una inocente, que creías que era yo un estudiante; pero porque la casualidad me haya hecho nacer más alto, porque sea rey, no es motivo para que me rechaces y me aborrezcas. Nada importa que yo no haya nacido patán para quererte.
BLANCA. -(¡Parece que se burla, Dios mío! ¡Quisiera morir en este instante!)
REY. -Tu porvenir Y el mío serán de hoy en adelante las fiestas, las danzas, los torneos, los diálogos de amor en el fondo de los bosques, y cien y cien placeres que las sombras cubrirán con sus alas. Seremos dos amantes felices. La vida, Blanca, se reduce a muy poco: toda la sabiduría humana se reduce a honrar a Dios Padre, a amar, comer, beber y gozar.
BLANCA. (Aterrada y retrocediendo.) -¡Qué diferente es del ideal de mis sueños!
REY. -¿Me suponías acaso amante tímido y tembloroso, uno de esos hombres fríos y lúgubres, que creen que basta para cautivar los corazones de las mujeres exhalar suspiros y exclamaciones?
BLANCA. (Rechazándole.) -¡Dejadme! ¡Desdichada de mí!
REY - ¿No sabes que yo soy la Francia entera, que represento quince millones de almas, la riqueza, el honor, el placer y el poder sin cortapisa? Pues todo eso es mío; soy el rey, y tú, Blanca, serás la reina.
BLANCA. -¡La reina! ¿Y vuestra esposa?
REY. (Riendo.) -¡Virtud de la inocencia! Mi mujer no es mi favorita.
BLANCA. -¡Vuestra favorita! ¡Oh, qué vergüenza!
Tapándose la cara con las manos.
BLANCA. -No soy vuestra, soy de mi padre.
REY. -Tu padre es mi bufón; es mi esclavo, y no puede querer más que lo que yo quiera.
BLANCA. (Llorando amargamente.) -¡Pobre padre mío!
REY. -Blanca, te juro que te adoro y no quiero que llores más. Quiero estrecharte contra mi corazón.
BLANCA. (Retrocediendo.) -Eso jamás.
REY. -¡Ingrata, no me has repetido que me amas!
REY. -Te ofendí sin querer; perdóname. No solloces como una mujer abandonada. Antes que arrancar lágrimas a tus ojos, quisiera morir y que mis vasallos me tuvieran por un rey débil y sin honor. Es un cobarde el rey que hace llorar a una mujer.
BLANCA. -¿No es cierto que esto ha sido una broma? Sabéis que mi padre me buscará llorando, y si sois rey, haced que en seguida me acompañen a su casa. Vivimos junto al palacio Cossé, demasiado lo sabéis. No comprendo nada de lo que me sucede. Varios enmascarados me han arrebatado lanzando gritos de alegría, y este acontecimiento extraño rueda confuso por mi cerebro. (Llorando.) Ni siquiera sé ya si os amo. Cuando creo que sois rey, me causáis miedo.
REY. (Queriendo tomarla en brazos.) -¡Os causo miedo, ingrata!
BLANCA. (Rechazándole.) -Dejadme.
REY. -Un beso para que sepa que me perdonáis.
BLANCA. -No.
REY. (Riendo.) -(¡Qué extraña mujer!)
BLANCA. -Dejadme... Esta puerta...
Ve la puerta de la cámara del REY abierta, se precipita por ella y la cierra con violencia.
REY. (Sacando una pequeña llave de oro de su cintura.) -Yo tengo la llave.
Cierra con llave dicha puerta.
MAROT. (Que ha estado observando desde el fondo.) (La pobre muchacha, huyendo, se refugia ella misma en la cámara del rey.)