Victor Hugo
El Rey se divierte

Acto cuarto

Escena II

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Escena II

Los mismos, el REY y MAGDALENA

El REY le da una palmada en el hombro a SALTABADIL, que se vuelve de repente.

SALTABADIL. -¿Qué se os ofrece?

REY. -Quiero dos cosas en seguida.

SALTABADIL. -¿Qué cosas?

REY. -Tu hermana y un vaso de vino.

TRIBOULET. -Ya ves sus costumbres: se mete en los tugurios, y el vino que más le gusta y más le alegra es el que le escancian impúdicas taberneras.

REY. (Cantando.)

 

«La mujer es movible

 

cual pluma al viento;

 

¡ay del que en ella fija

 

su pensamiento!...»

SALTARADIL, Mientras trae de la pieza inmediata una botella y un vaso, que pone en la mesa, da dos golpes en el techo con el Pomo de la espada, y baja dando saltos en la escalera una moza vestida de gitana, ligera y risueña. En cuanto aparece, el REY quiere abrazarla, pero ella huye.

REY. -Amigo mío, si limpiaras el tahalí al aire libre quedaría mejor.

SALTABADIL. -Comprendo.

Se levanta, saluda y se va, abre la puerta de la calle y la cierra tras sí. Reconoce a TRIBOULET y se dirige a él; mientras cambian algunas palabras, MAGDALENA hace al REY algunas zalamerías, que BLANCA observa con terror.

SALTABADIL. -El hombre ha caído en nuestras manos. ¿Queréis que viva o que muera?

TRIBOULET. -Volved dentro de un poco.

SALTABADIL se va.

MAGDALENA. -Digo que no.

REY. -Pues ya hemos adelantado algo. Ven aquí, no huyas y hablemos. Hace ocho días que me llevó Triboulet a la posada de Hércules, y allí fue donde por primera vez vi tus hermosos ojos; pues desde entonces te adoro y no amo a nadie más que a ti.

MAGDALENA. -Y a veinte más; tenéis trazas de ser un gran libertino.

REY. -Es verdad, he causado la desgracia de más de una.... soy un monstruo...

MAGDALENA. -¡Sois un fatuo!

REY. -Pero te digo la verdad: en fin, me has traído esta mañana a esta maldita hostería, en la que se come y bebe muy mal, pero en la que deseo pasar la noche.

MAGDALENA. -¡Claro está!

El REY quiere abrazarla.

Dejadme; os digo que no quiero.

REY. -¡Pues eres poco esquiva!

MAGDALENA. -Sed prudente.

REY. -La prudencia consiste en amar, comer, beber y gozar; ésta toda la sabiduría de Salomón.

MAGDALENA. -Me parece que vais menos al sermón que a la taberna.

REY. (Tendiéndola los brazos.) -¡Magdalena!

MAGDALENA. -Mañana.

REY. -La mujer hermosa no debe decir nunca mañana.

MAGDALENA. (Sentándose por fin al lado del REY.) -Pues hagamos las paces.

REY. (Cogiéndole una mano.) -¡Qué hermosa mano! Mejor recibiría bofetones de ésta que halagos de otra.

MAGDALENA. -¿No os burláis?

REY. -Hablo de veras.

MAGDALENA. -¡Sí soy fea!

REY. -¡Pardiez! No digas eso; haz más justicia a tus atractivos. Reina de las desdeñosas, estoy ardiendo como un volcán.

MAGDALENA. (Riendo.) -¿Eso lo habéis leído en algún libro?...

REY. -(Es posible.) Ea, déjate querer.

MAGDALENA. -Vamos, estáis ebrio.

REY. -Ebrio de amor.

MAGDALENA. -Os estáis burlando de mí.

REY. -No, no.

Quiere abrazarla otra vez.

MAGDALENA. -Basta.

REY. -Quiero casarme contigo.

MAGDALENA. (Riendo.) -¿Palabra de honor?

REY. -(¡Esta mujerzuela es deliciosa!)

El REY la sienta en sus rodillas y hablan en voz baja. BLANCA no puede soportar ese espectáculo y se acerca, pálida y temblorosa, a TRIBOULET, que permanece inmóvil.

TRIBOULET. -¿Ves cómo necesitamos vengarnos?

BLANCA. -¡No me esperaba del ingrato esa inicua traición! ¡Cómo me engañaba! ¡Es abominable que diga a esa mujer lo mismo que me ha dicho a mí! ¡Dios mío, a una mujer tan desvergonzada! ¡Oh!

Ocultando la frente en el seno de su padre.

TRIBOULET. -Calla y no llores, que yo te vengaré.

BLANCA. -Haced lo que queráis.

TRIBOULET. -Así te quería ver.

BLANCA. -Pero estáis terrible. ¿Qué plan meditáis?

TRIBOULET. -Todo lo tengo dispuesto; no te opongas a nada y obedéceme. Ve a casa, disfrázate de hombre, toma el dinero que necesites y un caballo y parte sin detenerte hasta Evreux, donde te alcanzaré yo mañana. En el cofre que hay debajo del retrato de tu madre está el traje de hombre que hice para ti; el caballo lo tienes ensillado. Cumple todas mis órdenes; parte y no vuelvas, porque aquí va a pasar algo terrible.

BLANCA. -Venid conmigo, padre mío.

TRIBOULET. -Ahora no puedo.

BLANCA. -¡Estoy temblando!

TRIBOULET. -Mañana nos veremos; haz lo que te he dicho.

BLANCA se aleja con paso vacilante; TRIBOULET se acerca al parapeto de la playa, hace una señal y sale SALTABADIL. Está oscureciendo.




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