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Los mismos, el REY y MAGDALENA
El REY le da una palmada en el hombro a SALTABADIL, que se vuelve de repente.
SALTABADIL. -¿Qué se os ofrece?
REY. -Quiero dos cosas en seguida.
SALTABADIL. -¿Qué cosas?
REY. -Tu hermana y un vaso de vino.
TRIBOULET. -Ya ves sus costumbres: se mete en los tugurios, y el vino que más le gusta y más le alegra es el que le escancian impúdicas taberneras.
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su pensamiento!...» |
SALTARADIL, Mientras trae de la pieza inmediata una botella y un vaso, que pone en la mesa, da dos golpes en el techo con el Pomo de la espada, y baja dando saltos en la escalera una moza vestida de gitana, ligera y risueña. En cuanto aparece, el REY quiere abrazarla, pero ella huye.
REY. -Amigo mío, si limpiaras el tahalí al aire libre quedaría mejor.
Se levanta, saluda y se va, abre la puerta de la calle y la cierra tras sí. Reconoce a TRIBOULET y se dirige a él; mientras cambian algunas palabras, MAGDALENA hace al REY algunas zalamerías, que BLANCA observa con terror.
SALTABADIL. -El hombre ha caído en nuestras manos. ¿Queréis que viva o que muera?
TRIBOULET. -Volved dentro de un poco.
SALTABADIL se va.
REY. -Pues ya hemos adelantado algo. Ven aquí, no huyas y hablemos. Hace ocho días que me llevó Triboulet a la posada de Hércules, y allí fue donde por primera vez vi tus hermosos ojos; pues desde entonces te adoro y no amo a nadie más que a ti.
MAGDALENA. -Y a veinte más; tenéis trazas de ser un gran libertino.
REY. -Es verdad, he causado la desgracia de más de una.... soy un monstruo...
REY. -Pero te digo la verdad: en fin, me has traído esta mañana a esta maldita hostería, en la que se come y bebe muy mal, pero en la que deseo pasar la noche.
Dejadme; os digo que no quiero.
REY. -¡Pues eres poco esquiva!
REY. -La prudencia consiste en amar, comer, beber y gozar; ésta fue toda la sabiduría de Salomón.
MAGDALENA. -Me parece que vais menos al sermón que a la taberna.
REY. (Tendiéndola los brazos.) -¡Magdalena!
REY. -La mujer hermosa no debe decir nunca mañana.
MAGDALENA. (Sentándose por fin al lado del REY.) -Pues hagamos las paces.
REY. (Cogiéndole una mano.) -¡Qué hermosa mano! Mejor recibiría bofetones de ésta que halagos de otra.
REY. -¡Pardiez! No digas eso; haz más justicia a tus atractivos. Reina de las desdeñosas, estoy ardiendo como un volcán.
MAGDALENA. (Riendo.) -¿Eso lo habéis leído en algún libro?...
REY. -(Es posible.) Ea, déjate querer.
MAGDALENA. -Vamos, estáis ebrio.
MAGDALENA. -Os estáis burlando de mí.
REY. -No, no.
MAGDALENA. (Riendo.) -¿Palabra de honor?
REY. -(¡Esta mujerzuela es deliciosa!)
El REY la sienta en sus rodillas y hablan en voz baja. BLANCA no puede soportar ese espectáculo y se acerca, pálida y temblorosa, a TRIBOULET, que permanece inmóvil.
TRIBOULET. -¿Ves cómo necesitamos vengarnos?
BLANCA. -¡No me esperaba del ingrato esa inicua traición! ¡Cómo me engañaba! ¡Es abominable que diga a esa mujer lo mismo que me ha dicho a mí! ¡Dios mío, a una mujer tan desvergonzada! ¡Oh!
Ocultando la frente en el seno de su padre.
TRIBOULET. -Calla y no llores, que yo te vengaré.
BLANCA. -Haced lo que queráis.
TRIBOULET. -Así te quería ver.
BLANCA. -Pero estáis terrible. ¿Qué plan meditáis?
TRIBOULET. -Todo lo tengo dispuesto; no te opongas a nada y obedéceme. Ve a casa, disfrázate de hombre, toma el dinero que necesites y un caballo y parte sin detenerte hasta Evreux, donde te alcanzaré yo mañana. En el cofre que hay debajo del retrato de tu madre está el traje de hombre que hice para ti; el caballo lo tienes ensillado. Cumple todas mis órdenes; parte y no vuelvas, porque aquí va a pasar algo terrible.
BLANCA. -Venid conmigo, padre mío.
TRIBOULET. -Mañana nos veremos; haz lo que te he dicho.
BLANCA se aleja con paso vacilante; TRIBOULET se acerca al parapeto de la playa, hace una señal y sale SALTABADIL. Está oscureciendo.