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TRIBOULET. (Brilla un relámpago y retrocede.) -¡Mi hija! ¡Condenación! ¡Es mi hija! ¡Tengo la mano manchada con la sangre caliente de mi hija! ¡Esto es una visión aterradora, un prodigio horrible; esto no puede ser, esto es imposible! Blanca debe encontrarse a estas horas en Evreux.
Cae de rodillas cerca del cuerpo de su hija, y un segundo relámpago se la hace reconocer.
¡Es ella! No puedo dudarlo; ¡es ella! ¡La han asesinado esos bandidos!
BLANCA. (Reanimándose al oír los gritos de su padre y entreabriendo los ojos con desfallecimiento.) -¿Quién me llama?
TRIBOULET. -¡Habla! ¡Se mueve! ¡Aún late su corazón! ¡Vive aún, Dios mío!
BLANCA. (Incorporándose un poco.) -¿Dónde estoy?
TRIBOULET. (Abrazándola.) -Hija mía, mi único bien en la tierra, ¿reconoces mi voz? ¿Me oyes?
TRIBOULET. -¿Qué te han hecho? ¿Has sido víctima de algún misterio infernal? Temo hacerte daño si te toco; ¿estás herida?
BLANCA. -El puñal indudablemente me ha tocado en el corazón.... porque allí lo he sentido.
TRIBOULET. -¿Quién te ha dado esa puñalada cruel?
BLANCA. -Yo sola tengo la culpa..., os he engañado..., le adoraba... y muero... por él.
TRIBOULET. -¡Has caído en las redes de mi propia venganza! ¡Eso es que Dios me castiga! ¿Cómo ha sido eso? Dímelo, hija mía.
BLANCA. (Moribunda.) -No me hagáis hablar...
TRIBOULET. (Besándola.) -Perdóname.... ¡pero perderte sin saber cómo! ¡Oh, tu cabeza se desploma!...
TRIBOULET. (Levantándola con angustia.) -Blanca, hija mía, no te mueras. (Gritando con desesperación.) ¡Socorro! ¡Socorro! ¡No hay nadie aquí y van a dejar que se muera de este modo mi hija!... ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Esa casa es una tumba!
¡Oh, no te mueras, hija mía! Si tú me faltas, nada me queda ya en el mundo.
TRIBOULET. -Quizá mi brazo te está lastimando; déjame mudar de postura. ¿Estás así mejor? Procura respirar hasta que venga alguien a asistirnos... ¡Nadie nos socorre!
BLANCA. (Con voz extinguida.) -Padre mío, perdonadle... ¡Adiós!
Le cae la cabeza sobre el pecho.
TRIBOULET. (Mesándose los cabellos.) -¡Está expirando! (Corre a la campana y la sacude con furor.) ¡Socorro! ¡Asesinos! ¡Fuego! (Volviendo hacia donde está BLANCA.) Procura, hija mía, pronunciar una palabra, una sola; háblame, por piedad. ¡Dios mío, no he de volver ya a oír su voz!
Van acudiendo gentes del pueblo con hachas encendidas.
El Señor no tuvo piedad de mí cuando me concedió la felicidad de poseerte; ¿por qué no te arrebató de la vida antes de darme a conocer la belleza de tu alma? ¿Por qué en la niñez no te llevó al cielo para que acompañases a los otros ángeles? ¡Hija mía!