JORNADA PRIMERA
Suenan
por una parte cajas, y por otra instrumentos
músicos,
y mientras dicen los primeros versos, sale
DIÓGENES,
viejo venerable, vestido pobremente, con una
botija
de barro en la mano
UNOS: El grande Alejandro viva... Dentro
MÚSICA: Viva el gran Príncipe nuestro...
UNOS: cuyos lauros...
MÚSICA: cuyos triunfos...
UNOS: siempre invictos...
MÚSICA: siempre
excelsos...
UNOS: a voces van diciendo...
MÚSICA: que a su imperio le viene el mundo
estrecho.
TODOS: s todo el mundo es línea de su imperio.
ALEJANDRO: Haga el ejército alto Dentro
en estos campos amenos,
a vista de Atenas, griega
patria de ciencias e ingenios.
UNO: Haga repetida salva Dentro
la música, confundiendo
en instrumentos sonoros
militares instrumentos.
Toca
la caja
UNOS: Alto, y pase la palabra.
OTROS: Alto, y prosigan los versos.
TODOS: El grande Alejandro viva,
viva el gran Príncipe nuestro.
DIÓGENES: ¡Qué contrarias armonías,
en no contrarios acentos,
aquí de estruendos marciales,
aquí de dulces estruendos,
la esfera del aire ocupan,
hasta penetrar el centro
deste pobre albergue, donde
yo, reino y rey de mí mesmo,
habito sólo conmigo,
conmigo solo contento!
Mas ¿quién me mete en dudarlo,
sea lo que fuere, puesto
que no me puede añadir
ni gusto ni sentimiento
el saber con qué razón
su media razón del eco
suena en su cóncavo espacio
una y otra vez diciendo:
Cantan
DIÓGENES y TODOS
TODOS: que a su imperio le viene el mundo estrecho,
pues todo el mundo es línea de su
imperio.
Sale
CHICHÓN
CHICHÓN: Por esta parte me dicen
que una fuente hay, y aunque tengo
trabada lid con el agua
por haber mi casa hecho
alïanza con el vino,
la he de buscar con todo eso;
que el cansancio con que entramos
en Grecia marchando, muertos
de sed y calor, bien puede
honestar la tregua, siendo
en Grecia agua mi socorro
mientras no hallo vino greco.
¿Por dónde irá la bellaca?
Pero aquí hay gente. -- Buen viejo,
decidme hacia dónde corre
una fuente, que deseo,
por más que corra, alcanzarla,
bien que dudando y temiendo,
cuando la busco rabiando,
el que la he de hallar riendo.
DIÓGENES: Venid conmigo, que yo
allá voy, a cuyo efecto
me halláis, ya lo veis, cargado
deste rústico instrumento.
CHICHÓN: "Moza de cántaro" ya
dijo no sé qué proverbio;
viejo de cántaro, no
lo dijo hasta hoy; pues ¿qué es
esto?
¿No hay quien venga en vuestra casa
por agua sino vos?
DIÓGENES: Necio
debéis de ser.
CHICHÓN: ¿Y de qué
lo inferís?
DIÓGENES: De que, si puedo
servirme yo a mí, culpéis
que otro no me sirva, puesto
que sólo está bien servido
el que se sirve a sí mesmo.
CHICHÓN: ¿Mal fardado y sentencioso,
pobretón y circunspecto?
¿Sois filósofo?
DIÓGENES: No sé
más de que quisiera serlo.
CHICHÓN: Pues, en tanto que llegamos,
decid, ansí os guarde el cielo,
¿cómo, cuando estas campañas
están con tantos diversos
aplausos de paz y guerra
cubiertas, vos, acudiendo
a tan civil ejercicio,
vais penetrando lo espeso
destos montes, apartado
de tanto heroico comercio,
sin que la curiosidad
os lleve siquiera a verlo?
DIÓGENES: Pues ¿qué hay que ver?
CHICHÓN: ¿Qué hay que ver?
Cuando no fuera el inmenso
aparato, con que vuelve,
coronado de trofeos,
un ejército triunfante
de toda Persia, trayendo
prisioneras a las hijas
de Darío, su supremo
rey, que, puesto en fuga, él solo
escapó su vida huyendo;
cuando no fuera el aplauso
con que le recibe el pueblo
en estas montañas, donde
ha de alojarse este invierno;
¿el ver no más a Alejandro
no bastaba, a cuyo esfuerzo,
como estas canciones dicen,
viene todo el mundo estrecho,
Cantan
CHICHÓN y la MÚSICA
pues todo el mundo es línea de
su imperio?
DIÓGENES: Necio te llamé una vez,
y ahora a llamártelo vuelvo.
¿Alejandro es más que un hombre,
tan vanamente soberbio,
que llora que hay sólo un mundo
para verle a sus pies puesto?
Pues ¿por qué me he de mover
a verle, cuando mi afecto
más fuera, si fuera un hombre
tan sabio, prudente y cuerdo
que llorara que no había
otros muchos mundos nuevos,
sólo para despreciarlos,
más que para poseerlos?
Pero esta filosofía
no es para ti, a lo que infiero
de tu traje y tus razones.
CHICHÓN: ¿Por qué?
DIÓGENES: Porque al culto atento
de ese humano dios aplaudes
su ambición, no conociendo
que con cuanto puede, no
puede enmendar un defecto
con que, para desengaño
de lo poco que es su imperio,
le dio la naturaleza
en los ojos.
CHICHÓN: Yo confieso
que, atravesados, es grande
la fealdad que tiene en ellos,
mayormente encarnizado
y lagrimoso el izquierdo,
sobre cuyo hombro derriba
la cabeza quizá el peso
del laurel; pero ¿qué importa
ser horroroso su aspecto,
si no le pasan al alma
imperfecciones del cuerpo?
DIÓGENES: Sí; mas debiera sin ellas
pasar al conocimiento
de que es todo su poder
caduco y perecedero;
pues con cuanto puede, no
puede enmendarse a sí mesmo.
Y dejando para otra
ocasión el argumento
(que no acaso este principio
quizá a mejor fin asiento),
aquésta es la fuente; toma,
este vaso es cuanto puedo
ofrecerte.
CHICHÓN: ¿Para qué?
DIÓGENES: Para que bebas, cogiendo
el agua con más descanso.
CHICHÓN: Mano con que beber tengo.
Llega
a un lado del tablado, donde habrá una
fuente,
y bebe con la mano
Mi señora doña Clara,
cuyo corriente despejo
entre esotras flores vierte,
buscando la flor del berro,
en forma de besamanos,
como suelen desde lejos
los que afectan cortesías,
a usted saludo y protesto
la nulidad de la fuerza
que la sed me hace, advirtiendo
que no sirva de ejemplar
para otra vez.
DIÓGENES: ¿Qué es aquello?
Con la mano al labio sirve
el cristal. Al fin, es cierto
que no hay loco de quien algo
no pueda aprender el cuerdo;
pues si la naturaleza
me dio más noble instrumento
que el deste barro, de quien
servirme pueda, no quiero
ofenderla más, pues basta
el agravio que la he hecho
en no saberlo hasta ahora.
Quiebra
el barro
CHICHÓN: Yo he bebido. Mas ¿qué es eso?
DIÓGENES: Romper ese inútil barro.
CHICHÓN: Pues ¿por qué?
DIÓGENES: Porque no tengo
de tener nada que sea
para la vida superfluo.
Si puedo vivir sin él,
ya que de tu sed lo aprendo,
¿para qué le quiero yo?
CHICHÓN: ¿De suerte que de provecho
no es lo que no es tan forzoso
que no se viva sin ello?
DIÓGENES: Claro está; pues para sola
una vida que tenemos
cuanto en ella está de más
está en el juicio de menos;
y ya que de ti enseñado
hoy en una parte quedo,
vélo tú en otra de mí,
considerando, advirtiendo
qué caso hará de Alejandro,
ni de todos sus anhelos,
sus aplausos, sus victorias,
sus conquistas y trofeos,
quien se embaraza con sólo
un tosco vaso grosero,
el día que llega a ver
que no tenerle es lo mesmo
que tenerle. Y porque más
se esmere el conocimiento
desta verdad, di a Alejandro
que Dïógenes, un viejo
mísero y pobre que en estas
soledades vive atento
más a saber que a adquirir,
no sólo va a verle, pero
por no verle, al tiempo que
con tanto heroico festejo,
según esas voces dicen,
viene atravesando al templo
de Júpiter (donde yace
el hadado nudo ciego
de Gordio), huyendo su vista,
va penetrando lo espeso
destas rústicas montañas.
Y añade que, si él es dueño
del mundo, lo soy yo más;
pues, en contrarios extremos,
él lo es porque le estima
y yo, porque le desprecio;
por más que esas voces digan
una y otra vez al viento . . .
Cantan
DIÓGENES y TODOS
TODOS: que a su imperio le viene el mundo
estrecho,
pues todo el mundo es línea de su
imperio.
Vase
DIÓGENES
CHICHÓN: Extrañas borracherías
son las de todos aquestos
filósofos; pues por sólo
haber dicho muy severo
cuanto en la vida es más
está en el juicio de menos,
se andará toda la vida
por aquesos vericuetos
con su filosofía a cuestas,
padre conscripto del yermo.
Ruido
dentro
Pero ¿qué ruido es aquél
que hacen al umbral del templo
Alejandro y un anciano
sacerdote, a lo que veo,
de un yugo asidos los dos?
Salen
ALEJANDRO y un SACERDOTE, asidos de un yugo,
enredadas
las coyundas, y Gente
SACERDOTE: Advierte...
ALEJANDRO: Yo nada advierto.
SACERDOTE: El agüero teme.
ALEJANDRO: Aparta;
que para mí no hay agüero.
SACERDORTE:
Pues óyeme, y haz después
tu gusto.
ALEJANDRO: Di; ya te atiendo.
SACERDOTE: Grecia, esta parte del Asia,
sin rey se vio mucho tiempo,
sujeta a las sediciones,
parcialidades y encuentros
de tiranos que querían,
alegando los derechos
de las armas, serlo a costa
de robos, muertes e incendios;
en cuyo común desorden,
necesitado el consejo,
más que corregido, vino
a este inhabitado templo
de Júpiter a pedirle
en tantas ruinas remedio.
él, o agradecido al voto
o compadecido al ruego,
en voz de su estatua dijo
que entregasen el gobierno
de Asia al que en un monte hallasen
labrando el inculto seno
de sus bárbaras entrañas,
dos blancos novillos puestos
en el yugo de su arado;
por señas que en medio dellos
un águila abatiría
su más remontado vuelo.
¡Tan antiguo es en el mundo
el dar el águila imperios!
Sucedió así; pero apenas
los que le buscaban, viendo
el oráculo cumplido
en Gordio, un galán mancebo,
a sus plantas se arrojaron,
las señas obedeciendo,
cuando los novillos, que antes
el yugo arrastraban tiernos,
embravecidos lidiaron
por arrojarle violentos
de sus cervices; que un bruto
aun se desdeña de serlo
el día que llega a ver
con majestad a su dueño;
si ya no fue que al jurarle
rey, el yugo sacudieron,
como quien dice: "Más le has
menester para otros cuellos,
pues ya los de un vulgo debes
domar, antes que los
nuestros."
Rompidas, pues, las coyundas,
dellas este nudo hicieron,
tan sin principio en sus lazos,
tan sin fin en sus extremos,
que no fue posible que
se les desatase. Y siendo
así, que a sacrificarlos
entraron con él al templo,
segundo oráculo en él
dio el gran simulacro inmenso;
pues en segunda voz dijo
que el que deshiciese el ciego
nudo, no sólo del Asia
tendría el dilatado imperio,
pero de la ignota parte,
que impide el peloponeso
monte descubrir, sería
monarca también, rompiendo
lo impenetrable de tanto
altivo, tanto soberbio
escollo armado de hiedra,
como se le pone en medio.
Con esta noble codicia
muchos, de ser los primeros
que abriesen el arduo paso
para esotro mundo nuevo,
el ciego nudo intentaron
deshacer osados; pero
no sólo de su ambición
consiguieron el efecto,
mas de su ambición quedaron
castigados; pues es cierto
que nadie lo intentó que,
a pesar de su despecho,
no quedase desde allí
a mil desdichas expuesto,
como en venganza de tanto
sacrílego atrevimiento.
Tradición es que ninguno
vivió feliz, y que muertos
con violencia fueron todos,
ya a la ira del acero,
ya a la ruina del acaso,
o a la traición del veneno.
Y así a tus plantas postrado,
humildemente te ruego
adviertas que...
ALEJANDRO: ¡Calla, calla!
Que de escucharte me ofendo.
Por el mismo caso que
es tan repetido el riesgo,
le he de despreciar.
Hace
fuerza a desatar el nudo
En vano,
en vano (¡ay de mí!) lo intento,
si ya no es que haga la industria
lo que la fuerza no ha hecho. --
¿Dijo el oráculo más
que el que deshaga este ciego
nudo será vencedor
de ignotas gentes?
SACERDOTE: Es cierto.
ALEJANDRO: Pues yo lo seré, pues yo
dejaré el nudo deshecho.
Saca la
daga y rompe la coyunda
SACERDOTE: ¿Qué haces?
ALEJANDRO: Cortarle, pues tanto
monta, para deshacerlo,
cortar, como desatar.
CHICHÓN: Yo también me hiciera eso.
¡Miren qué dificultad,
que la hace cada día un maestro
de niños, cuando el muchacho
se da nudos!
SACERDOTE: ¡Oh, el inmenso
Júpiter quiera que sea
desde hoy verdad el proverbio
del "tanto monta"!
ALEJANDRO: Sí hará;
y para que llegue a verlo
el mundo, apenas descanso
cobrará, cobrará aliento
mi ejército en Grecia, cuando
romperé a ese corpulento
gigante de piedra, que
con su frente abolla el cielo,
con su peso hunde la tierra,
con su bulto estrecha al viento,
el paso, hasta desmentir
estos fatales agüeros
que amenazaron a tantos;
porque ¿para quién el cielo
guarda un mundo, sino para
Alejandro?
CHICHÓN: Bueno es eso
para un recado que yo
te traigo.
ALEJANDRO: ¿De quién?
CHICHÓN: De un viejo,
dialéctico a todo trance,
filósofo a todo ruedo,
que por no verte, señor,
como había, de ti huyendo,
de echar por aquesos trigos,
echó por aquesos cerros,
diciendo a voces que es más
monarca del mundo entero
que tú.
ALEJANDRO: ¿Cómo?
CHICHÓN: Como él
hace del mundo desprecio,
cuando tú ganas el mundo.
ALEJANDRO: No dice mal, si eso es cierto.
Pero dime, ¿por no verme
fue por otra parte huyendo
de mi vista?
CHICHÓN: Sí, señor.
ALEJANDRO: Pues no ha de lograr su intento;
que si él, por altivo, no
quiere verme a mí, yo quiero
verle a él, por desengañado.
¿Adónde es su albergue?
CHICHÓN: Pienso
que a la falda dese monte.
ALEJANDRO: Llévame allá; que deseo
ver quién es dueño del mundo,
él dejando o yo adquiriendo.
CHICHÓN: Yo te guiaré, aunque otra vez
encuentre con quien me ha muerto.
ALEJANDRO: Pues ¿quién te ha muerto?
CHICHÓN: Una fuente
que al paso a todos saliendo
no sólo mata la sed,
pero la sed y el sediento.
Sale
EFESTIÓN con un pliego
EFESTIÓN: Dame,
gran señor, tus plantas.
ALEJANDRO: Esperad, después iremos;
que antes es esto que todo. --
Efestión, ¿qué hay de nuevo?
EFESTIÓN: Que ya
Rojana, de Chipre
reina, heredera de Venus
tanto que igual la sucede
en la hermosura y el reino,
es tu esposa; en éste vienen
confirmados los conciertos.
ALEJANDRO: Los brazos toma en albricias;
que, si la verdad confieso,
desde que vi su retrato,
de amor vivo y de amor muerto
quedé a su vista, sin que
de Marte el rigor violento
borrado de mi memoria
su memoria haya. Mas esto
no hará novedad a quien
sepa que Amor, niño tierno,
en brazos creció de Marte
desde la cuna, teniendo
sus estragos por arrullos
y sus iras por gorjeos.
EFESTIÓN: Con
unas armas presumo
que quiere entrambos afectos
Amor confrontar.
ALEJANDRO: Di, ¿cómo?
EFESTIÓN: Como
si abrasó tu pecho
con un retrato, con otro
quiere en ella hacer lo mesmo,
que la envíe el tuyo sólo
me mandó. Y yo, previniendo
no perder espacio alguno,
hice sacar en pequeño
a tres pintores, que en Grecia
concurren, en este tiempo
los más famosos, de una
estatua que está en un templo
de Júpiter, tres retratos;
y traigo a los tres con ellos,
porque tienen variedad
en ideas y bosquejos,
porque elijas tú el que ha de
ir.
ALEJANDRO: Mucho me holgaré de verlos.
EFESTIÓN: Timantes, Zeuxis y Apeles
son los tres.
Salen
TIMANTES, ZEUXIS y APELES
CHICHÓN: (¿Qué es lo que veo? Aparte
¿Aquí Apeles? ¿Si osaré
hablarle?)
ALEJANDRO: Noticias tengo
de la elegancia con que
los tres sutiles y diestros
ejercéis el mejor arte,
más noble y de más ingenio.
TIMANTES: Si los príncipes le honraran,
señor, como vos, bien creo
que se adelantaran más
sus artífices.
ZEUXIS: Y es cierto,
pues sus estudios tuvieran
vuestros honores por premio.
APELES: Mayormente cuando fuera,
como ahora, su heroico empleo
vuestra persona; pues ella
hiciera su hombre eterno.
ALEJANDRO: Veamos el vuestro, Timantes.
TIMANTES: Huélgome que sea el primero,
porque, habiendo visto
esotros,
no hiciérades déste aprecio.
Dale
un retrato
ALEJANDRO: Esto no es retrato mío.
TIMANTES: ¿Cómo?
ALEJANDRO: Como en él no veo
esta mancha que borrón
es de mi rostro, poniendo
en disimularla todo
su primor el pincel vuestro.
Lisonjero habéis andado
en no decírmela, siendo
casi traición que en mi cara
me mintáis.
Infame ejemplo
da ese retrato a que nadie
diga a su rey sus defectos.
Pues ¿cómo podrá enmendarlos
si nunca llegó a saberlos?
Tomad, tomad el retrato,
castigado el desacierto
de la lisonja, con que
perezca, por lisonjero.
Rómpele
TIMANTES: Señor...
ALEJANDRO: No más. --Dadme, Zeuxis,
el vuestro vos.
ZEUXIS: (Por lo menos Aparte
yo en él no le callo nada.)
Dale
un retrato
ALEJANDRO: Más parecido está el vuestro;
pero no menos culpado.
ZEUXIS: ¿En qué, señor?
ALEJANDRO: En que viendo
estoy mi defecto en él
tan afectado que pienso
que en decírmele no más
todo el estudio habéis puesto;
con que igualmente ofendido
déste, que desotro, quedo;
pues lo que en uno es lisonja
es en otro atrevimiento.
Tampoco aqueste ejemplar
quede al mundo, de que necio
nadie le diga en su cara
a su rey sus sentimientos;
que, si especie de traición
el callarlos es, no es menos
especie de desacato
decírselos descubiertos.
Y así perezcan entrambos,
breves átomos del viento,
el uno por mentiroso
y el otro por verdadero.
Rómpele
Apeles, vuestro retrato
veamos.
APELES: Con temor le ofrezco.
Dale
un retrato
ALEJANDRO: ¿Por qué? si al verle, me dais
a entender prudente y cuerdo
que sólo vos sabéis cómo
se ha de hablar a su rey,
puesto
que a medio perfil está
parecido con extremo;
con que la falta ni dicha
ni callada queda, haciendo
que el medio rostro haga
sombra
al perfil del otro medio.
Buen camino habéis hallado
de hablar y callar discreto;
pues, sin que el defecto vea,
estoy mirando el defecto,
cuando el dejarle debajo
me avisa de que le tengo,
con tal decoro que no
pueda, ofendido el respeto,
con lo libro del oírlo,
quitar lo útil de saberlo.
Este retrato ha de ir;
que, aunque haya de saber
luego
Rojana esta imperfección,
por ahora por lo menos,
si viere que se la finjo,
no verá que se la miento.
Y para que quede al mundo
este político ejemplo
de que ha de buscarse modo
de hablar al rey con tal tiento
que ni disuene la voz
ni lisonjee el silencio,
nadie, sino Apeles, pueda
retratarme desde hoy, siendo
pintor de cámara mío.
APELES: Humilde tus plantas beso.
A
EFESTIÓN
ALEJANDRO: Y tú a Zeuxis y a Timantes
haz que les den al momento
el precio de sus retratos;
que, porque yerre un ingenio
tal vez, no se han de pagar
los estudios con desprecios.
Y para que en mi servicio
entre con más lucimiento
Apeles, haz que le den
al punto medio talento
por este retrato.
A
ALEJANDRO
EFESTIÓN: ¿Sabes
lo que monta?
ALEJANDRO: No, por cierto.
EFESTIÓN: Veinte
mil escudos son.
ALEJANDRO: ¿No más?
Pues dale otro medio.
EFESTIÓN: Mira
que es precio excesivo
para Apeles.
ALEJANDRO: Calla, necio;
que si él es Apeles, yo
soy Alejandro y, midiendo
la distancia desde mí,
nada es excesivo precio.
APELES: Otra vez beso tus plantas;
y a tantas honras me atrevo
a suplicarte que una
añadas.
ALEJANDRO: Yo te la ofrezco.
¿Qué es?
APELES: Licencia de volver
a mi casa el breve tiempo
que tarde en traer mi familia.
ALEJANDRO: Ve, mas has de volver presto. --
A
CHICHÓN
Vos, soldado, mientras yo
abro en mi tienda este pliego,
aquí esperad; que hemos de ir
a aquella visita.
APELES: ¡Cielos,
gran dicha ha sido la mía!
TIMANTES: Corrido voy.
ZEUXIS: Yo voy muerto.
EFESTIÓN: Mientras a su tienda vuelve
el César, id repitiendo:
TODOS: ¡El gran Alejandro viva!
¡Viva el gran Príncipe
nuestro!
Vanse
todos menos APELES y CHICHÓN
CHICHÓN: Aunque hablarte había dudado,
no me sufre el corazón
no besar tus pies.
APELES: ¿Chichón?
Tú seas muy bien hallado.
¿Por qué no hablarme
querías,
viéndome hoy aquí?
CHICHÓN: Porque,
como tu casa dejé,
pensé que de mí tendrías
queja.
APELES: Cuando esclavo fueras,
cuanto más crïado, no
tuviera esa queja yo;
pues si bien lo consideras,
hago a Júpiter testigo
que este brazo me cortara,
si este brazo imaginara
que no estaba bien conmigo.
CHICHÓN: No era estar contigo mal;
pensar que estaría, señor,
siendo soldado, mejor;
bien que de discurso tal
te han vengado mis sucesos;
pues fueron necios errores,
por no moler tus colores,
venirme a moler mis huesos.
Locamente me dejé
llevar de la vanidad,
pensando que era verdad
esto de la guerra, y que
a cuatro días sería
por lo menos general.
Hanme dicho el dado mal,
tanto que la suerte mía
de mochillero no pasa;
y así, ya que aquí has venido,
haz que aqueste pan perdido
se vuelva otra vez a casa.
Ya de Alejandro criado
eres, y un talento tienes
de hacienda, con que a ser
vienes
el más rico de tu estado.
Fuerza es que has de
recibir
quien te sirva; pues ¿a quién
como a mí, sabiendo bien
lo mal que te he de servir?
APELES: ¿Y ésa es conveniencia?
CHICHÓN: Pues,
¿qué conveniencia mayor
que ver desde ahora, señor,
lo que has de pasar después?
¿Sería mejor que entrara
a servirte un mogigato,
que a dos días de beato
el tercero te robara?
¿Cuánto más bien te está
que
yo entre, con conocimiento
que te quitaré el talento,
mas no te le robaré?
APELES: ¿Aun todavía te estás,
Chichón, de aquel mismo humor?
CHICHÓN: Humores locos, señor,
no convalecen jamás.
Pero dime, ¿en qué
quedamos?
APELES: En que yo nunca podré
negarte mi casa.
CHICHÓN: Pie
y mano te beso.
APELES: Vamos
a saber lo que es servir
CHICHÓN: Si no lo sabes, sospecha
que es religión bien estrecha.
Dentro
instrumentos
APELES: ¿Cómo? Mas ¿qué es lo que a oír
llego?
CHICHÓN: Un templado instrumento.
APELES: Y al compás suyo, parece
que sonora voz ofrece
nuevas cláusulas al viento
desde aquella quinta.
CHICHÓN: Aquí,
si no miente el juicio mío,
prisioneras de Darío,
que están las hijas oí.
Y como consigo tienen
las beldades soberanas
de tantas damas persianas
como en su servicio vienen,
querrán aliviar su pena.
APELES: No es novedad en su esquivo
hado cantar el cautivo
con el son de la cadena.
Oye; que la simpatía
tras sí arrastrarme procura
que tienen con la pintura
la música y la poesía.
Cantan
dentro en lo alto a un lado
VOZ 1: Sobre los muros de Roma,
de quien es espejo el Tíber,
prisionera de Aureliano,
Cenobia al aire repite:
TODAS: ¡Ay de aquélla que vive
en campos extranjeros sola y
triste!
Dentro
ESTATIRA: ¡Ay de aquella que vive
en campos extranjeros sola y
triste!
CHICHÓN: No conforman tono y letra
mal a su estado, pues son
de Cenobia a la prisión.
APELES: ¿Qué sentido no penetra
la música?
CHICHÓN: En la batalla
suele Alejandro mandar
a sus músicos cantar
para animarse.
APELES: Oye y calla.
Al
otro lado en lo alto cantan
VOZ 2: Aquella ilustre matrona
que no se rindió invencible
a tantas armadas huestes,
a sólo un dolor se rinde.
TODAS: ¡Ay de aquélla que vive
en campos estranjeros sola y
triste!
Dentro
SIROÉS: ¡Ay de aquélla que vive
en campos estranjero sola y
triste!
APELES: Sus penas dan que sentir.
CHICHÓN: Por eso debe de ser
Alejandro no las ver.
APELES: Ni yo las quisiera oír.
VOZ 1: Y como el llanto tal vez
templa lo que el mal aflige...
VOZ 2: en lágrimas y suspiros
al aire y al agua dice...
LAS
DOS: ¡Ay de aquélla que
vive...
TODAS: ¡Ay de aquélla que vive...
LAS DOS Y
TODAS: en campos extranjeros sola...
Dentro
ruido de espadas, y dice dentro CAMPASPE
lastimada
CAMPASPE: ¡Ay triste!
Dentro
SOLDADOS: ¡Prendedla o muera!
APELES: ¡Oye, espera!
¿Qué es lo que llego a
escuchar?
CHICHÓN: Aquéste es otro cantar.
CAMPASPE: ¡Ay de mí!
SOLDADOS: ¡Prendedla o muera!
APELES: De unos soldados seguida,
de aquel monte, al parecer,
una montaraz mujer
baja, en su sangre teñida,
defendiéndose valiente
de todos.
Quiere
ir adentro
CHICHÓN: ¿Adónde vas?
Detiénele
APELES: ¿Cómo eso dudando estás?
A socorrerla...
CHICHÓN: ¡Detente!
APELES: desos cobardes villanos.
CHICHÓN: ¿De qué sabes que lo son?
APELES: De que con infame acción
ponen en mujer las manos.
CHICHÓN: Ya no podrás; que en un vuelo,
de sus armas acosada,
desde el monte despeñada
da a tus pies.
Sale
CAMPASPE cayendo, vestida de cazadora rústica, con la
espada
en la mano, ensangrentado el rostro
CAMPASPE: ¡Válgame el cielo!
APELES: Hermosa deidad del monte,
que con despeñado ultraje,
a no desmentirlo el traje,
te tuviera por Faetonte,
pues te traes la luz tras
ti
de toda esa azul esfera,
vive, porque ella no muera.
CAMPASPE: ¡Ay, infelice de mí!
Si acaso, joven gallardo,
desdichas de mujer mueven
tu pecho y piedad le deben,
que me defiendas aguardo
desa gente, que hoy espera
prenderme o matarme.
APELES: En mí
tendrás quien te ampara aquí.
CHICHÓN: En mí no.
Salen
los Soldados que pudieren
SOLDADOS: ¡Prendedla o muera!
APELES: ¿Qué es prenderla ni matarla,
habiendo llegado donde
mi valor, que corresponde
a su obligación, guardarla
sabrá, sin que de su muerte
ni de su prisión logréis
el intento que traéis?
SOLDADOS: ¿De qué suerte?
APELES: De esta suerte.
--Ponte, Chichón, a mi
lado.
Riñen
CHICHÓN: ¿No basta que sea Chichón,
sino también coscorrón?
SOLDADO
1: Muera quien libre y osado
ampara una delincuente.
APELES: Huye, señora; que yo
te guardo el paso.
CAMPASPE: Eso no;
que, restándote valiente
tú por mí, no he de
dejarte.
En este umbral te mejora.
Pónese
a una puerta
CHICHÓN: Marimacha es la señora.
SOLDADO
1: Ni guardarla es ni guardarte.
APELES: ¡Ay de mí!
Cae
CAMPASPE: ¿Qué estoy mirando?
APELES: Matar a un tiempo y morir.
Dentro
MUJERES: No salgas.
ESTATIRA: He de salir.
Pásase
CHICHÓN contra CAMPASPE
CHICHÓN: Pásome acá, que van dando.
SOLDADO
2: ¿Ya qué defensa hay que
aguardes?
Date, pues que no hay más
plazos,
a prisión.
CAMPASPE: Hecha pedazos.
Salen
ESTATIRA, SIROéS, CLORI, NISE y
SOLDADOS
ESTATIRA: ¿Contra una mujer, cobardes?
SOLDADOS: Advierte...
ESTATIRA: No digáis nada.
Ese joven retirad;
y si no ha muerto, cuidad
de su salud, albergada
en vuestra guardia. --Y ahora
vosotros esta mujer
dejad, pues se llega a ver
en mi amparo.
SOLDADOS: Ya, señora,
tu respeto nos ha puesto
freno.
ESTATIRA: Retiraos de aquí.
CAMPASPE
CAMPASPE: ¿Qué es lo que pasa por mí?
Retírase. Salen ALEJANDRO y EFESTIÓN
EFESTIÓN: Aquí es el ruido.
ALEJANDRO: ¿Qué es esto?
SOLDADO
1: Esto es...
ESTATIRA: No prosigáis, no,
villanos; que no ha de osar
nadie a hablar ni a respirar
adonde estuviere yo.
A
ALEJANDRO
EFESTIÓN: (Que son las infantas mira.)
ALEJANDRO: (Ya hablarlas cosa es forzosa.)
¿Qué es esto, Siroés hermosa?
¿Qué es esto, bella Estatira?
Que ya mi valor aplica
la venganza a vuestros pies.
CHICHÓN: ¿Estatira y Siroés?
¿Son infantas de botica,
donde todo es jerigonza?
NISE: Así una y otra se llama.
CHICHÓN: Pues dadme désa una drama,
que ésta ella dará una onza.
ESTATIRA: Esto es el poco decoro
que debe a tu Majestad
la sagrada inmunidad
de la guerra, pues no ignoro
que, si a mi hermana y a mí
prisioneras nos tratara
conforme a la ilustre y clara
real sangre nuestra, no así
sus soldados se atrevieran
a profanar desleales
el respeto a estos umbrales;
pero si ellos consideran
el despego con que no
quiso hablarnos, quiso vernos,
desde que llegó a tenernos
en su campo, hasta que dio
esta ocasión el acaso,
¿qué mucho que a su ejemplar
el tumulto popular
no haga de nosotras caso?
Sin ver que el ser
prisioneras
no es ser esclavas, pues una
cosa es mostrar la fortuna
en nosotras sus severas
iras, y otra no tener
en la ley de la prisión
el trato y la estimación
que no perdió nuestro ser
con la libertad, el día
que padre y patria perdió;
que, aunque a Júpiter juró
que libres no nos vería,
a cuyo efecto en rescate
nuestro tan grande tesoro
pidió en piedras, plata y oro,
que no es posible se trate
cumplir; no por eso había
yo de dejar de ser yo.
Y para que vea si dio
ejemplar a la osadía
de sus soldados, habiendo
oído en mi cuarto el rumor,
vi desde ese mirador
un infeliz defendiendo,
su esposa o su dama sea,
la vida de una mujer,
que lo mismo viene a ser
cuando en su amparo se emplea,
para cumplir con su fama;
pues consecuencia es forzosa
que no defienda a su esposa
quien no defiende a su dama.
Robársela pretendían,
sin duda; pues al llegar,
que la habían de llevar
en altas voces decían.
él, mirándose acosado,
para resguardo tomó
esta puerta, donde no
le valió el noble sagrado,
pues en ella y a mis pies,
aun defendiéndole yo,
herido o muerto cayó.
ALEJANDRO: Una y otra queja es
muy digna de ti; y ahora,
respondiéndote, primero
que te desenoje, quiero
satisfacerte, señora,
a la primera que das
de no haberte visto; pues
piedad, no despego, es
huir tu vista; que si estás
de mis armas prisionera,
¿para qué te había de ver?
Puesto que no había de ser
que la libertad te diera.
Ver yo presa una beldad,
para dejármela presa,
es cosa en que no interesa
crédito mi autoridad;
y más si llorara, siendo
así que vivo temblando
más a una mujer llorando
que a un ejército venciendo.
Si a Júpiter le ofrecí
no libraros, noble indicio
fue del mayor sacrificio
que hacer pude; y si pedí
perlas de tan gran valor,
fue de mi estimación muestra,
pues aun una esclava vuestra
valiera precio mayor;
y pues piadoso mi acción
ya en aquesta parte deja
hoy respondida la queja,
paso a la satisfacción.
A
SOLDADOS
--¿Cómo, cobardes
villanos,
hacéis de delitos tales
cómplices estos umbrales?
¡Por los dioses soberanos,
que vuestras vidas...
SOLDADO: Señor,
no, mal informado, des
crédito al enojo, pues
no es tan ciego nuestro error
como imaginas; que aquella
mujer que hasta aquí llegó
y aquel joven defendió,
no era por ser dueño della,
sino porque altivo y fuerte
se empeñó, habiendo intentado
prenderla, por haber dado
a Teágenes la muerte.
ALEJANDRO: ¿Quién muerte a Teágenes dio?
SOLDADO: La mujer que seguí fue.
ALEJANDRO: ¿Muerta a Teágenes? ¿Por qué?
Sale
CAMPASPE
CAMPASPE: Eso he de decirlo yo.
Invicto Alejandro, a
cuyo
valor son materia fácil,
si a tu duración aspiras,
el bronce, el mármol y el
jaspe;
pues a tu sagrado nombre
apellidan inmortales
esculpidas letras de oro
en láminas de diamante:
tú, que desde los primeros
años de tantas campales
lides saliste bien, como
brazo derecho de Marte,
siendo en la tierra tus
huestes
y siendo en el mar tus naves
siempre vencedor de todos,
nunca vencido de nadie;
hijo del grande Filipo
(esto que te diga baste,
pues no hay que ser más que
ser
hijo de Filipo el grande):
a tus plantas delincuente
hoy una mujer se vale,
más en la fe de tus iras
que no en la de tus piedades.
No, pues, generoso quiero
que me escuches, sino antes
severo; porque es mi culpa
tan heroicamente amable
que, a precio de que la sepas,
no rehuso que la mandes
castigar, como el padrón
diga en mi huesa: "Aquí yace
quien osó morir valiente,
porque osó vivir
constante."
Hija soy de Timoclea,
griega matrona, a quien hacen,
como a deidad destos montes,
sacrificios estos valles.
Difunto su ilustre esposo,
conmigo, en años infante,
a llorar su viudedad
se vino a estas soledades,
donde una hermosa alquería
que en la cerviz dese Atlante,
verde pedazo de cielo,
registra montes y mares,
fue su albergue y fue mi cuna,
sin que nunca a ver llegase
ni más políticas gentes
ni más pobladas ciudades
que estos riscos y estas
breñas;
en cuyas austeridades
crecí, tan hijos del campo
mis afectos montaraces
que, pirata de la selva,
que, bandolera del aire,
[en dos elementos] reina
de las fieras y las aves,
el nombre de Timoclea,
último don de mi madre,
no sin jactancia al oírle,
me trocó en el de Campaspe,
como quien dice, campestre
deidad de uno y otro margen.
Pero ¿qué mucho? si como
yo el venablo desembrace,
como yo la flecha vibre,
no hay en términos distantes
pluma que el abril matice
ni piel que el diciembre
manche
que por feroz se redima
ni que por veloz se salve,
hasta que ala o testa en
boreal venatorio examen
a mis umbrales no sea
adorno de mis umbrales;
tanto, que el que peregrino
a ellos llega con pie errante,
al ver colgadas las armas
en su frontispicio sabe
que, como reina de montes,
tengo guarda de animales.
Parece que del fracaso
que hoy a tus plantas me trae
la digresión me retira;
pues no; que, para que pasen
mis desdichas a su extremo,
es fuerza prevenir antes
que caen sobre sujeto
tan fiero y tan intratable
como el mío, porque hay
delitos menos culpables
en unos sujetos que otros;
y para haber de juzgarse
conviene que el juez distinga
sobre qué sujeto caen,
porque tiene no sé qué
prerogativas aparte,
para ser tal vez altiva,
la que nunca ha sido fácil.
Y así, asentado que yo
siempre en ejercicios tales
ignoré de Flora y Venus
las dos profanas deidades,
tanto, que amor a mi oído,
si acaso le nombra alguien,
me suena como ruidoso,
pero no como süave,
voy a que, habiendo tu gente
alto hecho en ese admirable
país de Grecia, porque en él
de tantas marchas descanse,
una desmandada tropa
destos soldados, que infames
califican lo que es hurto
con nombre de que es pillaje,
como si mudara especie
la ruindad por mudar frase,
a mi alquería llegó
(vergüenza es que en esto
hable,
mas mejor están desnudas
que vestidas las verdades),
donde vilmente enconados
en robar dos recentales,
se trabaron de cuestión
con los bárbaros gañanes
que mis labranzas cultivan
y que mis ganados pacen.
A este ruido, pues, llegamos,
casi a concurrir iguales,
yo, que del monte venía,
y uno de tus capitanes,
cuyo nombre no le supe,
hasta oír aquí nombrarle.
Saludámonos corteses,
y acudiendo a reportarles,
retiré mi gente yo
y él la suya, sin que pase
más adelante su duelo
que no pasar adelante.
¿Quién creerá que nuestras
guerras
naciesen de nuestras paces?
Hasta dejarme en mi quinta
me fue acompañando. Nadie
en lo galante se fíe,
porque suele lo galante
afeitar a lo traidor
la tez, bien como sagaces
las astucias de las flores
las asechanzas del áspid.
Despidióse de mí; y cuando
tranquilas seguridades
de la paz de mis sentidos,
ociosamente agradables,
me adormecían, al son
de unos sonoros cristales
que en un jardín entonaban
en bien templados compases
la natural armonía
de las copas de los sauces,
sentí ruido y vi por una
pared de hiedra arrojarse
un hombre al jardín, rompiendo
la muda clausura al parque.
Turbóme no conocido
primero; pero al instante
que distinguí de más cerca
el rostro, persona y traje,
conocido me turbó,
por dar de ladrón señales,
que por las paredes entre
el que ya las puertas sabe.
"¿Qué es esto?" dije y no pude
proseguir, porque a la cárcel
de mis ya presos alientos
torció el corazón la llave.
Lo mismo debió (¡ay de mí!)
de sucederle y pasarle
a él, porque, aunque hablar
quiso,
fue solo con el semblante;
de suerte que, por algún
espacio los dos iguales
hablamos como por señas,
él suspenso y yo cobarde,
hasta que, ya prorrumpida
en mal troncadas mitades
la voz, vino a decir una
para mí tan disonante
que él pensó que era lisonja
y yo pensé que era ultraje.
"Amor" fue, como
quien pone,
cuando algún volumen hace,
la inscripción en el
principio,
para que ninguno extrañe
la materia o la cuestión
que ha de tratar adelante.
No le di yo tanta espera,
porque al ir a pronunciarle,
veloz la espalda volví,
mas no tanto que en mi alcance
no le valiese la acción
lo que la voz no le vale.
La mano me echó y yo, viendo
(¡oh, aquí el aliento me
falte!)
que libertades no dichas
eran hechas libertades,
dictada no sé de quién,
de mi honor o mi coraje,
me hallé su espada en la mano,
sin saber quién se la saque
de la cinta; bien que ahora
lo sé, pues, para acordarme
que fue él, el corazón,
al ver que en dudar le
agravie,
como quien dice "yo
fui",
en mudos impulsos late.
él, haciendo licencioso,
con risueñas falsedades,
de mi amenaza desprecio,
de mi cólera donaire,
segunda vez a mi mano
la mano osó, pero en balde,
pues cuando pensó que eran
mujeriles ademanes,
la esmeralda de las flores
tiñó de su rojo esmalte.
"¡Muerto soy!" dijo;
y al eco
de sus repetidos ayes
los que de escolta tenía
a golpes la puerta abren.
Furiosos entran y, viendo
el desangrado cadáver,
conmigo embisten. Yo, entonces,
por un postigo que cae
al monte, me puse en fuga;
ellos tras mí al monte salen.
Tal vez lidio y tal vez corro,
hasta que, sin que me amparen
valor ni fuga, cayendo
vine desde el monte al valle,
donde un generoso joven,
o de honrado o de arrogante,
puesto en mi defensa, impide
que me prendan o me maten,
tan a toda costa que
fue su vida mi rescate;
de suerte que, de dos vidas
deudora, a tus plantas reales,
de dos muertes delincuente,
me arrojo, para que pague,
no la muerte que yo hice,
sino la que esotros hacen;
pues más culpada en aquésta
que en esotra soy, si añades
al blasón de la primera
de la segunda el desastre.
De
rodillas
Con que a tus plantas, señor,
poniendo a un tiempo delante
sobre la sangre de uno
de otro la espada y la sangre,
humilde te pido (así
del Peloponeso pases
las siempre intrincadas
breñas,
cuyo nevado turbante
sobre sus penachos vea
tremolar tus estandartes,
bien como el gran César vio
teñir de púrpura el Ganges,
trascendiendo desde el Tigris
su lábaro hasta el Eufrates)
que acabes, señor, conmigo,
para que conmigo acaben
tantas ansias, tantas penas,
tantas iras, tantos males,
tantos estragos y tantos
escándalos y pesares
como amenazan mi vida
y como mi alma combaten.
ALEJANDRO: Con llanto y valor a un tiempo
los dos extremos tomaste
a mi inclinación, mujer,
sin saber determinarme
si me obligues porque lloras
o porque matas me agrades.
--Prended a aquesos soldados.
Prenden
a los SOLDADOS, y quieren llevar a CHICHÓN
CHICHÓN: A mí no, que yo a esperarte
estaba para ir a aquella
visita.
ALEJANDRO: Es verdad; dejadle
a ése solo.
CHICHÓN: Tus pies beso.
(El demonio que aquí
aguarde Aparte
ni diga que es su criado,
o muera Apeles o sane.)
ALEJANDRO: Mira, Estatira, si fueron
o rigores o piedades
las que usé contigo, pues
lo hice por no obligarme
a sentir, si tú sintieses,
ni a llorar, si tú llorases.
Y pues con este ejemplar
respondo a las dos iguales,
A
CAMPASPE
de parte de mi justicia,
si no te sigue otra parte,
perdonada estás, mujer;
y para de aquí adelante
o no mates, ya que llores,
o no llores, ya que mates.
--Ven, Efestïón.
EFESTIÓN: ¿Qué llevas?
Que dice mucho el semblante.
ALEJANDRO: No sé; pero mucho temo
llanto y valor de Campaspe.
Van
ALEJANDRO y EFESTIÓN
ESTATIRA: Aunque parezca que no
es cortesano hospedaje
el que una presa se atreva
a convidar con su cárcel,
si el horror de vuestra casa
o de aquestas soledades
el riesgo en tiempo de guerras
permiten, ya que llegasteis
aquí, que os quedéis conmigo
será para mí de grande
lisonja.
CAMPASPE: Vuestros pies beso.
Y pues que no puede nadie
pagar, si no es recibiendo,
el favor que se le hace,
le admito hasta que de aquestos
soldados asegurarme
pueda.
ESTATIRA: Con nada pudisteis
mejor el deseo pagarme.
Venid. --¡Siroés!
SIROÉS: ¿Qué llevas?
Que dices mucho, aunque
calles.
ESTATIRA: No sé; pero mucho temo,
imaginándole antes
tan fiero a Alejandro, ver
a Alejandro tan afable.
Vanse
ESTATIRA y SIROéS
NISE: Dicha ha sido para todas
tal huéspeda.
CLORI: De mi parte
yo me doy la norabuena.
CAMPASPE: ¡El cielo a las dos os guarde!
(Oh, ¡qué de cosas,
fortuna, Aparte
llevo que comunicarte!
¡Quiera Júpiter, no sea
a las futuras edades
la tragedia de aquel joven
asunto a la de Campaspe!)
FIN DE LA
JORNADA PRIMERA