JORNADA TERCERA
Salen
ALEJANDRO, EFESTIÓN y
CHICHÓN
CHICHÓN: Aunque llamado de ti
vengo, los pies no te
pido.
ALEJANDRO: ¿Por qué?
CHICHÓN: Porque los darás,
según liberal te miro,
y estará mal despeado
un monarca tan invicto.
ALEJANDRO: Supla de los pies la falta
desta sortija el zafiro.
CHICHÓN: ¡Oh, mal haya el asonante,
que ser
"diamante" no quiso!
ALEJANDRO: Alza del suelo; que quiero,
pues sé que estás en
servicio
de Apeles, saber de ti
qué extraño accidente ha sido
éste que oigo que le ha
dado.
CHICHÓN: Pues ¿quién bastará a decirlo,
si nadie basta a saberlo?
Lo primero, anda aturdido
tanto que con nadie habla,
señor, que no sea
consigo;
lo segundo, si se viste,
es con tan gran desaliño
que ni es él ni su
figura;
lo tercero, su retiro
son estas montañas, donde
sólo se sale a dar
gritos;
su llanto es cosa de
risa,
su risa cosa de vicio,
su comer cosa de juego,
su llorar cosa de niños,
su dormir cosa de locos,
y nada cosa de juicio.
ALEJANDRO: ¿No le hacen remedios?
CHICHÓN: Cuantos
físico el arte previno
a su curación se han
hecho;
pues, como un poeta dijo,
le han puesto mil
cataplasmas,
cataplastos,
cataplistos;
y no basta, aunque le pongan
cata-Francia-Montesinos,
para saber qué mal tiene.
ALEJANDRO: Pésame, porque le estimo
de suerte, que de mi
imperio
diera el medio por su
alivio;
pues cuando no le tuviera
la inclinación que
publico
por primoroso en su arte,
por el retrato que hizo
de Campaspe le quedara
sumamente agradecido.
Ve y dile que venga a
verme.
CHICHÓN: Yo iré, si en eso te sirvo;
pero tú verás en él
un mal tan fuera de
estilo
que, una vez "hipo-con-dría"
y otra vez
"dría-con-hipo,"
revienta de que es
discreto,
y apenas es entendido.
EFESTIÓN: ¿Verle quieres?
ALEJANDRO: Sí; que, puesto
que a su salud solicito
medios, uno que he
pensado
me ha de decir lo
escondido
de su pecho.
EFESTIÓN: ¿Y qué es el medio?
ALEJANDRO: Acudir a los motivos
de la filosofía; pues
es su principal oficio
de las causas naturales
investigar los
principios.
Y así a Diógenes mandé
que me llamasen al mismo
tiempo que también a
Apeles
llamo; porque compasivo
en una parte y en otra
curioso, ver determino
cómo uno siente sus penas
y otro hace dellas
juicio.
EFESTIÓN: ¿Dónde a Diógenes mandaste
que viniese?
ALEJANDRO: A este distrito
que hay de mi tienda a la
quinta
de Estatira, porque he
oído
que todas estas mañanas
sale a su apacible sitio
con sus damas, donde
hacen
músicas y regocijos
suave la prisión, y
quiero
ver si ver puedo el
divino
sol de Campaspe, buscando
algún ingenioso arbitrio
para apartarla de
esotras;
y si la verdad te digo,
no sé qué diera, porque
hallase el amor camino
de reducirla a mi tienda.
EFESTIÓN: Uno mi ingenio previno.
ALEJANDRO: ¿Qué es?
EFESTIÓN: Fingir que llegó al campo
de Teágenes un hijo,
pidiendo justicia della
por el pasado homicidio;
y no pudiendo a la parte
tú dejar de dar oídos,
llevártela presa.
ALEJANDRO: Eso
es valernos de un delito.
Pero después lo veremos
mejor, porque ahora miro
a Diógenes y a Apeles
venir donde les han
dicho.
Sale
por una puerta DIÓGENES y por otra
APELES
DIÓGENES: (¿A mí Alejandro? Pues ¿qué
Aparte
tiene Alejandro conmigo?)
APELES: (¡Quiera Amor, no me
declaren Aparte
de una vez mis
desvaríos!)
DIÓGENES: ¿Qué es, señor, lo que me mandas?
APELES: ¿En qué, gran señor, te sirvo?
A
DIÓGENES
ALEJANDRO: Escúchame tú primero;
A
APELES
después hablaré contigo.
Bien, Diógenes, ¿te
acuerdas
de aquella apuesta que
hicimos
de quién necesitaría
antes, tú de mi dominio
o yo de tu ciencia?
DIÓGENES: Sí.
ALEJANDRO: Pues yo me doy por vencido,
confesando que primero
de tu ciencia necesito
que tú de mi poder.
DIÓGENES: Pues,
¿no era uno y otro
preciso,
si el rico sin ella es
pobre
y el pobre con ella es
rico?
ALEJANDRO: Aun por eso quiero ver
lo que en la tuya
consigo.
Ese joven, a quien yo
por inclinación estimo,
favoreciéndole el astro
de algún benévolo signo,
padece un grave
accidente;
y tal que, siendo
entendido,
hábil, galán y discreto,
en pocos días le admiro
alterada la razón,
prevaricado el sentido,
necio, inútil, desairado,
sin discurso y sin aliño.
Nadie de su mal conoce
la causa, ni él ha sabido
decirla a nadie; de suerte
que, dándose por vencidos
de la sabia medicina
los más doctos aforismos,
le dejan morir, sin que
le hagan ningún beneficio.
Yo, viendo la obligación
en que te pone el retiro
que profesas, de saber
los secretos escondidos
de la gran naturaleza,
quiero ver cómo haces juicio
deste accidente; y así
que le asistas determino
unos días, para que,
si averiguas el principio
de su mal, sepa que
sabes;
y si no, sepa que ha sido
locura tu ciencia, pues
para nada es de servicio.
DIÓGENES: Que es el corazón del hombre
animal de pliegues dijo
Aristóteles, mostrando
que es un color si
encogido
está y, si está dilatado,
de muchos; con que
previno
que, en queriendo
averiguarle,
no se le da punto fijo;
pues al irle desdoblando
todo es colores
distintos.
Siendo así, locura fuera
decir yo desvanecido
que entenderé el suyo;
pero
no por eso desconfío
de saberlo. Háblale tú,
sin darte por entendido,
porque no esté con
cuidado,
viendo que con él le
asisto.
ALEJANDRO: Pues disimula. --¿Dónde ibas,
Apeles, cuando te dijo
aquel soldado que yo
te llamo?
APELES: Si verdad digo,
a decir mis sentimientos
a estas peñas, a estos
riscos,
árboles, plantas y flores
que, como fieles
testigos,
saben lo mejor y ignoran
lo peor.
ALEJANDRO: No te he entendido.
APELES: Es que saben escucharlos
Suspira
y es que no saben
decirlos.
ALEJANDRO: Pues ¿y no fuera mejor
comunicarlos rendido
a quien sentirlos
supiera?
APELES: No, señor; que fuera alivio;
y yo estoy tan bien
hallado
con ellos y ellos
conmigo,
que ellos y yo no
queremos
partir con nadie el
sentirlos.
Esto
y lo demás deste género dice DIÓGENES a
ALEJANDRO
aparte
DIÓGENES: El primer color de que
muestra el corazón teñido
es melancólico humor.
ALEJANDRO: Descansa, Apeles, conmigo.
¿Qué tienes?
APELES: No sé qué tengo.
ALEJANDRO: ¿Es faltarte en mi servicio
el cariño de tu patria?
APELES: No está en mi patria el cariño.
ALEJANDRO: ¿Necesitas de algo?
Con
algún despecho
APELES: Sólo
de mi muerte necesito.
DIÓGENES: Ya de cólera y de ira
despliega el segundo
viso.
ALEJANDRO: Pues ¿de mí no le fiarás,
sabiendo lo que te
estimo?
APELES: ¿A quién pudiera mejor?
Turbado
Pero humilde te suplico,
no conjures mi silencio;
que es mi mal tan exquisito,
tan intratable mi pena,
tan sin uso mi martirio,
que, embargando el
corazón
acá dentro los suspiros,
aunque decirlo quisiera,
no puedo.
DIÓGENES: De algún nocivo
veneno parece que
da aquesta congoja
indicio.
Cobrándose
algo
APELES: Fuera de que, si adelanto
el tormento con que vivo,
aunque pudiera decirle,
no le dijera, si miro
que fuera avivar la
llama...
DIÓGENES: Todo esto parece hechizo.
APELES: ... al incendio de que muero,
si viera...
DIÓGENES: Ya esto es delirio.
APELES: ... que alguno piadoso hacía
tan grande crueldad
conmigo
como quitarme el dolor.
DIÓGENES: Ya esto es rabia.
APELES: Pues le admito,
como conveniencia, tanto
que, a faltarme él,
imagino...
DIÓGENES: Ya esto es desesperación.
APELES: ... que me faltara un amigo
tan del alma que, sin él,
me diera muerte a mí
mismo.
DIÓGENES: De desordenado amor
parece este afecto hijo.
ALEJANDRO: ¿No hay remedio?
APELES: No hay remedio;
que mi mortal parasismo
no consta de mí, porque
consta de ajeno albedrío.
DIÓGENES: Ya lo confirman los celos.
A
DIÓGENES
ALEJANDRO: ¡Oh, qué de cosas has visto
en un instante!
DIÓGENES: ¿Qué quieres,
si va desplegando a giros
dobleces el corazón,
cuyos afectos distingo
a partes, y del primero
en el postrero me afirmo.
ALEJANDRO: ¿Cómo quieres que amor sea,
si ser melancolía has
dicho,
ira, cólera, veneno,
desesperación, delirio,
hechizo y rabia?
DIÓGENES: Pues ¿quién
sino amor hubiera sido,
como conveniente, amando
con no ordenado apetito
su daño, melancolía,
ira, cólera, nocivo
veneno, delirio y rabia,
desesperación y hechizo?
Con terneza
APELES: Y así otra vez y otras mil
humilde, señor, te pido,
no apures mis
sentimientos;
porque el mal que lloro y
gimo
no tiene definición.
Y pues cuando más me explico
es cuando me explico
menos,
concede a mis desvaríos
la licencia de callarlos;
que, aunque yo quiera
decirlos,
no me es posible, porque...
Dentro
MÚSICA
VOZ: Sólo el silencio testigo
ha de ser de mi tormento.
APELES: Ya aquesa voz te lo ha dicho,
aunque no bien; que si
dice
que sólo ha de ser testigo
de su tormento el
silencio,
hay más que decir que
dijo;
porque aun el silencio no
es capaz del dolor mío;
pues cuando el silencio quiera,
o crüel o compasivo,
lo que no digo decir,
no podrá; porque al
decirlo...
VOZ: Aun no cabe lo que siento
en todo lo que no digo.
DIÓGENES: Vuelvo a afirmarme, señor...
ALEJANDRO: ¿En qué?
DIÓGENES: En que lo dicho dicho.
Este hombre está
enamorado.
ALEJANDRO: No disuenan los indicios;
pero quédese ahora así,
con orden de que
advertido
has de averiguarlo más,
mientras yo otro afecto
sigo,
si no tan crüel, no menos
poderoso. --Ven conmigo,
Efestión; que, si hablar
a Campaspe no consigo,
quizá podrá ser, me valga
de aquel tu pasado
arbitrio.
Vanse
ALLEJANDRO y EFESTIÓN
DIÓGENES: (¡Buena comisión me queda! Aparte
Mas ya que Alejandro hizo
capricho el examinarme,
también yo he de hacer
capricho
el satisfacerle a él.)
En fin, ¿no es posible,
amigo,
que sepamos vuestras
penas?
APELES Y
MÚSICA: Sólo el silencio testigo
ha de ser de mi tormento.
DIÓGENES: Pues advertid que ya ha habido
silencio tan bachiller
que dijo lo que no dijo.
APELES: Pues éste no lo dirá.
DIÓGENES: ¿Por qué?
APELES: Porque enmudecido...
APELES Y
MÚSICA: Aun no cabe lo que siento
en todo lo que no digo.
DIÓGENES: Pues guardaos de mí; que yo
he de saber lo escondido
de vuestro pecho, después
no digáis que no os lo
aviso.
APELES: No haréis tal; que yo sabré,
homicida de mí mismo,
darme la muerte, primero
que nadie sepa que ha
sido
con las honras de
Alejandro
mi amor tan vil asesino
que da la muerte pagado,
hecho usura el homicidio.
¡Oh, nunca me honrara
tanto
que es fuerza que,
agradecido
de alimentos mi dolor,
viva de sus beneficios!
¿Cómo puedo ser yo
ingrato,
arrojándome atrevido
a competirle su amor,
si cuando (¡ay de mí!) me
animo
sólo a amar, me sale al paso,
demás del respeto digno
a la majestad, demás
de la confianza que hizo
de mí, fiándome su amor,
su deseo tan benigno
que, intentando mi salud
por tan extraños caminos,
un cariño me baraja
la suerte de otro cariño?
¿Y tanto que, aunque
Campaspe,
que al alba esperaba, dijo,
ni a ella ni al alba vi,
haciendo
de su favor desperdicio?
Pues ¿qué remedio?
Dentro
CAMPASPE: Morir
será mi menor peligro.
APELES: Infausto oráculo, ¿quién
es con quien hablas?
Dentro
ALEJANDRO: Contigo
moriré yo.
APELES: ¿Otro temor?
CAMPASPE: No he de oír.
ALEJANDRO: Bello prodigio,
espera.
Sale
CAMPASPE huyendo, ALEJANDRO tras ella; y en
viendo
a APELES, se detiene
CAMPASPE: Ya he dicho que antes
moriré.
ALEJANDRO: También he dicho
yo que contigo mi muerte
me ha de hallar.
APELES: (¡Qué veo!) Aparte
CAMPASPE: (¡Qué
miro!) Aparte
APELES: (Campaspe son y Alejandro
mis fatales vaticinios.)
CAMPASPE: (Apeles es quien su vista
rémora a mi planta ha
sido.)
ALEJANDRO: ¿Por qué, divina Campaspe,
cuando apartada te he
visto
desa dulce alegre tropa,
que con aplausos festivos
al alba saluda, y, hecho
humano girasol, sigo
los siempre lucientes
rayos
de tus dos soles divinos,
de mí huyes?
CAMPASPE: Porque sé
que no es tu afecto tan digno
como debiera.
ALEJANDRO: Pues ¿quién
le ha malquistado
contigo?
CAMPASPE: Apeles, que no aquí en balde
trajo el cielo por
testigo.
(Así he de hablar con entrambos.)
APELES: (Ofendida de mi olvido,
sin duda de mí se venga.)
ALEJANDRO: ¿Apeles? ¿Qué es lo que he oído?
APELES: ¿Yo, Campaspe?
CAMPASPE: Tú; pues tú,
haciendo el retrato mío,
me dijiste que me amaba
y que no era el
sacrificio
a Júpiter, sino a Amor;
con que mi honor, advertido
de su peligro, es forzoso
que huya de su peligro;
de suerte que tú eres
causa
de que él sienta mis
desvíos;
pues si no fuera por ti,
quizá dél no hubiera huido,
porque yo no lo supiera
si tú no lo hubieras
dicho.
APELES: (Pues con dos sentidos habla,
responderé en dos
sentidos.)
Si yo te ofendo, Campaspe,
es porque otro dueño
sirvo,
que su amor y tu
hermosura
mandó pintar a dos visos;
A
ALEJANDRO
y pues para ella es
ofensa
lo que para ti es servicio,
agradéceme este enojo.
ALEJANDRO: No te disculpes conmigo,
pues las señas de culpado
resultan en las de fino;
y ya que mi amor te debe
en este primer aviso
vencer las dificultades
de dar a un amor
principio,
débate ahora, pidiendo
licencia a tus desvaríos,
que intercadentes parece
que dan treguas al
sentido,
avisar si viene gente,
mientras a Campaspe digo
lo menos de lo que
siento.
APELES: (¿Esto más, cielos impíos?)
CAMPASPE: (¿Esto más, hados crüeles?)
APELES: (¡Qué violencia!)
CAMPASPE: (¡Qué
conflicto!)
Retírase
APELES al paño, oyendo lo que los dos
hablan
ALEJANDRO: Desde el instante, divina
Campaspe, que de tu brío
y de tu llanto fue objeto
la piedad del pecho mío,
tan postrado a tu
altivez,
a tu queja tan rendido
quedó mi afecto...
Sale
APELES
APELES: Señor,
Siroés viene hacia este
sitio.
ALEJANDRO: Saldréla al paso, porque
no llegue a verme
contigo.
A
APELES
No la dejes ir tú, en
tanto
que yo vuelvo.
Vase
APELES: ¿Quién ha visto
tal género de tormento,
tal linaje de martirio?
Hablan
bajo, apriesa y a hurto, como recelándose de
ALEJANDRO
CAMPASPE: Quien cobarde complaciendo
al lisonjero artificio,
no quiso a su dama tanto
como a su privanza quiso.
APELES: Si yo tuviera elección
entre aquesos dos cariños,
el elegido me diera
contra el desdeñado
alivio;
pero si me he de morir
a manos del elegido,
¿qué me culpa el
desdeñado?
CAMPASPE: El temor con que, remiso,
no sabiendo entre dos
muertes
elegir la de más brío,
se deja morir de humilde,
pudiendo morir de altivo.
APELES: Es lealtad.
CAMPASPE: Es cobardía.
APELES: Eso es volver al principio.
CAMPASPE: No es sino llegar al fin.
APELES: No es, si...
CAMPASPE: Sí es, si..
Sale
ALEJANDRO
ALEJANDRO: A
nadie miro
en todo el monte.
APELES: Debió
de echar por otro camino.
ALEJANDRO: Vuelve a avisar si viniere.
Vuélvese
APELES al paño
Y tú, hermoso dueño mío,
acuérdate que me diste
la vida.
CAMPASPE: ¿Y ése es motivo
para obligarme a quererte?
ALEJANDRO: Claro está; porque quien hizo
un beneficio quedó
obligado al beneficio.
Dar una cosa y quitarla,
una vez dada, es estilo
muy villano. ¿Por qué piensas
que vive cuanto ves vivo?
Porque los dioses, que
fueron
quien les dio la vida, han
sido
los que a su conservación
se obligaron.
Sale
APELES
APELES: Señor...
ALEJANDRO: Dilo.
APELES: Estatira hacia allí viene.
ALEJANDRO: Irla al paso determino.
Y pues yo a lo mismo
vuelvo,
vuelve también tú a lo
mismo.
Vase
CAMPASPE: ¿Quién en igual confusión
de dos amantes se ha visto?
APELES: Si de haberle dado vida
te hace cargo tan preciso,
¡cuánto más que haberla
dado
es haberla recibido!
Si él te la debe a ti, tú
me la debes a mí; indicio
más noble; que el de
obligado
fue siempre el de
agradecido.
CAMPASPE: Es verdad, mas ¿cómo puedo
serlo yo, si desperdicio
se hace el agradecimiento?
APELES: Sabe el cielo si le estimo.
CAMPASPE: ¿En qué he de verlo yo?
APELES: En
sola
una cosa que te pido.
CAMPASPE: ¿Qué es?
APELES: Que, porque más no
pierda
que lo que pierdo en oírlo
. . .
CAMPASPE: Di.
APELES: Ningún favor me hagas;
que yo me doy a partido
de que nada en mí sea
amor,
porque todo en ti sea
olvido.
Tan a nadie quieras, que
ni a mí me quieras.
Sale
ALEJANDRO
ALEJANDRO: No he
visto
por aquí a nadie.
APELES: Debió
de echar por otro camino.
ALEJANDRO: No es sino que yo estoy loco,
pues de otro loco me fío.
Retírate de aquí, y no
me vuelvas con otro aviso.
APELES: (¿Quién creerá que el desdeñado
ausente al favorecido?)
Vase
ALEJANDRO: Volviendo a cobrar, Campaspe,
de aquel mi discurso el
hilo,
que no es baja frase,
puesto
que es frase de
laberinto...
ESTATIRA: Mudad de tono y de letra.
Dentro
a una parte
SIROÉS: Mudad de letra y sentido.
Dentro
a otra parte. Sale APELES
APELES: Estatira y Siroés
por aquí vienen.
ALEJANDRO: ¿No he dicho
que mis delirios me bastan
sin creer a tus delirios,
y que aquí no vuelvas?
APELES: Yo
pienso que en eso te
sirvo.
ALEJANDRO: Loco está, no hagas dél caso.
Y así, segunda vez digo
que por más que ingrata acudas
a tus desdenes esquivos,
siendo escollo a los
embates
de lágrimas y suspiros,
he de esperar tus favores
sin que me dé por vencido,
a que no ha de haber
mudanza
pues que por algo se
dijo...
Lejos
CORO: Escollo armado de hiedra,
yo te conocí edificio.
CAMPASPE: No está tan loco, señor,
como a ti te ha parecido
Apeles, pues es verdad
que hacia aquí Estatira
vino.
Y pues te debo el reparo
de que no te vean conmigo,
débate la ejecución.
Vete, llevando sabido
que, aunque a siglos tu
deseo
mida el tiempo amante y
fino,
en mí no ha de haber
mudanza;
que no ha de ser mi
albedrío...
Lejos
CORO: Ejemplo de lo que acaba
la carrera de los siglos.
APELES: Mira si hacia esotra parte
Siroés viene.
ALEJANDRO: Irme es preciso,
por no despertar
sospechas.
(¡Viven los cielos
divinos,
que, aunque delito parezca
valerme de otro delito,
que, pues no me vale el
ruego,
ha de valerme el arbitrio!)
Vase
CAMPASPE: Y los dos ¿en qué quedamos?
APELES: En que leal determino
que, siendo tú lo que
pierdo,
piensen todos que es el
juicio.
CAMPASPE: Aunque de tu amor me ofendo,
quizá de tu honor me
obligo,
viendo que, de puro noble,
sin razón y sin aviso...
Más
cerca
CORO: De lo que fuiste primero
estás tan desconocido.
APELES: ¿Qué mucho todos por loco
me tengan, si yo lo afirmo
siempre que a mi
pensamiento
"No me estés
cuerdo," le digo,
"trayéndome a la
memoria
el favor, sino el olvido,
para que dél muera, pues
sólo el instante eres
mío..."
Más
cerca
CORO: Que de ti mismo olvivdado,
no te acuerdas de ti
mismo.
CAMPASPE: Muchos se acercan; tampoco
a ti te vean.
APELES: No miro
por donde escapar; que
tienen
tomados ambos caminos.
CAMPASPE: Entre estas ramas te esconde
mientras pasan.
APELES: Imagino
que tú me descubras.
CAMPASPE: ¿Cómo?
APELES: Como, alumbrando este sitio...
COROS 1 y
2: Ya fuiste lisonja al sol
y de sus rayos registro.
CAMPASPE: Escóndete, que no haré;
que arden muy lentos, muy
tibios
rayos que no abrasan.
APELES: Sí hacen,
sino que están a
impedirlos
muchas nubes.
CAMPASPE: Mira que
llegan ya.
APELES: Desde este sitio
seré, mirando tus ojos,
en sus hojas escondido,
si cortesano del bosque,
de las estrellas vecino.
Escóndese. Salen ESTATIRA, SIROÉS, CLORI, NISE y
MÚSICOS
ESTATIRA: Campaspe, ¿qué soledad
es ésta?
SIROÉS: ¿Tanto retiro
de nosotras?
CAMPASPE: Un discurso
ocupado y pensativo
en sus penas sólo halla
en la soledad asilo.
ESTATIRA: Pues ¿qué tienes?
CAMPASPE: ¿La memoria
de mi casa no es preciso
que me deba algún cuidado?
Y así a las dos os suplico
me deis licencia de que
a ella vuelva, pues ya
miro
aquel pasado suceso
tan entregado al olvido
que nadie se acuerda dél.
ESTATIRA: Como el irte haya nacido
de tu conveniencia, y no
del poco agasajo mío,
tuya es la elección.
CAMPASPE: El cielo
sabe que en el alma
imprimo
vuestros favores, ansiosa
de que no pueda serviros;
pero sabré agradecerlos,
siempre que a vuestro
servicio
mi vida importe.
SIROÉS: Los brazos
nos da, y adiós.
Al
paño
APELES: (Hado impío,
¿qué ausencia será
ésta? ¡Quién
alcanzara sus designios!)
CAMPASPE: (Esto es hurtarme a Alejandro;
no ha de saber dónde asisto.)
Al
entrarse, salen unos SOLDADOS con armas
SOLDADO
1: Hermosa Campaspe, espera.
CAMPASPE: ¿Qué queréis?
SOLDADO
1: Fuerza es
decirlo,
bien que a mi pesar.
ESTATIRA: Soldados,
¿qué armas, qué gente, qué
ruido
es aquéste?
SOLDADO
1: Perdonadme,
señora; que a haberos
visto
aquí, no llegara; pero
ya que llegué, me es
preciso
decir el orden que traigo.
De Teágenes un hijo
a pedir justicia viene
de Campaspe; y como ha
sido
justo a la segunda parte
guardar el segundo oído,
aunque de Alejandro ya
tiene el perdón
conseguido,
para que dé sus descargos
es fuerza parecza en juicio.
Presa me mandan llevarla.
APELES: (¡Qué oigo!)
CAMPASPE: ¡Qué escucho!
ESTATIRA:
¿Advertidos?
¿No fuera bien que
esperarais
que no estuviera conmigo,
para intimarla esa orden?
SOLDADOR
1: Sí, señora, mas ya he dicho
que no os vi.
ESTATIRA: Pues ya me veis,
y si no tratáis de iros .
. .
CAMPASPE: No, señora, hagáis empeño
por mí; que de mi delito
la razón me pondrá en
salvo.
(La hora de irme no miro,
por no empeñarle otra
vez.)
Y así a cuantos me oyen
pido,
desde la cumbre del monte
hasta la falda del risco,
nadie en mi defensa salga;
que, aunque voy presa, yo fío
que voy en mi libertad,
pues voy yo misma conmigo.
Vanse
CAMPASPE y SOLDADOS. Sale APELES
APELES: Espera;
que no sabes el peligro,
Campaspe, a que vas.
SIROÉS: ¿Qué es
esto?
APELES: Correr a mi precipio,
viendo a Campaspe en poder
de Alejandro y sus
ministros.
CLORI: (Descubrióse la maraña.) Aparte
NISE: (Dio la tramoya consigo Aparte
en tierra.)
ESTATIRA: Pues ¿cómo vos
osáis estar escondido
en esta parte?
APELES: No sé;
mas sabrélo, si la libro
del riesgo a que va.
ESTATIRA: Teneos;
que lo que yo no consigo
por mí, queriendo ella ir
presa,
por vos no he de
conseguirlo.
APELES: No os importa tanto a vos
como a mí.
ESTATIRA: Aunque me hayan dicho
su despecho en no empeñaros,
vuestro arrojo en
descubriros;
que, aunque al vivo la
pintáis,
pintáis su amor más al
vivo.
Sale
DIÓGENES y, viendo gente, se detiene
DIÓGENES: (Vuelvo a buscar aquel joven
para ver si algo
averiguo.)
ESTATIRA: Tengo de saber qué es esto.
APELES: Ya de vista se ha perdido.
DIÓGENES: (Con unas damas está.
¡Quién hallara un
indicio!)
ESTATIRA: No habéis de seguirla.
APELES: ¡Cielos,
en vano al dolor resisto!
ESTATIRA: ¿Qué es esto? digo otra vez.
APELES: Yo otra vez y otras mil digo
que es que voy a ver, y
ciego,
que es que voy a hablar, y
gimo.
ESTATIRA: ¿Ahora enmudeces? ¿Ahora
calláis? ¿Ahora suspendido
las articuladas voces
trocáis en mudos gemidos?
¿Qué pasmo fue, qué
letargo
el que yerto, helado y
frío
os ha dejado?
APELES: ¡Ay de mí!
¿Qué es esto que mis
sentidos
ha turbado de manera
que ni oigo, ni hablo ni
miro?
¿Qué espero? Piérdase todo,
pues que todo se ha
perdido.
¡Fuego, fuego, que me
abraso,
que me ahogo, que me
aflijo!
Arroja
los vestidos
TODOS: ¿Qué hacéis?
APELES: Arrojar la ropa,
viendo arder en tan activo
incendio de mi cadáver
todo el humano edificio.
¡Piedad, cielos divinos!
Mas ¡ay!, que más que
apague el llanto mío,
el aire encenderá de mis
suspiros.
SIROÉS: Él está loco; huye dél.
Vase
CLORI Y NISE: Todas haremos lo mismo.
Vanse
ESTATIRA: Llegó a su extremo el furor.
Vase
DIÓGENES: Atiende, discurso mío,
quizá dirá su locura
lo que su razón no dijo.
APELES: ¡Piedad, cielos divinos!
Mas ¡ay!, que más que
apague el llanto mío,
el aire encenderá de mis
suspiros.
Sale
CHICHÓN
CHICHÓN: Si no me engañan los ecos,
hacia aquí la voz he oído.
--
Señor, ¿es hora de
hallarte?
¿Cómo desnudo te miro?
¿Has jugado a la pelota?
¿Vienes de nadar del río,
o vas a esgrimir?
APELES: No es,
no es, sino que en el
navío
que en el mar de amor
sulcaba
rizados campos de vidrio,
tormenta corrí de celos,
y en sus ruinas encendido,
Etna soy, rayos aborto,
volcán soy, llamas
respiro.
¡Piedad, divinos cielos!
Mas ¡ay!, que más que
apague el llanto mío,
el aire encenderá de mis suspiros.
CHICHÓN: ¿Qué navío ni qué haca?
¿Qué mar ni qué desatino?
¿Qué tormenta ni qué
alforja?
Vuelve a cobrar tus
vestidos,
espada, capa y sombrero;
Recoge
los vestidos
Pero no cobres el juicio,
que diz que está bien
hallado
quien le tiene bien
perdido.
APELES: Pues nadie mejor que yo,
y porque lo creas, ¿has visto
a Campaspe?
CHICHÓN: Sí, señor.
APELES: ¿Dónde estaba?
CHICHÓN: En mi vestido;
que como para picaños
el peinador no se hizo,
al peinarme esta mañana
todo de caspa teñido
le vi, a modo de
nevado,
pero no a modo de limpio.
APELES: Calla, calla; que no entiendes
mi dolor. Lo que te digo
es que si has visto a
Campaspe
en poder de un dueño impío
que, no valiéndole el
ruego,
el engaño le ha valido?
CHICHÓN: (Seguirle quiero el humor.) Aparte
¿No quieres que la haya
visto,
si ella y ese ingrato
dueño,
haciéndose mil cariños,
él iba a caza de mirlas
y ella a caza de chorlitos?
APELES: Mientes, mientes; porque presa
la tienen.
CHICHÓN: Pues ¿no es lo mismo
estar presa que ir a caza?
APELES: ¡Viven los cielos divinos,
que te ha de costar la
vida,
villano, el no haberla
visto!
CHICHÓN: No costará, porque yo
huir sé desde tamañito.
Al ir
huyendo de APELES, y él siguiéndole, da con
DIÓGENES
Mas ¿quién está aquí?
DIÓGENES: Yo soy.
APELES: Pues ¿qué hacéis aquí escondido
vos, viejo honrado?
Cógele
del brazo
CHICHÓN: Eso sí;
rínele muy bien reñido;
que es mucha filosofía
acechar, sin ser vecino.
(Quiero entretanto llamar
gente para reducirlo
a casa.)
Vase
DIÓGENES: ¿Yo, señor, cuándo...?
APELES: No, no tenéis que eximiros.
DIÓGENES: (¿Quién me metió en venir, cielos,
de la quietud en que vivo
a dar en manos de un loco?)
APELES: ¿Pensáis que no os he entendido?
¿Que queríades saber
que el sol que idólatra
sigo
es Campaspe? ¿Y que es Campaspe
a quien Alejandro quiso,
a cuya causa, por no
ofender al dueño mío,
entre un amor y un
respeto,
falso amante, criado fino,
me dejé morir, trocando
sus favores a desvíos,
sus agrados a desdenes,
y sus memorias a olvidos?
Pues no, no habéis de
saberlo,
porque yo no he de
decirlo.
¡Piedad, cielos divinos!
Mas ¡ay!, que más que
apague el llanto mío,
el aire encenderá de mis
suspiros.
DIÓGENES: Bien esperé que el furor
dijera lo que no dijo
el dolor.
Y pues acaso
a las manos se me vino
el desengaño de todo,
diré yo que lo he sabido
por mis ciencias a
Alejandro;
pues contra achaques del siglo
hasta la ciencia es
forzoso
valerse del artificio.
Salen
ALEJANDRO y EFESTIÓN
EFESTIÓN: Estas dos nuevas, señor,
a un mismo tiempo han
venido.
ALEJANDRO: Ambas de pesar han sido,
y no sé cuál es mayor.
¿Rojana murió?
EFESTIÓN: El furor
del mar, como la presuma
Venus de Chipre, con suma
violencia, quiso en su esfera
que una de la espuma
muera,
si otra nace de la espuma.
A esto se llega enviar
Darío cuanto pediste,
porque imposible creíste
que lo pudiese juntar
en rescate singular
de sus hijas; con que ha
sido
fuerza, habiendo prometido
que libres no se han de
ver,
o tu palabra romper
o faltar a lo ofrecido
al gran Júpiter.
ALEJANDRO: Y di,
entre uno y otro
pesar,
¿sabes si han ido a buscar
a Campaspe?
EFESTIÓN: ¿Tanto en ti
puede una pasión que así
todo lo olvidas por ella?
ALEJANDRO: ¿Qué te admiras, si mi estrella
tan poderosa es que no
pierdo nada, como yo
no pierda a
Campaspe bella?
En llegando a amar, no
hay fama,
no hay aplauso, no hay
blasón,
honor, vida, alma ni
acción
que no sea de la dama
que por entonces se ama;
y así, aunque frustrados
veo
un fin y otro, en este
empleo
de ambos el despique fundo.
EFESTIÓN: ¿Quién creerá que cabe un mundo
donde no cabe un deseo?
Salen
al paño CAMPASPE y SOLDADOS
SOLDADO
1: Aquí has de esperar; que
aquí
la audiencia ha de ser.
Vanse
los SOLDADOS
CAMPASPE: Sí
haré,
pues de mi justicia sé
que ella volverá por mí.
ALEJANDRO: Pero ¿no es aquélla?
EFESTIÓN: Sí.
ALEJANDRO: Pues por si, al llegarse a ver
engañada en mi poder,
acudiere su pasión
a las lágrimas, que son
las armas de la mujer,
harás, porque no se
entienda
el menor eco del llanto,
que de la música el canto
suene al umbral de la
tienda,
cuyas cláusulas pretenda
la armonía acompañar
del estruendo militar,
pues sin dar sospecha, han
sido
salvas que ya han
divertido
otras veces mi pesar.
Vase
EFESTIÓN
¡Divina Campaspe bella!
CAMPASPE: Dame, gran señor, tus pies.
ALEJANDRO: ¿Tú aquí? Pues ¿qué es esto?
CAMPASPE: Es
sobre el rigor de mi
estrella,
la fuerza de una querella
que, aunque ya tu perdón
vi,
presa me trae.
ALEJANDRO: ¿Presa?
CAMPASPE: Sí.
ALEJANDRO: Engáñaste, que es error.
CAMPASPE: ¿Cómo?
ALEJANDRO: Como, siendo amor
quien se querella de ti,
no hay que temer la
crueldad
de la prisión suya; pues
de quien él querella, es
de quien está en libertad,
no de quien su voluntad
presa tiene; y siendo así,
que tú eres la libre aquí
y yo el preso, tu temor
en mí está, no en ti.
CAMPASPE: Es error;
pues si un temor (¡ay de
mí!)
pierdo, otro cobra mi
fama,
al ver traición la
prisión.
ALEJANDRO: Lo que en paz fuera traición
ardid de guerra se llama.
CAMPASPE: Traición es cuanto disfama
las sacras leyes de amor.
Canta
la MÚSICA a un lado, suenan las cajas
y
trompetas a otro lado, y los dos representan, todo a un tiempo
MÚSICA: En repúblicas de amor
es la política tal,
que el traidor es el leal
y el leal es el traidor.
ALEJANDRO: Bien por mí te ha respondido
voz que publica constante
que no ha sido leal amante
el que a vencer un olvido
traidor amante no ha sido.
CAMPASPE: Antes respondió tan mal
que me ha dejado mortal
oír que en odio del
honor...
La
caja
MÚSICA: En repúblicas de amor
es la política tal...
ALEJANDRO: Ya son tus quejas en vano.
Quiere
asirle la mano
CAMPASPE: Deten la mano; porque,
si antes mi delito fue
el dar la muerte a un
tirano
en defensa de mi mano,
ahora lo será, señor,
no dársela.
ALEJANDRO: Tu rigor
baste, pues en lance
igual...
La
caja
MÚSICA: El traidor es el leal
y el leal es el traidor.
Como
luchando los dos
CAMPASPE: ¡Advierte!
ALEJANDRO: ¿Qué he de advertir?
CAMPASPE: ¡Mira!
ALEJANDRO: ¿Qué puedo mirar?
CAMPASPE: Que ayer me libró el matar,
y hoy me librará el morir.
Quiere
sacarle la espada, y él lo impide
ALEJANDRO: No hará.
CAMPASPE: ¡Válgame el pedir
a cielo y tierra favor!
ALEJANDRO: Su voz confunda el rumor.
La
MÚSICA y las cajas y la representación todo a un
tiempo
MÚSICA: En repúblicas de amor
es la política tal,
que el traidor es el leal
y el leal es el traidor.
CAMPASPE: Ni eso te valdrá tampoco.
Dentro
APELES: ¡Mentís todos!
TODOS: ¡Guarda el loco!
UNOS: ¡Teneos!
DIÓGENES: He de entrar.
Sale
EFESTIÓN
EFESTIÓN:
¡Señor!
ALEJANDRO: ¿Qué es eso, Efestión? ¿Qué voces
a una y otra parte varias,
demás de las que he mandado
de instrumentos y de cajas,
son las que se oyen?
EFESTIÓN: Apeles,
a quien furioso llevaban
a su albergue unos soldados,
escuchando lo que cantan,
diciendo, embistió con todos,
que es mentira, que no haya
lealtad en amor, a tiempo
que Diógenes la entrada
de su tienda solicita,
sin que le impida la guarda.
ALEJANDRO: Retírate tú a esta puerta,
A
CAMPASPE
hasta que sepa qué causa
a los dos mueve.
Retírase
CAMPASPE al paño
CAMPASPE: (¡Fortuna,
quién --¡ay infelice!
--hallara
por donde escapar! En vano
lo intento, porque cerrada
está por aquí la tienda.
Fuerza es esperar.)
Sale
DIÓGENES
DIÓGENES: Las plantas
me da, señor, en albricias
de que ya mi ciencia alcanza
el accidente de Apeles.
ALEJANDRO: Si en otra ocasión llegaras,
fueras más bien recibido.
Mas ya que llegaste, habla,
di, ¿qué accidente es?
DIÓGENES: Amor.
ALEJANDRO: Si no dices más, no basta
para que te crea, pues esa
fue la primera palabra
que dijiste, y no por eso
fue cierto; y como no añadas
más, lo mismo será ahora.
DIÓGENES: ¿Bastará decir la dama
y el competidor?
ALEJANDRO: Sí.
DIÓGENES: Pues
si eso es todo lo que falta
al crédito de mis ciencias
y a sus conjeturas sabias,
aunque yo no la conozco,
perdone esta vez su fama.
La dama es Campaspe, y tú
el que de celos le mata;
de suerte que amor y celos
son de sus penas la causa.
ALEJANDRO: ¿Qué dices?
¡Ay infelice!
CAMPASPE: (¡Cielos, la suerte está echada!)
DIÓGENES: Que es Campaspe a quien adora.
ALEJANDRO: No prosigas, calla, calla;
que en ti, porque me lo dices,
más que en él, porque me
agravia,
pues ya es cómplice al dolor
quien el dolor adelanta,
tengo de vengar mis celos.
Empuña
la daga, y detiénele
EFESTIÓN
EFESTIÓN: Advierte, señor.
DIÓGENES: ¡Bien pagas
su fineza y mi fineza!
ALEJANDRO: ¿Qué fineza, si tirana
tu voz, su intención traidora,
me han dado la muerte ambas?
CAMPASPE: ¡Ay de quien sobre sí, cielos,
todo este escándalo aguarda!
DIÓGENES: La suya, pues, es tan grande,
tan noble, tan leal, tan rara,
que, a despecho del favor
que quizá en Campaspe halla,
se deja morir, por no
ofender la confïanza,
respeto y decoro que
tan a su costa te guarda.
La mía, pues que te pongo
en ocasión de que hagas
una acción tan generosa
como agradecer las ansias
del que, en abono de todos
los que encarecen que aman,
diciendo que amantes pierden
por su dama el juicio, anda
tan fiel contigo y con ella
que, en las desdichas que pasa,
pierde por la dama el juicio
y por ti el juicio y la dama.
ALEJANDRO: No con razones me arguyas
sofísticamente falsas;
que no hay en celos razón
mayor que el que no la haya.
Y así en ti ahora, y después
en él, si es que ella le ama,
que yo lo sabré, mis celos
vengaré.
CAMPASPE: ¡Qué oigo!
EFESTIÓN: Repara.
DIÓGENES: Buena ocasión se ofrecía
de volver a la pasada
cuestión de cuál de los dos
es más invicto monarca.
ALEJANDRO: ¿Cómo?
DIÓGENES: Como si antes de ahora
no creía a quien contaba
que, esclavo de tus pasiones,
la destemplanza te agrava,
la lascivia te posee,
y la ira te arrebata,
ahora lo creo, al mirar
lo que una afición te
arrastra;
y siendo así que esa ira,
ambición y destemplanza,
lascivia y envidia yo
esclavas traigo a mis plantas,
¿cuál será más poderoso:
yo, que mando a quien te
manda,
o tú, que sirves a quien
me sirve a mí? Con tan clara
consecuencia logra ahora
mi muerte; pero a[l] lograrla
mira quién eres, pues eres
esclavo de mis esclavas.
Híncase
de rodillas
EFESTIÓN: A tanta osadía no tengo
de impedirte ya.
CAMPASPE: (Él le mata.) Aparte
ALEJANDRO: (¿Mira quién eres, pues eres Aparte
esclavo de mis esclavas?
¿Tanto una ciega pasión
desluce el decoro, ultraja
el respeto, que ocasiona
a que pueda cara a cara
atrevérsele la voz
de un mísero, en confianza
de que, diciendo verdad,
la muerte no le acobarda?
Pues no ha de ser, no ha de
ser;
que no ha de decir la fama
que dijeron a Alejandro
de Dïógenes las canas:
"Mira quién eres, pues
eres
esclavo de mis esclavas,"
sin que tratase enmendar
de sus defectos la causa.)
Alza, Diógenes, del suelo.
CAMPASPE: (¿Cómo tan afable le habla?)
ALEJANDRO: Y dime otra vez, ¿por mí
Apeles muere con tanta
fineza que, leal y noble,
aunque Campaspe le ama,
a Campaspe olvida?
CAMPASPE: (Él
mi amor averiguar trata.)
Dentro
VOCES: ¡Guarda el loco! ¡Guarda el loco!
DIÓGENES: Esas voces lo declaran
mejor que yo.
ALEJANDRO: Dejad que entre.
Salen
APELES desnudo, CHICHÓN con los vestidos, y otros
deteniéndole
APELES: Par diez, aunque lo estorbara
todo el mundo, entrara yo,
sin que tú me lo mandaras;
porque al que pide justicia
no ha de haber puerta cerrada.
CHICHÓN: Y más cuando una locura
le sabe falsear las guardas.
ALEJANDRO: Pues ¿de quién justicia pides?
APELES: Desos que infieles te cantan
que en repúblicas de amor
la política es tan mala
que el traidor es el leal;
porque yo sé que te engañan,
y que hay lealtad en amor
tan grande... Pero eso basta;
que no quiero que la sepas,
porque parece que falta
a la fineza el que hace
la fineza con jactancia.
ALEJANDRO: Repórtate; y pues está
tu queja tan bien fundada,
yo te guardaré justicia.
(¡Ea, valor! La más alta
victoria es vencerse a sí;
no diga de ti mañana
la historia, que toda es
plumas,
el tiempo, que todo es alas,
que tuvo en su amor Apeles
más generosa constancia
que yo. Si él por mí se deja
morir con lealtad tan rara,
¿por qué, pudiendo él hacerla,
no he de poder yo pagarla?)
¡Campaspe!
CAMPASPE: (Sin duda en él
y en mí se venga.) ¿Qué mandas?
ALEJANDRO: Que seas heroico asunto
que, en láminas de oro y
plata,
de mis liberalidades
corone las esperanzas.
Alábense otros que dieron,
ya a las letras, ya a las
armas,
coronas, reinos, provincias,
ciudades, templos y estatuas;
que no ha de alabarse alguno
que sacrificó a las aras
de la lealtad mayor triunfo,
ni dio más, pues dio su dama,
el día que en su poder,
o gustosa o no, la halla.
Dale, pues, la mano a Apeles,
porque, esposa suya, vayas
donde no te vean mis ojos.
A
DIÓGENES
Tú, Dïógenes, repara
en la dádiva mayor,
si soy esclavo de esclavas
o si soy dueño de mí.
A
APELES
Y tú mira la distancia
que hay de tu amor a mi amor,
pues tú me la das pintada
y yo te la vuelvo viva,
pues di la mitad del alma.
CAMPASPE: (Esto es querer apurar
si es verdad que enamorada
estoy de Apeles. Yo haré
que mal la experiencia salga.)
APELES: (¡Qué escucho! ¿Campaspe es mía?
¿Quién, cielos, con tan
extraña
novedad en mis sentidos
me restituye a la clara
luz del día? ¿Cómo estoy
aquí así?) --Dame la capa,
dama la espada, Chichón;
A
ALEJANDRO
--Y tú, gran señor, las
plantas;
que no en vano te apellida
dios la voz de tantas varias
naciones, pues dar un cielo
no es don de humano monarca;
A
CAMPASPE
--Y tú, Campaspe, la hermosa
blanca mano me da.
CAMPASPE: Aguarda.
ALEJANDRO: ¿No se la das?
CAMPASPE: No.
ALEJANDRO: ¿Por qué?
CAMPASPE: Porque no quiero que haga
ferias de mi libertad
tu vanagloria. (¡Mal haya
temor que, de puro fino,
quiere que parezca ingrata!)
Dejo aparte que yo a Apeles
no amo; mas cuando le amara,
no dejara de sentir
el desaire con que tratas
a lo que dices que quieres;
que somos todas tan vanas
que aun de lo que aborrecemos
nos hace el cariño falta.
¿De cuándo acá fue el amor
prenda para enajenada?
¿De cuándo acá el albedrío
de un dueño a otro dueño pasa?
¿Es inquilino el afecto
para andar mudando casas,
vecino ayer de una gloria
y huésped hoy de una infamia?
¿Es joya la inclinación?
¿Es la voluntad alhaja?
¿Es el deseo presea,
ni menaje la esperanza
para hacer dádiva dellas,
tan bajamente contraria,
que da con un baldón, yendo
a buscar una alabanza?
Liberalidad bien puede
ser que sea el dar la dama;
pero liberalidad
tan neciamente villana,
que piensa que lo da todo,
siendo así, que es cosa clara,
que no da nada; porqué
el día que no da el alma
¿qué da en lo demás? Con que,
si presumes que le pagas
de lo vivo a lo pintado
el logro a Apeles, te engañas;
pues si él dio un retrato, no
le vuelves más que una
estatua;
porque el que sin albedrío
con una mujer abraza
logra, pero no merece,
consigue, pero no alcanza;
de suerte que, no pudiendo,
cuando la fuerza te valga,
darle ni el alma ni el gusto,
darle sin gusto y sin alma
todo lo que puedes es
darlo todo y no dar nada.
APELES: (¡Qué escucho, cielos! ¿Campaspe
así mis finezas trata?)
CHICHÓN: Paréceme que bien puedes
volverme capa y espada,
y volverte a jugador
de pelota; pues es clara
cosa que de borra y viento
ya está el pelotero en casa,
siendo de borra tu amor
y de viento tu esperanza.
ALEJANDRO: Por más que deslucir quieras
mi acción, noblemente vana,
no has de poder; que una cosa
es hacerla, otra lograrla.
Y así, para haberla yo hecho,
¿qué importa que tú... ?
Dentro
SOLDADOS: ¡Plaza!
ALEJANDRO: ¿Qué es aquello?
EFESTIÓN: Que a tu tienda
llegan con todas sus damas
Estatira y Siroés.
Vase
ALEJANDRO: Ya como libres se tratan,
en fe del rescate; fuerza
es que a recibirlas salga.
Después diré lo que iba
a decir.
A
DIÓGENES
--Tú no te vayas,
hasta ver el fin.
Vase
DIÓGENES: No haré,
aunque de mi pobre estancia
la ausencia siento.
Vase
CHICHÓN: ¿Qué mucho,
si quedó allá la tinaja?
Que, aunque no es de vino hoy,
haberlo sido ayer basta
para que haga compañía.
Mas ¡miren aquí qué caras!
Bien se ve que están reñidos,
pues que se han quitado el
habla.
Veamos por cuál de los dos
quiebra.
APELES: ¿Para qué, tirana... ?
CHICHÓN: Luego vi que era él lo más
delgado.
APELES: ¿Para qué, ingrata,
traidoramente apacible,
cariñosamente falsa,
alentaste tantas veces,
ya amorosa y ya enojada,
mis esperanzas, si habías,
el día que de pagarlas
tuvieses más ocasión,
de engañar mis esperanzas?
¿Qué victoria te promete
un rendido, para que hagas
suertes en él tan ociosas
como restituirle el alma,
para que con ella sienta
más tu rigor? Y así, ingrata,
o vuélveme mi locura
o tómate tu mudanza.
CAMPASPE: Que me baldones permito
de mudable, de liviana
y de inconstante (¡ay Apeles!)
porque alcanzo que no alcanzas
que quizá ha sido fineza
el desdén de que te agravias.
APELES: ¿Qué fineza, si no es más
que, al verte de un rey amada,
haber hecho fantasía
del gusto, mostrando vana
el que el ruido del poder
suena siempre en consonancia?
CAMPASPE: Si supieras que él quería,
por tomar de ti venganza
y de mí, saber no más
si te amo o no, no
culparas
que hubiese sido cautela
contra cautela la traza
que halló mi amor, a pesar
de mi amor.
APELES: Pues ¿no importara
menos que él me diera muerte
que dármela tú? ¿Qué gana
mi vida, di, si, porqué
el no me mate, me matas?
CAMPASPE: Luego ¿fuera más fineza,
a todo trance empeñada,
arriesgarlo todo?
APELES: Sí;
que mejor le está a una dama
ser fina que cautelosa.
CAMPASPE: Cautela hay menos culpada
de lo que fuera quizá
la fineza.
APELES: Es ignorancia.
CAMPASPE: No es sino atención. ¿Querías
que mi amor le confesara
y te diera muerte?
APELES: Sí;
que el día que mi honor salva
ver que, el día que seas mía,
no toca a mi confïanza
interpretar los sentidos,
sino entender las palabras.
Fuéraslo (¡ay de mí!) el instante
que en darme muerte tardara;
muriera feliz, no triste.
CAMPASPE: Pues si eso es lo que te agrada,
a tiempo estás, que la mano
que no te di... Pero
aguarda...
Ruido
dentro
que vuelven todos.
APELES: ¡Oh, cuánto
perezosa se dilata
siempre la dicha!
CHICHÓN: Hecho un bobo
me estoy oyéndolos. ¿Que haya,
habiendo amor de obra
gruesa,
quien gasta el de filigrana,
todo retruécanos, todo
tiquismiquis?
Salen
todos
ESTATIRA: Tu palabra
es ley y cumplirla debes.
ALEJANDRO: Quien, por cumplir una, falta
a otra, no yerra; y así
es bien que el camino parta
entre las dos.
SIROÉS: ¿De qué suerte?
ALEJANDRO: Que libre, Siroés, vayas,
llevando a Persia el tesoro
que era rescate de entrambas;
A
ESTATIRA
--y tú te quedes en Grecia.
ESTATIRA: ¿Yo en Grecia?
ALEJANDRO: Sí; mas no esclava,
sino esposa mía, supuesto
que murió en el mar Rojana.
ESTATIRA: La ventura agradeciera,
puesta, señor, a tus plantas,
a no saber que Campaspe
te tiene cautiva el alma;
y entrar tropezando en celos
justamente me acobarda.
ALEJANDRO: Habérsela dado a Apeles
ese temor satisfaga.
Y, porque lo veas, volviendo,
Campaspe, a la acción pasada,
a Apeles le da la mano.
CAMPASPE: Sí haré, de muy buena gana
ahora, que es porque yo quiero
y no porque tú lo mandas.
ALEJANDRO: Aunque deslucir mi acción
intentes, no estés muy vana;
que nada le das tampoco.
CAMPASPE: ¿Cómo?
ALEJANDRO: Como, si le amabas,
es dar lo que ya era suyo
darlo todo y no dar nada.
Y pues esto ha sido un solo
paréntesis de las armas,
prosiga al Peloponeso
el ejército la marcha;
que he de cumplir el agüero,
venciendo naciones varias.
ESTATIRA: Con esa satisfacción
a tus pies estoy.
ALEJANDRO: Levanta.
NISE: Yo he de quedarme contigo.
ALEJANDRO: Con Efestïón casada.
DIÓGENES: Y yo volverme a mi monte,
donde te ruego que no vayas,
ni me llames otra vez;
que no sabes lo que cansa
esto de andar componiendo
de amor y celos las ansias.
SIROÉS: Dichosa yo, que la vuelta
daré a mi padre y mi patria.
ESTATIRA: Más dichosa yo, que quedo
al logro de mi esperanza.
APELES: Dichoso yo, que he alcanzado
ver el fin de penas tantas.
CHICHÓN: Más dichoso yo, que libre
quedo, cuando otros se casan.
Y pues más desocupado
estoy, humilde a esas plantas
seré quien pida por todos
el perdón de nuestras faltas;
aunque es darnos lo que es nuestro
darlo todo y no dar nada.
FIN DE LA COMEDIA