JORNADA PRIMERA
Salen
haciendo algún ruido don CÉSAR y
MOSQUITO,
vestidos de camino, con botas y
espuelas
CÉSAR: Pues no podemos entrar
en Madrid, hasta que sea
de noche ya, ata las mulas
a esos troncos; y sobre esta
tejida alfombra de flores
que bordó la primavera,
entre estos estanques donde
la Casa del Campo ostenta
tanta variedad podemos
esperar a que anochezca.
MOSQUITO: Ya están las mulas atadas;
y aun fuera más justo que ellas
nos ataran a nosotros.
CÉSAR: ¿Por qué?
MOSQUITO: Porque son más cuerdas.
CÉSAR: Luego ¿los dos somos locos?
MOSQUITO: Concedo la consecuencia;
mas con una distinción.
CÉSAR: ¿Cuál?
MOSQUITO: Tú por naturaleza,
y yo por concomitancia;
que es por lo que se me pega
de andar contigo.
CÉSAR: ¿Aquí, pues,
qué hay que locura sea?
MOSQUITO: ¡Cuerpo de Cristo conmigo!
Habrá tres meses apenas
que salimos de Madrid,
por haber dejado en ella
muerto a un noble caballero,
que era hermano, por más señas,
de una de aquellas dos damas
que a un mismo tiempo festejas,
y por celos de la otra;
que, como autor de comedias,
tienes en tu compañía
segunda dama y primera.
Pasamos a Portugal
y, porque en una estafeta
nos vino un pliego --que yo
aun no sé lo que contenga--
sin mirar inconvenientes,
dimos a Madrid la vuelta;
y dices que ¿qué locura
hay aquí?
¿No consideras
que no hay alcalde de corte
que no esté echando centellas
por aquella boca, y que
juran que hemos de ver puestas,
tú la cabeza a tus plantas,
las plantas yo a otras cabezas?
CÉSAR: Confieso que dices bien
en que mi vida se arriesga
hoy en Madrid, pero donde
mi vida trae una pena
misma, habiendo de morir
en Lisboa de una ausencia
o en Madrid de mis desdichas,
ya que dos muertes me cercan
y que me dan a escoger
el modo de morir, deja
que muera contento donde
Lisarda hermosa lo vea.
MOSQUITO: Yo, aunque el martirologio
romano aquí me trajeran,
para que escogiera muerte
a mi propósito, fuera,
sin agradarme ninguna,
vanísima diligencia,
porque no hay tan bien prendida
muerte que bien me parezca.
¿Qué culpa tengo de que
tú a morir contento vengas
para traerme de reata?
CÉSAR: Pues dime ¿tú qué recelas,
si tú en nada estás culpado
ni te hallaste en la pendencia?
MOSQUITO: Pues si un triunfo matador
arrastra los que se encuentra,
¿un amo matador, dime,
no arrastrará --cosa es cierta--
cualquiera triunfo crïado?
CÉSAR: ¡No vi locura más necia!
MOSQUITO: Y esto a una parte, señor,
¿qué razón hay de que sea
tan cerrado tu capricho
que, ya que me traes, no sepa
a qué me traes? Dime, pues,
¿qué es lo que en Madrid
intentas?
CÉSAR: Eso te diré, no tanto,
Mosquito, porque lo sepas,
como por descansar yo
con decirlo; que las penas
no tienen otro consuelo
sino el rato que se cuentan;
que, como mujeres son,
le despican con la lengua.
Lisarda, raro milagro,
donde la naturaleza
para modelo compuso
de una hermosura perfecta
la belleza y el ingenio,
haciendo paces en ella,
que hasta allí estaban reñidos
el ingenio y la belleza,
fue --ya lo sabes-- del templo
de amor la deidad más bella,
a cuyas aras no hay
vida y alma que no sea
mudo sacrificio. Bien
tantas víctimas lo muestran
como yacen a sus ojos
rendidas, si no sangrientas.
Yo, que entre el mortal consuelo
de sus victorias apenas
la vi cuando con la mía
hizo número y no cuenta,
idolatrando su imagen
viví, sin que mereciera
perdón por el sacrificio
ni mérito por la ofrenda.
Desvalido amante, pues,
de este hermoso hechizo, de esta
hermosa mujer, mi vida
a tanto esplendor atenta,
la Clicie fue de sus rayos
y el imán de sus estrellas.
Viendo, pues, que a todo un sol
alas fïaba de cera,
y que al generoso vuelo
sólo monumento era
el mar de mi llanto, donde
se apagaban sus centellas,
dispuse olvidarla, como,
--¡qué error!-- como si
estuviera
el olvidarla en la mano
de quien no estuvo el quererla;
y por hacerme en efecto
contraveneno a mis penas,
venciendo amor con amor,
puse los ojos en Celia;
Celia, que fuera milagro
de hermosura, si no fuera
porque Lisarda se alzó
con todo el imperio della.
Si donde amé fui infelice,
y los afectos se truecan,
donde no amé ¿qué sería?
Saca tú la consecuencia.
¡Oh Amor! Si te llaman dios,
¿cómo de Dios desemejas
tanto que los fingimientos
y no las verdades premias?
O deja, Amor, de ser dios,
o de ser ingrato deja;
porque decir dios e ingrato
o suena mal o no suena.
De Celia en fin admitido,
estaba siempre con Celia
como extranjero mi amor,
dejando a Lisarda bella
acá en lo mejor del alma,
donde adorada estuviera,
cierto lugar reservado.
Escucha de qué manera.
Tiene un príncipe, un señor
lejos de sí un gran palacio
y en el suntuoso espacio
cerrado el cuarto mejor.
Éste se guarda en rigor;
y, aunque igual huésped por él
pase, el alcaide fïel
dice, "Este cuarto oportuno
es de mi rey, y ninguno
ha de aposentarse en él."
Así el alma toda, que era
el palacio de mi amor,
dejó a Lisarda el mejor
cuarto, aunque no le viviera.
Éste guarda de manera
el corazón, que nombró
su alcaide que, aunque hospedó
dentro a Celia, considero
que fue en otro cuarto; pero
en el de Lisarda no.
De aquella, pues, despreciado
y favorecido de esta,
engañado en ésta el gusto
con la memoria de aquélla,
neutral estaba mi vida,
cuando en esta competencia
sucedió que don Alonso,
hermano infeliz de aquella
bellísima ingratitud,
que no ablandaron mis quejas,
a Celia sirvió. ¿Habrá dicho
algún hombre que es la fuerza
de los celos tal que, donde
no hubo amor, haber pudiera
celos? Sí; porque los celos
son un género de ofensa
que se hace a quien se dan,
y no es menester que sean
hijos de Amor; que tal vez
el pundonor los engendra;
si bien estos dos linajes
son con una diferencia,
que el alma en los del amor
anda por saber la pena,
y en los del pundonor anda
el alma por no saberla.
Dígolo porque mil veces,
aunque vi acciones y señas
sólo de parte de él, yo
cuidé poco de entenderlas
hasta que, saliendo un día
de la hermosa primavera
Celia al parque, don Alonso
al parque bajó con Celia.
Yo, que en el sitio esperaba,
y le vi venir con ella,
por ella y por él no pude
disimular más, sin mengua
de mi valor; y, llegando
a los dos, pronuncié apenas
la primera razón cuando
Celia dijo, "Seáis, don
César,
bien venido; que os deseo,
porque con vuestra presencia
me dejará don Alonso,
ya que a hacerlo no le fuerzan
tantos desengaños." Él,
mal pensada la respuesta,
dijo....Mas no sé qué dijo;
que nunca un noble se acuerda
de palabras que el enojo
pronuncia desde la lengua
a las espadas; mas luego
sacamos los dos las nuestras.
De una estocada cayó
en el suelo. Entonces Celia,
confundida con la gente
que acudía a la pendencia,
pudo, sin ser conocida,
dar a su casa la vuelta,
y yo libre fui a tomar
en la Encarnación iglesia,
donde estuve hasta que fuimos
a Portugal. Todas estas
cosas sabes. Desde aquí
las que no sabes empiezan.
Estando, pues, en Lisboa,
recibí por la estafeta
de Celia una carta, en que
dice....Mas la carta es ésta.
Lee
"Si no estuviera satisfecha
de que vos
lo estáis de la poca culpa que
tuve en
vuestra desgracia, fuera mi vida
la
segunda que hubiérades
quitado. Mi
hermano, como sabéis, está
ausente; y
no podéis tener retraimiento
mejor que
mi casa; que en ella no os han
de buscar.
Y así, para tratar más cerca de
vuestros
negocios, os podéis venir a
ella, donde
estaréis secreto como deseáis, si
no
servido como merecéis. Celia
Esta carta me ha obligado
a que hoy a Madrid me venga;
pues no hay retraimiento donde
seguro un hombre estar pueda,
Mosquito, como una casa
particular; y desde ella
podré de noche salir
a las cosas de mi hacienda
y de mi composición;
pues no negocia en ausencia
el pariente ni el amigo
lo que el mismo dueño. Fuera
de que, si he de hablar verdad,
ni esto ni aquello me fuerza
tanto como parecerme
que podré adorar las rejas
de Lisarda alguna noche,
ya que dispuso mi estrella
que, dando muerte a su hermano,
toda la esperanza pierda
de merecer su hermosura;
pues la que adorada era
cruel conmigo, ¿qué será
ofendida? La que fiera
procedía a los halagos
¿qué ha de hacer a las ofensas?
Esto a Madrid me ha traído;
pues, para adorar en ella
las paredes de Lisarda,
estaré en casa de Celia.
MOSQUITO: Siempre fui de parecer
que por lo menos tuviera
dos damas un hombre; porque
de dos la una, como apuesta,
no se puede errar el tiro.
Beatricilla e Inés sean
testigos también; pues siendo
las dos de Lisarda y Celia
un algo más que fregonas,
y algo menos que doncellas,
por si se pierde la una
que la otra no se pierda
las traigo en el corazón
duplicadas como letras.
Pero dime ¿qué papel
me toca en esta comedia
del caballero escondido?
CÉSAR: Pues no estás culpado, fuera
te quedarás a avisarme
de todo lo que suceda.
MOSQUITO: ¿Y si, mientras se averigua
si lo estoy o no, me pescan
el coleto?
Suena
mucho ruido. Dentro LISARDA y
BEATRIZ
LISARDA: Para.
BEATRIZ: ¡Tente,
borracho! ¿Qué haces?
CÉSAR: Espera...
MOSQUITO: Por mi nombre me llamaron.
CÉSAR: ...que en una zanja de aquéllas
se ha atascado un coche.
MOSQUITO: Y todo
sobre el arroyo se vuelca.
CÉSAR: Mujeres son; fuerza es
acudir a socorrerlas.
Vase
MOSQUITO: Dios te haga caballero
parante, por su clemencia;
que harto tiempo has sido
andante.
Ya la encerrada ballena,
para escupir sus Jonases,
por un costado revienta.
Beatricilla es, ¡vive Dios!,
la que sacaron primera.
Sin duda está aquí su ama.
Escóndese.
Salen BEATRIZ, en brazos de
GONZALO,
y OTÁÑEZ
BEATRIZ: ¡Ay de mí! Yo salgo muerta,
roto el manto, la basquiña
manchada, y en la cabeza
más de cuatro mil chichones.
GONZALO: ¡Voto a Dios...!
BEATRIZ: Gonzalo, buena
cuenta has dado de nosotras.
GONZALO: Aquésta es la vez primera
que me ha sucedido.
OTÁÑEZ: Cierto;
que si de esta suerte empieza,
que dentro de un año puede,
a mi ver, poner escuela
de volcar coches.
BEATRIZ: Parece
que toda su vida entera
no ha hecho otra cosa, según
el primor con que los vuelca.
OTÁÑEZ: ¿Y señora?
GONZALO: Un caballero
la ha sacado medio muerta.
OTÁÑEZ: Voy a avisar a mi amo
que allá en los jardINÉS queda.
Vase
GONZALO: Yo a la torre de las guardas,
para que a ayudarme vengan.
Vase. Sale
MOSQUITO
MOSQUITO:
¡Beatriz!
BEATRIZ: ¡Mosquito! ¿Qué es esto?
MOSQUITO: Breve será la respuesta,
"vengo de lejas tierras,
niña, por verte;
hállote volcada, quiero
volverme."
BEATRIZ: ¿Y tu señor?
MOSQUITO: Vesle allí.
BEATRIZ: Pues ¿cómo de esta manera?
MOSQUITO: ¿Qué sé yo? Mas lo que importa
es, Beatriz, atar la lengua.
BEATRIZ: Haz cuenta que deslenguada
estoy.
MOSQUITO: Pues no es buena cuenta;
que las deslenguadas hablan
más que las lenguadas mesmas.
Saca a
LISARDA don CÉSAR
CÉSAR: Bien de océano español
blasonar podrá esta esfera,
pues acaba su carrera
despeñado en ella el sol.
Cobre en su bello arrebol
el nácar; no triunfe así
hoy de tan bello rubí.
¡Ay Lisarda! ¿Quién pensara
que yo en mis brazos llegara
a verte? Mas ¡ay de mí!
que, como estás sin sentido,
estoy con ventura yo;
pues tú con sentido no
me lo hubieras consentido.
Desdichada dicha ha sido
la que tanto bien me ha dado;
pues ya me cuesta el cuidado
de verte así, que es forzoso
que esté, aun cuando más
dichoso,
desdichado el desdichado.
Hermosísimo desvelo,
a cuyo desmayo pierde
el suelo su pompa verde,
y su pompa azul el cielo,
desentumeced el hielo
al fuego de vuestro ardor.
Ved que lloran el rigor
de tanto mortal desmayo
todo el cielo rayo a rayo,
todo el suelo flor a flor.
Aquestas campañas bellas
sin luz están ni arrebol.
Anocheced, si sois sol;
pero dejadnos estrellas.
Vuelve
en sí LISARDA
LISARDA: ¡Ay de mi infeliz!
CÉSAR: Ya en ellas
hay nueva luz. Pues volvió
en sí, mi dicha acabó;
mi desdicha digo esquiva,
que, a precio de que ella viva,
no importa que muera yo.
LISARDA: ¿Qué es lo que pasa por mí?
CÉSAR: (Cielos, pues se ha de ofender Aparte
de verme, no me ha de ver.
Cúbrese
el rostro
LISARDA: ¿Qué es esto? ¿Quién está aquí?
CÉSAR: Quien, viendo, señora, allí
que su vereda el sol ciego
errada llevaba, luego
llegó a enmendar el acaso;
porque no era digno ocaso
tan poca agua a tanto fuego.
LISARDA: Pues ¿cómo, habiendo vos sido
quien mi vida ha restaurado,
la voz habéis recatado,
el rostro habéis escondido?
Lo que decís no he creído,
o son medios poco sabios,
que esconder semblante y labios
ni han sido ni son oficios
de quien hace beneficios,
sino de quien hace agravios.
CÉSAR: Quien sirve por merecer
no merece por servir;
pues ya se da a presumir
que se lo han de agradecer.
LISARDA: Tan hidalgo proceder
ya es otro mérito, en quien
hace suspensión el bien.
Decid quién sois.
CÉSAR: No haré tal.
LISARDA: ¿Y he de proceder yo mal
porque vos procedáis bien?
No; y así he de ver ahora
quién sois.
CÉSAR: Pues no lo veáis,
si agradecer deseáis
este secreto, señora.
LISARDA: Duda el alma, el pecho ignora
por qué.
CÉSAR: Porque, si me veis,
de verme os ofenderéis
y así el decirlo dilato
por no perder este rato
que en duda lo agradecéis.
LISARDA: ¿Ofenderme yo de veros?
CÉSAR: Como holgarme yo de hablaros.
LISARDA: ¿Pesarme a mí de miraros?
CÉSAR: Sí, como a mí de perderos.
LISARDA: ¿Yo sentir el conoceros?
CÉSAR: Como yo el riesgo en que estoy.
LISARDA: Pues yo tengo de ver hoy
por qué el pesar ha de ser,
el sentir y el ofender.
CÉSAR: Porque yo, señora, soy...
Descúbrese
LISARDA: Bien dijisteis, sí, que había
de ofenderme al veros; bien,
que el conoceros también
pesar para mí sería;
bien, que la ventura mía
había de sentir hablaros;
pues ya, sólo por sacaros
verdadero, siento veros,
me pesa de conoceros
y me ofendo de miraros.
¿Cómo, cómo habéis tenido
atrevimiento de estar
en tan público lugar?
CÉSAR: ¿Cuándo no fui yo atrevido?
LISARDA: ¿Cómo hasta aquí habéis venido?
CÉSAR: Como, igualando a los dos,
si, por darle muerte --¡ay
Dios!--
a vuestro hermano, me fui,
bien volví, pues que volví
por daros la vida a vos.
LISARDA: Tanto a sentir he llegado
verla de vos defendida
que he de aborrecer mi vida
por habérmela vos dado.
CÉSAR: Lisonja de mi cuidado
será ver tratar así
vuestra vida desde aquí;
pues consuelo me parece;
que quien su vida aborrece
¿por qué ha de quererme a mí?
BEATRIZ: Mi señor, que se quedó
en esos jardINÉS, viene
hacia acá.
CÉSAR: ¿Qué haré?
LISARDA: (Conviene Aparte
proceder yo como yo.)
Don César, no penséis, no,
que en mí más poder alcanza
de mi enojo la esperanza
que la de mi rendimiento.
Obre el agradecimiento
primero que la venganza.
Yo le tendré; idos de aquí.
CÉSAR: Sí haré, pues vos lo mandáis.
LISARDA: Y si una vida me dais,
ya mi obligación cumplí;
pero advertid desde aquí
que no estáis libre en lugar
ninguno.
CÉSAR: Condsiderar
debéis que aqueso es decir...
LISARDA: ¿Qué?
CÉSAR: ...que os busque.
LISARDA: El despedir
¿cómo puede ser llamar?
CÉSAR: Piérdese una noche oscura
en un monte un caminante;
y, cuando con planta errante
hallar la senda procura,
más se ofusca en la espesura.
El can, que despierto está,
siente el ruido, y a hacer va
que huya dél con pies veloces,
llamándole con las voces
que, para que huya, da.
Yo así confuso y perdido
camino ni senda sé;
bien, que no veo, se ve,
pues a tus pies he venido.
Tú, despierta siempre al ruido
del desdén, velando estás;
voces, porque huya, me das;
mas como perdido estoy,
dondo oyendo la voz voy,
me voy acercando más.
Vanse
don CÉSAR y MOSQUITO. Salen don DIEGO
y
GONZALO
DIEGO: Lisarda, ¿qué ha sido aquesto?
LISARDA: Que ese coche se cayó.
DIEGO: ¿Hízote mucho mal?
LISARDA: No.
DIEGO: Volvamos a casa presto.
LISARDA: Volvamos, si está dispuesto
el coche.
DIEGO: Vos, majadero,
mirad lo que hacéis.
GONZALO: No quiero
que presumas...
DIEGO: No seáis, pues,
desvergonzado.
BEATRIZ: Eso es
decir que no sea cochero.
Vanse. Salen don FÉLIX, CELIA e
INÉS
CELIA: Extraña es tu condición.
FÉLIX: ¿Por qué no ha de ser extraña,
si tú, para que lo sea,
Celia, me has dado la causa?
CELIA: ¿Yo la causa, para que
de la guerra, donde estabas,
te hayas venido a Madrid,
a sólo hacer en la casa
donde me mata tu ausencia
y donde viviendo me hallas,
prevenciones de cerrar
las puertas y las ventanas,
de modo que en los tejados
aun no has dejado una guarda
sin reja? Pues, ¿a qué efeto,
siendo yo, Félix, tu hermana,
sin mirar que en mi respeto
tu mismo respeto agravias,
tan neciamente me celas,
tan locamente me guardas?
FÉLIX: Celia, no puedo negar
que es necedad asentada
la desconfianza. Es cierto;
pero, no habiendo ventanas,
es menor; pues, en efecto,
si no asegura, descansa.
CELIA: ¡Buena disculpa has hallado
de haber dado desde Italia
vuelta a Madrid, tan a costa
de tu opinión y tu fama.
Partístete de la corte,
lleno de plumas y galas;
no te debió de sonar
bien el ruido de las cajas,
ni oler la pólvora bien,
echando menos el ámbar,
y vienes haciendo extremos
por dar disculpa a tu...
FÉLIX: Basta,
Celia. Salte tú allá fuera,
Inés.
INÉS: (De esta vez descansa Aparte
su corazón.)
Vase
FÉLIX: Pues baldonas
mi honor con soberbia tanta,
diré lo que he pretendido
disimular, aunque es baja
acción que celos de honor
se pidan tan cara a cara.
En Italia estaba, Celia,
cuando la loca arrogancia
del francés sobre Valencia
del Po... Pero ¡qué ignorancia
ponerme contigo a hablar
yo de guerras y de armas!
En Italia estaba, digo,
cuando recibí una carta
de alguno que, interesado
en el honor de esta casa,
me escribió, Celia, que un día
de los que el abril traslada
al parque toda la corte,
tú saliste disfrazada,
y don Alonso tras ti;
y que, habiendo --¡suerte
ingrata!--
llegado al parque con él,
sacó otro galán la espada
y le dio la muerte, siendo
dicha entonces --¡pena
extraña!--
no ser conocida; pues
a serlo allí, cosa es clara
que tu honor en opiniones
con la justicia quedara.
Estas cosas y otras, Celia,
causa han sido de que haya
vuelto; porque ¿qué me importa
que yo gane honor y fama,
si tú en mi ausencia los pierdes?
¿Qué me importa que yo haga
acciones que generosas
soliciten mi alabanza,
si me las desluces tú
con acciones tan livianas?
No decir pensé mis penas;
callar presumí mis ansias,
pero ya que tú me obligas
a que de los labios salgan,
advierte, Celia, que sólo
una diligencia falta,
y es enmendar con las obras
lo que erraron las palabras.
CELIA: ¿Pensarás que convencida
me dejan tus amenazas?
Pues no, Félix; porque donde
la proposición es falsa
no se sigue el argumento.
¿Yo he salido al parque al alba?
¿Yo seguida de ninguno?
¿Yo ocasión de cuchilladas?
Quien dices que lo escribió
te mintió; y yo...
Sale
INÉS
INÉS: Aquí te llama
don Juan de Silva, tu amigo.
FÉLIX: (Celia, no entienda Inés nada Aparte
de esto; que no es menester
que lo que entre los dos pasa
lo sepan de ningún modo
ni crïados ni crïadas;
y retírate a tu cuarto,
porque entre en aquesta sala
don Juan.
Vase
CELIA: ¡Ay de mí!
INÉS: Señora,
¿que una plática tan larga
hayáis tenido?
CELIA: Don Félix
ha sabido cuanto pasa.
INÉS: ¿Y lo del tabique?
CELIA: No;
eso sólo se le escapa.
Por si hablan los dos en mí,
escuchemos lo que hablan.
Salen
don JUAN, alborotado, Y DON
FÉLIX
JUAN: Seas, don Félix, bien hallado.
FÉLIX: Y vos, don Juan, bien venido.
JUAN: ¡Gran dicha hallaros ha sido!
FÉLIX: ¿De qué venís tan turbado?
JUAN: Ya sabéis que de Lisarda
amante y primo adoré
la hermosura, mientras que
la dispensación, que hoy tarda,
viene a hacerme tan dichoso
que, premiando mi constante
amor, de primo y amante,
me llega a llamar esposo.
Ya sabéis cómo mató
a su hermano y primo mío
don César en desafío,
por una mujer que yo
nunca conocí. Pues hoy,
por vencer esta tristeza,
salió al campo su belleza.
Yo, que de sus luces soy
flor que la vive adorando,
a la casa la seguía
del campo, donde ella había
con su padre ido; mas, cuando
iba la puente a bajar,
el coche encontré en la puente,
porque no sé qué accidente
tan presto la hizo tornar.
Llegando al sol que conquisto
a sacrificar mi vida,
de mi primo al homicida
me pareció que había visto
entrar de camino. Yo
le quise reconocer;
mas, siendo al anochecer,
no fue posible; y por no
errarlo, si no era él,
todo el lugar le seguimos
ese criado y yo, y vimos
apear --¡pena crüel!--
adonde a ver si es o no es
quiero que vamos los dos,
y que entréis delante vos,
porque no se esconda, pues
de vos no se ha de guardar.
Esto habéis de hacer por mí,
ya que de vos me valí,
pues es forzoso amparar
un amigo a un caballero,
cuando no lo fuera yo,
a cualquiera que...
FÉLIX: No, no
digáis más... (Si considero, Aparte
aunque hoy no es mucho el
error,
que si ésta la muerte fue
por Celia, así vengaré
con otra causa mi honor.)
...que ya sé que es recibida
necedad que, sin dudar
ni saber ni preguntar,
ofrezca un hombre su vida
a quien le llama; y así,
ahorrad pláticas conmigo
y guïad; que ya yo os sigo.
JUAN: Menos de vos no creí.
Vamos; veréis, ¡vive el
cielo!,
si el venir mi honor castiga.
FÉLIX: (¡Oh, a qué cosas obliga Aparte
esta necia ley del duelo!)
Vanse. Salen CELIA e INÉS
CELIA: ¡Ay, Inés, esto he escuchado!
INÉS: ¿De qué me hubiera servido
servir, si no hubiera sido
de saber cuanto han hablado?
CELIA: A César van a buscar
--¡pena injusta, dura suerte!--
para darle los dos muerte.
¿Quién pudiera imaginar
que yo a don César llamara
a que en mi casa viviera,
que antes mi hermano viniera
que él, y él mismo le buscara
para matarle, y así
satisficiera mi hermano
sus celos, pues es tan llano
que fue la muerte por mí?
INÉS: No des por hecho, señora,
lo que, para haber de ser,
aun faltan por suceder
más de mil cosas ahora;
el ser verdad su venida,
que los dos le hayan de hallar
luego, y luego le han de dar
por la tetilla la herida.
CELIA: Bien mi temor desconfía,
porque es tirana mi estrella.
Hacen
ruido dentro
INÉS: Aguárdate. ¿No es aquélla
la seña que antes solía
don César hacer?
CELIA: Sí.
INÉS: ¡Dios
mejora los días!
CELIA: Pues
métele tú en casa, Inés,
mientras le buscan los dos.
Vase
INÉS
Que hoy verá César, es llano,
cómo mi ingenio le guarda
de su padre de Lisarda,
de su primo y de mi hermano.
Salen
INÉS, don CÉSAR y
MOSQUITO
CÉSAR: Hasta llegar a tus brazos,
hermosa Celia, no sé
si tuve vida; y así,
pues que mis ojos te ven,
dame, señora, a besar
todo el chapín de tus pies.
MOSQUITO: Y a mí todo el ponleví
de tus zapatos, Inés.
CELIA: Seas, don César, bien venido
a aquesta casa; que, aunqué
no pueda servirte en ella
hoy como yo imaginé,
por causa de haber venido
mi hermano...
CÉSAR: ¡La voz detén!
¿Qué dices? ¿Tu hermano está
hoy en Madrid?
CELIA: El día que
escribí que tú vinieras,
supe cómo venía él;
que no te enviara a llamar
a no saberlo después.
CÉSAR: ¿No estaba en la guerra?
CELIA: Sí;
y lo que le hizo volver
tan presto fue haberle escrito
el suceso tuyo.
CÉSAR: Pues
según eso en mayor riesgo
en tu casa estoy.
CELIA: ¿Por qué?
CÉSAR: Porque no es posible estar
un punto en ella.
CELIA: Sí es;
que pueden, don César, mucho
amor, ingenio y mujer.
Yo en casa, don César, tengo
prevenido donde estés,
si no bien acomodado,
seguro a lo menos bien.
CÉSAR: ¿De qué suerte?
CELIA: De esta suerte.
Aquesta casa que ves
tiene dos cuartos, el bajo
y el alto, que es éste, en que
yo vivo; porque en esotro
vive un extranjero, a quien
vienen despachos de Roma.
Esto convino saber
por si acaso el dueño hallaba
para toda ella alquiler.
Por de dentro de ella tiene
secreta escalera que
comunica los dos cuartos,
aunque condenada esté,
por ser los huéspedes dos.
Aqueste tabique, pues,
por la parte está de abajo;
de suerte, don César, que
yo por la parte de arriba
con mil trastos le ocupé
el día que por mi carta
a mi casa te llamé,
y de que venía mi hermano
aviso tuve también.
Me hallé confusa, sitiada
de los dos, por no saber
qué hacer con los dos; y así
escucha lo que pensé.
Cerrar hice la escalera
por acá arriba muy bien,
tabicando sobre tabla
una puerta; que no fue
difícil tomar el yeso
sobre tomiza o cordel;
de suerte que no quedó
ni aun señal en la pared;
mayormente que la cuadra
donde cae sirve también
de tocador mío y la tengo
colgada toda, con que
está más disimulada.
Aquí estarás, César, bien
todo el tiempo que mi hermano
dentro de casa no esté;
y en estando en casa, dentro
de esta escalera.
MOSQUITO: ¡Pardiez,
que habrá lindo San Alejo!
CÉSAR: ¿Qué dices?
CELIA: ¿Qué hay que temer?
CÉSAR: Mil inconvenientes, Celia.
CELIA: Di cuáles son.
CÉSAR: Vamos, pues,
salvando dificultades.
¿Es posible no saber
tu hermano que esa escalera
estaba aquí?
CELIA: Sí; porqué
en ausencia suya yo
aqueste cuarto alquilé;
y así no sabe don Félix
todos los secretos de él.
CÉSAR: ¿Cómo, si vino celoso
tu hermano, te dejó hacer
esa pared?
CELIA: Un crïado,
viendo su cuidado, fiel
me avisó; y así ya estaba
hecho cuando llegó él.
CÉSAR: Yo estimo, Celia, en el alma
el cuidado y la merced,
mas ya que vino tu hermano
a este tiempo, ¿para qué
hemos de estar con cuidado
tan grande? Y así me iré
contento de haberte visto.
Quédate con Dios.
CELIA: Detén
los pasos, César; que no
de aquí has de salir, ni es
bien;
que está a gran riesgo tu vida.
CÉSAR: ¿De qué suerte?
CELIA: Has de saber
que en la posada que estás
te van a matar.
CÉSAR: Pues ¿quién?
Quisiera saber.
CELIA: Don Félix;
que aquí se lo dijo a él
don Juan.
Llaman
dentro
Pero ¿qué, llamaron?
INÉS: Sí; y mi señor mismo es.
CELIA: Pues ya no puedes salir,
por fuerza te has de esconder.
INÉS: El tabique sirva ahora,
ya que no sirva después.
CÉSAR: Por tu opinión solamente
me escondo ahora; mas después
que se haya acostado, Celia,
he de salir.
A INÉS
CELIA: Presto ve,
mientras allá abren la puerta,
y en esa escalera, Inés,
encierra a los dos.
MOSQUITO: ¿A mí
han de encerrarme también?
INÉS: Claro está; y no abras en tanto
que recogida no esté
la casa, y en lo más bajo
estad sin ruido.
CÉSAR: ¡Ah, poder
de la Fortuna, mi vida
acabe ya de una vez!
Vanse
don CÉSAR y MOSQUITO con INÉS.
Salen
don JUAN y don FÉLIX
FÉLIX: Ya estoy en mi casa. Idos,
don Juan.
JUAN: Pues de ella os saqué,
y os conocieron a vos
y a mí no, hasta que quedéis
seguro, no he de dejaros.
CELIA: (Pues viene don Juan con él, Aparte
sin duda a buscar a César
vienen los dos.)
FÉLIX: Sí ha de ser.
--¡Hola!
Sale un
CRIADO
CRIADO: ¿Señor?
FÉLIX: Esta hacienda
toda en salvo la poned
abajo en el cuarto de ese
caballero milanés,
en tanto que hablo a mi hermana.
JUAN: Yo el primero a todo iré.
Vanse
don JUAN y CRIADO
CELIA: (La casa van despojando; Aparte
buscarle sin duda es.)
FÉLIX: ¡Hermana!
CELIA: Félix, ¿qué traes?
FÉLIX: Traigo una pena cruel.
CELIA: (Los dos han sabido allá Aparte
que aquí don César esté.)
FÉLIX: Llamóme don Juan de Silva,
para que fuera con él
a buscar a su enemigo;
--¡dijera el mío más bien!--.
Al fin llegué a la posada
y al huésped le pregunté
dónde un forastero estaba
que hoy después de anochecer
llegó a su casa. Que no
había hecho más que haber
dejádole allí dos mulas
dijo, e ídose después.
Esperándole estuvimos
más de dos horas o tres,
hasta que un hombre llegó
de color y, al parecer
de don Juan, que yo jamás
le vi, dijo que era él.
Embestímosle los dos,
desembarazóse bien,
y al ruido de las espadas
llegó justicia a querer
conocernos, y don Juan
dio con el uno a sus pies.
Resistímonos, en fin,
hasta que no faltó quien
entre las voces decía,
"Don Félix de Acuña
es."
Habiéndome conocido,
apelamos a los pies.
A riesgo traigo la vida,
por ser una muerte, y ser
en resistencia; y así,
pues ausentarme ha de ser
fuerza, no has de quedar, Celia,
donde me escriban después
alguna cosa de ti
que no lo esté a mi honor bien.
Y así conmigo al instante
en casa de mi tío ven,
donde quedarás guardada
de su cuidado; porque
no he de ausentarme yo, en tanto
que tú segura no estés.
CELIA: Don Félix...
FÉLIX: No hay que decirme.
CELIA: ...advierte...
FÉLIX: Aquesto ha de ser.
No hay, Celia, que replicar.
Sale
INÉS
INÉS: (En un instante se ve Aparte
mudada toda la casa.
¿Qué es lo que intentan hacer?)
Salen
dos CRIADOS
CRIADO
1: Baja tú aquese escritorio.
CRIADO
2: Tira de este brocatel;
que hasta las camas están
ya desarmadas también
abajo, y no quede aquí
sólo un clavo en la pared.
Quitan
las colgaduras, y queda debajo una pared
blanca,
con dos puertas a los lados, y en medio una blanqueada
disimulada
FÉLIX: Celia, vamos; que esto es fuerza.
Vente con tu ama, Inés.
CELIA: (¿A quién, cielos, en el mundo Aparte
esto pudo suceder?)
INÉS: (¿Mas que a los de la escalera Aparte
los han de mudar también?)
Vanse. Sale don JUAN
JUAN: No se quede aquí ninguno;
salid, y cerrad después.
Vanse
todos. Abren la puerta de en medio don
CÉSAR y
MOSQUITO
CÉSAR: Más de medianoche es ya.
MOSQUITO: ¿Si se habrá olvidado Inés
de que nos tiene escondidos?
CÉSAR: Pues ya tan quieta se ve
la casa, abre aquesa puerta;
despega un poco el cancel;
que, teniendo colgadura
encima de la pared,
no nos podrán ver; sabremos
qué ruido el que han hecho es.
MOSQUITO: ¿Dónde está la colgadura?
CÉSAR: Llama a Inés.
MOSQUITO: ¡Inés! ¡Ce, ce!
CÉSAR: ¡Quedo! No te vean ni oigan.
MOSQUITO: ¿Quién nos ha de oír ni ver,
si estamos en el desierto?
Por Dios, que a mi parecer
alemanes han entrado
en esta casa.
CÉSAR: ¿Por qué
lo dices?
MOSQUITO: Porque ha quedado
desvalijada.
CÉSAR: ¿Que estés
tan loco que digas eso?
MOSQUITO: Más lo estás tú, en buena fe,
si dices esotro. Sal,
y verás que no hay que ver;
pues, para que tú lo veas,
sin duda, si es o no es,
sólo han dejado una luz
por descuido o por merced.
Ni una silla, ni un bufete,
ni un cuadro, ni un escabel,
ni un baúl, ni un escritorio,
ni una cama, ni un cordel,
ni un jergón, ni una cortina,
ni una Celia, ni una Inés
nos han dejado.
CÉSAR: ¿Qué es esto?
Que, aunque yo el ruido escuché,
los golpes, sin las palabras,
no se daban a entender.
Gran novedad habrá sido
la que a esto ha obligado.
MOSQUITO: Aun bien
que viviremos más anchos.
Pero pudieran haber
Inés y Celia dejado
siquiera un pan que comer.
CÉSAR: ¡Que estés ahora de gracia!
MOSQUITO: Esto de desgracia es.
CÉSAR: Y así, viendo lo que ha sido,
y lo que aquí importa hacer,
es irnos; porque, si Félix
ha llegado ya a entender
que por causa de su hermana
a don Alonso maté,
y que hoy estoy en Madrid,
¿quién duda que aquesto es
por vengarse?
MOSQUITO: Pues ¿por dónde
hemos de salir? ¿No ves
cerradas todas las puertas?
CÉSAR: Por las ventanas.
MOSQUITO: También
son todas rejas.
CÉSAR: Por una
guarda del tejado. Ven
conmigo.
MOSQUITO: Yo ruego a Dios
que una gatada no dé.
CÉSAR: ¡Cielos! ¿Semejante caso
a quién pudo suceder?
FIN DE LA
JORNADA PRIMERA