JORNADA TERCERA
Salen
don CÉSAR de la escalera, como
acabó la
jornada segunda, y saca a CELIA desmayada
CÉSAR: Apenas...--Sin reparar
mis desdichas en la ociosa
murmuración del que diga
que no está bien a la honra
de Celia haberse ocultado,
iré pasando por todas
estas calumnias injustas,
atento a su vida sola.--
Desmayada o muerta, en fin,
ha estado apenas un hora;
y, aunque rendida, y al susto
de que a su hermano le oiga
que la ha de dar muerte, ya
a la pasión rigurosa
de verse en ajena casa,
donde sus peligros nota,
mire yo qué medio pueden
darme mis ansias dudosas.
Llamar a quien con piedad
la vida a Celia socorra
no es posible; pues dejarla
morir sin remedio y sola
será crueldad. Si de cuantos
oyeren después mi historia
alguno ha de haber que diga
qué tuve que hacer, no esconda
su ingenio, sino anticipe
el consejo a la congoja.
Irme y dejarla es bajeza;
y más habiendo ella propia
venido a darme la vida.
Declararme es acción loca.
Si a darme la libertad
has venido, oh Celia hermosa,
¿cómo eres tú misma, cómo
la que me la quita ahora?
¿En quién hallaré consuelo?
Mas a una persona sola
me puedo fiar. Beatriz,
en quien mi pena amorosa
halló favor, o le hallaron
mis dádivas generosas,
valerla podrá; que, en fin,
cualquier mujer es piadosa,
y de la que está alfigida
el mejor médico es otra.
Yerre o acierte, a ella quiero
declararme; que, aunque ponga
a riesgo todo el secreto,
¿a qué más riesgo que ahora
puede estar entonces? Haga
leal a mi pena traidora.
Este medio elijo, pues
no me dan otro que escoja;
y, pues aclarando el día
viene en brazos de la aurora,
a buscar voy un remedio.
Ya vuelvo. Celia, perdona.
Déjala
sentada y vase, y vuelve CELIA en
sí
CELIA: ¡Ay
de mí! Mi propio aliento
es el que hoy más me ahoga;
pues aun para respirar
le niega al pecho la boca.
Sin vida estoy; y con alma,
toda viva y muerta toda.
¿A quién dieron sus desdichas
en aire a beber ponzoña?
César, si acaso...¿Qué es esto?
¿Fuera del tabique y sola
estoy, sin hablar con nadie
que me escuche y me responda?
¡César! ¡César!
Me ha dejado,
hase ido, es cierta cosa;
pues él de aquí no saliera
con tal riesgo su persona
sino para irse... ¿Qué dudan
mis desdichas, o qué ignoran?
Pues dos veces serán ciertas,
por ser desdichas y propias.
¡Ay ingrato, que primero
que a mí, tú en salvo te pongas!
¿Qué he de hacer? Si hablo a Lisarda,
estando de mí celosa,
es error; si a don Juan hablo,
siendo don Juan quien hoy toma
a cargo el honor de Félix,
es aventurarme loca.
Sólo a don Diego pudiera
decir menos temerosa
todo el suceso; que al fin
es noble, y sólo a la sombra
de las canas del honor
seguramente reposa.
Esto es, si no lo mejor,
lo menos malo, aunque ahora
ejecutarse no pueda;
porque ya una puerta y otra
de Lisarda y de don Juan
abren. Otra vez me esconda
este sepulcro que yo,
al rigor de mis congojas,
como gusano de seda,
fabriqué para mí propia.
Éntrase
en la escalera. Salen LISARDA,
BEATRIZ,
don JUAN y CASTAÑO, por las puertas de los
lados
LISARDA: Mira si está ya vestido
mi padre. ¡Triste cuidado!
JUAN: Mira si está levantado
don Diego. ¡Pierdo el sentido!
BEATRIZ: En su aposento hay ruido.
CASTAÑO: Ruido en su cuarto sentí.
LISARDA: Contaréle lo que vi.
JUAN: Sin declararle por qué,
licencia le pediré.
LISARDA: ¿Es don Juan?
JUAN: ¿Lisarda?
LISARDA: Sí.
JUAN: ¿Qué es esto? ¿Tan desvelada
te tiene aquel embozado...?
LISARDA: ¿Tan necio a ti te ha dejado
aquella dama tapada...?
JUAN: ¿...que a estas horas levantada
estás?
LISARDA: ¿...que me hablas así?
JUAN: Yo digo lo que yo vi.
LISARDA: Yo digo lo que vi yo.
JUAN: Y eso ¿no es mentira?
LISARDA: No.
Pero esotro ¿es verdad?
JUAN: Sí.
LISARDA: Mira, no me hagas, don Juan,
perder el juicio, por Dios.
JUAN: Perderémosle los dos,
si en eso tus cosas dan.
LISARDA: Pues que presentes están
sólo los que han entendido
todo lo que ha sucedido,
hablemos con más acuerdo.
JUAN: ¿Cómo he de hablar, cuando pierdo
de imaginarlo el sentido?
LISARDA: Pues ¿qué viste?
JUAN: Un hombre vi
que de este cuarto salía,
y con una llave abría.
LISARDA: Pues escucha ahora.
JUAN: Di.
LISARDA: Si ayer, don Juan, vine aquí,
¿qué tiempo tuve, don Juan,
para dar a ese galán
llave del cuarto? ¿No ves
cuánto mejor pensar es
que son ladrones, que están
más hechos a esos excesos?
JUAN: No son en las ocasiones
tan valientes los ladrones.
LISARDA: Valientes hacen sucesos;
y ayuda también a esos
discursos haber habido
un hurto, si ya no ha sido
que quieres decir también
que mi galán era quien
hurtó a Beatriz el vestido.
BEATRIZ: ¡Y nuevo!
LISARDA: Más fundamento
hubiera en lo que vi aquí.
JUAN: ¿Qué viste?
LISARDA: Una mujer vi
recogida en tu aposento.
JUAN: ¿Fuera tal mi atrevimiento
que yo a tu casa trajera
mujer la noche primera
que era huésped?
LISARDA: Quien le tiene
tal que a media noche viene,
tenerle en todo pudiera.
JUAN: Si de una a otra queja pasa,
ambas las he de amparar.
¿Qué había de ir a buscar
si estaba mi dama en casa?
Luego en suerte tan escasa
bien claro te da a entender
el que yo tuve que hacer
otra cosa, o que no ha sido
mi dama la que he escondido,
pues que fuera la iba a ver,
si no soy tan infeliz
y tengo tan mala fama
que presumas que mi dama
le hurtó el vestido a Beatriz.
BEATRIZ: ¡Y sin ponerle!
LISARDA: Un matiz
viste con igual porfía
tu queja y la mía este día,
porque haya quien arguya,
para creída la tuya,
[y] para duda la mía.
JUAN: Porque no tiene en la ira
tan grande facilidad
el decir una verdad
como oír una mentira.
Fuera de que, si se mira
igual la queja al dolor,
aun en lo igual es mayor
la mía, y apurar es justo
que la tuya toca al gusto,
Lisarda, y la mía al honor.
LISARDA: Bien sabe mi vanidad
que de tal hombre no sé.
JUAN: Verdad cuanto dije fue.
LISARDA: Será de otra calidad
tu verdad de mi verdad.
JUAN: Sí; que en mí duda el honor.
LISARDA: En mí acredita el valor.
JUAN: Yo sé que un hombre he encontrado.
LISARDA: Yo, que una tapada he hablado.
Sale don
DIEGO
DIEGO: ¿Qué es esto?
LISARDA y
JUAN: Nada, señor.
DIEGO: ¿Tan presto los dos --¡ay Dios!--
levantados? Don Juan ¿pues
tan mal hospedaje es
esta casa para vos,
y aun para ti, que los dos
estáis a esta hora vestidos?
JUAN: (Disimulen mis sentidos.) Aparte
¿No miras que, desvelados,
mal amorosos cuidados
consienten ojos dormidos?
LISARDA: Si a mí me estuviera bien,
la misma respuesta diera.
JUAN: (¡Oh quién creerla pudiera!) Aparte
LISARDA: (¡Oh quién no dudarla, quién!) Aparte
DIEGO: La disculpa está muy bien
fundada; y, porque veáis
si en obligación me estáis,
para sacar madrugué
una licencia, con que
hoy desposaros podáis,
de las amonestaciones
supliendo la dilación.
JUAN: Yo estimo, como es razón,
las muchas obligaciones
en que cada día me pones;
pero basta haber traído
la dispensa, que ha suplido
el parentesco, y no es bien
hacer dispensar también
el tiempo, que...
LISARDA: Y yo te pido
que lo dilates, señor,
todo cuanto tú pudieres.
DIEGO: Si esto pides y esto quieres,
aun nunca será mejor.
Pero paréceme error
madrugar para tan vana,
tan inútil, tan liviana
pretensión; y, en fin, si no
queréis hoy casaros, yo
quizá no querré mañana.
JUAN: Yo, señor, siempre...
LISARDA: (¡Ay de mí!) Aparte
JUAN: ...me tendré por muy dichoso
en ser de mi prima esposo.
Excusarte pretendí
nuevos cuidados; y así...
DIEGO: Claro está que no habrá sido
otra la causa que ha habido;
porque --aquí para los dos--
ni me la dijerais vos,
no, ni yo la hubiera oído.
Vase
LISARDA: Bien ves cuán necio has estado.
JUAN: ¿Has tú acaso, por tu vida
estado más entendida?
LISARDA: Sí; pues he disimulado
tanta parte a mi cuidado.
JUAN: Yo no sé disimular
a mi costa mi pesar;
y, hasta que sepa después
quién el embozado es,
no me tengo de casar.
Vanse
don JUAN y CASTAÑO
LISARDA: ¡Cielos! ¿Habrá sufrimiento
para tanta sinrazón?
¿Sospechas en mi opinión,
en mi fe deslucimiento,
cuando mi honor, siempre atento
a su vanidad, ha sido
risco del mar combatido,
roble del viento azotado,
donde uno y otro cuidado
se quedaron con el ruido?
Dígalo aquél que, sitiada,
por agua y viento movida,
de lágrimas combatida,
de suspiros asaltada,
en vano solicitada
la admiró sin titubear;
que al temer y al suspirar
no la hicieron movimiento
ni las ráfagas del viento,
ni las ondas de la mar.
BEATRIZ: Sentir, señora, es error
las cosas con tanto extremo.
LISARDA: A nadie más que a mí temo.
BEATRIZ: Entra en este tocador
[a aderezarte] mejor,
que ya de ir a misa es hora.
LISARDA: Poco gusto tengo ahora
de tocarme; así me iré.
Dame tú el manto, porqué
no he de ir tarde así.
BEATRIZ: Señora,
el manto está aquí; que yo
limpiándole ahora estaba.
LISARDA: Ponle, y ponte el tuyo. Acaba,
y llama a Otáñez.
Vase
BEATRIZ
¿Quién vio
más pesares? ¿En mí halló
entrada indicio tan grave?
Mas, ¡ay!, que no hay quien se
alabe
de que se libró a esta ofensa,
donde es vicio que se piensa
más que virtud que se sabe.
¿Hombre en mi casa escondido
que pudo dar tal cuidado?
Tiene
puesto el manto, siéntase en una silla
y
quédase suspensa. Sale don CÉSAR
CÉSAR: Ocasión de hablar no he hallado
a Beatriz; pero harto ha sido
no ser de nadie sentido,
y vuelvo --¡ay Dios!-- porque no
a Celia, que aquí quedó
desmayada, hallen aquí.--
¿Todavía estás así,
mi bien?
LISARDA: ¿Quién me habla así?
CÉSAR: Yo.
LISARDA: Pues ¿tú, don César...?
CÉSAR: ¡Qué azar!
LISARDA: ¿...en mi casa?
CÉSAR: ¡Qué temor!
LISARDA: ¿Tú en mi cuarto?
CÉSAR: ¡Qué rigor!
LISARDA: Responde.
CÉSAR: No acierto a hablar,
porque, helado...
LISARDA: ¡Qué pesar!
CÉSAR: ...el labio...
LISARDA: ¡Qué sinrazón!
CÉSAR: ...enmudece...
LISARDA: ¡Qué traición!
CÉSAR: ...y al verte...
LISARDA: ¡Qué atrevimiento!
CÉSAR: ...le falta aliento al aliento,
y razón a la razón.
LISARDA: ¿Cómo, di, el rostro encubierto,
César, --¡ay cielos!-- tuviste,
cuando la vida me diste,
y no ahora, que me has muerto?
Erradas, César, advierto
tus acciones, por indicios
de trocados ejercicios;
pues hacen tu voz y labios
cara a cara los agravios,
pero no los beneficios.
Si, cuando más me adoraste,
de mí más dejado fuiste,
si del todo me perdiste,
cuando a mi hermano mataste,
baste ya, don César, baste
la porfía; que ésta fue
tu estrella. Ya me casé;
ya no te queda esperanza.
Si no vienes por venganza,
di, ¿por qué vienes, por qué?
Hable tu temeridad.
CÉSAR: (¿Cómo la he de responder? Aparte
Pues, cuando yo quiera hacer
virtud la necesidad,
echando a su voluntad
la culpa, para movella,
Celia, pues no llego a vella,
cobrada al desmayo, está,
sin duda, oyéndome ya.
¡Oh qué tirana es mi estrella!)
LISARDA: ¿Qué dices?
CÉSAR: Si yo supiera
decir a lo que he venido,
mi discurso enmudecido
¡qué buen retórico fuera!
Solamente considera,
pues que yo mismo lo ignoro,
pues no lo digo y lo lloro,
que vendré en mal tan severo
o a vivir con lo que quiero,
o a morir con lo que adoro.
Si está en esta casa el bien
que yo adoré y yo perdí...
LISARDA: César, no me hables así;
que ya no es justo ni es bien.
Cobarde la voz detén,
y dime si anoche fuiste
el que a esta casa veniste
a darme la muerte.
CÉSAR: No.
LISARDA: Pues déte dos vidas yo,
por una que tú me diste.
Vete ya de aquí; porqué,
si mi padre o si mi
primo,
a quien como esposo estimo,
ya uno o ya otro te ve,
es fuerza que yo les dé
satisfacción.
CÉSAR: (¡Que esto haya! Aparte
Parad, desdichas, a raya.)
LISARDA: Vete, antes que a verte lleguen.
CÉSAR: (¿Quién creerá que ya me rueguen Aparte
que me vaya, y no me vaya?
Pues no he de dejar en tal
peligro [a] Celia.)
Sale
BEATRIZ alborotada
BEATRIZ: ¡Ay señora!
¿Esto tenemos ahora?
LISARDA: ¿Qué hay, Beatriz? ¿Es otro mal?
BEATRIZ: Pendencia hay en el portal;
y en las voces y el rumor
es...
LISARDA: ¿Quién?
BEATRIZ: Don Juan, mi señor,
con un hombre que ha encontrado
en la calle.
CÉSAR: (Mi cuidado Aparte
siempre viene a ser mayor.)
LISARDA: (¡Ay de mí! Si ve salir Aparte
de aquí a don César don Juan,
a evidencias pasarán
sus sospechas; pues decir
que él se ha atrevido a venir
sin mí a estar aquí conmigo,
haciendo a mi honor testigo,
otra sospecha es cruel;
pues no se viniera él
en casa de su enemigo
a no tener ocasión
mayor que a esto le obligara.)
CÉSAR: Déjame salir.
LISARDA: Repara
que estoy en gran confusión.
Mi opinión por mi opinión
hoy aventurar intento.--
A
BEATRIZ
Llévale tú a tu aposento.
CÉSAR: Más seguro aquí estaré.
Déjame aquí.
LISARDA: ¿Para qué?
Que esto es público a mi
intento.
CÉSAR: (Si le descubro el secreto, Aparte
no sé después lo que hará
por librarse; y, pues está
libre Celia de este aprieto,
callarle quiero en efeto.)
BEATRIZ: Ya sube por la escalera
don Juan con otros.
LISARDA: ¿Qué espera
tu vida? Escóndete, pues,
por mi honor hasta después.
CÉSAR: Sólo por tu honor lo hiciera.
Vase con
BEATRIZ don CÉSAR. Salen
OTÁÑEZ y
CASTAÑO, que traen agarrado a MOSQUITO, y don
JUAN
JUAN: Traedle los dos de esa suerte
hasta que en este aposento
diga dónde está su amo.
MOSQUITO: ¡Séame testigo el cielo
de que se han hecho justicia!
Sin vara y sin mandamiento,
¿cómo me pueden prender
vuesas mercedes?
LISARDA: ¿Qué es esto?
MOSQUITO: Dos alguaciles, señora,
porfían, a lo que entiendo,
por no decir que hacen punta,
pues a estocadas me han muerto,
en traerme aquí, sin saber
por qué.
LISARDA: (¡Ay de mí! Ya sospecho
Aparte
la causa. Aquéste es criado
de César. Cuando aquí dentro
entró, se quedó en la calle,
adonde le conocieron.)
JUAN: Yo te diré lo que ha sido.
Este hombre que traemos
es de don César crïado.
LISARDA: (Bien discurrí yo en lo cierto.) Aparte
JUAN: Pasaba por esta calle
mirando y reconociendo
esta casa; y es, sin duda,
que, estando aquí de secreto
César y habiendo sabido
que yo le busco resuelto,
envía a saber mi casa
para matarme; y yo quiero
que este criado me diga
dónde está su amo...
LISARDA: (¡Hoy muero, Aparte
si él lo dice!)
JUAN: ...porque yo
madrugue y mate primero.
Metíle en este portal,
donde amenazas y ruegos
no han torcido su lealtad.
Y así por fuerza pretendo
que me lo diga; pues hoy
he de matarle, si luego
no dice dónde está César.
MOSQUITO: (Yo lo dijera bien presto, Aparte
si no me hubieran traído
donde él mismo me está oyendo.)
JUAN: ¿Dónde está tu amo? Dilo.
MOSQUITO: Sí diré.
LISARDA: (¡Válgame el cielo! Aparte
Hoy acabará mi vida
si dice que está aquí dentro.)
MOSQUITO: No está muy lejos de aquí.
(Y es verdad.) Aparte
LISARDA: (¡Ay de mí!) Aparte
JUAN: ¡Ea, presto!
¡Dilo, pues!
MOSQUITO: En Portugal
entretenido le dejo
en ver unos folijones
que le dan mucho contento.
JUAN: Si yo sé que está en Madrid
y que ha venido encubierto
tres días ha, que se apeó
en una posada, y luego
sé que Celia está con él,
¿cómo solicitas, necio,
encubrirlo?
MOSQUITO: Pues ¿hay más
de que me den un tormento?
¿Quién querrá hacerse verdugo,
ya que lo demás se han hecho,
sin más títulos?
JUAN: Yo sé
lo que se ha de hacer en esto.
Palabra a Félix he dado
que en público ni en secreto
no haré diligencia alguna
sin darle cuenta primero,
como más interesado
en la venganza que emprendo;
y así me importa avisarle
de que a este criado tengo
en mi poder; y entre tanto
que aquí con don Félix vuelvo,
que en un coche será fácil,
quedará en este aposento
o retrete, que al fin es
más recogido y secreto,
pues que sólo tiene paso
a mi cuarto; y así cierro
porque, hasta hablar a mi amigo,
el lance apurar no puedo.
LISARDA: (¡Quiera el cielo que se vaya, Aparte
porque pueda en este tiempo
echar a César de casa!)
Don Juan, en todo obedezco.
JUAN: Dejadle solo los dos
y, a que nadie salga atentos,
no os quitéis de ese portal.
CASTAÑO: En él, señor, estaremos,
para que ninguno entre
ni el bergante salga.
MOSQUITO: Quedo;
que prender pueden ustedes,
mas no hablar mal, caballeros.
JUAN: Que, si la verdad no dices,
morirás. Solo te dejo
a que pienses lo mejor.
Aconséjate a ti mismo
o el secreto descubrir
o dar la vida a este acero.
Vanse
todos, cerrando la puerta, menos MOSQUITO
MOSQUITO: ¿"Dar a este acero la vida
o descubrir el secreto",
y "aconséjate contigo"?
Aquéste es --¡viven los
cielos!--
un lance muy apretado.
Pero ¿qué dudo ni temo,
si la cárcel donde estoy
es la misma que le dieron
a mi amo sus desdichas?
Y que él lo sabe ya es cierto,
pues esperando estará
la diligencia que dejo
hecha para aventurarse
a salir. Llamarle quiero.--
¡Ah de la escalera! Bien
puedes salir sin recelo;
que yo solo estoy aquí,
porque no es nadie mi miedo.
Sale
CELIA tapada por la puerta de la
escalera
CELIA: (Fuerza es abrir, porque no Aparte
dé más golpes este necio,
y porque razón me falta.)
MOSQUITO: Señor, pues ¿qué ha sido esto?
¿Has hurtado otro vestido
para salir encubierto
como yo? Has hecho muy bien;
que vive aquí un señor viejo
que anda sacando mujeres
con grandísimo respeto.
Ni una mano me tomó.
Pero las burlas dejemos.
¿Has sabido lo que pasa?
¡Habla, vive Dios! ¿Qué es esto?
CELIA: ¡Ay de mí!
MOSQUITO: La voz también
has hurtado, a lo que entiendo,
con el vestido. ¿Has estado
acaso en muda este tiempo?
Porque yo te dejé bajo,
y tiple, señor, te encuentro.
Mas cuánto va que Lisarda,
agradecida a aquel tiempo
que la quisiste, te ha dado...
CELIA: Calla; que aqueso me ha muerto.
MOSQUITO: ¡Santo Dios, mujer es ésta!
Yo mil veces he oído un cuento
de una monja a quien salió
una escupidura, haciendo
una fuerza, y que de monja
quedó monjo en un momento;
pero de un galán hacerse
una dama no me acuerdo
haberlo visto en mi vida.
CELIA: Calla, si no quieres, necio,
que te dé muerte mi rabia.
MOSQUITO: ¿Celia?
CELIA: Sí.
MOSQUITO: Pues ¿qué es aquesto?
CELIA: Es haber venido a ver,
de mi honor y vida al riesgo,
la mayor traición de un hombre.
Harto así te lo encarezco.
César, a quien vine a dar
la vida, en pago me ha muerto;
que, sabiendo que yo estaba
en tan riguroso aprieto,
me dejó, por declararse
con Lisarda, donde --¡ay
cielos!--
le oí decir que era su amor
el que le trajo a este puesto.
Salir quise, cuando oí
las gentes que te trajeron,
y disimulé, a pesar
de mi amor y de mis celos,
hasta que tú me llamaste.
MOSQUITO: ¿Y mi amo?
CELIA: Estará a este tiempo
dando quejas a Lisarda.
MOSQUITO: ¿De qué?
CELIA: De su casamiento.
Mas porque no se dilaten
los inconvenientes nuestros,
he de decir la verdad
a voces, porque con esto,
desengañado don Juan
de sus bien fundados celos
y asegurada Lisarda,
los mire César más presto.
MOSQUITO: ¿Ahora de celos te acuerdas
ni de amor, cuando tenemos
más cosas a que acudir
que agentes con muchos pleitos?
CELIA: Pues dime tú, ¿cómo fue
el venir tú aquí?
MOSQUITO: Encubierto
salí de aquí. A don Rodrigo,
de César amigo y deudo,
avisé de todo el caso,
porque viniese resuelto
a guardarle las espaldas
esta noche. Él, para hacerlo,
me dijo que le enseñase
la casa en que estaba, pero
que no pasásemos juntos
por ella los dos. Con esto
venimos por las dos ceras
y yo quedémela viendo,
porque él reparara en ella.
Pasó adelante. A este tiempo
don Juan venía a su casa.
Conocióme, y muy soberbio
en su portal me metió.
Negar quise, y en efecto
él y todos sus crïados
a esta parte me trajeron,
donde pensé que él estaba
todavía, y donde al juego
de esta escalera he jugado
"mete ruin y saca
bueno".
CELIA: ¿Y qué hemos de hacer ahora
los dos aquí?
MOSQUITO: ¿Qué sé de eso?
CELIA: Antes que mi hermano venga,
llamar a esta puerta quiero
y descubrirme a Lisarda
de una vez, porque don Diego
en casa no está a estas horas;
que Lisarda, por lo menos,
es mujer noble y será
piadosa.
MOSQUITO: Y es lo más cierto.
Llama
CELIA a la puerta. Dentro BEATRIZ
BEATRIZ: Mosquito, no puedo abrirte;
sabe Dios si lo deseo,
porque se llevó don Juan
la llave; mas lo que puedo
asegurarte es que César,
que ahora está en mi aposento
con mi ama hablando, no quiere
irse, dejándote dentro.
MOSQUITO: Ésta es Beatriz, la criada
de Lisarda.
CELIA: ¡Nada, cielos,
he de escuchar y he de ver
que no sea otro tormento!
MOSQUITO: Mira si puedes abrirme;
que estoy con piedra sospecho,
pues es el abrirme cura.
BEATRIZ: Ya te he dicho que no puedo.
Mucho me pesa el verte
en tan riguroso aprieto;
pero no puedo llorar.
MOSQUITO: Y yo, pícara, lo creo;
porque yo soy un pobrete,
a quien de lástima un tiempo
quisiste.
BEATRIZ: A eso respondiera;
pero no me toca hacerlo
a quien encerrado garla.
CELIA: Cerró el paso a mi remedio
llevarse don Juan la llave,
y abrióle a mi sentimiento.
BEATRIZ: Encomiéndate, Mosquito,
a Dios; que don Juan ha vuelto
con aquel amigo suyo
que le buscó anoche.
CELIA: ¡Cielos,
mi hermano es!
MOSQUITO: Aquí, señora,
lo mejor es escondernos.
Vivamos un rato más,
mientras buscan el secreto.
CELIA: Dices bien. Mas ¡ay de mí!
que tropezando y cayendo
voy.
MOSQUITO: Cerraré yo la trampa,
pues que no llegas a tiempo.
Éntrase
MOSQUITO, dejando fuera a CELIA
CELIA: ¡Hombre ruin, en fin...!
Salen
don JUAN y don FÉLIX
JUAN: Aquí,
como os he dicho, le tengo
encerrado.
FÉLIX: Pues cerrad
la puerta ahora por de dentro,
y quedémonos con él
solos; que ¡viven los cielos!
que ha de decir de su amo
o hemos de dejarle muerto.
JUAN: Ya veis el riesgo en que estáis,
hidalgo... Pero ¿qué es esto?
Donde un criado dejé,
¿tapada una dama encuentro?
FÉLIX: ¿No me dijisteis que estaba
cerrado en un aposento
el criado, y que no había
por donde salir?
JUAN: Y es cierto.
FÉLIX: No mucho, pues él se ha ido,
y una dama es la que vemos.
JUAN: ¡Vive el cielo, que la llave
llevé conmigo!
FÉLIX: Apuremos
de una vez el desengaño.
Don
FÉLIX se queda junto a la puerta, y llega
don JUAN
a hablar a CELIA
JUAN: Señora, aunque es el respeto
alma de un noble, tal vez
rompe a las leyes el fuero
la necesidad.
CELIA: (¡Ay triste!) Aparte
JUAN: Hoy es fuerza conoceros,
saber cómo estáis aquí,
con qué fin, con qué intento;
que me costáis dos pesares
ya, si sois la que sospecho;
y he de saber de un criado,
que aquí quedó, qué se ha hecho,
cómo se fue y vos entrasteis.
Descubríos, o grosero
me haréis ser con vos.
CELIA: (Huir Aparte
ya no puedo.) Deteneos,
señor don Juan, y advertid
que me debéis más respeto
por quien sois y por quien soy.
JUAN: Ni os conozco ni os entiendo.
¿Quién sois? ¿Cómo estáis aquí?
¿Dónde el crïado? ¿Qué es esto?
CELIA: Tres cosas me preguntáis,
y a dos he de responderos.
Yo he venido a buscaros,
don Juan, porque me importa
mucho hablaros.
Entrando en esta casa, vi que había
en este cuarto un hombre, y de
él salía.
presumiendo que fuera algún
crïado
vuestro, le pregunté por
vos. Turbado
me dijo el tal, "Aquí
vendrá al momento;
si le habéis de esperar, a este
aposento
entrad. Dejóme en él, y por de fuera
volvió a cerrar la puerta, de
manera
que la llave que él tuvo acaso
ha sido
causa de quedar yo y haberse él
ido.
Con que respuesta he dado
al cómo estoy aquí, y él ha
faltado.
Quién soy y a lo que vengo
no lo puedo decir.
JUAN: Pues de eso tengo
más deseo, y es tanto
que no he de ir a buscarle,
aunque he sabido
que de casa no puede haber
salido;
y así quitad el manto
del rostro.
CELIA: Ved, don Juan...
JUAN: Quitad el velo.
CELIA: ...lo que hacéis; que soy yo.
Descúbrese
CELIA y tápase
luego
JUAN: ¡Válgame el
cielo!
CELIA: Para haceros hoy dueño
de mi honor os busqué. De aqueste empeño
me sacad; que ya veis que, si he
venido
aquí, sólo en confianza vuestra
ha sido.
Nada deciros quiero.
Mi hermano es, mujer yo, y vos
caballero.
JUAN: ¡Cielos! ¿En qué me miro?
FÉLIX: (Nuevo semblante ya en don Juan
admiro. Aparte
¿Quién será esta embozada
que le asombra tapada y
destapada?)
JUAN: (¿Qué debo yo hacer aquí Aparte
en tan fiera, en tan tirana
ocasión como me vi?
Celia, de Félix hermana,
viene a valerse de mí;
Félix, buscando a un traidor,
para alentar con valor
su venganza y mi venganza,
puso en mí la confianza
de su vida y de su honor.)
FÉLIX: Grande confusión ha sido
la que hoy en vos ha infundido
esa dama.
JUAN: Sí lo es;
y tan grande que, después
de haberla vos prevenido,
la habéis de hallar, os
prometo,
mayor que la imagináis;
porque no cabe en conceto
humano lo que miráis,
que sólo cabe en su efeto.
FÉLIX: Pueda yo, don Juan, tener
parte en tal pena, por ver
si en ella os puedo servir.
JUAN: Ni yo os lo puedo decir,
ni vos lo podéis saber.
FÉLIX: ¿No soy vuestro amigo?
JUAN: Sí.
FÉLIX: ¿Y no soy noble?
JUAN: También.
FÉLIX: Pues fiaos, don Juan, de mí.
CELIA: (Don Juan, mirad que no es bien Aparte
que yo...)
Dentro
don DIEGO
DIEGO: Abrid, don Juan, aquí.
JUAN: Éste es don Diego.
DIEGO: Abrid, pues.
JUAN: (Fuerza es preguntar quién es Aparte
esta dama; y si la mira
Lisarda, hará su mentira
verdad. Con esto después,
si satisfacerla quiero
con decir quién es --¡hoy muero,
que está su hermano delante!--,
seré, por ser buen amante
ahora, mal caballero.
Y así nadie la ha de ver.)
Don Félix, esta mujer
he de encubrir de Lisarda.
Que este aposento la guarda
a nadie deis a entender.--
Entraos, mi señora, ahí.
CELIA: (¡Duélase el cielo de mí!) Aparte
Éntrase
CELIA
FÉLIX: ¿Queréis que entre a estarme yo
con ella?
JUAN: No, por Dios, no,
don Félix.
Dentro
DIEGO: ¿No abrís aquí?
JUAN: Ya está abierto.
Abre don
JUAN y salen don DIEGO y
criados
DIEGO: ¿Qué es
aquesto,
don Juan? ¿Qué?
¿Todavía andas
lleno de locos discursos,
de imaginaciones varias?
¿Dónde está aquese crïado?
JUAN: Señor, cuando le buscaba
aquí, se había ya salido
con alguna llave falsa.
DIEGO: Tú te disculpas con eso,
por no empeñarme a mí en nada;
y haces mal, porque de nadie
puedes fïarte con tanta
satisfacción.
A FÉLIX
Perdonad,
caballero; que, aunque haya
de fiarse de vos don Juan,
puedo con tal confïanza
hablar.
FÉLIX: Podéis con razón,
y nadie verdad tan clara
negará; pero el buscarme
don Juan es por otras causas
que a mí en hallar a don César
también hoy, señor, me alcanzan.
DIEGO: Pues decid qué habéis sabido
los dos; que ya es excusada
diligencia aquí encubrirme
el criado.
JUAN: Si mi palabra
te doy de que, cuando entré
a buscarle, aquí no estaba,...
DIEGO: ¿Cómo, si aquesos criados
nunca de la puerta faltan,
pudo salir? --Id, a ver
si se oculta dentro en casa,
por esa puerta, y nosotros
por esotra.
Vanse
los criados
FÉLIX: ¡Tente!
JUAN: ¡Aguarda!
Se
acerca don DIEGO a la puerta donde está
escondida
CELIA. Don JUAN y don FÉLIX lo detienen.
Por la
otra
puerta salen LISARDA y BEATRIZ y se quedan cerca de la
puerta
LISARDA: En fin, ¿no pudo salir?
BEATRIZ: No, señora, porque estaban
los crïados a la puerta
con mil prevenciones y armas.
LISARDA: ¡Oh, permita la Fortuna
que bien de este empeño salga!
Si así teme una inocente,
¿cómo teme una culpada?
DIEGO: ¡Vive Dios, que he de ser yo
aquí el primero que haga
diligencias de saber...!
JUAN: ¿Quién dice que no las hagas?
Mas ya este cuarto está visto;
miremos toda la casa.
LISARDA: (¿Mirar la casa? ¡Ay de mí! Aparte
Sin duda a saber alcanza
algo. Apuremos el caso.)
Señor, ¿tú das voces tantas?
DIEGO: ¿A qué has venido tú aquí?
LISARDA: A ver qué es esto en que andas.
DIEGO: En busca de un hombre.
LISARDA: (¡Ay cielos!) Aparte
DIEGO: Y este aposento me guardan
más que todos, y he de verle.
JUAN: No has de entrar aquí.
FÉLIX: Repara
que...
DIEGO: Los dos me lo estorbáis
por conseguir la venganza
sin mí. ¡Apartaos, por Dios!
¡Qué resistencia tan vana!
¿Quién está aquí?
Se
acerca a la puerta. Sale CELIA
CELIA: Una mujer
infeliz y desdichada.
(Aquí, cielos soberanos, Aparte
echó el resto mi desgracia.)
FÉLIX: (Muriendo estoy por saber Aparte
quién es aquesta tapada.)
DIEGO: Por cierto, señor don Juan,
que no os merece mi casa
tan poco respeto como
guardáis en ella a Lisarda.
¿Una mujercilla dentro
de su cuarto? ¡Enhoramala!
¿Harto Madrid no tenéis?
JUAN: ¿Yo mujer? Señor, repara...
LISARDA: Mira, don Juan, si fue todo
cuanto dije verdad clara.
Tú no has visto, por lo menos
--en vano se alienta el alma--
al escondido que dices,
y yo he visto la tapada.
JUAN: (Ni hablar puedo ni callar.) Aparte
LISARDA: Señora, el embozo basta;
que he de saber quién me hace
este pesar en mi casa.
JUAN: (Pues no lo perdamos todo.) Aparte
A
LISARDA
Tente; que no has de mirarla.
LISARDA: ¿Tú la defiendes?
JUAN: Es fuerza.
CELIA: (¿Hay mujer más desdichada?) Aparte
Dentro
CASTAÑO
CASTAÑO: Toma esta puerta, porque
por ella, Otáñez, no salga.
Dentro
don CÉSAR
CÉSAR: Sí saldré.
JUAN: ¿Qué ruido es éste
en el cuarto de Lisarda?
DIEGO: Con un empeño se olvida
otro, según los que andan.
Sale
OTÁÑEZ
OTÁÑEZ: Señor, el hombre que buscas
hallamos. Sacó la espada
para hacer paso con ella
por donde a la calle salga.
Sale don
CÉSAR cubierto el rostro con la capa
y la
espada desnuda.
DIEGO: Dime, ¿es aquéste, don Juan,
el crïado que buscabas?
JUAN: No, señor; otro hombre es éste.
Bien el talle, el brío, las
galas
dan a entender que no es el
que encerrado quedó en casa.
CELIA: (Éste es don César.) Aparte
Aparte a
CÉSAR
Señor,
mi vida y la tuya ampara.
DIEGO: Hombre que de tanto honor
la reputación agravias,
¿quién eres?
CÉSAR: Un hombre soy.
DIEGO: Quita del rostro la capa.
CÉSAR: No puedo; porque encubierto,
sin que me veas la cara,
me has de dar la muerte aquí
en la defensa bizarra
de esta mujer. Ella y yo
habemos de aquesta casa
de salir, si con mi muerte
mis intentos no se atajan.
DIEGO: ¿Qué mujer?
CÉSAR: Esta mujer;
que yo no digo Lisarda;
ni la conozco ni sé
quién es. Y si esto no basta
para que segura quede,
habré de llevarme a entrambas.
DIEGO: Hombre, demonio, o quien eres,
aunque en algo satisfagas
esta sospecha, conviene,
para que quede asentada,
el que sepamos quién eres.
CÉSAR: Aquésa es pretensión vana
por ahora.
JUAN: También lo es
que sea tal tu arrogancia
que pienses que entre nosotros
te has de llevar esa dama,
sin que sepamos por qué
y cómo en aquesta casa
estáis tú y ella?
CÉSAR: No puedo
decirlo.
FÉLIX: Pues las espadas
harán bocas en tu pecho
por donde la verdad salga.
Disparan
dentro
LISARDA: ¿Qué pistola es ésta, cielos?
¿Aun los sustos no acaban?
CÉSAR: Ésta es la seña que espero.
DIEGO: Ninguno allá fuera salga.
Deteneos, caballeros.--
Hombre, yo te doy palabra
de ampararte y de valerte
si de estas dudas me sacas.
CÉSAR: ¿Dasme esa palabra?
DIEGO: Sí.
Desembózase
don CÉSAR
CÉSAR: Don César soy. ¿Qué os espanta?
DIEGO: ¿Tú diste muerte a mi hijo?
FÉLIX: ¿Tú me robaste a mi hermana?
JUAN: ¿Tú en casa estás de mi prima?
CÉSAR: Sí; pero a ninguno agravia
mi valor. Si a don Alonso
di muerte, fue cara a cara,
riñendo solo con él;
si en casa estoy de Lisarda,
es porque me dejó Celia
oculto en aquesta sala;
y, si esto de Celia digo,
es porque no importa nada,
que casado estoy con ella,
que es esta misma tapada.
Y si estas satisfacciones
para tus quejas no bastan,
yo he de salir; que ya tengo
quien me guarde las espaldas;
que esa pistola es la seña
de la gente que me aguarda.
FÉLIX: Cuando no hubiera ninguno,
César, yo solo bastara;
que, siendo mi hermano ya,
es obligación hidalga.
JUAN: Yo soy, don Félix, tu amigo;
mas por don Diego mi espada...
DIEGO: Yo la palabra le di
y he de cumplir mi palabra.--
Mas decid ¿dónde estuvisteis
escondido en esta casa?
Sale
MOSQUITO de la escalera
MOSQUITO: Eso yo lo he de decir.
Aquí estuvo.
DIEGO: ¡Cosa extraña!
BEATRIZ: ¿Hurtásteme tú el vestido?
MOSQUITO: Y el azafate y las cajas.
DIEGO: Con cuyo gran desengaño
aquí la comedia...
MOSQUITO: Aguarda;
que falta el decir ahora
a todos una palabra;
y es, porque nada se ignore,
que don Félix, concertada
la parte de aquella muerte,
que fue de tanta importancia,
a pagar de su dinero
quedó libre; con que acaba,
por empeño escrita, El
escondido y la tapada.
FIN DE LA COMEDIA