JORNADA PRIMERA
Dice MENÓN dentro los versos
siguientes
MENÓN:
Haced alto en esta parte,
y en uno y otro escuadrón
divididos, saludad
con salva al Rey mi
señor.
Tocan cajas, y dice LISÍAS a la otra parte
LISÍAS: Cantad
aquí, mientras llega
el rey a estos montes hoy;
y a aquellas salvas de Marte
sucedan las del Amor.
MÚSICOS: "Coronado
de laureles,
lleno de fama y de honor,
vuelva el valeroso Nino
a los montes de Ascalón."
Ha de haber una puerta de una gruta al lado
izquierdo, y dentro den golpes, y dice SEMÍRAMIS dentro
SEMÍRAMIS: Tiresias, abre esta
puerta,
o a manos de mi furor,
muerte me dará el verdugo
de mi desesperación.
Sale TIRESIAS, viejo, vestido de pieles largas,
como sacerdote antiguo, y dice los versos siguientes con
admiración
TIRESIAS: Allí trompetas y
cajas,
de Marte bélico horror;
allí voces y instrumentos,
dulces lisonjas de Amor,
escucho; y cuando informado
de tan desconforme unión
de músicas, a admirarme
en las causas de ella voy,
estos golpes que a esta puerta
se dan, y en mi corazón,
a un tiempo me han detenido.
¡Confuso y medroso estoy!
Dentro MENÓN. Suenan cajas
MENÓN: Haced
salva, que ya el Rey
desde aquí se descubrió.
Dentro LISÍAS
LISÍAS: Vuelva la
música a dar
al aire su dulce voz.
Dentro MÚSICOS
MÚSICOS: "A tanta
admiración
suspenso queda en su carrera el sol."
En la gruta SEMÍRAMIS, suenan golpes
SEMÍRAMIS: Tiresias, si hoy no dispensas
las leyes de esta prisión,
donde sepultada vivo,
la muerte me daré hoy.
TIRESIAS: Del acero de mi vida
ya tres los imanes son;
éste llama con más fuerza,
a responder a éste voy.
¿Qué das voces?
Se abre la puerta, y sale SEMÍRAMIS, vestida de pieles
SEMÍRAMIS:
Dos acentos,
que a un tiempo el aire veloz
pronuncia, dando a mi oído
ambos de equivocación,
por no haberlos escuchado
jamás, que jamás llegó
a mi noticia el ruidoso
aparato de su voz,
la cárcel romper intentan
donde aprisionada estoy
desde que nací; ¿porqué
confusamente los dos
me elevan y me arrebatan?
Éste que dulce sonó,
con dulces halagos, hijos
de su misma suspensión;
éste que horrible, con fieros
impulsos, tras quien me voy,
sin saber dónde; que iguales
me arrancan el corazón
blandura y fiereza, agrado
y ira, lisonja y horror;
cuándo, un estruendo a esta parte,
cuándo a ésta una admiración;
ésta adormece al
sentido,
ésta despierta el valor,
repitiéndome los ecos
del bronce y de la canción.
Todo junto música y cajas
MÚSICOS: "A tanta
admiración
suspenso queda en su carrera el sol."
TIRESIAS: No en vano yo me
recelo
que fuese despertador
del letargo de tu vida
ese confuso reloj
de los vientos, que hoy ha hecho
desacertado el rumor.
Hablarte quise, porque
esas novedades dos
temí siempre que engendrasen
en tu altiva condición
nuevos deseos de ver
a quien las ocasionó;
y así, quiero prevenirte
de lo que es, para que no
te desespere tu vida,
y el influjo superior,
que a voluntad de los dioses
te tiene en esta prisión,
le facilite, sin que
baste a embarazarse yo.
Sabrás, pues, que Nino, Rey
de Siria, ya vencedor
de las bárbaras naciones
del Oriente, vuelve hoy
a Nínive, corte suya;
por aquí pasa, y al son
de sus cajas y trompetas,
lenguas del sangriento dios,
los rústicos moradores
de los montes de Ascalón
le aclaman; y pues que ya
sabes
toda la ocasión
del militar aparato
y la dulce elevación,
sosiegate, y vuelve, vuelve
a la estancia que te dio
por cuna y sepulcro el Cielo;
que me está dando temor
pensar que el sol te ve,
y que sabe enamorarse el sol.
SEMÍRAMIS: En vano, Tíresias, quieres
que ya te obedezca, que hoy
la margen de tus preceptos
ha de romper mi ambición;
yo no he de volver a él,
si tu sañudo furor
me hiciese dos mil pedazos.
TIRESIAS: Mira.
SEMÍRAMIS:
Suelta.
TIRESIAS:
¿Ya olvidó
tu memoria cuán infausto
fue tu nacimiento?
SEMÍRAMIS:
No;
bien lo sé de ti, que fuiste
segundo padre, a quien yo
debí la vida.
TIRESIAS:
¿Pues cómo
no me obedece tu amor?
SEMÍRAMIS: Como mi obediencia ya
la última línea tocó
del sufrimiento, alentado
del discurso y la razón.
TIRESIAS: ¿Te acordarás qué,
te dije?
SEMÍRAMIS: Sí; que Venus te anunció,
atenta al provecho mio,
que había de ser horror
del mundo, y que por mí habría,
en cuanto ilumina el sol,
tragedias, muertes, insultos,
ira, llanto y confusión.
TIRESIAS: ¿No te dije más?
SEMÍRAMIS:
Que a un rey
glorioso le haría mi amor
tirano, y que al fin vendría
a darle la muerte yo.
TIRESIAS: Pues si eso sabes de
ti,
y el
fin que el hado antevió
a tu vida, ¿porqué quieres
buscarle?
SEMÍRAMIS:
Porque es error
temerle; dudarle basta.
¿Qué importa que mi ambición
digan que ha de despeñarme
del lugar más superior,
si para vencerla a ella
tengo entendimiento yo?
Y si ya me mata el verme
de esta suerte, ¿no es mejor
que me mate la verdad,
que no la imaginación?
Sí; que es dos veces cobarde
el que por vivir murió;
pues no pudiera hacer más
el contrario más atroz,
que matarle; y eso mismo
hizo su mismo temor.
Y así, yo no he de volver
a esa lóbrega mansión;
que quiero morir del rayo,
y de sólo el trueno no.
TIRESIAS:
Pues antes que te resuelvas
a tan temeraria acción
como darte a conocer,
sabré embarazarlo yo.
Cajas y música juntos
SEMÍRAMIS: ¿De qué suerte, si ya
vuelven
a alentar mi presunción
esas voces?
TIRESIAS:
De
esta suerte.
¡Guardas del monte!
Salen SOLDADOS
UNO:
Señor.
TIRESIAS:
Pues vosotros sois a quien
este prodigio fió,
mi confïanza, sin que
el rostro viese a los dos,
esa fiera racional
reducid a su prisión
SEMÍRAMIS: Tened,
no lleguéis, villanos;
que no quiere mi valor
darse a partido.
A TIRESIAS
Y así
para que no quedes hoy
vano de haberme vencido,
tengo de vencerme yo.
Mira, Tiresias, a cuánto
se extiende mi presunción;
pues porque nadie me fuerce,
voluntariamente voy
a sepultarme yo misma
en esta oscura estación
de mi vida, de mi muerte
tumba dijera mejor.
Vase SEMÍRAMIS
TIRESIAS: Cerraré la
puerta. Grande
Júpiter, dame, favor
para que embarace tanto
asombro como antevió
Venus, prevenido en este
raro prodigio de amor.
Suenas las cajas y salen SOLDADOS por una puerta,
NINO, rey, y MENÓN, general, e IRENE con espada y plumas;
y por otra puerta MÚSICOS vestidos de villanos,
LISÍAS, CHATO y SIRENE
LISÍAS:
Vuelvas felicemente,
de laureles ceñida la alta frente,
a ver, de tan extraños horizontes,
hoy, gran señor, aquestos patrios montes
que ausente te han tenido edades tantas.
CHATO:
Y a todos su merced nos dé las plantas,
pues de creer es que para tales fines
todos los reyes traigan escarpines;
y déselas también aquí a Sirene
mi mojer, que a besárselas hoy viene,
y se las besará con alegría,
por besar una cosa que no es mía.
SIRENE: ¿Que luego
hobiese, Chato,
de ver el Rey que sois un mentecato?
NINO:
Alzad todos del suelo.
Yo, Lisías, os estimo el noble celo
con que Ascalón recibe mi persona.
LISÍAS: Vuestra
grandeza mi humildad abona;
que aunque es verdad que yo le he gobernado,
este amor no se debe a mi cuidado,
sino a su gran lealtad; y vos, señora,
de tanto humano sol divina aurora,
a todos dad la mano.
CHATO: Sino a
Sirene, mi mojer, que es llano
que si llega en sus labios a ponella,
de asco en un mes no comeréis con ella.
SIRENE: Para ésta,
picarote,
que los huéspedes idos, haya escote.
NINO:
Puesto que ya mi gente
las fértiles provincias del oriente
discurrió numerosa,
con tan grandes conquistas vitoriosa,
pues a sus armas yace la Fenicia,
y víctima la Siria, la Cilicia,
la Propóntida, Lidia, Egipto, y Caria,
donde apenas quedó nación contraria
que no me obedeciese
desde el Tanais al Nilo, cese, cese
el militar acento
de estremecer al sol, herir al viento,
turbar el mar y fatigar la tierra,
y hoy a la blanda paz ceda la guerra.
Desde hoy vivir en ella determino,
en la ciudad de mí nombre, Nino,
Nínive se ha llamado,
a quien yo por grandeza he edificado.
Tú, Menón, que valiente
los sagrados laureles de mi frente
tanto has facilitado,
que a ti el mirarme de ellos coronado
confesaré que debo,
si bien, bien a pagártelos me atrevo,
hoy con la gente en Ascalón te queda,
donde a tu orden disponerse pueda
ese despojo todo;
y en su distribución dispón el modo
de suerte, que el más mísero soldado
no vuelva sin que vuelva coronado
con trofeos marciales,
a pisar de su casa los umbrales;
y porque a dar hoy
enseñado vivas,
quiero que antes recibas;
porque no sabe cuánto es lisonjero
el dar, el que primero
no supo cuánto fue, Menón, penoso
que liberal no fuera un poderoso;
quiero que en este punto
el dar y el recibir lo aprendas junto.
Esa provincia bella,
con cuanto en sí contiene, hinche, y es de
ella,
es tuya. De Ascalón eres ya dueño,
aunque triunfo pequeño
a tus grandes servicios.
Pero éstos no son premios, son indicios
de mi amor; no te ofrezcas
a mis pies, ni esto poco me agradezcas.
Toma la posesión, paga la gente,
y todo esto sea brevemente;
porque tu aviso creo
que te le está notando mi deseo;
que yo con la divina y soberana
beldad de Irene, mi gallarda hermana,
a quien, la Palas siendo de este Marte,
mis aplausos debieron tanta parte,
ir a Nínive quiero;
en ella, pues, te espero,
para partir contigo
mi cetro y mi corona. El sol testigo
será de una privanza
a quien nunca se siga la mudanza.
MENÓN:
Invictísimo joven, cuya frente
no sólo de los rayos del Oriente
inmortal se corona,
pero
de zona trascendiendo en zona,
de hemisferio pasando en hemisferio,
hasta el ocaso extenderá su imperio,
yo estoy de ti premïado
sólo con ver, señor, que hayas llegado
a dejarte pagar de mis deseos;
que nadie es acreedor de tus trofeos,
sino tu aliento sólo,
Marte en la guerra y en la paz Apolo.
NINO:
Dame, Menón, tus brazos,
y cree que aquestos lazos
nudo serán tan fuerte
que sólo le desate...
MENÓN:
¿Quién?
NINO:
La muerte.
Vase NINO
IRENE: De
mil contentos llena,
no a dar, a recibir la enorabuena
me ofrezco yo, Menón, porque a ninguna
persona toca más vuestra fortuna.
MENÓN: En
eso no hacéis nada,
que sois en ella muy interesada;
pues cuanto yo valiere,
no es más que un corto don que darme quiere
el Cielo, porque tenga
un sacrificio más que se prevenga
llegar con mudo ejemplo
al no piadoso umbral de vuestro templo.
Dadme a besar la mano,
si merezco favor tan soberano
en esta despedida.
IRENE: La
mano no, los brazos y aun la vida
os doy, Menón, en ellos.
MENÓN: ¡Oh,
si como adorallos, merecerlos
hoy mi humildad pudiera!
IRENE: Haced
breve esta ausencia.
Vase IRENE
MENÓN:
Feliz fuera
amante que a adorar un sol se atreve,
si él a la ausencia hacer pudiera breve.
LISÍAS: (Aunque el
ver he sentido Aparte
que mi patria hoy a ser haya venido
vasalla del vasallo,
callaré, pues no puedo remediallo.)
La merced que os ha hecho
el Rey, Menón invicto, ya mi pecho
por propria reconoce;
largas edades vuestra edad la goce.
MENÓN: No
dudo yo, Lisías,
tendréis por vuestras las venturas mías;
mas lo que a vos y a todos juntos digo
es que en mí, no señor, tendréis amigo
que a todos os estime,
y sólo a honraros el poder me anime.
CHATO:
Pues si hoy amigo y no señor tenemos,
justo es que como amigos nos tratemos.
¿Cómo estáis? Y pues es cosa asentada
que a un amigo no se ha de callar nada,
y más cosas de pena y de cuidado,
sabed que con Sirene estoy casado.
Llegad acá, verá mi amigo agora
con qué cara amanezco cada aurora.
SIRENE: ¿Es la
vuesa mejor?
CHATO:
No, mas la mía
no es mi mujer.
MENÓN:
Dejad para otro día
el gusto de escucharos.
Lisías, hoy fïaros
de mi cuidado espero
la parte principal; venid, que quiero
que me advirtáis en todo
el estilo y el modo
de alojar, mientras pago aquesta gente;
y quiero juntamente
que noticias me deis de aquesta tierra,
y qué es lo que en sus términos encierra.
LISÍAS:
En todo he de serviros.
MENÓN:
Viento, llévale a Irene estos suspiros;
y tú, diosa
Fortuna,
condicional imagen de la luna,
estáte un punto queda;
diviértela tú, Amor, para su rueda,
para que sean testigos
los cielos, que una vez han sido amigos.
Vanse y se quedan CHATO y SIRENE
SIRENE:
Bien veis cuán desvergonzado,
sin Dios, sin justicia y ley,
delante del proprio rey
hoy conmigo habéis andado,
diciendo males de mí.
CHATO: No os
cause aqueso inquietud,
que pensé que era virtud.
SIRENE: ¿Cómo?
CHATO:
A un sacerdote oí
del dios Baco el otro día,
que sus sacerdotes son
con quien tengo devoción,
que hace mal el que decía
de sus propias cosas bien;
y como sos propria cosa
vos, puesto que sos mi esposa,
dije mal para hacer bien.
SIRENE:
Pues ¿cómo dicen de mi,
cuantos de fuera me ven,
siempre muchísimo bien?
CHATO: Como
os ven de fuera; oí:
sale al templo una mujer,
y como no ha de reñir
con los dioses, viéndola ir
tan devota, al parecer,
dice la gente, "Una santa
es fulana;" y es porque
dentro en su casa no ve
la condición con que espanta.
Sale luego a una visita,
y como allá no ha de dar
en casa ajena pesar,
`
dicen de ella, "Una angelita
es por cierto." Mentecato,
vive con ella ocho días,
verás esas angelías
demonios a cada rato.
Venla en la reja tocada,
y dicen que es muy hermosa.
Tonto, ese jazmín y rosa
es retama detocada.
Sale a la calle prendida,
y dicen que
limpia es.
Bruto, ¿no ves que no ves
la pata que está escondida?
Si la vieras descalzado,
sin medias y sin zapatos,
dedos con más garabatos
que una letra procesada,
nunca que es limpia dijeras;
pues que habiendo de asistir
al desnudar y vestir,
y más si tal vez la vieras,
por los hombros un manteo,
en chapines ir,
andando
con los pies de águila, cuando
es necesario el deseo,
llegarás a conocer
que tú mirándola estás
como una mujer no más,
y yo como mi mojer.
SIRENE:
Todo aqueso no es disculpa;
y bien que llegamos ya
a casa, y que sabré allá
absolveros de esa culpa
con la tranca de la puerta.
Sale FLORO
FLORO: Una,
dos, tres, aquí es.
CHATO: ¿Qué
es aquí una, dos, y tres?
FLORO: La
casa en que se concierta
mi alojamiento.
CHATO:
¿Pues qué?
FLORO:
¿Sois vos a quien llaman Chato?
CHATO:
Yo, no.
SIRENE:
Sí es tal.
FLORO:
Mentecato.
¿porqué lo negáis?
CHATO:
Porque
me da a mí tanto pesar
soldado huésped tener,
como a mi mojer pracer;
y así quisiera negar
quién soy y la casa mía.
FLORO: Leed
esta boleta.
CHATO:
No
leo bien veletas yo,
mi mojer sí.
SIRENE:
¡Qué
porfía!
¿Aquí hay más, señor, que vos?
¿Por huésped nos heis caído?
Pues seáis muy bien venido,
donde os sirvamos los dos.
FLORO;
Cese ya vuestra porfía,
que dar
yo pesar no intento
jamás con mi alojamiento.
CHATO: Pues
ésta es mi alojería.
SIRENE:
Sos villano malicioso.
Entrad presto a prevenir
vos adonde ha de asistir.
CHATO: Ya
vo.
Vase CHATO
FLORO:
Mil veces dichoso
he sido en haber venido
a conocer la piedad
vuestra y la gran voluntad
con que me habéis recibido.
SIRENE:
En viendo un soldado yo,
se me quitan los enojos;
tras él se me van los ojos.
FLORO: Ya
con aqueso me dio
vuestra hermosura licencia
para un abrazo que os pido.
SIRENE: A ningún
recién venido
fuera el negarlo decencia;
pero esto es en cortesía.
FLORO:
¿Quién vio tan villano agrado?
Sale CHATO
CHATO:
¡Válame Dios, sor soldado!
¿Pues tanta priesa corría,
que no esperarais a entrar
en casa? Venid, por Dios,
no deis qué decir de vos
en la calle.
SIRENE:
Maliciar...
CHATO:
¿Yo malicio?
FLORO:
Es muy mal vicio.
En cortesía me dio
este abrazo; y así, no,
no malicies.
CHATO:
¿Yo malicio?
Ya sé yo que es muy cortés
Sirene, y esto advertí,
que está muy seguro en mí.
No os enojéis; entrad, pues,
en hora buena, señor.
FLORO: Pues
que es más vuestra que mía,
venid acá en cortesía.
Llévala de la mano
CHATO:
Ya estamos solos, honor.
¿Qué hemos de hacer? ¿Qué sé yo?
Si el mundo bajo me hizo
de barro tan quebradizo,
y de bronce o mármol no,
¿qué hay que esperar, si me ven
quebrar al primero tri?
¿Eso dices, honor? Sí;
juro a Dios que dices bien.
¿Qué pie o brazo me ha quebrado
su abrazo? ¿De qué me asusto?
Fuera que sentir el gusto
del primero es gran pecado;
y entre éstas y esotras, yo,
por estarme discurriendo,
aun estorbar no pretendo.
¿Quién igual venganza vio?
Salen LIBIO y ARSIDAS y detienen a CHATO
LIBIO:
Ah villano, deteneos!
CHATO: Tengo
un poco que estorbar,
y por ahora no hay lugar.
ARSIDAS: esponded a mis
deseos.
Decidme, ¿el Rey Nino, cuándo
a esta provincia llegó?
CHATO: Hoy
llegó, y hoy se ausentó.
ARSIDAS: ¿Y hacia dónde
va marchando?
CHATO:
Hacia Nínive.
ARSIDAS:
Y decid,
¿qué tanto Nínive está
de Ascalón?
CHATO:
Pienso que habrá
cien
millas.
ARSIDAS:
¿Por dónde? Oíd.
CHATO:
Todo eso es cosa perdida;
si es que a mi huésped buscáis,
y por agora me estáis
dando con la entretenida,
no hay para qué; entrad los dos,
y en amor, compaña, acá
habraremos.
ARSIDAS:
Idos ya,
que no os quiero más; adiós.
Vase CHATO
LIBIO:
Di, ¿qué pretendes hacer?
Que buscar al que venció
tu reino, y te despojó,
da que dudar y temer.
ARSIDAS:
Lidoro, rey de Lidia desdichado
soy; pues sin ver jamás victoria alguna,
siempre, Libio, ojeriza fui del hado,
siempre cólera fui de la Fortuna.
Nino de Siria, el más afortunado
rey que vio el sol debajo de la luna,
de mi Estado y mi patria me destierra,
que éstos son los estragos de la guerra.
Con el último encuentro expiró el día,
y en un bruto, veloz Belerofonte,
me salí huyendo de la hueste mía
a las piedades rústicas del monte;
ni más destino ni elección tenía,
que las líneas tocar de otro horizonte,
y así dejé el caballo a su albedrío,
si el suyo era mejor que lo era el mío.
Después de haber gran rato caminado,
cuando lejos del campo estar juzgaba,
viendo el bruto del pecho fatigado...
mas ¿qué mucho si a todo me llevaba?
De una áspera montaña en lo intrincado
me apeo, y en un tronco que allí estaba
le arriendo, pues al ver su
furia inmensa,
no es poco don el ocio en recompensa.
Arrójome en el suelo, y suspirando,
que es el mejor idioma de la queja,
cerca de mí, la estancia examinando,
oigo una voz que mísera se queja
por entre la espesura caminando.
Voy, por si acaso descubrirse deja,
y un bulto veo agonizando en una
maleza, a los cambiantes de la luna.
Acércome con ánimo piadoso,
casi ya en mis desdichas consolado;
que un desdichado juzgo que es dichoso
en hallando otro que es más desdichado.
Ella, con un suspiro lastimoso,
al verme, dijo, "Pues llegáis, soldado,
a socorrerme con piedad humana,
sabed que Irene soy, de Nino hermana.
En este último encuentro mi caballo
perdí, y como la noche oscura y fría
cerró, sola y herida y a pie me hallo,
sin gente, sin favor, sin compañía."
En mis hombros la puse al escuchallo,
sin acordarme de la pena mía,
y piadoso con ella, cruel conmigo,
en el cuartel me entré de mi enemigo.
A este tiempo, que ser antes no pudo,
ya su gente la había echado menos,
y con trémula voz y dolor mudo
ya se miraban de esperanza ajenos;
yo, que poblados de esplendor no dudo
de la noche los páramos amenos,
doy voces; llegan, y ella, agradecida,
con este anillo me pagó la vida.
Vila a la luz, y vi de su hermosura
el milagro mayor, y en un instante
su beldad adoré; mas ¡qué locura!
El día que fui pobre ser amante!
Pero como la vi en la noche oscura,
jurisdicción de estrellas, no te espante
que a amarla me obligase y, a querella,
pues a todo presente está mi estrella.
Lleváronla a la tienda sus soldados,
y yo, por no ser de ellos conocido,
me quedé, viendo ya de mis cuidados,
con amor, todo el número¡ cumplido;
el infeliz influjo de mis hados
a Batria me llevó, donde admitido
de Estorbato, viví en confusa llama,
que en fin descansa mal el que bien ama.
Vanse ARSIDAS y LIBIO. Salen MENÓN
y LISÍAS
MENÓN:
De todas cuantas grandezas
de esta provincia me has dicho,
ésta que buscando vengo
solamente es la que admiro.
Y así, mientras que llegamos
a tocar el primer friso
de aquese rústico templo,
tarde de los hombres visto,
vuelve otra vez a contarlo,
que quiero otra vez oírlo,
porque se informe mejor
mi ardimiento de tu aviso.
LISÍAS: Yace,
señor, en la falda
de aquel eminente risco,
una laguna, pedazo
del Leteo oscurecido
de Aqueronte, pues sus ondas,
en siempre lóbregos giros,
infunden a quien las bebe
sueño, pereza y olvido.
En una isleta que hay
en medio de su distrito,
hay una ninfa
de mármol,
sin que hasta hoy se haya sabido,
de tres lustros a esta parte,
ni quién ni por quién se hizo.
De estotra parte del lago
hay un rústico edificio,
templo donde Venus vio
hacerla sus sacrificios
bien poco ha; pero cesaron,
porque Tiresias nos dijo,
su sacerdote, que nadie
pisase en todo este sitio,
ni examinase ni viese
lo que en él está escondido;
que es cada tronco un horror,
cada peñasco un castigo,
un asombro cada piedra
y cada planta un peligro.
Con
esto, y con añadirse
a esto que algunos vecinos
de estos montes, que tal vez
se hallaron en él perdidos,
han escuchado en el templo
mil veces roncos gemidos,
lamentos desesperados
y lastimosos suspiros,
ha crecido en todos tanto
el pavor, que nadie ha habido
que se atreva a examinar
la causa; y así, te pido
te vuelvas, señor, sin que
profanes los vaticinios.
MENÓN: Dar
un corazón, Lisías,
a admiraciones, rendido
a los hechos de los dioses,
más tiene de sacrificio
que de irreverencia; ven
talando lo entretejido
de estas peñas y estos ramos;
no temas, pues vas conmigo.
LISÍAS:
No temo yo, mas recelo,
y uno de otro es muy distinto;
y aun no recelo tampoco
los riesgos a que me animo,
tanto como a esta maleza
no saber bien el camino;
y así, de aquesos villanos,
para eso sólo venidos,
permite, señor, que llame
alguno.
MENÓN:
Que llames, digo,
al más experto en el monte.
LISÍAS: Éste dicen
que lo ha sido,
por haberse en él crïado.
Llega, Chato.
Sale CHATO
CHATO:
¿Qué hay, amigo?
Un soldado me envïasteis
a mi casa, el más bonito;
tan hallado en ella está,
que parece nuestro hijo.
MENÓN: Dime,
¿sabes bien el monte?
CHATO:
Sabíale, mas imagino
que no le sabré después
que hay encantos y hay hechizos.
MENÓN:
Guíame al templo de Venus.
CHATO: ¡Ay,
señor! Un desatino
tamaño como este puño
su merced agora dijo.
¿Al templo de Venus yo,
habiendo Tijeras dicho
que allá no vamos, porque
hay potrentos y proligios?
MENÓN: Sí,
villano, guía presto.
CHATO: Si ha
de ser, venid conmigo,
que por aquí es.
MENÓN:
Nunca vi
tan confuso laberinto
de bien marañadas ramas
y de mal compuestos riscos.
Dentro SEMÍRAMIS
SEMÍRAMIS: ¡Ay infelice de mí!
CHATO: ¡Ay
de mí!
MENÓN:
¿No habéis oído
una voz?
CHATO:
¡Plubiera a Baco!
LISÍAS: ¡Qué
temeroso suspiro!
MENÓN:
Oigamos por si otra vez
se oye el eco más distinto.
SEMÍRAMIS: ¡Oh monstruo de la
Fortuna!
¿Dónde vas sin luz ni aviso?
Si el fin es morir, ¿porqué
andas rodeando el camino?
LISÍAS: Mujer es
la que lamenta
de la Fortuna.
CHATO:
Un
hechizo
tiene que se entra en ellalma.
MENÓN: ¿Con
quién hablará?
SEMÍRAMIS:
Contigo,
contigo, Fortuna, hablo.
MENÓN: Ya me
equivocó el aviso.
SEMÍRAMIS: Pero no me has de vencer;
que yo, con valiente brío,
sabré quebrarte los ojos.
MENÓN: Sin
luz quedaron los míos
al oírlo; rayo fue
otra voz, que mis sentidos
frías cenizas ha hecho
acá dentro de mí mismo.
¡Qué frenesí! ¡Qué locura!
¡Qué letargo! ¡Qué delirio!
LISÍAS: Vuélvete.
MENÓN:
¿Volverme yo
sin haberlo todo visto?
Entra en lo más intrincado.
CHATO: No puedo,
porque me intrinco
yo también.
Sale TIRESIAS
TIRESIAS:
Detén el paso,
oh ignorante peregrino,
que de este sagrado coto
osas penetrar el sitio.
CHATO:
Éste es Tijeras.
MENÓN:
Llamado
de mi valor he venido,
aquí, Tiresias, no a hacer
sacrílegos desperdicios
de las leyes de los dioses,
sino como su ministro
yo también, pues soy señor
de esta provincia, a cumplirlos.
Y así vengo a que me des
parte de aqueste prodigio
que guardas, para saber
si la causa
que has tenido
para alterar esta tierra
es religión o delito.
TIRESIAS: En vano lo has
intentado,
porque yo no he de decirlo.
MENÓN: ¿Qué
mujer es la que llora
de la Fortuna castigos?
TIRESIAS: No sé de ninguna yo,
ni la he hablado ni la he visto.
Dentro SEMÍRAMIS
SEMÍRAMIS: ¡Ay infelice de mí!
MENÓN: Aquí
dentro es el gemido;
negarlo todo, ya es
de tu grave culpa indicio;
abre esa puerta.
TIRESIAS:
Primero
que las llaves, que conmigo
están, a hombre humano entregue,
cumpliendo los vaticinios
de mi diosa, me daré
la muerte; y así, atrevido,
ese lago a mi cadáver
dará sepulcro de vidrio.
Vase TIRESIAS
LISÍAS: En el lago
se arrojó.
CHATO: La
última necedad hizo.
MENÓN
Nada me causa pavor;
a romper me determino
las puertas. Horrible monstruo,
que aquí encerrado has vivido,
sal a ver el sol.
Sale SEMÍRAMIS
SEMÍRAMIS:
¿Quién llama?
MENÓN: Mejor
dijera divino
monstruo, pues truecas las señas
de lo rústico en lo lindo,
de lo bárbaro en lo hermoso,
de lo inculto en lo pulido,
lo silvestre en lo labrado,
lo miserable en lo rico.
SEMÍRAMIS: No menos me admira a mí
confundir, cuando te admiro,
las equivocadas señas
de lo piadoso y lo altivo,
de lo gallardo y lo fuerte,
de lo amable y de lo esquivo.
CHATO:
Si todos los monstruos son
como aqueste monstruocico,
yo pienso llevarme uno,
dos o tres, o cuatro o cinco.
MENÓN:
¿Quién eres? Cómo o porqué
aquí encerrada has vivido,
me cuenta.
SEMÍRAMIS:
Lo que de mí
sé, por lo que otro me dijo,
escucha, bizarro joven,
a quien con vergüenza miro,
porque el segundo hombre eres
que hasta hoy cara
a cara he visto;
Arceta, una ninfa bella
que en estos campos floridos
fue consagrado a Dïana
en todos sus ejercicios,
festejada de un amante,
fue pagando con
desvíos
las finezas; que lo ingrato
sólo en la mujer no es vicio.
El, a este templo de Venus
una y muchas veces vino,
como era madre de amor,
a rendirle sacrificios.
Venus, del culto obligada,
ya que quererle no hizo,
hizo que hallarla pudiese
en el despoblado sitio
de este monte, donde necio
hizo el mérito delito.
Bajo género de amor
debe de ser en los ritos
suyos, que yo hasta agora ignoro,
la violencia, si imagino
que no quiso como noble
quien como tirano quiso;
pues no es victoria del alma
aquella que yo consigo
sin la voluntad de quien
no me la dé por mí mismo.
De esta especie de bastardo
amor, de amor mal nacido,
fui concepto. ¿Cuál será
mi fin, si éste es mi principio?
Mañosamente quejosa,
Arceta se satisfizo
de sus disculpas, bien como
la serpiente que con silbos
halaga para morder;
y fue así, pues divertido
le aseguró con blanduras,
hasta que rosas y lirios
que se hizo tálamo torpe,
torpe túmulo ella hizo.
Dióle muerte con su acero,
y pasando los precisos
términos que estableció
Naturaleza consigo,
llegó severo el infausto,
el infeliz, el impío
día de su parto, en tal
horóscopo, según dijo
Tiresias, que estaba todo
ese globo cristalino,
por un comunero eclipse,
que al sol desposeerle quiso
del imperio de los días,
parcial, turbado y diviso,
tanto, que entre sí lidiaron
sobre campañas de vidrio
las tropas de las estrellas,
las escuadras de los signos,
acometiéndose a rayos,
y ensangrentándose a visos.
En civil guerra los dioses
vieron ese azul zafiro,
en sus ejes titubeando,
desplomado de sus quicios.
Arceta, temiendo más
su opinión que su peligro,
sola al monte se salió,
y en el más hondo retiro
llamó a Lucina, que al parto
vino tarde, o nunca vino;
pues víbora humana yo,
rompí aquel seno nativo,
costándole al cielo ya
mi vida dos homicidios.
Aquí fue donde Tiresias
me contó, mas indeciso,
de la suerte que me halló.
¡Quién supiera
repetirlo!
A los últimos alientos
de Arceta y a mis gemidos
acudieron cuantas fieras
contiene el monte en su asilo,
y cuantas aves el viento;
pero con fines distintos,
porque las fieras quisieron
despedazarnos y herirnos,
y las aves defenderlo,
estorbarle y resistirlo.
En esta lid nos halló
Tiresias, que había salido
a hacer del mortal eclipse
no sé qué astrólogo juicio;
y viendo de fieras y aves,
en dos bandos divididos,
un duelo tan desusado,
un tan nuevo desafío,
llegó al lugar, vióme en él,
y llevándome consigo,
vio que le seguían las aves,
llevando en garras y en picos
de las rústicas majadas
hurtados los lactidinios,
que ser pudiesen entonces
primero alimento mío.
A tanto portento absorto,
fue a consultar el divino
oráculo de su Venus,
que de esta suerte le dijo,
"Esa infanta, alumna es mía,
y como siempre vivimos
opuestas Diana y yo,
la ofende ella, y yo la libro.
Corrida de ver violada
una ninfa suya, quiso
que las
fieras la ocultasen
hoy en los sepulcros vivos
de sus vientres; pero yo,
que a defenderla me animo,
porque fui primera causa
que alma y vida la dedico,
las aves, como, en efecto,
diosa del aire, la envío
a que la defiendan; ellas,
a ley de preceptos míos,
serán desde hoy sus neutrices,
trayéndola a aqueste sitio
cada día su alimento,
bien que a costa del aviso
que no sepan nunca de ella
los hombres; porque he temido
que Dïana ha de vengarse
de mí en ella, y con prodigios
ha de alterar todo el orbe,
haciendo que sea el peligro
más general su hermosura,
que es el don que tiene mío.
Excusa, pues, los insultos
los escándalos, los vicios,
los alborotos, las ruinas
las muertes y los delitos
que han de suceder por ella,
hasta que al rey más invicto
haga tirano, hasta que
muera en fatal precipicio."
Dijo la diosa, añadiendo
que al yerto cadáver frío
de Arceta le colocase,
ya en un mármol convertido,
en medio de esa laguna.
Todo Tiresias lo hizo
y y así, en aquesta prisión
tantos años me ha tenido
sin que sepa más que aquello
sólo que enseñarme quiso;
y como en la lengua siria,
quien dijo pájaro, dijo
Semíramis, este nombre
me puso, por haber sido
hija del aire y las aves
que son los tutores míos.
Pues que tú, gallardo joven,
hoy la cárcel has rompido
que fue mi centro, te ruego
que allá me lleves contigo,
donde, yo, pues advertida
voy ya de los hados míos,
sabré vencerlos; pues sé,
aunque sé poco, que impío
el cielo no avasalló
la elección de nuestro juicio.
Esto postrada te ruego,
esto humillada te pido,
como mujer te lo mando,
como esclava lo suplico;
porque si hoy la ocasión pierdo
de verme libre, mi brío
desesperado sabrá
darse la muerte a sí mismo,
donde la misma razón
de excusar mi precipicio
será la que le apresure;
pues nada se vio cumplido
más presto que lo que el hombre
que no fuese presto quiso.
MENÓN: Alza,
Semíramis bella,
el suelo, porque es indigno
que esté en el suelo postrado
todo el cielo que en ti he visto.
Prodigiosamente hermosa
eres, y aunque en ti previno
el hado tantos sucesos,
ya tú doctamente has dicho
que puede el juicio enmendarlos;
¡dichoso el que llega a oírlos!
Y así, Semíramis, hoy
he de llevarte conmigo,
donde tu hermosura sea,
aun más que escándalo, alivio
de
los mortales.
SEMÍRAMIS:
Adiós,
tenebroso centro mío,
que voy a ser racional,
ya que hasta aquí bruto he sido.
MENÓN: Ea,
vuelve tú a guïarnos.
CHATO: Yo
era un tonto, y lo que he visto
me ha hecho dos tontos; no sé
si he de acertar el camino.
LISÍAS: ¿Contigo
la llevas?
MENÓN:
Sí.
LISÍAS: ¡Plegue a
Júpiter...
MENÓN:
¿Qué? Dilo.
LISÍAS: ...que,
gusano humano, no
labres tu muerte tú mismo!
FIN DE LA PRIMERA JORNADA