JORNADA PRIMERA
Suena dentro un arcabuzazo, y salen don MENDO y
doña VIOLANTE, retirándose de cuatro bandoleros que
los siguen, y VICENTE entre ellos
MENDO:
Bárbaro escuadrón fiero,
ni del plomo el horror, ni del acero
el golpe repetido,
antes que muerto, me verán vencido;
porque no dan a mi valor recelos
ni el morir ni el vivir.
VIOLANTE:
¡Socorro,
cielos!
BANDOLERO 1: Si ves esta montaña,
que desde su eminencia a su campaña
al pasajero advierte
mil funestos teatros de la muerte,
¿cómo, aunque a Marte en el valor imitas,
de tantos defenderte solicitas?
VICENTE: Esa rara
hermosura,
que del sol desvanece la luz pura,
hoy, con mejor empleo,
de nuestro capitán será trofeo.
MENDO:
Primero que ofendida
esta beldad se vea, de mi vida
triunfará vuestra saña rigurosa.
Diga después la fama presurosa
que si no fui bastante a defendella,
bastante fui para morir por ella.
BANDOLERO 2: Eso será bien presto.
VIOLANTE: ¡Ay infeliz!
MENDO:
Pues ¿qué esperáis?
Sale don LOPE HIJO, de bandolero
LOPE
HIJO:
¿Qué es esto?
VICENTE: En este monte
hallamos
entre
los laberintos y los ramos,
que inculta fabricó la primavera,
defendiéndose al sol, de una litera
a esa dama apeada,
de pequeña familia acompañada.
Así como nos vieron,
los crïados huyeron;
y solo aquese anciano es quien pretende
librarla, y de nosotros la defiende.
LOPE HIJO: Pues ¿cómo contra tantos,
dime, piensa
no hallar tu esfuerzo inútil la defensa?
MENDO:
Señor, si yo intentara
vivir, locura fuera, cosa es clara;
pero como no intento
sino morir, no es loco atrevimiento.
Y ya que tu venida
es última sentencia de mi vida,
de tu rigor a tu rigor apelo,
no te pido piedad.
Arrodíllase
LOPE HIJO:
Alza del suelo;
que el primer hombre has sido
que a compasión mi cólera ha movido.
¿Es la dama, que va en tu compañía,
tu esposa?
MENDO:
No, señor, sino hija mía.
VIOLANTE: Y tan hija, en
efeto,
de su valor, su sangre y su respeto
que, si aquí con su muerte
presumes de mi vida dueño hacerte,
no podrás; pues primero
que lo consigas, a faltarme acero,
siendo mis manos de mi cuello lazos,
ahogada me verás o hecha pedazos,
cuando desesperada
caiga del monte al valle despeñada.
LOPE HIJO: Peregrina belleza,
convalezca del susto la tristeza;
que, aunque ella hubiera dado
disculpa a lo crüel, a lo obstinado
de mi vida, ella ha sido
también la que mi acción ha suspendido,
siendo el primero efeto
que vi en mí de piedad y de respeto.
¿Adónde es tu camino?
MENDO: A
Zaragoza voy, donde imagino
que podrá ser que la persona mía
te pague estas piedades algún día.
LOPE HIJO: Pues
¿quién eres?
MENDO:
Don Mendo
Torrellas me apellido. Al rey sirviendo,
don Pedro de Aragón, gran tiempo he estado
en Francia, Roma, y Nápoles; llamado
de él hoy vuelvo a la corte,
a hacerlo en lo que más mi vida importe;
donde te doy palabra, si te ha puesto
algún fracaso en esto
de vivir de esta suerte,
de ampararte y valerte,
trocando mis servicios
a tu perdón, y al mundo dando indicios
de que el alma te queda agradecida,
deudora del honor y de la vida.
LOPE HIJO: La palabra aceptara
cuando de mis locuras esperara
el perdón que me ofreces;
pero a la muerte estoy dos o tres veces,
por travesuras mías, condenado
-- si bien ninguna ruin -- con que he llegado
a la desconfïanza
de dejarme vivir sin esperanza,
haciendo más insultos cada día;
que es la desdicha mía
tal que guardarme haciendo solicito
sagrado de un delito otro delito.
MENDO: No
tanto de tu vida desconfíes;
que como aquí de mi verdad te fíes,
bien podrá
ser que sea
yo parte a tu perdón; y porque vea
el mundo que a mi aumento te prefieres,
dime, joven, ¿quién eres?
Que al rey no pediré merced alguna
hasta ver mejorada tu fortuna.
LOPE HIJO: Aunque es vano tu intento
-- todos os retirad -- estáme atento.
Vanse los Bandoleros
Yo, generoso don Mendo,
soy don Lope de Urrea, hijo
de Lope de Urrea. Así fueran
mis costumbres como han sido
ilustres mi nacimiento
y mi sangre.
MENDO:
Yo lo afirmo;
si bien no valdrá mi voto,
que amigos un tiempo fuimos
don Lope y yo, con que ya
más justamente me obligo
a hacer por vos cuanto pueda.
LOPE HIJO: Antes, señor, imagino
que ya por mí no haréis nada;
porque siendo vos amigo
de mi padre, y él a quien
hoy tienen tan ofendido
mis locuras, tan quejoso
mis costumbres, tan mohino
mis travesuras, y en fin
tan pobre mis desvaríos,
bien, siendo su amigo, infiero
que no querréis serlo mío;
aunque, si de disculparme
tratara, yo os certifico
que pudiera, pues él fue
de mis desdichas principio.
MENDO: ¿De
qué suerte?
LOPE
HIJO:
De esta suerte.
MENDO:
Decid; que holgaré de oírlo.
VIOLANTE: (Ya poco a poco en
mí
va
Aparte
cobrando el aliento brío.)
LOPE HIJO: Mi padre, según después
acá mil veces he oído,
desde sus primeros años,
o fuese virtud o vicio,
aborreció el casamiento;
pero juzgando perdido
un mayorazgo en su casa
tan noble, ilustre y antiguo,
a persuasión de sus deudos
o a persuasión de sí mismo,
tomó en su mayor edad,
contra el natural motivo
de su inclinación, estado;
para cuyo efecto hizo
elección de igual nobleza,
virtud grande y honor limpio;
si bien halló en una parte
engañado su albedrío,
que fue la desigualdad
de la edad, habiendo sido
doña Blanca Sol de Vila
de quince años no cumplidos
su esposa, cuando ya en él
nevaba el invierno frío
helados copos, que son
caducas flores del juicio.
MENDO: Ya lo
sé; y ¡pluguiera al cielo
no lo supiese!
(Prolijos Aparte
discursos, ¿qué me queréis?)
Proseguid, pues.
LOPE HIJO:
Ya prosigo.
Resistió ella el casamiento,
quizá habiendo conocido
cuánto en las desigualdades
está violento el cariño;
mas como las principales
mujeres nunca han tenido
propia elección, hizo ella
de la suya sacrificio.
Casóse forzada, en fin,
de sus padres. ¡Ay, delirio
de la conveniencia! ¿Qué
te falta para homicidio?
Él con poca inclinación
al estado recibido,
y con poco gusto ella,
imaginad discursivo
ahora vos de qué humores
compuesto nacería hijo,
que nacía para ser
concepto de amor tan tibio?
Bien pensaron que yo fuera,
como otros hijos han sido,
la nueva paz de los dos;
mas tan al revés lo vimos
que de los dos nueva guerra
fui por afectos distintos,
de amor que engendré en mi madre,
y de odio en el padre mío.
Contra la naturaleza,
ni un instante bien me quiso,
aborreciéndome aun cuando
son los enfados hechizos.
Crióme sin algún maestro,
cuyo desorden me hizo
más libre de lo que fuera,
a tener mis desatinos
quien los corrigiera, puesto
que al más crüel, más esquivo
bruto tratable le hacen
o el halago o el castigo.
Apenas, pues, el discurso
me dio primeros avisos
de las luces racionales
cuando, viéndome tan mío,
di en acompañarme mal,
sin que supiesen reñirlo
ni de mi madre el amor
ni de mi padre el olvido.
Con estas licencias, pues,
desbocado mi albedrío
corrió sin rienda ni freno
la campaña de los vicios.
Mujeres y juegos fueron
los mejores ejercicios
de mi vida, sobre quien
creciendo iba el edificio
de mis años. Mirad vos
fábricas que en su principio
titubean, cuánto están
fáciles al precipicio.
Al cabo de muchos días,
que ya estaba yo perdido,
porque ya en mí habían ganado
las libertades dominio,
cayó en mi mala enseñanza
y sin ley ni tiempo quiso
tarde enderezar el tronco
que había dejado él mismo
sobre vicio en las raíces
nacer y crecer torcido.
Bien confieso que quisiera
yo agradarle; mas si os digo
la verdad, nunca acerté
a hacer cosa que él me dijo.
Tolerándonos, en fin,
el uno al otro, vivimos
siempre opuestos, siendo siempre
los dos eterno martirio
de mi madre, que hasta hoy
vive el corazón partido
en dos mitades, teniendo
con él una, otra conmigo;
tanto que, si alguna noche
disfrazado a verla he ido
-- porque no tienen sus penas
ni mis penas otro alivio --
ha sido dándome llave
para entrar tan escondido
que mi padre no me sienta.
¿Quién en el mundo habrá visto
que el digno amor de una madre
y de un hijo el amor digno
hayan puesto a la virtud
la máscara del delito?
Y en fin, para que lleguemos
de una vez al más esquivo
suceso de las fortunas
que a este estado me han traído,
dejando juegos, amores,
pendencias y desafíos,
que a los dos nos tienen hoy,
a él pobre y a mí malquisto,
sabréis que junto a mi casa
vivió una dama; mal digo,
que no era sino un milagro
de la hermosura, un prodigio
de la discreción, en quien
generosamente unidos
los extremos compusieron
aquellos bandos antiguos
que la perfección partió
en lo discreto y lo lindo.
Servíla, siendo los medios
de mi amor en los principios
mudas señas que después,
convertidas en suspiros,
pasaron a ser conceptos
bien pensados y mal dichos.
Signifiquéla mis penas
en mil papeles escritos
que, introduciéndose leves
en sus piadosos oídos,
ganaron para la voz
algún aplauso de finos;
tal vez que, siendo la noche
de mis finezas testigo,
me oyó quejar a sus rejas,
dándose ellas a partido
con su pecho, pues sus hierros,
limados del dolor mío,
consecuencia a sus rigores
hicieron enternecidos.
Oyóme, pues; con que entiendo
que de una vez os he dicho
que agradecida a mis males
se mostró; porque es preciso
que se conceda a estimarlos
la que no se niega a oírlos.
De aqueste favor primero
ufano y desvanecido,
alimenté la esperanza
algún tiempo, hasta que quiso
amor que a su mayor dicha
volasen mis atrevidos
pensamientos. ¡Oh, qué mal
dicha la llamo, si miro
que en el imperio de amor
es tan tirano el dominio
que hasta el cuerpo de la dicha
es la sombra del peligro!
Entré en su casa, en efecto,
habiendo antes precedido
mil juramentos, mil votos
que sería su marido.
¡Oh, qué fácil es hacerlos!
¡Oh, qué difícil cumplirlos!
Pues apenas mi amor hubo
su hermosura conseguido,
cuando se quitó la venda
y vio en cristal menos limpio
que, aunque era hermosa, era fácil.
¡Oh, honor, fiero basilisco,
que, si a ti mismo te miras,
te das la muerte a ti mismo!
De una parte enamorado,
y de otra arrepentido,
cuanto su hermosura amaba
tanto aborrecía su estilo.
Y así, por lograr aquélla
sin este temor, previno
mi ingenio, con las disculpas
de ser de familias hijo,
dar largas a sus deseos,
hasta que, habiendo caído
ella en que las dilaciones
eran supuesto artificio,
mañosamente me dio
a entender que había creído
la ocasión, sin que pudiese,
ni aun en el menor desvío,
conocer jamás que estaba
doble su intención conmigo.
Tenía un hermano fuera
de Zaragoza, bandido,
porque con alevosía
había muerto a un hombre rico.
Este, pues, llamado de ella,
desde las montañas vino;
y teniéndole en su casa
secretamente escondido,
le dio cuenta del estado
de su honor. El, ofendido,
para sus intentos trajo
dos camaradas consigo.
Yo, con la seguridad
que otras noches había ido
a verla, fui aquella noche,
y apenas sus cuadras piso
cuando de los tres me veo
traidoramente embestido,
tan a un tiempo que tres puntas
con sólo un reparo libro;
y calando una pistola
de que ellos por el rüido
no debieron de valerse,
di...
Ruido dentro
UNOS:
¡Al valle!
OTROS:
¡Al monte!
TODOS:
¡Al camino!
Sale VICENTE
MENDO:
¿Qué es esto?
VICENTE:
¡Señor!
LOPE
HIJO:
Di presto.
MENDO:
¿Qué tráeis?
VIOLANTE:
¿Qué
ha sucedido?
VICENTE: Que los
crïados que huyeron
de aquese lugar vecino
la justicia han convocado,
y en busca nuestra ha salido.
LOPE HIJO: Pues ¡a la montaña!
MENDO:
A
ella
os retirad. Yo me obligo
a que no os sigan, saliendo
al paso; y de nuevo afirmo
que os cumpliré mi palabra.
LOPE HIJO: Yo os la tomo.
MENDO:
Sólo
os pido
que alguna prenda me deis,
por si a buscaros envío,
que pase libre el que venga.
LOPE HIJO: No hallo en todo el
poder mío
prenda ninguna que daros.
Mas...tomad
este cuchillo
de monte; seguro viene
quien le trajere consigo.
MENDO:
¿Cuchillo me dais?
LOPE
HIJO:
¿Qué puedo
dar yo que no sea ministro
de la
muerte?
MENDO:
Yo le acepto
para embotarle los filos.
LOPE HIJO: Tomad, y adiós.
MENDO:
Id con Dios.
LOPE HIJO: ¡Ay de mí infeliz!
MENDO:
¿Qué
ha sido?
LOPE HIJO: Con la turbación,
al darle,
me herí la mano; y si os miro
con él en la vuestra, tiemblo;
porque aunque no vengativo
contra mi vida os mostréis...
MENDO:
Mirad que es vago delirio
de la turbación; que yo...
VOCES:
¡Al monte, al valle, al camino! Dentro
VICENTE: Ya se
vienen acercando.
VIOLANTE: No aguardéis
más, sino idos;
que está viendo vuestro riesgo
pendiente el alma de un hilo.
LOPE HIJO: Por vuestro cuidado
huyo,
antes que por mi peligro.
(¡Ay, ilusión, qué de
cosas Aparte
en un instante hemos visto!)
Vase
MENDO:
Porque adelante no pasen,
salgamos a recibirlos.
(¡Ay, qué de cosas,
Fortuna, Aparte
a la memoria has traído!)
Vase
VIOLANTE: (En toda mi
vida
vi
Aparte
tan amables los delitos.
¡Ay, discurso, qué de cosas
llevo que pensar conmigo!)
Vase. Salen don GUILLÉN y LOPE DE URREA (PADRE)
GUILLÉN:
Habiendo yo amigo sido
desde nuestra edad primera
de don Lope, mal hiciera,
hallándoos tan afligido,
en no saber si mandáis
algo. ¿En qué serviros puedo?
LOPE PADRE: Muy agradecido quedo
al favor que me mostráis.
Y ¿cuánto ha que habéis venido:
GUILLÉN:
Ayer entré en Aragón;
siguiendo una pretensión
de Nápoles he venido.
LOPE PADRE: Yo
hablar hoy al rey quisiera,
aunque él que me dé no creo
lo que yo busco y deseo.
GUILLÉN:
Pues ya el rey sale aquí fuera.
Sale el REY y acompañamiento
LOPE PADRE: Señor
invicto, yo soy
Lope de Urrea, de quien
tenéis noticia.
REY:
Está bien.
LOPE PADRE: No vengo a pediros hoy
lo que en otros memoriales
muchas veces os pedí;
que hoy, señor, me traen aquí
más consolado mis males.
Que me escuchéis os suplico
humilde, a esos pies echado.
REY:
Decid.
LOPE
PADRE:
Confuso y turbado
mi dolor os significo.
Don Lope de Urrea, mi hijo,
palabra a una dama dio
de esposo; y porque temió
(¡cuánto en decirlo me aflijo!) Aparte
mi disgusto, por haber
sido sin licencia mía,
dilataba de día en día
recibirla por mujer.
Ella, presumiendo que era
desprecio, y recato no,
a un hermano suyo dio
de ello cuenta; de manera
que, cogiéndole encerrado,
él y otros dos que vinieron
con él matarle quisieron.
El mancebo es alentado
y, no pudiendo sufrir
tan sobrada demasía,
se arrojó su bizarría
con todos tres a reñir.
Uno mató. En caso igual
la ley le disculpa; pues
aun entre los brutos es
la defensa natural.
Salió a la calle en
efeto,
adonde un ministro hirió
de justicia. Si ofendió
en esto vuestro respeto,
ved que más delito hiciera
si tan poco la estimara
que de ella no se guardara,
y delincuente no huyera.
Confieso que en la campaña
mejor estaría sirviendo
que, mayor su culpa haciendo,
forajido en la montaña.
Pero ya sabéis que ha
sido
duelo siempre en Aragón
no huir los que nobles son
donde hay linaje ofendido.
En efecto la mujer,
que en tan adversa fortuna
dos veces parte es, la una
por la palabra de ser
su esposo, y la otra, señor,
por ser hermana del muerto,
quiere en más seguro puerto
tomar estado mejor;
y uno y otro apartamiento
piadosa me remitió,
con que la dé el dote yo,
para entrarse en un convento.
Y aunque es verdad que yo estoy
tan pobre que he menester
buscarlo para comer,
enajenándome hoy
de la poca hacienda mía,
no sólo el dote la he dado,
mas renta la he situado;
tanto que este mismo día
de mis casas me he salido
al cuarto más pobre de ellas,
para don Mendo Torrellas,
por cumplir lo prometido.
Suplícoos, a vuestros pies
una y mil veces postrado,
que, pues ya el perdón ganado
de la parte, sólo es
parte vuestro real poder,
alcance en esta ocasión
para mi hijo el perdón
que ha llegado a merecer,
si no por sí ni por mí,
por tantos abuelos claros
que con nobles hechos raros
os lo están pidiendo aquí.
Volved a aquesas historias
los ojos, señor; veréis
mil héroes, a quien debéis
tantos triunfos, tantas glorias.
Duélaos esta nieve, viendo
que al pronunciar mis enojos,
con el llanto de mis ojos
la está el amor derritiendo.
Y si el
afecto de un padre
no merece un perdón real,
duélaos una principal
mujer, su infelice madre,
muerta de pena y dolor.
Por quien sois me permitid
aquesta gracia.
REY:
Acudid
a mi Justicia Mayor.
LOPE PADRE: Bien
mi corta suerte indicia
que es forzosa mi desgracia,
pues cuando os pido una gracia,
me enviáis a la
justicia.
REY:
Si ante ella pasa el proceso
de los delitos, ¿no es bien
que ante ella conste también
el perdón?
LOPE
PADRE:
Yo lo confieso;
mas
vaco ese cargo está.
Por muerte de don Ramón
no hay Justicia de Aragón.
REY:
Sí hay; que hoy se publicará.
LOPE PADRE: Mis
lágrimas y suspiros
os merezcan tanto bien.
REY:
(¡Oh afectos de padre! ¿Quién Aparte
no se enternece de oíros?)
Vanse el REY, don GUILLÉN y acompañamiento
LOPE PADRE: ¡Oh
precisa obligación
de un noble y honrado pecho,
qué de cosas habéis hecho
por la pública opinión
del vulgo, sin el afecto
de un puro amor paternal!
No digo que quiero mal
a Lope, pero en efecto
con más agrado o más gusto
estas finezas hiciera
si a su amor se las debiera;
mas por Blanca todo es justo,
porque la quiero de suerte,
aunque ella juzga que no,
que, por darla gusto yo,
tuviera en poco la muerte.
Suena dentro ruido
Mas ¿quién tan acompañado
entrar en palacio ven
mis ojos? Mendo es, de quien
fui amigo un tiempo pasado.
Bien excusarme quisiera
de que me mirara así;
pero habiendo -- ¡ay de mí! --
de vivir -- ¡vergüenza fiera! --
en mis casas, mal podré
hüir su conversación.
Pero ya no es ocasión
de hablarle ahora; porqué,
habiendo el rey entendido
como llega a su presencia,
a la sala de la audiencia
segunda vez ha salido.
Salen el REY por una parte, y por otra don MENDO y
acompañamiento
MENDO:
Vuestras plantas, gran señor,
una y mil veces me dad.
REY:
Don Mendo, del suelo alzad;
alzad, Justicia Mayor
de Aragón.
MENDO:
La mano os beso;
y bien la habré menester
ahora, para poder
levantarme con el peso
que al cuello me habéis echado.
Vida los cielos os
den.
REY:
¿Cómo venís?
MENDO:
Como quien
viene a verse tan honrado
de vos.
REY:
Cansado vendréis;
idos, Mendo, a descansar;
mañana venidme a hablar,
donde el intento sabréis,
estando a solas los dos,
con que traeros prevengo
a la corte, donde tengo
mucho que fïar de vos.
MENDO:
Vuestra es el alma y la vida,
y, a vuestras plantas postrada,
nunca mejor empleada.
Vanse el REY y acompañamiento
LOPE PADRE: Si tarde el noble se
olvida
de lo que un tiempo estimó,
testigo, don Mendo, sea
honrar a Lope de Urrea.
MENDO:
Mal pudiera olvidar yo
precisas obligaciones
que a nuestra amistad confieso.
LOPE PADRE: La mano, señor, os beso,
y ya con dos atenciones;
una, por recién venido,
ufano de que vengáis
a mi casa, en que seáis
de mí y de Blanca servido;
y otra porque, habiéndoos hecho
de Aragón Justicia hoy,
vuestro pretendiente soy.
MENDO:
Bien estaréis satisfecho
que os sirva.
LOPE
PADRE:
Este memorial,
aun antes de haber venido,
el rey os ha remitido.
MENDO:
Vuestro amigo soy leal,
y creed que en todo estado
no he de faltaros jamás.
LOPE PADRE: Un hijo mío...
MENDO:
No más;
de todo estoy informado;
y estimo ver el dolor
con que os hallo; que tenía
noticias de que os debía
vuestro hijo poco amor.
LOPE PADRE: A
muchos, señor, parece
que es mi pecho tan cruel;
mas lo que no hago por él
es porque él no lo merece.
Por sus muchas travesuras
estoy de todos mal visto,
por sus delitos mal quisto
y pobre por sus locuras.
MENDO:
No, no os tenéis que afligir;
que pues yo me hallo en lugar
adonde ya puedo dar
lo que había de pedir,
de su fortuna crüel
juzgad que ya mejoró,
pues la vida que me dio
hoy puedo dársela a él.
Esto sabréis más despacio.
Vamos a casa; que allá
todo bien se dispondrá.
Salgamos, pues, de palacio;
que, dejando hoy a Violante,
mi hija, me adelanté,
y cuidadoso, porqué
soy su padre y soy su amante,
estoy de si habrá llegado.
LOPE PADRE: Mucho me alegro que
venga
con salud adonde tenga
a su servicio el cuidado
de Blanca, mi esposa bella,
en quien vos conoceréis
una esclava a quien mandéis.
MENDO:
Yo estimaré conocella,
por deuda y señora mía.
(¡Oh quién pudiera excusar, Aparte
cielos, haber de llegar
a ver a Blanca este día!)
Vanse. Salen doña VIOLANTE en traje de camino por
un lado,
y por otro doña BLANCA
BLANCA:
Felice yo, que tan bella
huéspeda tener merezco,
adonde la pueda estar
a todas horas sirviendo.
A daros la bienvenida
y a ver en qué ayudar puedo,
Violante, a vuestras crïadas
pasé de mi cuarto al vuestro.
VIOLANTE: La felicidad
es mía;
pues cuando extranjera vengo
a Aragón, puedo decir
que en él he hallado mi centro.
Perdonadme de que os tenga
en este recibimiento
que divide los dos cuartos,
que no os digo que entréis dentro,
porque revuelto está todo.
BLANCA: Vos
tenéis la culpa deso,
no los crïados, porque
no os esperaban tan presto.
VIOLANTE: A mí me
pareció tarde;
que no vi la hora, os prometo,
de verme desotra parte
de la montaña, temiendo
segundo riesgo a mi vida.
BLANCA:
Luego ¿hubo primero riesgo?
VIOLANTE: Y tan grande
que le estoy
en el alma padeciendo
hasta ahora (pues
ahora Aparte
aun más que entonces le siento.)
BLANCA:
¿Cómo así?
VIOLANTE:
Por defenderme
del sol, que con sus reflejos
sañudamente talaba
la campaña a sangre y fuego,
me apeé de la litera
en un verde sitio ameno,
plaza de armas de las flores,
pues, fortificadas dentro
de los reductos y fosos
de un arroyo, no temieron
ni del sol las baterías
ni las correrías del cierzo,
cuando del seno del monte
cuatro o seis hombres salieron,
que de mi honor y la vida
de mi padre hacerse dueños
intentaron, cuya acción
lograra su atrevimiento,
si a este tiempo no llegara
un bandido caballero,
joven, galán y brïoso,
que liberal...
Llora doña BLANCA
Mas ¿qué es esto?
¿De qué lloráis?
BLANCA:
De que estoy
vuestras fortunas oyendo,
con lástima de las mías.
Proseguid.
VIOLANTE:
Daros no quiero
ocasión con mis pesares
para que sintáis los vuestros.
BLANCA: ¿Vio
vuestro padre a ese joven
que tan gallardo y atento
pintáis?
VIOLANTE:
Y de él recibió
vida y honor por lo menos.
BLANCA: (¡Mal haya
él, por que no hizo Aparte
en mi venganza escarmientos
al mundo de...! Mas ¿qué digo?
¡Jesús mil veces! ¿Qué es esto?)
Loca estuve; perdonadme,
porque traigo un sentimiento
tan en el alma arraigado
que me priva por momentos
del juicio. Y no os espantéis,
señora, de mis extremos,
que ese joven hijo es mío,
y nos tienen sus sucesos,
a él sin ventura y a su padre
sin amor, y a mí sin seso.
VIOLANTE: Aunque él nos dijo
quién era,
no pudo mi entendimiento,
con la turbación, entonces
percibir tan por extenso
los nombres que haya podido
aquí prevenir el serlo,
que en él no os hubiera hablado.
Salen don MENDO y don LOPE PADRE
LOPE PADRE: Abricias pedirte puedo,
Blanca; que hoy se entran en casa
las dichas y los contentos.
BLANCA: Harto
será, porque ha días
que no la saben.
LOPE
PADRE:
Muy necio
anduve. Dadme, señora,
la mano, que humilde os beso,
y perdonadme. Tú, Blanca,
sabrás que el señor don Mendo,
nuestro huésped, que ésta es una
de las dichas, es del reino
Justicia Mayor, y a él,
que es la otra, del rey vengo
para el perdón de don Lope
remitido.
BLANCA:
(¡Sufrimiento, Aparte
aquí os he menester todo!)
Mucho, señor, agradezco
a mi suerte que vengáis
donde puedan mis deseos
serviros; que, en cuanto a mi hijo,
vos sois quien sois, y yo pienso
que estáis en obligación
de ampararle por vos mesmo,
según Violante me ha dicho,
de una deuda en que os ha puesto.
MENDO:
Siempre, Blanca, he de serviros
por él
y por vos a un tiempo;
que no juzgo que ignoráis
la obligación que yo os tengo.
Sale ELVIRA
ELVIRA: Ya,
señora, está tu cuarto
aderezado y compuesto.
VIOLANTE: Perdonadme, Blanca,
y dadme
licencia, porque deseo
descansar.
BLANCA:
Si me la dais
vos a mí, os iré sirviendo.
LOPE PADRE: A mí, por viejo, me toca
la obligación de escudero.
VIOLANTE: Por dueño de casa yo
la aceptaré, si la acepto.
Quedad con Dios.
BLANCA:
El os guarde.
VIOLANTE: (¡A batallar,
pensamientos, Aparte
con esta víbora que,
dándome vida, me ha muerto!)
MENDO: Si
esa licencia os permito,
es porque pagarla puedo,
acompañando yo a Blanca.
Vase don LOPE PADRE, llevando a doña VIOLANTE de la mano
(Antes que ella me hable, quiero Aparte
salir al paso a sus quejas.)
BLANCA: (¡Aquí de
todo mi esfuerzo!) Aparte
¿Dónde vais?
MENDO:
Sirviéndoos voy.
BLANCA: No, señor,
quedaos.
MENDO:
El
cielo
sabe cuánto deseaba
esta ocasión.
BLANCA:
¿A qué efecto,
si vos no habéis de tener
conmigo segundo intento?
MENDO: A
efecto de decir cuánto
hallaros con penas siento,
si bien podréis responderme
que no las extrañe, puesto
que con ellas os dejé.
BLANCA: Ni lo uno
ni lo otro entiendo.
¿Vos a mí con penas? ¿Cuándo
o cómo, que no me acuerdo?
Ni pienso que os vi en mi vida.
MENDO: ¡Ay,
Blanca!
BLANCA:
Señor don Mendo,
plática no prosigáis
que ha empezado por afecto.
Si alguna memoria acaso
confusamente os ha hecho
equivocaros conmigo,
pues la sepulta el silencio,
el silencio la consuma;
y al cabo de tanto tiempo
olvidaos vos de todo;
que yo de nada me acuerdo.
MENDO: ¡Oh
qué cuerdamente, Blanca,
os ayudáis del ingenio!
BLANCA: No sé por
qué lo decís.
MENDO: Yo
sí.
BLANCA:
Pues no hablemos de ello.
MENDO:
Yo me doy por advertido;
y si es que he de obedeceros,
¿cómo lo he de hacer?
BLANCA:
Callando.
MENDO: ¿Cómo
se calla?
BLANCA:
Sufriendo.
MENDO:
¿Sabré yo?
BLANCA:
Aprended de mí.
MENDO: ¿Con
qué medio?
BLANCA:
Este es el medio.
MENDO:
Decidle.
BLANCA:
¡Beatriz!
Sale BEATRIZ
BEATRIZ:
¿Señora?
BLANCA: Alumbra al
señor don Mendo.
(Esto es quitar ocasiones.) Aparte
MENDO: (No
es sino añadir tormentos.) Aparte
Vanse. Salen ELVIRA con luz y doña VIOLANTE destocándose
VIOLANTE: Cierra esas puertas,
Elvira,
y si preguntare luego
mi padre acaso por mí,
dile que ya estoy durmiendo;
que no quiero que me hable
él ni nadie; sólo quiero
la soledad por amiga.
ELVIRA:
Notables son tus extremos.
VIOLANTE: Pues aun no los he
pintado,
Elvira, como lo[s] siento.
Ayúdame a destocar;
ve esos vestidos poniendo
sobre ese bufete.
ELVIRA:
En fin,
¿que no son los bandoleros
tan fieros como los pintan?
VIOLANTE: Tal es la
aprehensión que tengo
de su talle, rostro y voz,
que desecharle no puedo
de mi memoria; de suerte
que a cada parte que vuelvo
los ojos allí parece
que le miro.
Retíranse las dos a un retrete, que se fingirá con
algunos
lienzos. Salen don LOPE HIJO y
VICENTE
LOPE
HIJO:
¿Qué es aquesto?
¡Cielos! ¿Cómo está este
cuarto
tan adornado y compuesto?
VICENTE: La casa habemos
errado;
que en la de tu padre creo
que apenas hay un candil.
LOPE HIJO: Detente.
VICENTE:
Ya me detengo.
LOPE HIJO: ¿Ves una
mujer...
VICENTE:
Y aun dos.
LOPE HIJO: ... que con bizarro
desprecio
de las galas se despoja,
como sobrados trofeos,
como añadidos despojos
de su hermosura, diciendo:
®Mejor que Palas armada,
desnuda avasalla Venus.
VICENTE: Ya lo veo, y si
esto dura,
de aquí a un poquito tendremos
lindo rato.
LOPE
HIJO:
¿Quién será?
VICENTE: Mi madre será,
supuesto
que no es la tuya.
LOPE
HIJO:
Turbado
a verla el rostro me atrevo.
VICENTE: Yo también.
LOPE
HIJO:
Y a ver si oigo
lo que habla. Pisa más quedo.
VICENTE: ¿Qué más
quedo? Si pisara
las gradas de un monumento,
aun no ajara los velillos.
ELVIRA: Notable es
tu sentimiento.
VIOLANTE: En fin, está tan
conmigo
y tan presente le tengo
-- ¡válgame el cielo! -- que allí
jurara que le estoy viendo.
ELVIRA: No te
sacaran los dientes
por el falso juramento;
que yo también lo jurara.
VICENTE: Dimos con todo
en el suelo.
LOPE HIJO: Esta es la dama que vi.
Llega don LOPE HIJO
Decidme,
prodigio bello,
decidme, hermoso milagro...
VIOLANTE: Sombra de mi
pensamiento,
ilusión de mi sentido,
alma de mi devaneo,
cuerpo de mi fantasía,
voz de mi idea, que siendo
idea, ilusión y sombra,
fantasía y fingimiento,
sin voz, sin cuerpo y sin alma,
tienes alma, voz y cuerpo:
¿cómo aquí dentro has entrado?
LOPE HIJO: Hermosísimo portento,
en quien hace vivamente
la imaginación efecto,
no me ganéis vos de mano
en la duda que padezco,
pues con más causa os pregunto
yo: ¿qué hacéis vos aquí dentro?
VIOLANTE: Yo en mi casa estoy.
LOPE
HIJO:
Yo y todo.
Pues si aquí entré...
VIOLANTE:
Oír no quiero.
A ELVIRA
LOPE HIJO: Porque se asegure ella,
oídme.
ELVIRA:
Pues yo ¿a qué efecto?
Apareceos a mi ama,
fantástico bandolero,
pues ella es la enamorada;
pero a mí, si yo no os quiero,
¿a qué propósito?
LOPE
HIJO:
Ved
que os engaña el temor vuestro.
Hijo soy de aquesta casa,
a Blanca buscando vengo,
para decirla lo mismo
que sabéis; porque es mi intento
que el favor me solicite
que me ha ofrecido don Mendo.
En aqueste cuarto entré
con la llave que de él tengo,
harto desimaginado
de hallaros en él; y puesto
que os restauro de un asombro,
restauradme vos del mesmo,
desengañándome, cómo
en este cuarto os encuentro.
VIOLANTE: Lo que me decís
sabía
yo, mas llevóme primero
lo que estaba imaginando,
que lo que estaba sabiendo;
y aun con ver el desengaño,
mal del susto convalezco;
pues si un miedo me quitáis,
me dejáis con otro miedo.
El que fingido me disteis
me estáis dando verdadero;
porque, verdad o ilusión,
de todas suertes os tiemblo.
En aquesta casa vivo;
los crïados, que vinieron
adelante, la tomaron;
vuestro padre, a lo que entiendo,
vive en otro cuarto de ella;
si a él buscáis, idos, os ruego,
y débaos yo en esta parte
la fineza de volveros.
LOPE HIJO: Aunque de vuestra
hermosura
idólatra me confieso,
es con tan sagrado amor,
es con tan cortés respeto,
con tan ajena esperanza,
con tan noble rendimiento
que la fe con que os adoro
es con la que os obedezco.
Quedad con Dios, y entended
que sois el primer sujeto
que corrigió mi albedrío
y enfrenó mi atrevimiento.
VIOLANTE: Id con Dios, y
entended vos
que la fineza agradezco,
y el primero sois también
que me ha debido un afecto.
LOPE HIJO: ¡Ah quién supiera pagarle
de su misma vida a precio!
VIOLANTE: ¿Queréis pagarle,
don Lope?
LOPE HIJO: Sí.
VIOLANTE:
Pues idos, y sea presto.
LOPE HIJO: Yo lo haré. Vamos,
Vicente.
VICENTE: Vete tú, si
eres tan necio;
yo me quedo acá esta noche.
VIOLANTE: (¿Qué pasión es
ésta, cielos...) Aparte
LOPE HIJO: (¡Cielos! ¿Qué hermosura
es ésta...)Aparte
VIOLANTE: (...que enamora sin
deseo?) Aparte
LOPE HIJO: (...que inclina sin
apetito?) Aparte
VIOLANTE: Id con Dios.
LOPE HIJO:
Guárdeos el cielo.
FIN DE LA JORNADA PRIMERA