JORNADA TERCERA
Salen don MENDO y gente con armas
UNO:
Por esta parte, señor,
que es por donde más brïoso
el Ebro corre, arrastrando
de esos montes los arroyos,
es por donde él escaparse
intenta.
MENDO:
Seguidle todos,
examinando su espacio
peña a peña y tronco a tronco.
Vase la gente
¿Quién en el mundo se ha visto
en empeño tan forzoso
como yo? Pues voy buscando
-- ¡ay infelice! -- lo propio
que hallar no quisiera, acción
hija de los celos solos.
Por una parte me manda
el rey, severo o piadoso,
que no vuelva a su presencia
sin dejar -- ¡terrible ahogo! --
preso a don Lope; y por otra
la deuda que reconozco,
la inclinación que le tengo
me están sirviendo de estorbo.
Si le prendo, a mi amor falto;
y si no le prendo, pongo
la gracia del rey a riesgo.
¿Cómo podré -- ¡cielos! -- cómo,
entre obediencia y amor,
cumplir a un tiempo con todo?
Salen acuchillando a don LOPE HIJO, que trae sangriento
el
rostro
LOPE HIJO:
Viéndome que es imposible
quedar con vida conozco;
mas para el precio en que tengo
de venderla aun sois muy pocos.
MENDO:
No le matéis; que llevarle
vivo
me importa. (¡Oh, si logro Aparte
prenderle aquí, porque pueda
mi discurso buscar modo
de salvar después su vida!)
¡Don Lope!
LOPE
HIJO:
Tu voz conozco
primero que tu semblante,
porque confuso y dudoso
me tienen tres veces ciego
la ira, la sangre y el polvo.
Y no sé si voz ha sido
para mí o trueno ruidoso,
que en su acento me dejó
helado, inmóvil y absorto.
¿Qué me quieres? ¿Qué me quieres?
Que tú solo, que tú solo,
don Mendo, has podido darme
más temores, más asombros,
con una voz que me has dado,
que con sus armas estotros.
MENDO:
Lo que quiero es que la espada
rindas, y menos brïoso
te des a prisión.
LOPE HIJO:
¿Yo?
MENDO:
Sí.
LOPE HIJO:
Eso es muy dificultoso.
MENDO:
Yo te ofrezco...
LOPE
HIJO:
Yo lo creo,
señor, pero no lo otorgo;
que no he de
darme a partido
al temor.
MENDO:
¡Bárbaro, loco!
¿Qué intentas?
LOPE
HIJO:
Morir matando.
Pero en vano lo propongo;
que contra ti no es posible
que yo me muestre animoso;
porque tiemblo si te miro,
me estremezco si te oigo,
en mis lágrimas me anego,
en mis suspiros me ahogo;
el cielo y la tierra, cuando
contra ti la espada tomo,
se me obscurecen y faltan.
MENDO:
Aquése es efecto propio
de la justicia, en quien Dios
puso el temor y el asombro
del delincuente.
LOPE
HIJO:
No es eso;
pues aunque me reconozco
delincuente, bien pudiera,
como herido can rabioso,
a cuantos vienen contigo
despedazar; mas tú solo
me pones miedo y respeto;
y así a tus plantas me postro.
Esta espada, rayo ardiente,
que desde la punta al pomo
sangrienta se vio en mi mano,
rendida a tus pies arrojo,
al mismo tiempo -- ¡ay de mí! --
que en ellos la boca pongo.
MENDO:
Levanta, Lope; que el cielo
sabe bien que en tan penoso
trance, delincuente tú
y yo juez, tuviera a
logro
trocar la suerte contigo;
pues me viera más dichoso,
tu peligro padeciendo,
que padeciendo mi asombro.
Pero no temas porqué
me muestre aquí riguroso
contigo, que importa hacerme
de parte de los enojos
del rey.
LOPE
HIJO:
Pues ¿el rey qué sabe
de mí ya?
MENDO:
Tu padre propio
de ti le pidió justicia.
LOPE HIJO: A buscar mi espada
torno.
MENDO:
No la hallarás; que ya está
en mi mano.
LOPE
HIJO:
¡Oh rigurosos
cielos! Que, al mirarla en ella,
tiemblo y me estremezco todo,
como cuando vi un cuchillo.
¿Qué miedo es el que te cobro?
¿Qué temor el que te tengo?
Cuando a mi padre no ignoro,
si otra vez me desmintiera,
que hiciera otra vez lo propio.
MENDO:
¡Hola!
UNO:
¿Señor?
MENDO:
A don Lope
con alguna capa el rostro
le cubrid, y de esa suerte
le
llevad a un calabozo. --
Oye tú aparte.
OTRO:
¿Qué mandas?
MENDO:
Que, para que el alboroto
sea menos, por la puerta
falsa de mi cuarto propio,
que cae al campo,
le dejes,
sin que él sepa dónde o cómo;
y haz que le curen en tanto
que de su prisión informo
yo al rey. (¿Qué pena, qué rabia, Aparte
qué dolor, qué ansia, qué enojo
es éste que acá en el alma
tan dueño de mí conozco?)
Vanse. Sale el REY
REY:
De don Mendo cuidadoso
estoy, por si ha ejecutado
lo que le tengo ordenado;
y hasta verlo no reposo.
¡Que un tirano proceder
de un hijo tan atrevido
a su padre haya ofendido,
sin que tema mi poder!
El rigor de mi justicia
hoy ha de ver
Aragón,
castigando la intención
de su soberbia y malicia.
Esto a mi reino conviene.
¡Vive Dios, que han de ver hoy
si soy don Pedro o no soy!
Pero aquí don Mendo
viene.
Sale don MENDO
MENDO:
Vuestra Majestad me dé,
señor, su mano a besar.
REY:
Los brazos debo yo dar
a quien de mi reino fue
el Atlante, con quien hoy
parto la inmensa fatiga
de su pesadumbre.
MENDO:
Diga
mi obediencia cuánto estoy,
gran señor, reconocido
a la merced que me hacéis.
REY:
Pues a mis ojos volvéis,
no dudo que habréis prendido
a don Lope.
MENDO:
Sí, señor,
preso ya en mi casa queda,
porque nadie hablarle pueda.
REY:
Nunca me hicisteis mayor
servicio; que solicito
conservar de justiciero
el nombre adquirido, y quiero
afianzarle en un delito
tan extraño que otra vez
no sé si tuvo ejemplar.
MENDO:
No ha de dejarse llevar
el que es soberano juez
tanto de la información
primera; que, a lo que sé,
tan grave el cargo no fue
como fue la relación.
REY:
¿No hay un hijo, Mendo, en ella,
que a su padre le maltrata?
¿Y no hay un padre que trata
de dar de su hijo querella?
¿Qué más grave puede ser?
MENDO:
Yo confieso que lo ha sido,
pero hasta ahora no has oído
descargo que puede haber
de su parte.
REY:
Yo me holgara
que tantos, don Mendo, hubiera
que en mi reino no se diera
culpa tan nueva, tan rara,
tan fea y tan singular
cometida.
MENDO:
Has de saber
que, aunque lo es, al parecer,
no llegada a averiguar,
don Lope con don Guillén
de Azagra, señor, reñía.
No sé la causa que había,
mas preso queda también.
Su padre a tiempo llegó
que advirtió que entre el reñir
le iba Azagra a desmentir;
y cuando ciego le vio,
ya a la razón empeñado,
porque él no la dijera,
la pronunció; de manera
que el acento equivocado,
sin saber cúyo había sido,
tiró a su competidor
el golpe, a tiempo, señor,
que su padre, introducido
en medio, le recibió;
siendo así que él no tiraba
a su padre, claro estaba.
Don Lope, cuando se vio
maltratado de su hijo,
con la cólera primera
llegó a tus pies; de manera
que estará, según colijo,
arrepentido de haber
tomado tan mal consejo.
Él es en extremo viejo,
y bien su acción da a entender
que es delirio de la edad
en querellarse ante ti
de su hijo; siendo así
que desde la antigüedad
hay ley de que no sea oído,
por decretos naturales
en las causas criminales,
ni padre de hijo ofendido,
ni hijo de padre, así yo
esto lo dejara aquí.
REY:
Paréceos justo eso?
MENDO:
Sí;
REY:
Pues a mí, don Mendo, no;
porque, el delito extrañando,
la queja desconociendo,
ésta en el uno admitiendo,
la culpa en otro apurando,
he de ver, haya o no agravio,
si es posible haber habido
ni un hijo tan atrevido,
ni un padre tan poco sabio.
Y así, mientras esto pasa,
al padre prended, porqué
me importa a mí que no esté
aquesta noche en su casa.
MENDO:
Yo lo haré.
Vase el REY
¡Válgame el cielo!
Que no sé qué confusión
trae acá mi corazón;
que algún gran daño recelo.
Vase. Salen doña VIOLANTE y ELVIRA
ELVIRA:
¿De qué nace tu dolor?
VIOLANTE: De un
temor.
ELVIRA: ¿Y
el temor, señora, injusto?
VIOLANTE: De un
disgusto.
ELVIRA: ¿Qué
es, en fin, tu desconsuelo?
VIOLANTE: Un recelo;
porque hoy ha dispuesto el cielo
que, a una tristeza rendida,
puedan quitarme la vida
temor, disgusto y recelo.
ELVIRA:
¿Quién embaraza tu dicha?
VIOLANTE: Mi desdicha.
ELVIRA: Pues
¿quién causa su rigor?
VIOLANTE: Mi amor.
ELVIRA: Dime
lo que te importuna.
VIOLANTE: Mi fortuna.
Y así, sin piedad alguna,
no hallo alivio en mi pasión
porque mis contrarios son
desdicha, amor y fortuna.
ELVIRA:
¿Quién alienta tu querella?
VIOLANTE: Mi estrella.
ELVIRA:
Véncela con tu arrebol.
VIOLANTE: Es mi estrella
todo el sol.
ELVIRA: Su
luz eclipsa importuna.
VIOLANTE: Está menguante
mi luna.
Con que esperanza ninguna
me ha quedado, pues ya vi
conjurados contra mí
la estrella, el sol y la luna.
ELVIRA:
¿Qué te obliga a mal tan fuerte?
VIOLANTE: Ver mi muerte.
ELVIRA: Pues
¿quién tu muerte ha causado?
VIOLANTE: El fiero hado.
ELVIRA:
Pierde, señora, el recelo.
VIOLANTE: Es contra el
cielo.
Y así para nada apelo,
dejándome padecer;
que no se pueden vencer
la muerte, el hado y el cielo.
Y no me preguntes más;
pues habiendo, Elvira, visto
(¡qué mal el llanto resisto!) Aparte
preso a don Lope, me estás
matando tú en preguntarme
de qué nace mi pasión,
sabiendo que en su prisión
están, si vuelvo a acordarme,
temor, disgusto y recelo,
desdicha, amor y fortuna,
la estrella, el sol y la luna,
la muerte, el hado y el cielo.
ELVIRA:
El cuarto de mi señor,
que por otra puerta abrieron,
es adonde le trajeron.
VIOLANTE: ¡Oh si pudiera
mi amor
hacer, Elvira, por él
alguna grande fineza!
ELVIRA: ¿Qué
mayor que tu belleza
sentir su pena crüel?
VIOLANTE:
Mayor; pues viéndole estar
en suerte tan oprimida,
o me ha de costar la vida
o la vida le he de dar.
Esto a mi pasión conviene.
La llave del cuarto muestra
de mi padre.
ELVIRA:
La maestra
mi señor es quien la tiene;
estotra ahí está.
VIOLANTE:
Veré
si darle un aviso puedo,
ya que a mí me perdí el miedo
que a sus desdichas cobré.
Quédate tú, Elvira, allí,
porque puedas avisar
si alguno vieres entrar.
Vanse. Sale don LOPE HIJO
LOPE HIJO:
¡Ay infelice de mí!
¿Qué prisión, cielos, es ésta
donde
ciego me han traído?
¡Ay, Violante, cuánto ha sido
lo que tu beldad me cuesta!
Y aun lo poco que me resta
del vivir, viéndome así,
por ti lo siento; que aquí
perder no me da pesar
la vida, sino el pensar
que te he de perder a ti.
Abre una puerta doña VIOLANTE, y sale
VIOLANTE:
(El rostro en sangre bañado Aparte
está, al parecer herido.)
¡Ah, don Lope!
LOPE
HIJO:
¿Quién ha sido
quien mi nombre ha pronunciado?
¿Quién del que es tan desdichado
no se desdeña y olvida?
VIOLANTE: Quien, de ti
compadecida,
su sentimiento te advierte.
LOPE HIJO: Viva sombra de mi
muerte,
muerta imagen de mi vida,
cuerpo de mi pensamiento,
alma de mi fantasía,
retrato que la fe mía
ha dibujado en el viento,
formada voz de mi acento,
no me atormentes atroz,
desvaneciendo veloz
cuerpo, alma y voz.
VIOLANTE:
Mal pudiera
si yo ilusión, Lope, fuera,
tener alma, cuerpo y voz.
LOPE
HIJO: Es verdad; pero creyendo,
conmigo acá vacilando,
que ahora estaba soñando,
aun dudo lo que estoy viendo.
VIOLANTE:
De tu pasión obligada,
de tu pena enternecida,
a tu amor agradecida,
y en tu delito culpada,
vengo, sin mirar en nada,
a decirte que esta puerta
tendrás esta noche abierta,
por donde escapar podrás
la vida. ¿Quién vio jamás
dar vida después de muerta?
LOPE HIJO:
Una planta oí que nace
tan rara y tan exquisita
que, donde hay llaga, la quita,
y donde no la hay, la hace.
En ti, Violante, renace
su calidad repetida;
pues, siendo antes mi homicida,
ahora me amparas; de suerte
que, donde hay vida, das muerte,
y donde hay muerte, das vida.
VIOLANTE:
También de dos peregrinas
yerbas oí que en sus senos
apartadas son venenos
y juntas son medicinas.
Y si en los dos imaginas
su efecto, verásle aquí;
tú mueres sin mí, sin ti
muero yo. Juntarnos quiera
amor, para que no muera
cada uno de por sí.
De
mi parte, habiendo oído
cuánto está el rey indignado
contigo, he determinado
hacer... Pero ¿qué rüido
oigo?
Sale ELVIRA
ELVIRA:
Tu padre ha venido.
VIOLANTE:
Lope, adiós.
LOPE
HIJO:
¿Volverás?
VIOLANTE:
Sí,
para librarte.
LOPE
HIJO:
¡Ay de mí!
Que no lo pregunto yo
por librarme a mí, sinó
por volver a verte a ti.
Vase
VIOLANTE:
Cierra, Elvira, aquesta puerta,
y ven conmigo volando;
porque no es bien que a las dos
halle mi padre en su cuarto.
ELVIRA: No tienes
que darte prisa;
que, a lo que yo estoy mirando,
en el de Blanca, señora,
antes que en el suyo ha entrado.
VIOLANTE: Con todo, no
me aseguro.
Llegaré allá, procurando
saber qué hay de nuevo en casa
de don Lope; porque cuanto
es atrevido un delito
es cobarde un sobresalto.
Vase
ELVIRA: Ya
cierro, y a saber voy
qué ha habido.
Cierra la puerta. Sale VICENTE
VICENTE:
¡Válgate el diablo
por bofetón, por cachete,
por puñete, por porrazo,
por mojicón, por puñada,
por moquete o por sopapo!
¿Si
hubiera más rüido hecho,
aunque se hubiera tocado
la campana de Velilla?
ELVIRA:
Vicente, ¿qué vas pensando?
VICENTE: Voy,
Elvira, si te digo
la verdad, muy enfadado.
ELVIRA: ¿Con
quién?
ELVIRA:
Ahí que no es nada;
con todo el género humano,
con mis amos, mozo y viejo.
ELVIRA: ¿Por
qué?
VICENTE:
Porque son mis amos,
cuanto a lo primero, y luego
porque son tan locos ambos
que uno da sin que le pidan,
y otro no calla, no dando;
siendo así que el que no da
no ha de despegar los labios,
y el que da, sea lo
que fuere,
solo es quien puede hablar alto.
Voylo también con mi ama,
porque desde que oyó el caso,
aunque la "Salve" no rece,
está gimiendo y llorando.
Voylo con tu amo don Mendo
porque de hoy acá se ha dado
tanto a la contemplación
del devotísimo paso
del prendimiento que, siendo
su cofrade, en breve espacio
prendió a mi amo, a don Guillén,
y ahora, para enmendarlo,
prende al viejo. Y también voylo
con el rey.
ELVIRA:
¿Estás borracho?
VICENTE:
¡Pluguiera a Dios!
ELVIRA:
¿Con el rey?
VICENTE: Sí;
porque, habiéndome dado
a mí dos mil bofetones,
ninguno tomó a su cargo;
y por uno, que a otro dieron,
se muestra tan indignado.
Que diz que echa por los ojos
basiliscos, sin milagros.
Y finalmente lo voy
contigo.
ELVIRA:
Sólo eso aguardo
a saber; ¿por qué conmigo?
VICENTE: Porque,
estándome adorando
con tus cinco mil sentidos,
ni una música me has dado,
ni me has escrito un papel,
ni me has tomado una mano.
ELVIRA: Ya
te he dicho que Beatriz
es la que me lo ha estorbado.
VICENTE: También
te he dicho yo a ti
que no hay que hacer della caso.
ELVIRA: ¡Ay
Vicente! Si eso fuera
verdad, te diera un abrazo.
VICENTE: Dámele,
con calidad
de quitármele en llegando
a imaginar que es mentira.
ELVIRA:
Claro está que mi recato
de otra suerte no lo hiciera.
Sale BEATRIZ
BEATRIZ: ¡Gloria a
Dios, que en paz os hallo!
VICENTE: ¡Beatriz!
ELVIRA:
Pues ¿qué importa?
VICENTE:
¿Qué?
Tú lo verás de aquí a un rato.
BEATRIZ:
Cepos quedos, reyes míos;
no hay que fruncírseme entrambos;
ni, pues que son mogiperros,
se me hagan mogigatos;
que ya lo he visto, y no importa;
que para aquí es el adagio
de que el zapato se calce
otro, que yo me descalzo.
ELVIRA: Yo
soy moza de obra prima,
y de calzarme no trato
de viejo, y más en su tienda,
que hormas y pies son de un palo.
VICENTE: (¡Esto es
hecho!)
Aparte
BEATRIZ:
¿Cómo es eso?
¿Soy yo hija del cosario
Pie de Palo, por ventura?
ELVIRA: Algo
deso hay.
VICENTE:
(¡Esto es malo!) Aparte
BEATRIZ: Con estas
manos que ve
me vengara de ese agravio,
si no viera que su moño
no la dolerá en mis manos.
VICENTE:
(¡Declaróse!)
Aparte
ELVIRA:
Pues, ¿por dicha
es mi cabello prestado,
como el ojo izquierdo suyo,
que es de vidrio?
BEATRIZ:
¿Qué?
VICENTE:
Echo el fallo.
No se ha de hablar más en esto.
ELVIRA:
¿Cómo que no? En todo caso,
la puedo yo mostrar dientes.
BEATRIZ: Sí pienso
que podrá, y hartos;
porque, aunque ya es más que niña,
los tiene para mudarlos.
ELVIRA:
¿Estos son dientes postizos?
BEATRIZ:
¿Estos son ojos vidriados?
ELVIRA:
¿Este cabello es ajeno?
BEATRIZ: ¿Y éstas
son piernas de palo?
VICENTE: ¡Aguarda,
no l[a]s enseñes!
¿No echas de ver dónde estamos?
ELVIRA: Este
pícaro...
BEATRIZ:
Este infame...
ELVIRA: Este
vil...
BEATRIZ:
Este picaño...
ELVIRA:
...tiene la culpa.
BEATRIZ:
Pues tenga
la pena.
Péganle
VICENTE:
¡Damas, a espacio!
ELVIRA:
Gente viene.
BEATRIZ:
Pues dejemos
este negocio empezado.
VICENTE: Luego
¿piensan acabarle?
ELVIRA: Y
las dos ¿cómo quedamos?
BEATRIZ: Amigas.
ELVIRA:
Adiós.
BEATRIZ:
Adiós.
Vanse las dos
VICENTE: ¿No es
mejor, al diablo, al diablo
que os lleve, puercas, bribonas?
¡Qué diluvio de porrazos
ha venido sobre mí!
Y lo peor de este fracaso
no es sino que de todo esto
no se le da al rey un cuarto.
Vase. Sale el REY disfrazado, y doña
BEATRIZ, queriéndole reconocer
BLANCA:
¿Quién es, cielo, quien así,
cuando
la noche cerrando
baja, se ha entrado hasta aquí?
Hombre, ¿qué vienes buscando?
¿Tráesme más pesares? "Sí"
responderás, claro está;
que en casa de un afligido,
en quien no hay consuelo ya,
solamente la ha sabido
quien los pesares le da.
(El rostro y la voz esconde, Aparte
y callando me responde.)
Beatriz,
saca una luz. ¡Cielo!
Viva estatua soy de hielo.
Saca luces BEATRIZ
Hombre, ¿a qué has entrado donde
temor y asombro me das?
REY:
Queda sola, y lo sabrás.
BLANCA: Nada
temo; éntrate dentro.
Toma la luz, y vase BEATRIZ
(Tantas más penas encuentro Aparte
cuantas voy dejando atrás.)
¿Aun no te descubres?
REY:
No,
hasta cerrar esta puerta.
Cierra BLANCA
BLANCA:
(¿Quién mayor confusión vio?) Aparte
¡Hola!
REY:
No des voces.
BLANCA:
(¡Muerta Aparte
estoy!) Pues ¿quién eres?
Descúbrese el REY
REY:
Yo.
BLANCA:
¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?
REY:
¿Conocéisme?
BLANCA:
Sí, señor;
que en ningún embozo puede
andar
disfrazado el sol.
¿Vos en mi casa a estas horas?
¿En aquese traje vos
a buscarme? ¿Qué mandáis?
Que a vuestras plantas estoy.
Sacadme, por Dios, sacadme
de
tan nueva confusión.
Sepa yo si esta visita
es castigo o es favor.
REY:
Ni es favor, Blanca, ni es
castigo; es obligación
de mi oficio; que el ser rey
oficio es también.
BLANCA:
Señor,
¿y en qué obligación conmigo
os pone el serlo?
REY:
El color
cobrad, cobrad el aliento;
sosegad el corazón;
porque os he menester, Blanca,
a vos muy dentro de vos.
Vuestro hijo a vuestro esposo
públicamente ofendió;
vuestro esposo de vuestro hijo
ante mí se querelló
públicamente también;
y en el repetido error
de entrambos resulta, Blanca,
la sospecha contra vos.
Razón tenéis de turbaros,
y tan sobrada razón,
que
es tan nueva diligencia
aquésta, que no la vio
otra vez en cuantos casos
con rayos escribe el sol.
Mas yo he de saber si es cierto
que pudo ser, que llegó
de
padre a hijo, de hijo a padre
a tanto la indignación
que uno ofenda, otro querelle;
y para poder mejor
saberlo, como a testigo,
vengo a examinaros yo.
Hablad conmigo, fïada
en la fe de ser quien soy,
de jamás no padezca
vuestra fama y opinión
el escrúpulo más leve.
Solos estamos los dos,
ni ha de haber otro instrumento
que mi oído y vuestra voz.
O si no, vive Dios, Blanca,
que hasta que llegue...
BLANCA:
Señor,
tened; no paséis tan presto
de la blandura al rigor,
de la piedad al enojo,
ni del agrado al furor;
que aunque es verdad que ha tenido
un secreto por prisión
el pecho, donde guardado
se ha conservado hasta hoy;
que aunque es verdad que propuse
guardarle, viendo que estoy
en la sospecha indiciada
de que me advertís, error
hiciera en no descubrirle;
que es tan noble mi ambición,
es tan mío mi respeto,
tan de mi esposo mi honor,
que no ha de dejar que cobre
fuerza esa imaginación.
Y así, por ella he de dar
aquesta satisfacción
a vos, al mundo y al cielo.
Oídme atento.
REY:
Ya lo estoy.
BLANCA:
Pobre fue mi padre, pero
tan noble que el mismo sol,
menos puro, cotejaba
su esplendor con su esplendor.
Viendo, pues, que no podía
medir con igual acción
la calidad y la hacienda,
en tiernos años trató
casarme, siendo ellos solos
el dote que a Lope dio,
porque supliesen los suyos
el caudal con el amor.
En desiguales edades
casamos, en fin, los dos,
siendo en mi abril y su enero
él
la nieve y yo la flor.
Sabe el cielo que le quise
más que al vivir, aunque no
lo merecí a sus despegos,
lo debí a su desamor;
porque él templado al antiguo
estilo,
al moderno yo,
disonábamos al gusto,
pero no a la obligación.
Parecíendome que fuera
bisagra de nuestro amor
un hijo, que estos extremos
ellos quien los ata son,
le deseé con tanto afecto
que Dios me le castigó
en no dármele; porqué,
como Él sabe lo mejor,
da a entender que todo y nada
se le ha de pedir a Dios.
Doblemos aquí la hoja,
dejando aparte, señor,
domésticos desagrados
que pasamos Lope y yo;
y vamos a que tenía
mi padre una hija menor,
a quien yo, para tener
en la áspera condición
de mi esposo algún consuelo,
algún alivio o favor,
la llevé a vivir conmigo.
De esta, pues, se enamoró
un caballero; y si algo
mi humildad os mereció,
sea no nombrarle, puesto
que para mi verdad no
importa, y hoy puede ser
de disgusto para vos.
Mas ¿qué digo? ¿En qué reparo?
Que en abono de mi honor
no he de dejar sospechoso
ni aun el indicio menor.
Don Mendo Torrellas fue
el que, viendo su pasión
desvalida de mi hermana,
de otro de casa buscó
medios que le introdujesen
de noche por un balcón
en su cuarto, donde es cierto
que la palabra la dio
de esposo, testigo el cielo;
cuya
promesa creyó,
para que saliese dueño
el que había entrado ladrón.
Casóse después con otra;
que no hay hombre que, traidor,
no mire a la conveniencia
antes
que a la obligación;
y dentro de pocos días
vuestro padre le envïó
por embajador a Francia;
de suerte que se ausentó
sin saber más, que hasta aquí,
de lo que ahora resta. Yo,
viendo con poca salud
a mi hermana, y que un rigor
continuo la atormentaba,
quise saber la ocasión,
y con ruegos, con halagos
y con lágrimas, que son,
sobre la sangre, los más
fuertes conjuros de amor,
la obligué a que me dijera
lo que he dicho; y añadió
que tenía en sus entrañas
por testigo de su error
un áspid, alimentado
dos veces del corazón.
Era mi hermana, sentílo,
sin reñírselo, señor;
que es la reprehensión inútil
a lo hecho, y es rigor
que en quien buscaba un consuelo
hallase una reprehensión.
"¡Oh, válgame el cielo!" dije
una y mil veces. "¿Quién vio
que una misma causa tenga
desdichadas a las dos?
Pues lo que para mí fuera
la dicha y el bien mayor,
es desdicha para ti."
Y discurriendo veloz
en esto, dando una y mil
vueltas la imaginación,
de su pena y de mi pena
mi industria sacar pensó
el secreto y el alivio
de ambas, trocando la acción,
la preñez ella ocultando
` y publicándola yo.
Llegó de su parto el día.
¿Quién más nuevo caso vio
que una el dolor disimule
y que otra finja el dolor?
Supuesta otra enfermedad,
Laura del parto murió;
que no pudo de otra suerte
cumplir con su obligación.
Sola una matrona fue
cómplice de nuestro error;
que hasta hoy ninguno ha sabido,
ni se supiera desde hoy;
porque encerrado duraba
en bien segura prisión
si a tormentos de vergüenza
no la rompiérades vos.
Mi culpa, señor, es ésta.
Humilde a esos pies estoy;
padezca vuestros enojos
yo solamente, pues soy
en aquesta acción culpada.
Pero recibid, señor,
en cuenta de tanto engaño,
tener a mi esposo amor,
tener amor a mi hermana,
y juzgar que, entre los dos,
a uno a mi fe le traía,
y a otro llevaba a su honor.
Y finalmente, si habéis,
Pedro invicto de Aragón,
que llaman el justiciero,
[de] mostrar en mí lo sois,
ésta es mi vida; postrada
está a vuestras plantas. No
os pido me perdonéis,
sólo os pido que el pregón
que os dé en mi justicia fama
sea, diciendo en alta voz
que engañé a mi esposo, que
al mundo engañé; mas no
que mi decoro ofendí,
que manché mi presunción,
que deslucí mi altivez,
que turbé mi pundonor,
que manché mi vanidad,
ni que ajé mi estimación;
porque en efecto los yerros
en mujeres como yo
pueden constar de un engaño,
pero de otra cosa no.
REY:
(¡Oh cuánto estimo el haber Aparte
salido con la aprehensión
de que el que ofendió no es hijo
ni padre el que querelló!
Aunque mal en este caso
salí de una confusión,
pues me quedo con la misma,
añadidas otras dos.
Don Lope ofendió a su padre
en la pública opinión
de todo el pueblo; el secreto
no he de revelarle yo;
que importa oculto. Don Mendo
traidoramente burló
el honor de Laura muerta;
y Blanca en fin engañó
a su esposo; tres delitos
públicos y ocultos son.
Luego, aunque yo haya sabido
que no es su hijo, debo yo,
por Lope, por Blanca y Mendo,
y por mí, que soy quien soy,
dar a públicos delitos
pública satisfacción
y a los secretos secreta.)
Adiós, Blanca.
Blanca:
Guárdeos Dios
los años que...
Llaman a la puerta al ir a abrir el REY
REY:
¿Llaman?
BLANCA:
Sí.
REY:
Pues abrid la puerta vos,
y a nadie que sea digáis
que estoy aquí ni quién soy.
Retírase
BLANCA:
¿Quién llama?
MENDO:
Yo, Blanca. Dentro
Abre BLANCA. Sale don MENDO
BLANCA:
Pues,
¿qué buscáis? (¡Qué confusión!) Aparte
MENDO:
Venir a deciros sólo
que nada os cause temor
de cuanto veis; pues, teniendo
la causa en mis manos hoy,
¿quién se atreverá a decir
lo que yo no quiera?
Sale el REY
REY:
Yo.
MENDO:
Señor... vos... pues...
REY:
Bien está.
La llave de la prisión
en que tenéis a don Lope
me dad.
MENDO:
Aquésta es, señor.
Mas sabed...
REY:
Ya lo sé todo.
Retiraos, Blanca, vos;
y vos, don Mendo, quedaos.
(Esta noche, ¡vive Dios!, Aparte
verá el mundo mi justicia.)
Vase
MENDO:
¿Qué es esto, Blanca?
BLANCA:
Es
tu error,
y es mi error también, que el cielo
hoy nos castiga a los dos.
Sigue al rey, piedad le pide,
sabiendo -- ¡ay de mí! -- que no
es mi hijo, que es de Laura
y tuyo.
MENDO:
¡Válgame Dios!
Él vivirá, aunque yo muera.
BLANCA:
¡Muerta quedo!
MENDO:
¡Sin mí voy!
Vanse. Salen ELVIRA y doña VIOLANTE
ELVIRA:
Considera...
VIOLANTE:
Esto ha de ser.
ELVIRA:
Mira...
VIOLANTE:
No hay que persuadirme.
ELVIRA:
Advierte...
VIOLANTE:
No hay que decirme.
ELVIRA: ¿No
echas, señora, de ver
que han de culpar que haya sido
tu padre quien le ha librado?
VIOLANTE: Cuando le
juzguen culpado,
¿qué importa? Y pues no te pido
consejo, no me le des.
Llega y abre aquesa puerta.
ELVIRA: Sí
haré, de temores muerta.
Pero gente hay dentro.
VIOLANTE:
Pues
antes que nos resolvamos
a abrir, Elvira, escuchemos;
porque puede ser que erremos
el fin de lo que intentamos,
si acaso por la otra puerta
alguien entró a la prisión,
y se queda su intención
sin su efecto descubierta.
Pon en la llave el oído.
Mira qué oyes.
ELVIRA:
Nada puedo
entender, porque hablan quedo,
y sólo a mí llega el ruido
de la voz, sin las palabras.
VIOLANTE: Quítate,
llegaré yo
a ver si algo escucho... No;
pero para que no abras,
el rumor bastante fue.
Mucha gente veo.
ELVIRA:
Así
lo he sentido yo.
Sale don MENDO
MENDO:
¡Ay de mí!
VIOLANTE: Señor, ¿qué
tienes?
MENDO:
No sé;
pero bien lo sé, mal digo;
que en efecto ¿mi pesar
con quién ha de descansar,
si no descansa contigo?
¡Con cuántas causas me aflijo!
Advierte; don Lope, pues
hijo de Blanca no es,
que es tu hermano y es mi hijo.
VIOLANTE:
¿Qué dices? ¡Válgame el cielo!
MENDO:
Que vengo determinado
a perder vida y estado,
privanza, honor y consuelo,
por darle la libertad.
VIOLANTE: Sin saberlo
yo, habían hecho
sus desdichas en mi pecho
aquesa misma piedad.
Y pues el ruido que oí
ya cesó en el aposento,
yo abriré.
MENDO:
Llega con tiento.
Don LOPE HIJO dentro
LOPE HIJO:
¡Ay infelice de mí!
MENDO:
Justamente te estremeces
a tan mísero gemido.
VIOLANTE: De turbada, no
he podido
abrir ya.
LOPE
HIJO:
¡Jesús mil veces! Dentro
MENDO:
Muestra la llave; que, aunqué
tanto este acento me turba,
yo abriré.
Dale la llave VIOLANTE
VIOLANTE:
Toma; que yo,
más que viva, estoy difunta.
Llaman a las dos puertas de dos lados, por la
parte de
adentro
MENDO:
A aquella puerta y a ésta
a un tiempo han llamado juntas.
VIOLANTE: ¿Quién
será? ¡Válgame el cielo!
MENDO:
Mientras que yo abro la una,
abre tú la otra.
Llegan a abrir doña VIOLANTE y don MENDO las dos puertas.
Salen, por la de VIOLANTE, doña BLANCA y BEATRIZ y, por
la
otra, don LOPE PADRE y VICENTE
LOPE PADRE:
Don Mendo,
el rey me manda que acuda
a vos, a que me digáis
la sentencia que dio justa
en mi desagravio.
BLANCA:
Yo,
Violante, en vuestra hermosura
vengo a consolar mis penas
que anticipadas me asustan.
VICENTE: Y yo, por
hallarme en todo,
vengo siguiendo la chusma.
MENDO:
El rey, Lope, no me ha dado
a mí sentencia ninguna...
VIOLANTE: Muy mal podrá,
Blanca, daros
consuelos la que los busca.
MENDO:
Si ya no es que la sentencia
en esta cuadra se oculta,
donde está preso don Lope.
Abre la puerta, que será la de en medio del teatro, y se
ve
a don LOPE HIJO, como dado garrote, un papel en la mano,
y luces a los lados
Mas ¿qué miro?
BLANCA:
¡Suerte injusta!
VIOLANTE: ¡Qué desdicha!
VICENTE:
¡Qué tragedia!
BEATRIZ: ¡Qué
pena!
ELVIRA:
¡Qué desventura!
LOPE PADRE: Cuanto fue hasta aquí
rencor
es ya lástima y angustia.
MENDO:
Si el papel que está en su mano
es, Lope, el que el rey procura
que yo por sentencia os lea,
vedle vos; que a mí me turba
este horror tanto, que soy
una helada estatua muda.
(¡Ay hijo! Castigo ha sido Aparte
dilatado de mi culpa
hasta aquí. Pero estas voces
quédense
en el alma ocultas.)
BLANCA: (De
mi engaño el instrumento Aparte
para castigo me busca,
-- ¡ay de mí! -- pero esta pena
secreta el alma la sufra.)
LOPE PADRE: "Quien al que tuvo
por padre
ofende, agravia e injuria,
muera; y véale morir
quien un limpio honor deslustra,
para que llore su muerte
también quien de engaños usa,
juntando de tres delitos
las tres justicias en una."
TODOS:
Y de los demás defectos
merezca el autor disculpa.
FIN DE LA COMEDIA