JORNADA SEGUNDA
Salen MANUEL y doña JUANA de
camino
MANUEL:
Nunca viene solo el mal.
JUANA: Es
que desdichas y penas
se
llaman unas a otras.
MANUEL: ¡Ay,
Juana, cuánto me pesa
el verte venir así,
peregrinando por tierras
extrañas! Cuando pensé
que Galicia puerto fuera
de nuestra tormenta, ha sido
golfo de mayor tormenta;
pues otro nuevo accidente
nos saca de Salvatierra
y trae a la Andalucía,
corriendo de esta manera
ajenas patrias.
JUANA:
Manuel,
cuando yo dejé mi tierra
y padres por ti, salí
a más desdichas dispuesta.
No salí yo por vivir
eligiendo esta ni aquella
provincia, sino por sólo
vivir contigo, así sea
donde quiera mi desdicha
o donde mi dicha quiera.
MANUEL: ¿Cón qué
acciones, qué palabras
podrá declarar la lengua
un justo agradecimiento?
Pero dejando finezas
amorosas a una parte,
¿dónde aquel criado queda
que recibí en el camino
para que conmigo venga
a buscarte algún regalo
en tanto que pides treguas
con blando sueño al cansancio?
Sale PEDRO
JUANA: Ya él
a nuestra vista llega.
PEDRO: ¿Qué
es, señor, lo que me mandas?
MANUEL: Que tú
conmigo te vengas
por San Lúcar. -- Tú, mi bien,
retírate donde puedas
descansar.
JUANA:
Aquí estaré
llorando tu breve ausencia.
Vase
MANUEL: Presto
volveré a adorarte. --
Parece que esta tristeza,
adivina del pesar
que tengo de darla, empieza
a hacer tales sentimientos.
PEDRO: ¿Cómo
hacer pesar intentas
a una mujer a quien debes
tan peregrinas finezas?
Que, aunque es verdad que yo soy
criado tan nuevo que apenas
conoces por tal, pues sólo
ha dos días que me entregas
secretos tuyos, he visto
en mil amorosas muestras
obligaciones muy grandes.
MANUEL: No puedo
negar la deuda;
mas, Pedro, a fuerza del hado
no hay humana resistencia.
Huyendo de Portugal,
pasé a Galicia, y voy de ella
huyendo a la Andalucía.
Cosas son que el cielo ordena.
No vengo a quedarme aquí;
que tampoco en esta tierra
mi persona está segura,
sino, sirviendo en la guerra,
pasar en esta ocasión
por esa inconstante selva
de espuma y sal a las islas
del norte. ¡Los cielos quieran,
besen sus doradas torres
las católicas banderas!
Listarme quiero, y soldado
guardar la vida a quien cercan
tantas desdichas. Yo apuesto
que tú ahora entre ti piensas
que el dejar aquesta dama
será con infame afrenta
de su honor, poniendo a riesgo
su hermosura con mi ausencia.
Pues no ha de ser de esa suerte,
sino dejándola quieta
y segura en un convento
de San Lúcar donde tenga,
en tanto que vuelvo yo,
aunque es muy poca, mi hacienda;
que a mí la espada me basta.
PEDRO:
Acción generosa es ésa,
digna de tu gran valor.
Tocan dentro cajas
Pero ¿qué cajas son éstas?
MANUEL: Habrá
algún cuerpo de guardia
sin duda por aquí cerca,
y saldrán de él.
PEDRO:
Sí, bien dices;
que allí se ve la bandera.
MANUEL: Vámonos
llegando allá;
que, pues el primero encuentra
éste mi suerte, en él quiero
sentar la plaza. Tú llega,
pregunta por el alférez;
di que dos hombres intentan
sentarse en su compañía.
Retírase. Salen dos soldados y LUIS
Pérez
PEDRO: Éste
que hacia mí se acerca,
dirá de él. -- Señor soldado,
por cortesía le ruega
un forastero le diga
quién es de aquesta bandera
el alférez?
SOLDADO
1:
Aquél es
a quien el pecho atraviesa
una banda roja.
PEDRO:
¿Aquél
que tiene buena presencia
y está de espaldas ahora?
SOLDADO 1: El mismo.
LUIS:
Ustedes me tengan
por soldado y por amigo.
SOLDADO 2: Todos serviros desean.
Vanse los soldados
PEDRO: Solo
ha quedado el alférez.
Famosa ocasión es ésta.
LUIS:
(¡Válgame Dios, qué dichoso Aparte
en ese estado me viera,
si no tuviera un cuidado
que me aflige y me atormenta!)
PEDRO: Señor
alférez...
LUIS:
(Que deje Aparte
yo
una hermana tan resuelta
en tanto riesgo!)
PEDRO:
Señor
alférez...
LUIS:
(¿Qué me aprovecha
Aparte
adquirir aquí el valor,
si por más que yo le adquiera
por una parte, por otra
quiere el cielo que se pierda?
Pero en tanta confusión
una cosa me consuela,
y es que un amigo...)
PEDRO:
¡Señor
alférez! (A esotra
puerta.) Aparte
LUIS:
(...vive en mi casa y me guarda Aparte
las espaldas.
PEDRO:
(Desta oreja Aparte
debe de ser sordo. Voy
por esotra. ¡Linda flema!)
¡Señor alférez!
LUIS:
¿Quién llama?
PEDRO: Un
soldado que desea...
Túrbase PEDRO
...mas no desea el soldado.
Y, si de alguna manera
alguna
vez deseó,
mintió; que atrevida lengua
deseó por boca de ganso.
Hace que se va
LUIS:
¡Aguarda, villano, espera!
¿No te acuerdas que te dije
que en ningún tiempo me vieras,
porque había de matarte
en cualquier estado y tierra
que te hallase?
PEDRO:
Así es verdad.
Mas ¿quién hallarte creyera
hoy alférez en San Lúcar?
LUIS:
¡Vive el cielo, que mi afrenta
he de castigar en ti,
pues fuiste la causa de ella!
Acomete a PEDRO. Sale MANUEL
PEDRO: ¡Ay, que
me matan!
MANUEL:
¿Qué veo?
¿A mi criado atropella
un soldado? -- ¡Ha caballero!
No sé yo qué causa no mueva
para que a aquese criado
se trate de esa manera,
sin mirar... Pero ¿qué veo?
LUIS:
¡Válgame el cielo! ¿Qué miro?
MANUEL: Con justa
razón me admiro.
LUIS:
Con el ansia no lo creo.
¡Manuel!
MANUEL:
¡Luis! Pues ¿qué es aquesto?
Abrázanse
¿No fuisteis a Portugal?
¿Qué ocasión en lance tal
hoy nuestra amistad ha puesto?
LUIS:
Y vos, Manuel, ¿no os quedasteis
en mi casa en Salvatierra?
¿Con qué ocasión a esta tierra
a darme muerte llegasteis?
¿Cómo
cumple de esta suerte
un amigo noble y fiel
obligaciones de aquél
que en una deuda tan fuerte
le pone, cuando le fía
su honor? Testigo es el cielo
que otro bien, otro consuelo
en mi ausencia no tenía.
MANUEL:
Los dos en esta ocasión,
como un corazón tenemos,
igualmente padecemos
una misma confusión.
Sacadme primero vos
de otra pena, y yo después
os satisfaré; porque es
fuerza que estemos los dos
solos cuando haya de hablar,
porque os importa el secreto.
LUIS:
Que estoy rendido, os prometo,
a un pesar y otro pesar.
Y, por salir del cuidado
que vuestro recato advierte,
abreviemos de esta suerte.
¿Es vuestro aquese criado?
MANUEL:
Hasta San Lúcar venía;
en el camino le vi
y acaso le recibí.
LUIS:
Pues válgale aqueste día
ese sagrado. -- Ahora advierte,
villano, lo que te digo;
que no hay cada día un amigo
que te libre de la muerte.
Vete pues.
PEDRO:
Muy bien me está.
Mas quiero saber de ti
adónde has de ir desde aquí,
porque yo no vaya allá.
(¿Dónde iré que no te vea? Aparte
Mas ya una industria advertí
para escaparme de ti,
y aqueste remedio sea
que al fin, por no hablarte y verte,
pues tu enojo me destierra,
tengo
de estarme en mi tierra,
pues me libro de esta suerte.)
Vase
LUIS:
Ya estamos solos yo y vos
y, pues primero de mí
queréis saber quién aquí
nos ha juntado a los dos,
sabed que fue en Portugal,
después que salí del río,
mayor el peligro mío;
porque al dejar su cristal
la tierra que allí se ve
es tierra del Almirante
de Portugal; y al
instante
que nos vio su amparo fue
nuestro sagrado. Mas luego
que supo a quién -- ¡trance fuerte! --
don Alonso dio la muerte,
convertido en rabia y fuego,
de su tierra nos echó;
que era el muerto su sobrino.
Contaros por el camino
lo que a los dos nos pasó
será imposible. En efecto,
hasta San Lúcar llegamos
y el duque, al punto que entramos,
nos honró mucho, os prometo,
porque, como es general
capitán en esta guerra
que hace el rey a Inglaterra,
generoso y liberal
a don Alonso le dio
una jineta; él a mí
la bandera, y soy aquí
alférez; que es cuanto yo
de mí he podido contaros.
Lo que sabéis ahora vos
decid, Manuel; que por Dios,
amigo, que, hasta escucharos,
a vuestro acento y estilo
tan grande atención daré
que, mientras habláis, tendré
pendiente el alma de un hilo.
MANUEL:
Os arrojasteis al río,
y en este instante llegó
la justicia, y como os vio
luchar con el centro frío,
desesperó de tomar
por entonces la venganza;
y, perdida la esperanza,
volvió corrida al lugar.
Fuime yo a la casa vuestra,
adonde huésped me vi
y la merced recibí
que mi obligación hoy muestra.
Mas el corazón recela
de contaros hoy alguna
en que duerme la Fortuna,
aunque es un Argos que vela.
No sé cómo aquí prosiga,
ni que humano estilo halle
para que diga y que calle
lo que es bien que calle y diga.
Mas si os acordáis, Luis,
que al despediros dijisteis
con voces al cielo tristes:
"Pues en mi casa vivís,
mirad por mi honor, Manuel,"
con esto explicarme entiendo,
pues digo que vengo huyendo
porque he mirado por él.
LUIS:
Manuel, el curso veloz
tened que mi muerte labra;
que es áspid cada palabra,
basilisco cada voz,
con que me matáis aquí,
de toda piedad ajeno.
¿A quién se ha dado veneno
en palabras, sino a mí?
MANUEL:
Juan Bautista, un labrador
rico, a vuestra hermana bella,
enamorádose de ella,
sirve con público amor.
Llegó a tanto atrevimiento
que alguna noche escaló
nuestra casa.
LUIS:
¡Ah, cielo!
MANUEL:
Yo,
que siempre velaba atento,
de mi aposento salí;
hasta una cuadra llegué
donde embozado le hallé,
y dije resuelto así:
"Esta casa, caballero,
es de un hombre de valor.
Alcaide soy de su honor.
Y así castigar espero
osadía tan villana."
Embisto osado y crüel
con él; pero luego él
se arrojó por la ventana.
Tras él me arrojé; en la calle
otros dos hombres estaban
que la espalda le guardaban;
mas yo, dispuesto a matalle,
a los tres acometí.
Al uno herí, otro cayó
muerto, y Juan Bautista huyó.
Consideradme ahora a mí,
forastero, en tierra ajena,
cargado de una mujer;
mirad lo que puedo hacer
sino volver a más pena
la espalda. Si en esto he errado,
sólo habré errado la acción,
no a lo menos la intención.
Que, habiendo considerado
que hiciérades vos, por Dios,
en lance tan infelice
lo mismo allí, así hice
yo lo que hiciérades vos.
LUIS:
Es verdad; pues si yo hallara
un hombre de esa manera,
darle muerte pretendiera
y a quien pudiera matara.
Y así digo que habéis hecho
lo mismo que hiciera yo.
Quien del amigo pensó
que era un espejo su pecho,
pensó bien; pues vos decís
defectos tan claramente
que nunca el tiempo desmiente.
Y, si mejor lo advertís,
cuando en un espejo crea
la virtud que me aprovecha,
lo que en mi mano es derecha
izquierda en la suya vea;
y así veo el crüel tiro
ejecutado en los dos;
pues voy a ver -- ¡vive Dios! --
mi honor en vos y en vos miro
mi agravio; que el cristal sabio
poco lisonjero es,
y honor, visto del revés,
por fuerza ha de ser agravio.
Ahora bien, cese el furor
que me previno la guerra;
volvamos a Salvatierra;
porque es perder el honor
dejarle en peligro tal.
Sale don ALONSO
ALONSO: Luis
Pérez, ¿qué hacéis aquí?
LUIS:
Suplícoos que, si en mí
hubo alguna acción leal
que mereció vuestra gracia,
en mi ausencia lo mostréis
con Manuel, y a él le daréis
mi puesto; que una desgracia
que en mi ausencia ha sucedido
a Salvatierra me vuelve.
ALONSO: Mirad...
LUIS:
A esto se resuelve
un hombre que está ofendido.
ALONSO:
Con razones intentó
hoy mi amistad disuadiros;
pero cuando llego a oíros
que estáis ofendido, no.
Antes quiero suplicaros
de mi parte, si lo estáis,
que a Salvatierra volváis,
Luis Pérez, para vengaros;
pero advirtiendo primero
una cosa.
LUIS:
¿Qué es?
ALONSO:
De aquí
no habéis de volver sin mí;
porque a vuestro lado espero
volver, como amigo fiel;
porque no es razón que así
me saquéis del riesgo a mí,
y vos os quedéis en él.
MANUEL:
Cuando a volver se resuelva
Luis Pérez, no faltará
quien vuelva con él, pues ya
es forzoso que yo vuelva.
Su amigo soy, y no fuera,
pues traje la nueva, justo
meterle yo en el disgusto
para quedarme yo fuera.
ALONSO:
Quien a Luis Pérez metió
en el disgusto, yo he sido;
pues, cuando llegué rendido
a pedir su amparo yo,
él se estaba descuidado
en su quinta; luego fui
causa primera; y así
volver con él me ha tocado;
porque, en fin, de polo en polo
por grosero estilo pasa
sacar a uno de su casa
y dejarle volver solo.
MANUEL:
Yo he de ir, que os quedéis o no;
porque disculpa no es
el que vos seáis cortés
para ser cobarde yo.
LUIS:
Noblemente os competís;
mas ninguno de los dos
ha de ir conmigo, por Dios.
Entrambos a dos venís
de vuestra suerte fatal
huyendo, entrambos tenéis
causa para que os guardéis.
¿Fuera yo amigo leal
si, con tan poco interés,
hoy dos amigos pusiera
a riesgo, y que no tuviera
a quien apelar después?
ALONSO:
Decís bien; mas yendo uno
solo, poco aventuráis
a perder, pues que guardáis
el otro.
MANUEL:
Si ha de ir alguno,
yo he de ser.
ALONSO:
No,
sino aquél
que Luis Pérez escogiere.
MANUEL: Yo soy
contento. Prefiere,
como amigo cuerdo y fiel,
el que tú fueres servido.
LUIS:
Determinarme a ofender
al uno, eso habrá de ser,
ya que yo estoy convencido.
Don Alonso tiene mucho
hoy que perder; y así digo
que Manuel vaya conmigo.
ALONSO: ¿De vos
tal palabra escucho?
¿A la vida anteponéis
ningún interés humano?
-- ¡Discurso inconstante y vano! --
Mas ya que así me ofendéis,
yo me he de vengar así.
Para el camino llevad
estas joyas y tomad
esta poquedad de mí;
que he de buscar a los dos,
quizá en ocasión tan fuerte
que libre a alguno de muerte.
LUIS:
Dadme los brazos, y adiós;
que me importa dar castigo
a una hermana y un traidor,
y voy a sacar mi honor
del pecho de mi enemigo.
Las joyas tomo, por ser
de un amigo verdadero,
y de volverlas prefiero.
ALONSO: Es
agravio.
LUIS:
Esto ha de ser.
Vanse. Salen CASILDA e ISABEL
CASILDA:
Oye y sabrás lo que pasa.
A Salvatierra ha venido
doña Leonor de Alvarado.
ISABEL: ¿Con qué
intento?
CASILDA:
Yo imagino
que la sangre de su hermano,
líquido imán, la ha traído
en venganza de su muerte,
y hoy con ella hablar he visto
a Juan Bautista.
ISABEL:
Pues
de eso,
Casilda, ¿qué has inferido?
CASILDA: Oye adelante.
Confusa
de verle así a un conocido,
que es criado de Leonor,
le pregunté qué había sido
la causa porque Leonor
le admitió? Y éste me dijo
que en la información que hacía
el pesquisidor que vino
de la corte a averiguar
las muertes y los delitos
de don Alonso y tu hermano,
no había más de aquel dicho
que condenase a los dos.
Y agradecida, le hizo
tal honra; que sólo medran
ya en el mundo los testigos
que dicen lo que pretenden
las partes.
ISABEL:
Mi muerte ha sido,
Casilda, tu voz. No digas
dichos y hechos tan indignos
de que los admitan -- ¡cielos! --
las voces y los oídos.
¿Juan
Bautista con la lengua
se venga de lo ofendido?
¿Con los otros de un agravio
toma la venganza él mismo
que le compete? ¿Qué es esto?
¿Quién alguna vez ha visto
que se vengue el ofensor
y se ausente el ofendido?
CASILDA: Pues supe más.
ISABEL:
¿Qué?
CASILDA:
Que ha dado
querella de aquel amigo
de mi señor que mató
su crïado, y ha querido
que el juez conozca de todo.
ISABEL: Muy bueno
anda el honor mío
si por culparle me culpan.
Sale PEDRO
PEDRO: (¡Qué
largo ha sido el camino! Aparte
Y es porque al que huye parece
que el miedo le pone grillos.
¿Quién vio tomar por sagrado,
por amparo y por asilo
del delincuente la casa,
donde cometió el delito?
Ésta es mi señora.) Dame,
pues que tan dichoso he sido,
el enano de los pies,
ése de los puntos niño,
Benjamín de los juanetes,
y de las hormas resquicio;
y dime, por vida mía,
si mi señor ha venido
por acá.
ISABEL:
Pedro, tú vengas
con bien. Seguro imagino
estás aquí de él; porque él,
por cosas que han sucedido
en tu ausencia, vive ausente.
PEDRO: Ya lo
sé; mas no me fío
de eso yo, porque, si ahora
no está por acá, yo afirmo
que esté presto.
ISABEL:
¿De qué suerte?
PEDRO:
Porque, habiendo yo venido,
no tardará mucho él;
que ha tomado por oficio
el andarse tras mí, hecho
fantasmita de poquito,
visión de capa y espada
y de mi temor vestiglo.
Sale JUAN Bautista
JUAN:
(Si le condenan a muerte,
Aparte
como merece el delito,
seguro estoy que no vuelva
a Salvatierra; que el dicho
basta para destrüirle;
y éste es el intento mío.
Pero aquélla es Isabel.)
Dichoso el que ha merecido
llegar a tocar la esfera
por donde a rayos y visos
alumbran luces de oro
esos orbes cristalinos,
ese sol, planeta humano,
noble envidia del divino.
ISABEL: Basta,
Juan Bautista, basta;
y, si hasta aquí le has tenido
por tal, ya no es sol, planeta
de resplandores vestido,
de rayos sí, fulminados
dentro de mi pecho mismo,
donde son iras las luces
que el viento ilumina en giros.
En vano es, necio, grosero,
que loco y desvanecido
al sol que dices llegaste
tan engañado al altivo
vuelo que hoy te da sepulcro,
sin ser tálamo de vidrio,
en las cenizas de un pecho
que ya es cárcel del olvido.
¿Quién de los agravios hechos
alevosamente hizo
lisonja? ¿Torpes venganzas
son méritos y servicios
para conquistar mi amor?
Si te hallabas ofendido
de mi hermano, con la espada,
cuerpo a cuerpo, en desafío
fuera digno desagravio,
y de más favores digno;
pero con la lengua no.
Mas no me espanto ni admiro
que a las espaldas se venguen
cobardes que no han podido
cara a cara. Esta mudanza
ha ocasionado aquel dicho;
porque ¿a quién no desobliga
un ruin trato, un mal estilo?
Vase
JUAN:
¡Escucha, Isabel!
CASILDA:
Con causa
se queja.
Vase
JUAN:
¡Infeliz he sido!
Por donde pensé ganar
más a Isabel, la he perdido.
¡A cuántos, cielos, a cuántos
han muerto los beneficios!
PEDRO: Si es
que te deja el pesar
libre y en tu entero juicio,
da los brazos al que ausente
por tu causa ha padecido
un destierro y muchos sustos.
JUAN:
¿Pedro? Seas bien venido.
PEDRO: A tu servicio.
JUAN:
Si tú
vinieses a mi servicio,
¡qué dichoso fuera yo!
PEDRO:
Habla, y verás si te sirvo.
JUAN:
¿No vives con Isabel?
PEDRO: Hoy
he vuelto, e imagino
que habré de estarme en su casa;
que en fin es mi centro antiguo.
JUAN:
Si tú esta noche me abrieses
la puerta, por que atrevido
llegase a satisfacerla
de estas cosas que la han dicho
de mí, quedaré obligado
a darte un rico vestido.
PEDRO: ¿Qué
puedo perder yo en eso?
A abrir la puerta me obligo;
mas ha de ser de esta suerte;
llamando tú, yo advertido
la abriré, sin preguntar
quién es, pues con artificio
tú entrarás, sin parecer
que tengo yo culpa.
JUAN:
Has
dicho
bien. Y pues ya el sol se esconde,
quiero irme. Prevenido
está, que yo vuelvo luego.
Vase
PEDRO:
A los alcahuetes digo
que son de amor gariteros;
vaya un
discurso al garito.
Pone un garitero casa,
el alcahuete es lo mismo,
los galanes son tahures
y entran en ella infinitos.
De aqueste juego el tahur
que da palmadas y gritos
es el celoso; que siempre
celos son voces y ruido.
El que pierde y el que calla
es tahur a lo ministro,
que entra y paga su dinero
sin sentirlo, con sentirlo.
El que juega sobre prenda
es el amante novicio,
que saca del mercader
ya la joya, ya el vestido.
El que hace alicantina
es el amante entendido,
que pierde y
dice, "Esto es hecho;
necio el que pierde continuo."
Sobre palabra, es aquél
que promete y que, cumplido
el plazo, paga. El galán
que sirve por lo entendido,
con papeles estudiados,
es el fullero del vicio,
pues juega con cartas hechas.
Los mirones, que han venido
a enfadar, sin dar provecho,
son los vecinos prolijos;
que
del garito de amor
mirones son los vecinos.
Las barajas de este juego
son las damas; bien se ha visto
ser todas ellas barajas.
Y para el barato, digo
que, cuando hay baraja nueva,
tiene seguro el partido.
Y al fin de cualquiera suerte,
dándole al discurso mío
pago el garito, jamás
escarmienta, aunque le hizo
denunciación la justicia;
pues le ha de costar lo mismo
la causa. Y así yo ahora,
sin temer otro peligro,
conmigo he de desquitarme
de lo que perdí conmigo.
Pero Isabel es aquésta.
Sale ISABEL
ISABEL: Casilda, pues
que ya el sol
en el piélago español
lecho de cristal apresta
donde abrasado se acuesta,
cierra esa puerta, y aquí
tú e Inés cantad; que así
en parte podré aliviar
mi tristeza y mi pesar.
Cantad tono triste.
Llaman
Di,
Inés, ¿oíste que a la puerta
llamaron? Quién es no sé
a estas horas.
PEDRO:
(Yo pondré Aparte
que es el galán que concierta
que yo se la tenga abierta.)
Yo responderé.
ISABEL:
Ve, pues;
pero, sin saber quién es,
no abras.
PEDRO:
No haré, claro está;
(y es verdad, pues lo sé
ya.) Aparte
Vase
ISABEL: Desde el
cabello a los pies
temblando estoy. ¿Qué desvelo
es éste que me atormenta?
Y ¿qué ilusión me fomenta,
convertida en nieve y hielo,
una desdicha en recelo?
Vuelve PEDRO asustado
PEDRO:
¡Señora!
ISABEL:
¿Qué
sucedió?
PEDRO: Abrí
la puerta, y se entró
un hombre en casa embozado.
(Bien así me he
disculpado.) Aparte
Sale LUIS Pérez
ISABEL: ¿Quién
aquí ha entrado?
LUIS:
Yo.
PEDRO:
(¡Qué miro!)
Aparte
LUIS:
Yo soy, que vengo
a verte.
ISABEL:
(¡Válgame
Dios!)
Aparte
LUIS:
Pues ¿de qué os turbáis las dos?
PEDRO: (¡Oh
qué lindo miedo tengo! Aparte
Aquí esconderme prevengo.)
Escóndese
ISABEL: Pues ¿cómo
te has atrevido
a venir tan presumido
aquí, sin ver el rigor
de un juez pesquisidor
que de la corte han traído
contra ti, y en rebeldía
te tiene...(¡Desdichas fieras!) Aparte
LUIS:
Di.
ISABEL:
...condenado a que mueras?
LUIS:
No es la mayor pena mía
esa, pues que ya venía
dispuesto siempre a morir
hombre que viene a sentir
tus agravios.
ISABEL:
No te entiendo.
LUIS:
Yo remediarlo pretendo,
no lo pretendo decir.
Y, pues a aquesto he venido,
fía de mí que lo haré.
Y, mientras que yo no sé
este juez a qué ha venido,
no tendré entero sentido.
Di todo lo que ha pasado,
di lo que hay averiguado
contra mí.
ISABEL:
Yo no sé más
de que a pregones estás
públicamente llamado;
tu hacienda toda embargada,
y a mí para mi sustento
me dan un pobre alimento;
mas del pleito no sé nada.
LUIS:
No hables, hermana, turbada;
que, si yo he venido aquí,
es solamente por ti,
porque pretendo llevarte
conmigo; que en esta parte
no estás bien, pobre y sin mí.
ISABEL:
Y dices bien; que no quiero
dar a algún Ícaro alas;
que hay para un traidor escalas
y vuela mucho el dinero.
LUIS:
De tus razones infiero
cosas que han asegurado.
[....................-ado]
[........................?]
[........................?]
Más me aflige otro cuidado.
ISABEL:
¿Y es...?
LUIS:
El no saber qué tiene
escrito el juez contra mí;
y no he de ausentarme así;
que el saberlo me conviene.
ISABEL: ¿De quién
lo sabrás?
LUIS:
Previene
averiguarlo el valor
del original mejor;
y, pues ausencia he de hacer,
¡vive Cristo, que ha de ser
por algo! Y así, traidor,
empiece en ti mi crueldad.
Sale PEDRO de su escondite
PEDRO: Mejor
es que acabe en mí;
empieza en otro.
LUIS:
¿Tú aquí?
PEDRO: Oye y
sabrás la verdad.
Viendo que necesidad
tenías...
LUIS:
Pasa adelante.
PEDRO: ...tú
de venir, al instante
vine, porque me debieses
que la cara no me vieses...
LUIS:
¿Cómo?
PEDRO:
...viniendo delante.
LUIS:
¡Muere, traidor!
Dale LUIS, y cae PEDRO como que está
muerto
PEDRO:
¡Muerto soy!
Jesús, confe-...
A ISABEL
LUIS:
Ven conmigo;
que yo a librarte me obligo
de tantas desdichas hoy.
(Y pues a su lado
estoy, Aparte
de la Troya de este fuego
la he de librar, pues que llego,
cielos, a verla abrasar.
Fama al mundo ha de quedar
de Luis Pérez el gallego.)
Vanse LUIS e ISABEL, y levántase PEDRO,
mirando por donde van
PEDRO:
¡Oh bendita mortecina!
Pues ahora me valiste,
sin
duda para mí fuiste
invención santa y divina.
¡Qué bien su dicha imagina
el que se encomienda a vos!
Y, pues se fueron los dos,
yo escaparé como un rayo
de un milagro de soslayo,
y aquello de "quiso Dios."
Vase. Salen el JUEZ pesquisidor y CRIADO 1
JUEZ:
Poned en aquesta sala,
que corre fresco, un bufete
con recado de escribir
y todos esos papeles;
que quiero mirar ahora
por ellos lo que conviene
hacer, y de los testigos
lo que dicen cerca de este
caso que he de averiguar.
CRIADO 1: Ya aquí prevenido
tienes
cuanto mandaste, señor.
Sale CRIADO 2
CRIADO 2: Un forastero
pretende
hablarte, y dice que al caso
que has venido es conveniente
que le escuches.
JUEZ:
Será aviso
sin duda. Decidle que entre.
Salen LUIS Pérez y MANUEL al
paño
LUIS:
Quédate tú en esta puerta,
Manuel, y a ninguno dejes,
mientras que yo estoy hablando,
que a ver ni escuchar se llegue.
MANUEL: ¿Qué es
entrar? Llega seguro
y no hayas miedo que deje
entrar a persona alguna,
si no fuere yo. Esto advierte.
Vase. Se adelante LUIS Pérez
LUIS:
Beso al señor juez las manos,
a quien suplico se siente,
y quede solo; que tengo
que hablar cosas que convienen
a la comisión que trae.
JUEZ:
Idos luego.
Vanse CRIADO 1 y CRIADO 2
LUIS:
Por si fuere
largo, me daréis licencia
de tomar un taburete.
JUEZ:
Siéntese vuesa merced.
(Sin duda, algún caso es éste Aparte
de importancia.)
LUIS:
¿Vuesarced
cómo en Galicia se siente
de salud?
JUEZ:
Con ella estoy
para serviros. (Si
fuese Aparte
de importancia.)
LUIS:
Pues al fin
vuesa merced me parece,
señor juez, que aquí ha venido
contra ciertos delincuentes.
JUEZ:
Sí, señor, un don Alonso
de Tordoya y un Luis Pérez.
Contra el don Alonso es
sobre haber dado la muerte
a un don Diego de Alvarado,
noble y valerosamente
en el campo cuerpo a cuerpo.
LUIS:
Sepamos qué caso es éste
para traer de la corte
un hombre docto y prudente,
y sacarle del regalo
que a su cómodo conviene,
a averiguar una cosa
que a cada paso sucede.
JUEZ:
No es el alma del negocio
ésta; que la más urgente
del caso es la
resistencia
de la justicia, y ponerse
a herir un corregidor
un bellaco, un insolente
de un Luis Pérez, hombre vil,
que aquí vive de hacer muertes
y delitos. Pero yo
¿cómo hablo de aquesta suerte,
dando parte de mi intento,
sin saber quién sois? Conviene
que me digáis qué queréis;
porque no es cosa decente
hablar sin saber con quién.
LUIS:
Yo lo diré fácilmente,
si en eso no más estriba.
JUEZ:
Pues, decidlo ya.
LUIS:
Luis Pérez.
JUEZ:
¡Hola, crïados!
Sale MANUEL
MANUEL:
Señor,
¿qué es lo que mandás? ¿Qué quieres?
JUEZ:
¿Quién sois vos?
LUIS:
Un camarada
mío.
MANUEL:
Y soy tan obediente
crïado vuestro que estoy,
porque otro ninguno entre
a serviros sino yo,
el tiempo que aquí estuviere.
Vase
LUIS:
Vuesa merced, señor juez,
no se alborote, y se siente
otra vez; que falta mucho
que hablar.
JUEZ:
(Consejo es prudente Aparte
no aventurar hoy mi vida
con unos hombres que vienen
tan restados que sin duda
vendrá con ellos más gente.)
Pues ¿qué queréis, en efecto?
LUIS:
Yo he estado, señor, ausente
algunos días; hoy vine
y, hallando con diferentes
personas, todas me han dicho
cómo vuesa merced tiene
un proceso contra mí.
Preguntando qué contiene,
unos dicen una cosa
y otros otra. Yo, impaciente,
por no saber la verdad,
tuve por más conveniente
el venir a preguntarla
a quien mejor la supiese.
Y así, señor, os suplico,
si ruegos obligar pueden,
me digáis qué hay contra mí,
porque yo no ande imprudente
vacilando en qué será
lo
que me acusa o me absuelve.
JUEZ:
¡No es mala curiosidad!
LUIS:
Soy curioso impertinente.
Mas, si no quiere decirlo...
éste el proceso parece.
El lo dirá y no tendré,
señor juez, que agradecerle.
Toma el proceso
JUEZ:
¿Qué hacéis?
LUIS:
Ojeo un proceso.
JUEZ:
¡Mirad!
LUIS:
Vuesarced se siente
otra vez; que no quisiera
decírselo tantas veces.
La cabeza del proceso
es ésta; no pertenece
a mi intención, pues ya sé,
más o menos, qué contiene.
Vamos a la información.
El primer testigo es éste.
"Y,
habiendo tomado en forma
juramento a Andrés Jiménez,
declaró que, al tiempo y cuando
vinieron los dos valientes
caballeros, él cortaba
leña, y que secretamente
riñeron solos los dos,
y que al fin de un rato breve
cayó en el suelo don Diego.
Y que, mirando que viene
a este tiempo la justicia,
el don Alonso pretende
escaparse en un caballo,
a quien en el suelo tienden
de un arcabuzazo. Y luego,
procurando velozmente
escaparse, llegó a pie
a la quinta de Luis Pérez
-- aquí entro yo -- el cual le dijo
con palabras muy corteses
al corregidor dejase
de seguir tan crüelmente
a un caballero, y no quiso;
y él, puesto en medio, defiende
el paso y resiste osado
al corregidor. No puede
decir, porque él no lo sabe,
dónde ni cuándo le hiriese.
Esto declara, so cargo
del juramento, que tiene
hecho." Y dice la verdad;
que es un hombre Andrés Jiménez
muy de bien y muy honrado.
Segundo testigo es éste.
"Gil Parrado, que al ruido
de la confusión y gente
se salió de Salvatierra,
y llegó cuando pudiese
ver a Luis Pérez riñendo
con todos, y pudo verle
después arrojar al río,
y no sabe más." ¡Qué breve
y compendioso! Tercero,
Juan Bautista. Veamos "este
cristiano viejo" qué dice.
"Que él estaba entre unos verdes
árboles, cuando salieron
a reñir, y que igualmente
reñían, cuando salió
de una emboscada Luis Pérez
y al lado de don Alonso
se puso, y los dos aleves
dieron la muerte a don Diego
cobarde y traidoramente."
¿Quiere usted, oh señor juez,
saber mejor quién es este
hombre? Pues es tan infame
que confiesa claramente
que una traición vio y se estuvo
quieto. ¡Vive Dios, que miente!
"Que se puso don Alonso
en el caballo; y por verse
Luis Pérez a pie, se opuso
a la justicia, a quien hiere
y mata." ¡Este es un judío!
Arranca una hoja del proceso
Dad licencia que me lleve
est[a] hoja; que yo mismo
la volveré, cuando fuere
menester, porque he de hacer
a este perro que confiese
la verdad, aunque no es mucho
y es verdad, que no supiese
confesar este judío,
porque ha poco que lo aprende.
Y si es que atento a lo escrito,
deben sentenciar los jueces,
no han de ser falsos testigos;
que también los jueces deben
escuchar en el descargo.
Vuesa merced considere
qué delito cometí
en estarme quietamente
a la puerta de mi quinta.
Si allí la desdicha viene
a buscarme, ¿cómo puedo
huirme de ella? Y si lo advierte,
desdicha que no se busca
la disculpa el que es prudente.
Dentro
VOZ:
Toda la gente está junta.
Él que está dentro es Luis Pérez.
¡Entrad, prendedle!
MANUEL:
¡Está aquí
un monte que le defiende!
LUIS:
Manuel, dejadles la puerta;
que ya no importa que entren,
pues sé lo que he pretendido;
y veréis que los que quieren
entrar por la puerta salen
por las ventanas.
VOCES:
¡Prendedle!
JUEZ:
¡Deteneos! --
A LUIS
Yo os prometo,
como hombre de bien, Luis
Pérez,
si os dais a prisión, de ser
vuestro amigo eternamente.
LUIS:
No quiero amigos letrados;
que no obligan a los jueces
las palabras, que ellos hacen
a propósito las leyes.
JUEZ:
Ved que, si no os dais, que puedo
daros en pública muerte
el castigo.
LUIS:
Aqueso sí;
dádmela cuando pudiereis;
JUEZ:
Pues ¿ahora no puedo?
LUIS:
No;
porque en mis brazos valientes
estoy seguro.
JUEZ:
Llegad,
matadlos, si se defienden.
Salen ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2
MANUEL: ¡A ellos,
Luis Pérez!
LUIS:
¡A ellos,
valeroso Manuel Méndez!
Las luces he de matar
a ver si a oscuras se atreven.
Apaga las luces
UNOS:
¡Qué asombro!
JUEZ:
¡Qué
confusión!
LUIS:
¡Canalla, viles, aleves!
¡Nombre ha de quedar famoso
hoy del gallego Luis Pérez!
Pónense LUIS y MANUEL a un lado, la justicia
y los ALGUACILES a otro, y métenlos a
cuchilladas
FIN DE LA JORNADA SEGUNDA