JORNADA TERCERA
Salen LUIS Pérez, ISABEL, doña JUANA
y MANUEL
LUIS:
Este monte eminente,
cuyo arrugado ceño, cuya frente
es dórica coluna
en quien descansa el orbe de la luna
con majestad inmensa,
nuestro muro ha de ser, nuestra defensa.
Y, pues que no pudieron
prendernos los cobardes que vinieron
de la ocasión llamados,
contra solos dos hombres tan honrados,
pierdan ya la esperanza
de lograr con mi muerte la venganza;
pues es fuerza que ahora
quien el camino que he elegido ignora
en otra parte sea
donde me busque. ¿Quién habrá que crea
que aseguro mi vida
en un monte cerrado y sin salida?
Pues por aquella parte
es nuestra tierra, y por esotra el arte
de la naturaleza,
con las ondas del río y la aspereza
que sus muros defiende,
foso es de plata que abrazar pretende
este verde Narciso,
que a su cristal desvanecerse quiso,
en cuyo centro fuerte
habemos de vivir de aquesta suerte.
La intrincada maleza
depósito ha de ser de la belleza
de tu esposa y mi hermana.
Aquí estarán en esta selva ufana,
dando al
tiempo colores,
nieve al enero como al mayo flores.
De noche a esta pequeña
aldea, que es lunar de aquella peña,
podemos retirarnos,
seguros que no vengan a buscarnos;
los dos nos bajaremos
a los caminos, donde pediremos
sustento a los villanos
de estas aldeas. Pero no tiranos
hemos de ser con ellos;
que solamente lo que dieren ellos
habemos de tomar. De esta manera
hemos de estar hasta que el cielo quiera
que, habiéndonos buscado,
hayan perdido el tiempo y el cuidado,
y seguros podamos
salir de aquí y a otra provincia vamos,
donde, desconocidos,
de la Fortuna estemos defendidos,
si será parte alguna
reservada al poder de la fortuna.
MANUEL: No es
novedad, Luis Pérez generoso,
hallar un homicida valeroso
en la casa del muerto
sagrado, amparo y puerto;
que, como no presume ni malicia
que esté allí, la justicia
no le busca; de suerte
que la vida le da a quien él dio muerte.
Así nosotros hoy, parando en esta
montaña, a los contrarios manifiesta,
no han de venir, aunque noticia tengan,
a buscarnos a ella; y, cuando vengan,
solos los dos podremos
hacernos fuertes, pues aquí tenemos
las espaldas seguras,
guardadas bien de aquestas peñas duras
y de estas ondas suaves
que se compiten en enojos graves
cuando, con igual brío,
río se finge el monte, monte el río,
siendo en varias espumas y colores
peñasco de cristal y mar de flores.
ISABEL:
A los dos he escuchado,
corrida -- ¡vive Dios! -- de haber mirado
el desprecio villano
con que los dos habéis dado por llano
que estáis solos los dos en la campaña.
Yo, hermano, estoy contigo,
y a imitarte me obligo,
siendo mi brazo fuerte
escándalo del tiempo y de la muerte.
JUANA: Yo
vengo a ser aquí la más cobarde;
llegue mi queja, pues, aunque sea tarde,
que yo también me ofrezco
a matar y a morir.
LUIS:
Yo
el aliento atrevido,
aunque en las dos han sido
errados pareceres;
que las mujeres han de ser mujeres.
Nosotros dos bastamos
a defenderos. Con aquesto vamos,
Manuel, hasta el camino,
donde hallar el sustento determino.
Las dos [nos] esperad en este puesto.
ISABEL: Rogando al
cielo que volváis tan presto
que ignore el pensamiento
si estuvisteis ausentes un momento.
Vanse ISABEL y doña JUANA
LUIS:
Ya que en aquesta montaña
aseguradas se ven
hoy mi hermana y vuestra esposa,
no sin causa os aparté;
porque, ya que hemos quedado
los dos solos, [yo,] Manuel,
quiero en un negocio grave
tomar vuestro parecer.
Anoche, cuando leí
en la casa de aquel juez
mi proceso, hallé un testigo
tan infame y falso en él
que decía que había visto
cómo don Alonso fue
acompañado conmigo
a la campaña, y también
que traidoramente dimos
muerte alevosa y crüel
a don Diego de Alvarado
los dos. Ved ahora, ved
cómo se pueden sufrir
atrevimientos de quien
con la lengua ha pretendido
deslucir y deshacer
acciones de un desdichado
que en este estado se ve,
sin tener culpa mayor
que ser tan hombre de bien.
MANUEL: Y ¿quién
es ese testigo?
LUIS:
Cuando lo sepáis, veréis
que es mayor mi sentimiento,
porque Juan Bautista es.
MANUEL: Es un
cobarde; y así,
Luis Pérez, no os admiréis,
que el cobarde siempre apela,
como sin valor se ve,
del tribunal de las manos
a la lengua y a los pies.
Vamos, y en medio del día,
sin recelar ni temer
la muerte, públicamente,
delante del mismo juez,
saquémosle de su casa
o dondequiera que esté,
y llevémosle a la plaza,
donde diga cómo es
testigo falso; que yo,
de mirar que le dejé
vivo la noche de marras,
estoy picado también.
LUIS:
Esto ha de ser en efecto,
amigo; pero ha de ser
disponiéndolo mejor;
y las pendencias, sabed
que han de ser de dos maneras;
este discurso atended.
Pendencia que a mí me llame,
como quiera que yo esté,
me ha de hallar dispuesto siempre,
salga mal o salga bien;
mas la que yo
he de buscar
con mi seguro ha de ser;
que del nadar y el reñir
el guardar la ropa fue
la gala. Gente he sentido;
llegad conmigo, veréis
del modo que he de vivir,
tomando lo que me den,
sin hacer agravio a nadie;
que soy ladrón muy de bien.
Sale LEONARDO
LEONARDO: Saca, Mendo, esos
caballos
de esta montaña; porqué
en su amena población
un rato quiero ir a pie.
LUIS:
Bésoos las manos, señor.
LEONARDO: Vengáis, hidalgo,
con bien.
LUIS:
¿Adónde bueno camina
con tal sol vuesa merced?
LEONARDO: A Lisboa.
LUIS:
Y
¿de dó bueno?
LEONARDO: Hoy salí al amanecer
de Salvatierra.
LUIS:
Dichoso
soy, que deseo saber
qué hay de nuevo en Salvatierra,
y haréisme mucha merced
en decírmelo.
LEONARDO:
No hay
cosa digna de saber,
sino sólo travesuras
de un hombre que dicen que es
escándalo de esta tierra
con su vida, el cual, después
de herir un corregidor
un día, por no sé qué,
y matar un criado suyo,
anoche en casa del juez
pesquisidor diz que entró
por curiosidad a leer
su proceso.
LUIS:
Es muy curioso.
LEONARDO: Y, queriéndole
prender,
de entre todos se escapó
con un hombre que también
dicen que es facineroso
y homicida como él.
Anda toda la justicia
buscándolos; pienso que
según tienen los deseos,
no se escaparán por pies.
Esto hay de nuevo.
LUIS:
Yo ahora
quisiera de vos saber,
señor -- que, en lo que habéis dicho
hombre cuerdo parecéis -- ,
qué es lo que hiciérades vos
si llegárades a ver
un amigo en un aprieto
y que, echando a vuestros pies,
os pidiera que amparaseis
su vida?
LEONARDO:
Puesto con él
a su lado, me restara,
hasta morir o vencer.
LUIS:
¿Fuérades facineroso
por eso?
LEONARDO:
No.
LUIS:
Y si después
os dijeran que tenía
hecha información el juez,
en que le probaba muertes
y delitos por hacer,
¿procurárades mirar
la causa y de ella saber
quién era en ella testigo
falso?
LEONARDO:
Sí.
LUIS:
Decidme, pues,
otra cosa. Si este hombre
llegase por esto a ver
su persona
perseguida,
sin hacienda, y sin tener
con que sustentar su vida,
¿no hiciera, señor, muy bien
en pedirlo?
LEONARDO:
¿Quién lo niega?
LUIS:
Y si aqueste tal a quien
lo pidiese no lo diese,
¿no hiciera también muy bien
en tomarlo?
LEONARDO:
Claro está.
LUIS:
Pues si está claro, sabed
que soy Luis Pérez, que vivo
de la manera que veis,
y que os pido socorráis
mi desdicha. Ahora ved
en qué obligación estoy,
si vos, señor, no lo hacéis.
LEONARDO: Para que os socorra
yo,
Luis Pérez, no es menester
convencerme con razones;
porque soy hombre que sé
lo que son necesidades.
Si esta cadena no es
bastante para las vuestras,
palabra os doy de volver
con mi hacienda a socorreros.
LUIS:
Noble en todo parecéis.
Mas antes, señor, que tome
la cadena, he de saber
si me la dais por temor,
ahora que solo os veis
en el campo.
LEONARDO:
No os la doy,
Luis Pérez, sino por ver
vuestra desdicha; y lo mismo
hiciera ahora, a tener
un escuadrón de mi parte.
LUIS:
Con eso la tomaré;
que de mí no ha de decirse
que cosa ruin intenté;
pues, cuando llegue a costarme
la vida el rigor crüel
de mi estrella y mi destino,
consolado moriré
con que la fama dirá,
"Esta la justicia es
que manda hacer la Fortuna
a éste, por hombre de bien."
LEONARDO: ¿Mandáis otra cosa?
LUIS:
No.
LEONARDO: Luis Pérez, el cielo
os dé
la libertad que deseo.
LUIS:
Acompañándoos iré,
hasta salir de este monte.
LEONARDO: Amigo, no hay para
qué.
Vase
MANUEL: Bueno es
querer reducir
a estilo noble y cortés
el hurtar.
LUIS:
Esto es pedir,
no es hurtar.
MANUEL: Quien
llega a ver
dos hombres de esta manera
pidiendo limosna, ¿es bien
se la nieguen?
Salen VILLANO 1 y VILLANO 2
VILLANO
1:
He comprado,
como os digo, todo aquel
majuelo de somo el valle.
VILLANO 2: ¿El que de Luis Pérez
fue?
VILLANO 1: El mismo; que la justicia
lo vende todo, porqué
de aquí ha de pagar las costas
al escribano y al juez,
y así le llevo el dinero.
LUIS:
Éste conocido es,
seguro puedo llegar,
porque sus entrañas sé. --
Antón, ¿qué hay de nuevo?
VILLANO
1:
¿Luis?
¿Qué es esto? ¿Aquí os atrevéis
a estar, cuando el mundo os busca?
LUIS:
¿Con mi riesgo no podré?
En fin, esto no es del caso.
Pues sois mi amigo, atended;
yo tengo necesidad,
cosa infame no he de hacer;
vos lleváis ahí dineros
con que ayudarme podéis;
ni me he de dejar morir,
ni yo os tengo de ofender;
y así, os podéis ir seguro;
vos mirad cómo ha de ser,
y de ése en esto algún corte
que a todos nos esté bien.
VILLANO 1: ¿Qué medio se puede dar
sino que vos le toméis?
Dale los dineros
(Con esto guardo mi vida;
que, a negarlo, cierto es
que aquéste me la quitara.)
LUIS: Yo
el dinero tomaré,
pero advirtiendo primero
que es porque vos le ofrecéis
de muy buena voluntad.
VILLANO 1: Que la tengo, bien se ve,
de serviros. Pero a mí
me ha de hacer falta también.
LUIS:
Eso no entiendo. ¿De suerte
que vos, si pudiera ser
defenderlo, no lo dierais?
VILLANO 1: Está claro.
LUIS:
Pues volved
a tomar vuestro dinero
e id con Dios; porque no es bien
que se diga de Luis Pérez
que
robó a alguno; porque
decirse de mí que yo
necesitado tomé
de quien me dio, poco importa;
pero decirse que fue
con violencia, importa mucho.
Tomad el dinero, pues,
e idos con Dios.
VILLANO
1:
¿Qué decís?
LUIS:
Digo, amigo, lo que veis.
Id con Dios.
VILLANO
1:
De tus contrarios
el cielo te libre, amén.
Yo llevo aquí seis doblones;
no lo sabe mi mujer;
de ellos te puedes servir.
LUIS:
Ni una blanca tomaré.
Idos con Dios; que ya es tarde,
y ya el sol se va a poner.
Vanse VILLANO 1 y VILLANO 2. Sale don
ALONSO
ALONSO: (No en
vano, amistad, mandó Aparte
la gentilidad hacer
altares a tu deidad,
pues eres la diosa a quien
el humano pensamiento
da su adoración con fe;
pues llego buscando así,
por ser amigo fïel,
uno a quien debo la vida;
que no es de la amistad ley
que, porque él me deje solo,
haya de dejarle a él.
Gente hay aquí; cubrir quiero
el rostro, por si me ven.)
LUIS:
Caballero, la Fortuna
fuerza a dos hombres de bien
a pedir de esta manera
que algún socorro les dé,
por no tomarlo de otra.
Si es que ayudarnos podéis
con algo que no haga falta,
nos haréis mucha merced,
y si no, ahí está el camino,
y a Dios, que os lleve con bien.
Se descubre don ALONSO
ALONSO: Luis
Pérez, de mi dolor
mi llanto respuesta os dé
y mis brazos. ¿Qué es aquesto?
LUIS:
¿Qué es lo que mis ojos ven?
ALONSO: Dadme mil
veces los brazos.
LUIS:
Cuando en el mar os juzgué,
cortesano de las ondas
y vecino de un bajel,
a Salvatierra venís?
Decidme, señor, a qué.
ALONSO:
Buscándoos; porque yo apenas
desde la playa miré
la armada y para embarcarme
en la lancha puse el pie,
cuando me acordé de vos,
y tan corrido me hallé
de haberos dejado, Luis,
venir, que determiné
seguiros, por
no pasar
con tal cuidado. Esto es
ser amigo; que un amigo
no se ha de dejar perder
por un agravio que haga,
pues de la suerte que veis
el agravio que me hicisteis
tengo de satisfacer.
A morir llego con vos;
aquí, amigo, me tenéis.
¿Qué queréis hacer de mí?
LUIS:
Dadme mil veces los pies.
ALONSO: Dadme vos
cuenta de vos.
LUIS:
En este monte Manuel
y yo vivimos, vendiendo
las vidas al interés
de más vidas.
ALONSO:
Ya he venido
yo, y esto, Luis, ha de ser
de otra suerte. Aquesa aldea,
que está de ese monte al pie,
es mía. Si yo entro en ella
en el traje que me veis,
en la casa de un vasallo,
de quien fïarme podré,
viviremos más seguros,
hasta que determinéis
el negocio a que venís
y qué es lo que habéis de hacer.
Esperadme en este puesto;
dispondrélo, y volveré
a avisaros; y, en efecto,
para el mal y para el bien
hemos de correr desde hoy
una fortuna los tres.
Vase
LUIS:
¡Qué amigo!
MANUEL:
Por esta parte
viene un confuso tropel
de gente.
Ruido dentro
LUIS:
Estos muchos son.
Apelemos a los pies
y a la aspereza del monte.
MANUEL: Si
pretendemos correr,
las ramas, lenguas del bosque,
dirán que anda gente en él.
¿Qué haremos?
LUIS:
Aquestas peñas
sean rústico cancel
que nuestras personas guarden;
pues aquí estaremos bien,
entre estas peñas echados.
MANUEL: Ya será
fuerza tener
ése por mejor remedio,
pues no hay otro que escoger,
que llegan cerca.
LUIS:
Montañas,
sepulcro de un vivo sed.
Diráse de mí que voy
al sepulcro por mi pie.
Échanse LUIS Pérez y MANUEL en el
suelo, quedando encubiertos con algunas ramas.
Salen doña
LEONOR, JUAN Bautista y criados
JUAN:
Aquí, señora, entre las varias
flores,
defendida de pálidos doseles
que defienden al sol los resplandores,
coronadas de mirtos y laureles,
puedes, haciendo alfombras sus colores,
de los rayos hüir iras crüeles,
pues la saña del sol en este
monte
precipicios avisa de Faetonte.
LEONOR:
No puedo, aunque de esferas de diamante
lleva rayos el sol, volver un paso
atrás, pues la salud del almirante
me llama a ser aurora de su ocaso.
Con todo, esperaré este breve instante
por ver si el sol, desvanecido acaso,
se emboza en las cortinas de una nube,
altiva garza que a los cielos sube.
Sale el JUEZ Pesquisidor con ministros de la
justicia
JUEZ:
Andando ahora en busca, oh Leonor bella,
de estos hombres a quien el cielo esconde,
pues un rastro, una estampa, ni una huella
a mi solo deseo corresponde,
supe la nueva triste que atropella
vuestra inquietud, y vine luego donde
ninguna ocupación, señora, impida
rendir a vuestras plantas esta vida.
Aparte los dos
LUIS:
Manuel, ¿oís?
MANUEL:
Más quedo hablad.
LUIS:
Supuesto
que a castigar ese traidor villano
con pública venganza estoy dispuesto,
¿qué ocasión podrá hallar jamás mi mano
mejor que verle ahora en este puesto,
donde alabanza, honor y gloria gano,
volviendo por mi honor y el de un amigo,
juntando el juez, la parte y el testigo?
Yo
salgo.
MANUEL:
Mirad bien...
LUIS:
Ya estoy restado;
mi honor defiendo a riesgo de mi vida.
MANUEL:
Llegad, pues que ya estáis determinado;
que yo no es bien que vuestro honor impida.
Mas esperad un poco; que ha llegado
mucha gente.
LUIS:
¡Ay de mí! Ya veo perdida
la ocasión.
LEONOR:
Gente viene.
JUEZ:
¡Hola! ¿Qué es eso?
Salen ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2 con otros que traen a
PEDRO agarrado
ALGUACIL 1: Un hombre que del monte traen
preso.
ALGUACIL 2: Este
villano, señor,
fue de Luis Pérez crïado.
Camino le hemos hallado
de Portugal. Y en rigor
sabe de él, porque aquel día
que Luis Pérez se ausentó
de Salvatierra faltó,
volvió ayer y ahora huía.
JUEZ:
Muy grandes indicios son.
PEDRO:
Sí, señor, lo son muy grandes;
porque en Alemania, en Flandes,
en la China y el Japón
que esté yo, ya estará él.
JUEZ:
Pues di, ¿ahora dónde está?
PEDRO:
Presto a buscarme vendrá;
que es un amo tan fïel
que hoy -- mirad que esto os digo --
si preso me llega a ver,
él se dejará prender
por sólo encontrar conmigo.
JUEZ:
¿Dónde está, en fin?
PEDRO:
No lo sé;
mas me atreveré a jurar
que cerca debe de estar.
JUEZ:
¿De qué lo infieres?
PEDRO:
De que,
si sabe que estoy yo aquí,
es fuerza que esté también,
porque me quiere muy bien
y no se aparta de mí
y, hablando de veras, digo
que, si donde está supiera,
luego al punto lo dijera,
por hüir de su castigo;
pues el mayor que yo espero
es Luis Pérez. Si falté
de esta tierra, señor, fue
huyendo rigor tan fiero;
fui a Portugal, y en él vi
a Luis aquel mismo día;
paséme a Andalucía,
y también vi a Luis allí;
volvíme a esta tierra, y luego
Luis a esta tierra volvió,
donde anoche me dejó
por muerto. Libre del fuego
me vi y quíseme escapar,
auséntandome otra vez,
y esta gente, señor juez,
me alcanzó al primer lugar.
Prendiéronme por crïado
suyo,
pero no lo soy.
A vuestras plantas estoy,
de ningún modo culpado.
Mas digo que, si a mi amo
queréis cazar, me pongáis
en el campo donde estáis
por señuelo y por reclamo;
que yo pondré la cabeza
si él a picar no viniere,
y en vuestra red no cayere.
JUEZ:
Tu locura o tu simpleza
no te han de librar de mí.
dime presto dónde está
o un potro decirlo hará.
PEDRO: Nunca
buen jinete fui
y, a saberlo, cosa es clara
que, huyendo dolor tan fiero,
me desbocara primero
que el potro se desbocara;
pero no lo sé.
JUEZ:
Ahora bien;
a esa aldea le llevad
preso, y allí le encerrad,
asistiéndole muy bien
hasta que traza se dé
de que a Salvatierra vaya;
y mucho cuidado haya
en guardarlo, pues se ve
en su brío y su desgarro
que es hombre de gran valor,
supuesto que su señor
se valió dél.
PEDRO:
¿Tan bizarro
le he parecido? Por Dios,
[que para guardarme a mí,]
de cuatro hombres que hay aquí
sobran tres, de tres los dos,
de dos uno, y aun de uno
la mitad, de la mitad
el ninguno; y, en verdad,
que del ninguno el ninguno.
Vanse ALGUACIL 1, ALGUACIL 2 y los otros
ministros,
llevando a PEDRO
JUEZ:
Vamos.
LUIS:
Pues que ya se fueron
los que las armas tenían,
y que los cielos me envían
la ocasión que pretendieron
mis deseos, pues mejor
nunca la pudiera hallar
que ver en este lugar
juntos al juez, a Leonor
y a Bautista, sin más guarda
que sus personas, no espero
mejor ocasión, y quiero
lograrla.
MANUEL:
¿Qué te acobarda?
JUEZ:
¿Dónde esta gente estará?
Salen MANUEL y LUIS
MANUEL: Aquí, si
ignorarlo siente.
LUIS:
¡Guarde Dios la buena gente!
Todos estamos acá.
JUAN:
¡Cielos! ¿Qué es esto que miro!
LEONOR: ¡Ay de mí!
JUEZ:
¡El cielo me valga!
LUIS:
Ninguno deje su puesto;
esténse como se estaban,
mientras que al señor Bautista
le digo cuatro palabras.
JUEZ:
¡Hola!
LUIS:
No, no os alteréis.
MANUEL: El llamar
no es de importancia,
si no queréis que os respondan
crïados que en vuestra casa
os sirvieron otra vez.
JUEZ:
¿Así mi poder se trata?
¿Así el respeto se pierde
a la justicia?
LUIS:
¿Quién guarda
más su respeto que yo,
supuesto, señor, que en nada
os ofendo, antes os sirvo
con puntualidades tantas
que, porque
vos no os canséis
buscándome en partes varias,
vengo a buscaros?
JUEZ:
¿Así
os pone vuestra arrogancia
delante de la señora
que es la parte a quien agravia
la traición que ha derramado
la sangre que la venganza
está pidiendo a los cielos,
con lengua que finge el nácar
de estas flores, que han vivido
desde entonces con dos almas?
LUIS:
Antes con esto la obligo,
pues que la quito la causa
de un rencor tan indignado
a su sangre ilustre y clara,
por haber crédito dado
a un testigo que la engaña.
O si no, decid, señora,
si cuerpo a cuerpo matara
don Alonso a vuestro hermano,
sin traición y sin ventaja,
¿siguiérades rigurosa
el castigo y la venganza?
LEONOR:
No; porque, aunque a las mujeres
las leyes les son negadas
de los duelos de los hombres,
las que mi valor alcanzan
saben las obligaciones
que se debe a una desgracia.
Si en igual campo a don Diego
hubiera muerto, en mi casa
estuviera don Alonso
seguro de mi venganza.
Yo misma -- ¡viven los cielos! --
la amparara y perdonara,
a ser noble su desdicha.
LUIS:
Pues yo tomo esa palabra;
y, pues la ley del derecho
nadie la ignora, asentada
ley es que se ratifique
el testigo o que no valga. --
Éste, Bautista, es tu dicho.
Hele leído, y declara
lo que es verdad y mentira.
Dale a JUAN Bautista el papel
LEONOR:
(¡Determinación bizarra!) Aparte
LUIS:
Primeramente tú aquí
dices que escondido estabas
cuando miraste reñir
a los dos en la campaña.
¿Ésta es verdad?
JUAN:
Sí lo es.
LUIS:
Dices que de entre unas ramas
me viste salir a mí
y ponerme con mi espada
al lado de don Alonso.
Pues sabes que aquí te engañas,
di la verdad.
JUAN:
Ésta lo es.
LUIS:
Miente tu lengua tirana.
Dispara una pistola, y cae JUAN Bautista en el
suelo
JUAN:
¡Válgame el cielo!
LUIS:
Señor
juez, vuesa merced añada
aquesta muerte al proceso;
y adiós. -- Tú, Manuel, desata
los caballos que han traído
estos señores y marcha;
que, pues aquí han de quedarse,
no les harán mucha falta. --
Adiós.
Vanse LUIS Pérez y MANUEL
JUEZ:
¡Por
vida del rey,
que tan soberbia arrogancia
o me ha de costar la vida
o ha de quedar castigada!
JUAN:
Escucha, señora, y sabe
que muero con justa causa;
pues cuanto he dicho fingí
por conseguir a su hermana.
Don Alonso dio la muerte
cuerpo a cuerpo y cara a cara
a tu hermano. Esto es verdad;
que a voces lo diga basta
para que en mi triste muerte
esta deuda satisfaga.
Muere. Vuelven a salir ALGUACIL 1, ALGUACIL 2 y
los otros que llevaban preso a PEDRO, y él
resistiéndose
ALGUACIL 1: A la voz de la escopeta,
lengua de fuego, que habla
a los vientos, hemos vuelto
a saber si algo nos mandas.
JUEZ:
Venid todos; que Luis Pérez
aquí en este monte aguarda.
PEDRO: ¿No
lo dije yo, que había
de venir tras mí sin falta?
JUEZ:
Hoy han de morir; y aquí,
porque aquéste no se vaya,
que bien se ve estar culpado,
queden dos hombrres de guarda
con él.
PEDRO:
Si era mi delito
callar dónde Luis estaba,
¿yo no dije que vendría
y vino? ¿Qué culpa hallan
en mí?
JUEZ:
Los dos nos quedemos
con él. -- Ven, traidor, y calla.
Vanse el JUEZ, PEDRO, ALGUACIL 1,
ALGUACIL 2, y
todos los hombres, llevándose el cadáver
de JUAN
Bautista
LEONOR: Mucho
sentiré que alcancen
este hombre; que, aunque airada
estuve con él, sabiendo
la verdad, con justa causa
podrá trocar el valor
en agravio la venganza.
La vida tengo de darle
si puedo, en desdicha tanta.
¡Que a tanto el valor obligue
que temple al mismo que agravia!
Vase. Salen LUIS Pérez y MANUEL
LUIS:
Pues rendidos a su aliento
los caballos se desmayan,
en la espesura del monte
esperemos cara a cara.
Dentro el JUEZ
JUEZ:
En esta parte se esconden
entre las espesas ramas;
cercadlos por todas partes.
MANUEL: Perdidos
somos; que en tanta
gente no hemos de poder
defendernos, pues la espalda
no está segura jamás.
LUIS:
Sí está. Escuchad una traza;
si con toda aquesta gente
riñésemos cara a cara,
no podrán jamás cercarnos,
si estamos espalda a espalda,
pues hallarán siempre así
el rostro, el pecho
y la espada.
Reñid vos con quien cayere
hacia esa parte, y sed guarda
de mi vida, y de la vuestra
yo.
MANUEL:
Pues si tú me la guardas,
seguro estoy, venga el mundo.
Salen el JUEZ y todos los que pudieren,
pónense los dos de espaldas y andan
alrededor
riñendo, y procuran apartarlos
JUEZ:
¡A ellos!
LUIS:
¡Llegad, canalla! --
Manuel, ¿cómo va?
MANUEL:
Muy bien.
¿Qué hay por allá?
LUIS:
Linda daga.
JUEZ:
Demonios son estos hombres.
LUIS:
Pues que ya nos desamparan
el puesto, ¡a la cumbre!
Vase
MANUEL:
¡Al monte!
Vase
JUEZ:
Seguidlos, y no se vayan.
Vanse. Salen por lo alto ISABEL y doña
JUANA
ISABEL:
Aquel arcabuz que oí,
de horror y tristeza lleno,
siendo para todos trueno,
rayo ha sido para mí.
¡Válgame Dios! ¿Qué será
el tardar Luis y Manuel?
Que un pensamiento crüel
asombro y temor me da.
Amiga, ¿qué te parece?
JUANA: ¿Cómo
quieres que te den
respuesta voces de quien
la misma duda padece?
ISABEL:
Bajemos de esta montaña;
que menos mal es morir
de una vez que no sentir
muerte prolija y extraña.
Salen LUIS Pérez y MANUEL
LUIS:
Procurad, Manuel, salir;
que una vez allá los dos,
a una escuadra -- ¡voto a Dios! --
no nos hemos de rendir.
ISABEL:
¡Luis!
JUANA:
¡Manuel!
MANUEL:
¡Mi bien!
LUIS:
¡Hermana!
ISABEL: ¿Qué es
esto?
LUIS:
Que el mundo viene
sobre nosotros.
MANUEL:
No tiene
el hado defensa humana.
Recoge ISABEL una piedra
ISABEL:
No temáis al mundo entero,
si os asegura, y no en vano,
este peñasco en mi mano,
y en las vuestras ese acero.
Salen el JUEZ y su gente
JUEZ:
Trepad la montaña arriba,
que, a pesar de ofensas tantas,
tengo de poner las plantas
sobre su cerviz altiva.
¡Vive el cielo, que ha de ser
plaza todo este horizonte
y cadalso aqueste monte
que mi justicia ha de ver!
Quien me diere vivo o muerto
a Luis Pérez, le daré
dos mil escudos.
LUIS:
A fe,
que es muy barato el concierto;
tasáisme en precio muy vil;
yo os taso en más. Quien me diere
vivo o muerto al juez, espere
de mi mano cuatro mil.
JUEZ:
¡Tirad, matadle! ¡Del cielo
castigue un rayo a los dos!
Disparan un arcabuz, y cae LUIS
LUIS:
Muerto soy. ¡Válgame Dios!
JUEZ:
Date a prisión.
LUIS:
¿Cómo? Apelo
a la espada. Mas ¡ay triste!,
en pie no puedo tenerme.
Llegad, llegad a prenderme.
Viene rodando
JUEZ:
Aun muerto se me resiste.
ISABEL:
Esperad, no le matéis
o, si esa saña atrevida
a él le quitó la vida,
con ella no me dejéis.
JUEZ:
Caminad a Salvatierra;
que en tal presa voy contento.
Vanse LUIS Pérez preso, el JUEZ y su gente.
Habla MANUEL en lo alto
MANUEL: ¡Suelta!
JUANA:
¿Qué intentas?
MANUEL:
Intento
despeñarme de esta sierra.
JUANA:
¡Detente!
MANUEL:
¡Suelta o, por Dios,
que te arroje de mis brazos
a ese valle, hecha pedazos,
donde muramos los dos!
Baja MANUEL. Sale don ALONSO muy
alborotado
ALONSO:
¿Qué es esto?
MANUEL:
Que llevan preso
a Luis Pérez este día.
A riesgo de la honra mía,
de mi amistad el exceso
se ha de ver.
ALONSO:
Vamos tras él;
que, aunque encubierto he venido,
y estarlo aquí he pretendido,
si ha llegado a tan crüel
estado y a tales puntos
de un amigo los extremos,
las máscaras nos quitemos,
y muramos todos juntos.
Vanse. Salen ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2 con
PEDRO
ALGUACIL 1: Bravo ruido
es el que suena
en el monte y en el valle.
PEDRO:
Espérenme aquí un poquito;
que yo iré y, en un instante,
bien informado de todo,
veloz volveré a contarles
lo que pasa.
ALGUACIL
2:
Estése quedo,
y un átomo no se aparte,
o detendránle dos balas.
PEDRO:
Serán rémoras notables.
Ahora bien, pues que no quieren
que vaya y vuelva a informarles,
vayan y vuelvan los dos
a informarme a mí, que es fácil.
ALGUACIL 2: No te habemos de dejar
un minuto.
PEDRO:
¿Hay más constantes
guardas? ¿Soy día de fiesta,
para que todos me guarden?
Si bien tengo aquí un consuelo,
y es que no vendrá a buscarme,
mientras preso estoy, Luis Pérez,
si este sagrado me vale.
ALGUACIL 1: Gran gente viene a nosotros.
PEDRO:
Es verdad, y aquí adelante
vienen dos arcabuceros,
y detrás otros que tales.
En medio de todos cuatro
un hombre embozado traen,
y luego infinita gente.
Salen el JUEZ y ALGUACIL 3, ALGUACIL 4 que traen a
LUIS Pérez embozado
JUEZ:
¿Dónde aquel preso dejasteis?
ALGUACIL 3: Aquí, señor.
JUEZ:
Los dos juntos
de aquesta manera marchen.
ALGUACIL 4: No podrá Luis, porque tiene
hecho un brazo dos mil partes,
y ya fallece, señor,
con la falta de la sangre.
JUEZ:
Dejadle cobrar aliento,
y por ahora destapadle.
PEDRO: Sólo
aquí pudo la suerte
perseguirme y apurarme
la paciencia. ¿Cuánto va
que pára esto en que se hace
un cepo para los dos,
para los dos una cárcel,
para los dos una horca,
un cordel y un enterrarme
con él en un mismo hoyo?
LUIS:
¿Quién aquí se queja?
PEDRO:
Nadie.
LUIS:
No temas, Pedro; que ya
no tienes que recelarte;
que ayer de matar fue día,
y hoy de morir. ¡Ah inconstantes
presunciones de los hombres,
qué desvanecidas yacen!
JUEZ:
¿Qué gente nos sale al paso
allí, y tantas armas trae?
Salen doña LEONOR, doña JUANA, ISABEL
y algunos criados
LEONOR: Yo soy,
con estas señoras,
que, corrida de mirarme
vengativa, por engaños
de un traidor, quiero mostrarme
piadosa y agradecida
a
desengaño tan grande.
Dadme ese preso; que yo
le perdono como parte.
ISABEL: O si no,
le quitaremos.
Dadnos el preso al instante.
PEDRO: ¿En
qué ha de parar aquesto?
LUIS:
Hermosa Leonor, no trates
de darme vida.
Salen don ALONSO, MANUEL y otros
ALONSO:
Señor,
escucha.
JUEZ:
Otro nuevo lance
es aquéste.
ALONSO:
Don Alonso
de Tordoya soy; que sabe
agradecer de esta suerte
mi amistad acciones tales.
Aquesto es venir restados,
por eso no hay que excusarse
en entregarnos el preso.
MANUEL: Cuantos
miras aquí antes
morirán que desistir
de una acción tan admirable.
ISABEL: Venga el
preso.
ALONSO:
El preso venga.
JUEZ:
Probad, si queréis llevarle.
ALONSO: ¡A ellos,
y mueran todos!
LEONOR: Aquí estoy
de vuestra parte,
don Alonso; pero luego
advierte que has de pagarme
el haber muerto a mi hermano.
ALONSO: De eso
ahora no se trate;
que yo os daré la disculpa.
PEDRO: (Y
parará en que se casen.) Aparte
ALONSO: ¿No hay
remedio, señor juez?
JUEZ:
No habrá remedio que baste.
ALONSO:
Pues, ¡ánimo y pelead!
¡Ea, amigos, dadles, dadles!
Éntranlos a cuchilladas, y sale por otra
puerta libre LUIS Pérez con don ALONSO
ALONSO: Ya, Luis
Pérez, estáis libre.
LUIS:
Don Alonso, amigo, antes
estoy preso; que quisiera
pagar acción semejante
y, mientras me desempeño,
mi vida a esas plantas yace.
ALONSO: Deja[d]
ahora cumplimientos.
LUIS:
¿Qué haremos?
PEDRO:
Meterte fraile,
que es el camino mejor
para vivir y librarte.
Pero dime, ¿será hora
en que puedas perdonarme?
Harto he pasado por ti,
por caminos y con hambres. --
Señor don Alonso, a vos
os suplico de mi parte
que me alcancéis el perdón.
ALONSO: Luis
Pérez,...
LUIS:
Amigo, baste;
yo le perdono por vos.
Vamos desde aquí al instante
por mi hermana y doña Juana,
pues quedaron de esperarme,
dando con aquesto fin
a las hazañas notables
de Luis Pérez, y su vida
dirá la segunda parte.
FIN DE LA COMEDIA