PRIMERA JORNADA
Salen CIPRIANO, vestido de estudiante, y
CLARÍN y MOSCÓN, de gorrones, con unos
libros
CIPRIANO: En
la amena soledad
de aquesta apacible estancia,
bellísimo laberinto
de flores, rosas y plantas,
podéis dejarme, dejando
conmigo -- que ellos me bastan
por compañía -- los libros
que os mandé sacar de casa;
que yo, en tanto que Antioquía
celebra con fiestas tantas
la fábrica de ese templo
que hoy a Júpiter consagra,
y su traslación, llevando
públicamente su estatua
adonde con más decoro
y honor esté colocada,
huyendo del gran bullicio
que hay en sus calles y
plazas,
pasar estudiando quiero
la edad que al día le falta.
Idos los dos a Antioquía,
gozad de sus fiestas varias,
y volved por mí a este sitio
cuando el sol cayendo vaya
a sepultarse en las ondas,
que entre oscuras nubes pardas
al gran cadáver de oro
son monumentos de plata.
Aquí me hallaréis.
MOSCÓN:
No, puedo,
aunque tengo mucha gana
de ver las fiestas, dejar
de decir, antes que vaya
a verlas, señor, siquiera
cuatro o cinco mil palabras.
¿Es posible que en un día
de tanto gusto, de tanta
festividad y contento,
con cuatro libros te
salgas
al campo solo, volviendo
a su aplauso las espaldas?
CLARÍN: Hace mi
señor muy bien;
que no hay cosa más cansada
que un día de procesión
entre cofadres y danzas.
MOSCÓN: En fin,
Clarín, y en principio,
viviendo con arte y maña,
eres un temporalazo
lisonjero, pues alabas
lo que hace, y nunca dices
lo que sientes.
CLARÍN:
Tú te engañas,
que es el mentís más cortés
que se dice cara a cara;
que yo digo lo que siento.
CIPRIANO: Ya basta, Moscón; ya
basta,
Clarín. Que siempre los dos
habéis con vuestra ignorancia
de estar porfiando, y tomando
uno de otro la contraria.
Idos de aquí, y, como digo,
volved aquí cuando caiga
la noche, envolviendo en sombras
esta fábrica gallarda
del universo.
MOSCÓN:
¿Qué va,
que, aunque defendido hayas
que es bueno no ver las fiestas,
que vas a verlas?
CLARÍN:
Es
clara
consecuencia. Nadie hace
lo que aconseja que hagan
los otros.
MOSCÓN:
(Por ver a Livia, Aparte
vestirme quisiera de alas.)
Vase MOSCÓN
CLARÍN: (Aunque,
si digo verdad, Aparte
Livia es la que me arrebata
los sentidos. Pues ya tienes
más de la mitad andada
del camino, llega, Livia,
al "na," y sé, Livia, liviana.)
Vase CLARÍN
CIPRIANO: Ya estoy solo, ya
podré,
si tanto mi ingenio alcanza,
estudiar esta cuestión
que me trae suspensa el alma
desde que en Plinio leí
con misteriosas palabras
la difinición de Dios.
Porque mi ingenio no halla
este Dios en quien convengan
misterios ni señas tantas,
esta verdad escondida
he de apurar.
Pónese a leer. Sale el DEMONIO, de
galán, y lee CIPRIANO
DEMONIO:
(Aunque hagas Aparte
más discursos, Ciprïano,
no has de llegar a alcanzarla,
que yo te la esconderé.)
CIPRIANO: Ruido siento en
estas ramas.
¿Quién va? ¿Quién es?
DEMONIO:
Caballero,
un forastero es, que anda
en este monte perdido
desde toda esta mañana,
tanto que, rendido ya
el caballo, en la esmeralda
que es tapete de estos montes
a un tiempo pace y descansa.
A Antioquía es el camino
a negocios de importancia;
y apartándome de toda
la gente que me acompaña,
divertido en mis cuidados,
caudal que a ninguno falta,
perdí el camino y perdí
crïados y camaradas.
CIPRIANO: Mucho me espanto de
que
tan a vista de las altas
torres de Antioquía, así
perdido andéis. No hay, de cuantas
veredas a aqueste monte
o le línean o le pautan,
una que a dar en sus muros,
como en su centro, no vaya.
por cualquiera que toméis
vais bien.
DEMONIO:
Ésa es la ignorancia:
a la vista de las ciencias,
no saber aprovecharlas.
Y supuesto que no es bien
que entre yo en ciudad extraña,
donde no soy conocido,
solo y preguntando, hasta
que la noche venza al día,
aquí estaré lo que falta;
que en el traje y en los
libros
que os divierten y acompañan
juzgo que debéis de ser
grande estudiante, y el alma
esta inclinación me lleva
de los que en estudios tratan.
Siéntase
CIPRIANO: ¿Habéis estudiado?
DEMONIO:
No;
pero sé lo que me basta
para no ser ignorante.
CIPRIANO: Pues ¿qué ciencia
sabéis?
DEMONIO:
Hartas.
CIPRIANO: Aun estudiándose una
mucho tiempo no se alcanza,
¿y vos -- ¡grande vanidad! --
sin estudiar sabéis tantas?
DEMONIO: Sí, que de una
patria
soy donde las ciencias más
altas
sin estudiarse se saben.
CIPRIANO: ¡Oh, quién fuera de
esa patria!
Que acá mientras más se estudia,
más se ignora.
DEMONIO:
Verdad tanta
es ésta que sin estudios
tuve tan grande arrogancia
que a la cátedra de prima
me opuse, y pensé llevarla,
porque tuve muchos votos;
y, aunque la perdí, me basta
haberlo intentado; que hay
pérdidas con alabanza.
Si no lo queréis
creer,
decid qué estudiáis, y vaya
de argumento; que aunque no
sé la opinión que os agrada,
y ella sea la segura,
yo tomaré la contraria.
CIPRIANO: Mucho me huelgo de
que
a eso vuestro ingenio salga.
Un lugar de Plinio es
el que me trae con mil ansias
de entenderle, por saber quién
es el dios de quien habla.
DEMONIO: Ése es un lugar
que dice
-- bien me acuerdo -- estas palabras,
"Díos es una bondad suma,
una esencia, una sustancia;
todo vista y todo manos."
CIPRIANO: Es verdad.
DEMONIO:
¿Qué repugnancia
halláis en esto?
CIPRIANO:
No hallar
el dios de quien Plinio trata;
que si ha de ser bondad suma,
aun a Júpiter le falta
suma bondad, pues le vemos
que es pecaminoso en tantas
ocasiones: Dánae hable
rendida, Europa robada.
Pues ¿cómo en suma bondad,
cuyas acciones sagradas
habían de ser divinas,
caben pasiones humanas?
DEMONIO:
Ésas son falsas historias
en que las letras profanas
con los nombres de los dioses
entendieron disfrazada
la moral filosofía.
CIPRIANO: Esa respuesta no
basta,
pues el decoro de Dios
debiera ser tal, que osadas
no llegaran a su nombre
las culpas, aun siendo falsas;
y apurando más el caso,
si suma bondad se llaman
los dioses, siempre es forzoso
que a querer lo mejor vayan;
pues ¿cómo unos quieren uno,
y otros otro? Esto se halla
en las dudosas respuestas
que suelen dar sus estatuas.
Porque no digáis después
que alegué letras profanas...
A dos ejércitos, dos
ídolos una batalla
aseguraron, y el uno
la perdió: ¿no es cosa clara
la consecuencia de que
dos voluntades contrarias
no pueden a un mismo fin ir?
Luego, yendo encontradas,
es fuerza, si la una es buena,
que la otra ha de ser mala.
Mala voluntad en Dios
implica el imaginarla;
luego no hay suma bondad
en ellos, si unión les falta.
DEMONIO: Niego la mayor
porqué
aquesas respuestas, dadas
así, convienen a fines
que nuestro ingenio no alcanza,
que es la providencia;
y más debió importar la batalla
al que la perdió el perderla,
que al que la ganó el ganarla.
CIPRIANO: Concedo; pero
debiera
aquel dios, pues que no engañan
los dioses, no asegurar
la victoria; que bastaba
la pérdida permitirla
allí, sin asegurarla.
Luego, si Dios todo es vista,
cualquiera dios viera clara
y distintamente el fin;
y al verle, no asegurara
el que no había de ser;
luego, aunque sea deidad tanta,
distinta en personas, debe
en la menor circunstancia
ser una sola en esencia.
DEMONIO: Importó para
esa causa
mover así los afectos
con su voz.
CIPRIANO:
Cuando importara
el moverlos, genios hay,
que buenos y malos llaman
todos los doctos, que son
unos espíritus que andan
entre nosotros, dictando
las obras buenas y malas,
argumento que asegura
la inmortalidad del alma;
y bien pudiera ese dios,
con ellos, sin que llegara
a mostrar que mentir sabe,
mover afectos.
DEMONIO:
Repara
en que esas contrariedades
no implican al ser las sacras
deidades una, supuesto
que en las cosas de importancia
nunca disonaron. Bien
en la fábrica gallarda
del hombre se ve, pues fue
sólo un concepto al obrarla.
CIPRIANO: Luego, si ése fue
uno solo,
ése tiene más ventaja
a los otros; y si son
iguales, puesto que hallas
que se pueden oponer
-- ésta no puedes negarla --
en algo, al hacer el hombre,
cuando el uno lo intentara,
pudiera decir el otro,
"No quiero yo que se haga."
Luego, si Dios todo
es manos,
cuando el uno le crïara,
el otro le deshiciera,
pues eran manos entrambas
iguales en el poder,
desiguales en la instancia.
¿Quién venciera de estos dos?
DEMONIO: Sobre
imposibles y falsas
proposiciones no hay
argumento. Di, ¿qué sacas
de eso?
CIPRIANO:
Pensar que hay un Dios,
suma bondad, suma gracia,
todo vista, todo manos,
infalible, que no engaña,
superior, que no compite,
Dios a quien ninguno iguala,
un principio sin principio,
una esencia, una sustancia,
un poder y un querer solo;
y cuando como éste haya
una, dos o más personas,
una deidad soberana
ha de ser sola en esencia,
causa de todas las causas.
DEMONIO: ¿Cómo te puedo
negar
una evidencia tan clara?
Levántase
CIPRIANO: ¿Tanto lo sentís?
DEMONIO:
¿Quién deja
de sentir que otro le haga
competencia en el ingenio?
Y aunque responder no falta,
dejo de hacerlo, porqué
gente en este monte anda,
y es hora de que prosiga
a la ciudad mi jornada.
CIPRIANO: Id en paz.
DEMONIO:
Quedad en paz.
(Pues
tanto tu estudio alcanza, Aparte
yo haré que el estudio olvides,
suspendido en una rara
beldad. Pues tengo licencia
de perseguir con mi rabia
a Justina, sacaré
de un efeto dos venganzas.)
Vase el DEMONIO
CIPRIANO: No vi hombre tan
notable.
Mas pues mis crïados tardan,
volver a repasar quiero
de tanta duda la causa.
Salen LELIO y FLORO
LELIO: No
pasemos adelante;
que estas peñas, estas ramas
tan intrincadas que al mismo
sol le defienden la entrada,
sólo pueden ser testigos
de nuestro duelo.
FLORO:
La
espada
sacad; que aquí son las obras,
si allá fueron las palabras.
LELIO: Ya sé
que en el campo muda
la lengua de acero habla
de esta suerte.
Riñen
CIPRIANO:
¿Qué
es aquesto?
Lelio, tente; Floro, aparta;
que basta que esté yo en medio,
aunque esté en medio sin armas.
LELIO: ¿De
dónde, di, Cipriano,
a embarazar mi venganza
has salido?
FLORO:
¿Eres aborto
de estos troncos y estas ramas?
Salen
MOSCÓN y CLARÍN
MOSCÓN: Corre, que
con mi señor
han sido las cuchilladas.
CLARÍN: Para
acercarme a esas cosas
no suelo yo correr nada;
mas para apartarme, sí.
LOS DOS: Señor...
CIPRIANO:
No habléis más palabra.
Pues ¿qué es esto? Dos amigos
que por su sangre y su fama
hoy son de toda Antioquía
los ojos y la esperanza,
uno del gobernador
hijo, y otro de la clara
familia de los Colaltos,
¿así aventuran y arrastran
dos vidas que pueden ser
de tanto honor a su patria?
LELIO:
Cipriano, aunque el respeto
que debo por muchas causas
a tu persona, este instante
tiene suspensa mi espada,
no la tienes reducida
a la quietud de la
vaina.
Tú sabes de ciencias más
que de duelos, y no alcanzas
que a dos nobles en el campo
no hay respeto que les haga
amigos, pues sólo es medio
morir uno en la demanda.
FLORO: Lo
mismo te digo, y ruego
que con tu gente te vayas,
pues que riñendo nos dejas
sin traición y sin ventaja.
CIPRIANO: Aunque os parece que
ignoro
por mi profesión las varias
leyes del duelo que estudia
el valor y la arrogancia,
os engañáis; que nací
con obligaciones tantas
como los dos, a saber
qué es honor y qué es infamia;
y no el darme a los estudios
mis alientos acobarda;
que muchas veces se dieron
las manos letras y armas.
Si el haber salido al campo
es del reñir circunstancia,
con haber reñido ya
esa calumnia se salva;
y así, bien podéis decir
de esta pendencia la causa;
que yo, si, habiéndola oído,
reconociere al contarla
que alguno de
los dos tiene
algo que se satisfaga,
de dejaros a los dos
solos, os doy la palabra.
LELIO: Pues
con esa condición
de que, en sabiendo la causa,
nos has de dejar reñir,
yo me prefiero a contarla.
Yo quiero a una dama bien,
y Floro quiere a esta dama.
¡Mira tú cómo podrás
convenirnos, pues no hay traza
con que dos nobles celosos
den a partido sus ansias!
FLORO: Yo
quiero a esta dama, y quiero
que no se atreva a mirarla
ni aun el sol; y pues no hay
medio aquí, y que la palabra
nos has dado de dejarnos
reñir, a un lado te aparta.
CIPRIANO: Esperad, que hay que
saber
más. ¿Es esta dama dama
a la esperanza posible,
o imposible a la esperanza?
LELIO:
Tan principal es, tan noble,
que si el sol celos causara
a Floro, aun de él no podrá
tenerlos con justa causa,
porque presumo que el sol
aun no se atreve a mirarla.
CIPRIANO: ¿Casáraste tú con
ella?
FLORO: Ahí
está mi confïanza.
CIPRIANO: ¿Y tú?
LELIO:
¡Plugiera a los cielos
que a tanta dicha llegara!
Que aunque es en extremo pobre,
la virtud por dote basta.
CIPRIANO: Pues si a casaros
con ella
aspiráis los dos, ¿no es vana
acción, culpable y indigna,
querer antes disfamarla?
¿Qué dirá el mundo, si alguno
de los dos con ella casa
después de haber muerto al otro
por ella? Que aunque no haya
ocasión para decirlo,
decirlo sin ella basta.
No digo yo que os sufráis
el servirla y festejarla
a un tiempo, porque no quiero
que de mí partido salga
tan cobarde; que el galán
que de sus celos pasara
primero la contingencia,
pasará después la infamia;
pero digo que sepáis
de cuál de los dos se agrada,
y luego...
LELIO:
Detente, espera;
que es acción cobarde y baja
ir a que la dama diga
a quién escoge la dama.
Pues ha de escogerme a mí
o a Floro; si a mí, me agrava
más el empeño en que estoy,
pues es otro empeño que haya
quien quiera a la que me quiere.
Si a Floro escoge, la saña
de que a otro quiera quien quiero
es mayor: luego excusada
acción es que ella lo diga,
pues con cualquier circunstancia
hemos en apelación
de volver a las espadas:
el querido por su honor,
y el otro por su venganza.
FLORO:
Confieso que esa opinión
recibida es y asentada,
mas con las damas de amores,
que elegir y dejar tratan;
y así hoy pedírsela intento
a su padre. Y pues me basta,
habiendo al campo salido,
haber sacado la espada,
mayormente cuando hay
quien el reñir embaraza,
con satisfacción bastante
la vuelvo, Lelio, a la vaina.
LELIO: En
parte me ha convencido
tu razón; y aunque apurarla
pudiera, más quiero hacerme
de su parte, o cierta o falsa.
Hoy la pediré a su padre.
CIPRIANO: Supuesto que aquesta
dama
en que los dos la sirváis
ella no aventura nada,
pues que confesáis los dos
su virtud y su constancia,
decidme quién es; que yo,
pues que tengo mano tanta
en la ciudad, por los dos
quiero preferirme a hablarla,
para que esté prevenida
cuando a eso su padre vaya.
LELIO: Dices
bien.
CIPRIANO:
¿Quién es?
FLORO:
Justina,
de Lisandro hija.
CIPRIANO:
Al nombrarla
he conocido cuán pocas
fueron vuestras alabanzas;
que es virtüosa y
es noble.
Luego voy a visitarla.
FLORO: El
cielo en mi favor mueva
su condición siempre ingrata.
Vase FLORO
LELIO:
Corone amor, al nombrarme,
de laurel mis esperanzas.
Vase LELIO
CIPRIANO: ¡Oh, quiera el cielo
que estorbe
escándalos y desgracias!
Vase CIPRIANO
MOSCÓN: ¿Ha oído
vuesa merced
que nuestro amo va a la casa
de Justina?
CLARÍN:
Sí, señor.
¿Qué hay, que vaya o que no vaya?
MOSCÓN: Hay que no
tiene que hacer
allá usarced.
CLARÍN:
¿Por qué causa?
MOSCÓN: Porque yo
por Livia muero,
que es de Justina crïada,
y no quiero que se atreva
ni el mismo sol a mirarla.
CLARÍN: Basta, que
no he de reñir
en ningún tiempo por dama
que ha de ser esposa mía.
MOSCÓN: Aquesa
opinión me agrada,
y así es bien que diga ella
quién la obliga o quién la cansa.
Vámonos allá los dos,
y escoja.
CLARÍN:
De buena gana,
aunque ha de escogerte temo.
MOSCÓN: ¿Ya tienes
de eso confïanza?
CLARÍN: Sí, que
escogen lo peor
siempre las Livias ingratas.
Vanse
MOSCÓN y CLARÍN. Salen JUSTINA y
LISANDRO
JUSTINA:
No me puedo consolar
de haber hoy visto, señor,
el torpe, el común error
con que todo ese lugar
templo consagra y altar
a una imagen que no pudo
ser deidad; pues que no dudo
que al fin, si algún testimonio
da de serlo, es el demonio,
que da aliento a un bronce mudo.
LISANDRO: No
fueras, bella Justina,
quien eres, si no lloraras,
sintieras y lamentaras
esa tragedia, esa rüina
que la religión divina
de Cristo padece hoy.
JUSTINA: Es cierto, pues
al fin soy
hija tuya, y no lo fuera
si llorando no estuviera
ansias que mirando estoy.
LISANDRO:
¡Ay, Justina! No ha nacido
de ser tú mi hija, no,
que no soy tan feliz yo.
Mas -- ¡ay Dios! -- ¿cómo he rompido
secreto tan escondido?
Afecto del alma fue.
JUSTINA: ¿Qué dices,
señor?
LISANDRO:
No sé.
Confuso estoy y turbado.
JUSTINA:
Muchas veces te he escuchado
lo que ahora te escuché,
y nunca quise, señor,
a costa de un sufrimiento,
apurar tu sentimiento
ni examinar mi dolor;
pero viendo que es error
que de entenderte no acabe,
aunque sea culpa grave,
que partas, señor, te pido
tu secreto con mi oído,
ya que en tu pecho no cabe.
LISANDRO:
Justina, de un gran secreto
el efeto te callé,
la edad que tienes, porqué
siempre he temido el efeto;
mas
viéndote ya sujeto
capaz de ver y advertir,
y viéndome a mí que, al ir
con este báculo dando
en la tierra, voy llamando
a las puertas del morir,
no te tengo de dejar
con esta ignorancia, no,
porque no cumpliera yo
mi obligación con callar:
y así, atiende a mi pesar
tu placer.
JUSTINA:
Conmigo lucha
un temor.
LISANDRO:
Mi pena es mucha,
pero esto es ley y razón.
JUSTINA: Señor, de esta
confusión
me rescata.
LISANDRO:
Pues escucha.
Yo soy, hermosa Justina,
Lisandro... No de que empiece
desde mi nombre te admires;
que aunque ya sabes que es éste,
por lo que se sigue al nombre
es justo que te le acuerde,
pues de mí no sabes más
que mi nombre solamente.
Lisandro soy, natural
de aquella ciudad que en siete
montes es hidra de piedra,
pues siete cabezas tiene; de
aquella que es silla hoy
del
romano imperio -- ¡oh, llegue
del cristiano a serlo, pues
Roma sólo lo merece! -- .
En ella nací de humildes
padres, si es que nombre adquieres
de humildes los que dejaron
tantas virtudes por bienes.
Cristianos nacieron ambos,
venturosos descendientes
de algunos que con su sangre
rubricaron felizmente
las fatigas de la vida
con los triunfos de la muerte.
En la religión cristiana
crecí industriado, de suerte
que en su defensa daré
la vida una y muchas veces.
Joven era, cuando a Roma
llegó encubierto el prudente
Alejandro, papa nuestro,
que la apostólica sede
gobernaba, sin tener
donde tenerla pudiese;
que como la tiranía
de los gentiles crüeles
su sed apaga con sangre
de la que a mártires vierte,
hoy la primitiva iglesia
ocultos sus hijos tiene;
no porque el morir rehusan,
no porque el martirio temen,
sino porque de una vez
no acabe el rigor rebelde
con todos, y, destrüida
la iglesia, en ella no quede
quien catequice al gentil,
quien le predique y le enseñe.
A Roma, pues, Alejandro llegó;
y yendo oculto a verle,
recibí su bendición,
y de su mano clemente
todos los órdenes sacros,
a cuya dignidad tiene
envidia el ángel, pues sólo
el hombre serlo merece.
Mandóme Alejandro, pues,
que a Antioquía me partiese
a predicar de secreto
la ley de Cristo. Obediente,
peregrinando a merced
de tantas diversas gentes,
a Antioquía vine; y cuando
desde aquesos eminentes
montes llegué a descubrir
sus dorados chapiteles,
el sol me faltó, y, llevando
tras sí el día, por hacerme
compañía, me dejó
a que le sostituyesen
las estrellas, como en prendas
de que presto vendría a verme.
Con el sol perdí el camino,
y, vagando tristemente
en lo intrincado del monte,
me hallé en un oculto albergue,
donde los trémulos rayos
de tanta antorcha viviente,
aun no se dejaban ya
ver, porque confusamente
servían de nubes pardas
las que fueron hojas verdes.
Aquí, dispuesto a esperar
que otra vez el sol saliese,
dando a la imaginación
la jurisdicción que tiene,
con las soledades hice
mil discursos diferentes.
De esta suerte, pues, estaba,
cuando de un suspiro leve
el eco mal informado
la mitad al dueño vuelve.
Retruje al oído todos
mis sentidos juntamente,
y volví a oir más distinto
aquel aliento y más débil,
mudo idioma de los tristes,
pues con él solo se entienden.
De mujer era el gemido,
a cuyo aliento sucede
la voz de un hombre, que a media
voz decía de esta suerte,
"Primer mancha de la sangre
más noble, a mis manos muere,
antes que a morir a manos
de infames verdugos llegues."
La infeliz mujer decía
en medias razones breves,
"Duélete tú de tu sangre,
ya que de mí no te dueles."
Llegar pretendí yo entonces
a estorbar rigor tan fuerte;
mas no pude, porque al punto
las voces se desvanecen,
y vi al hombre en un caballo,
que entre los troncos se pierde.
Imán fue de mi piedad
la voz, que ya balbuciente
y desmayada decía,
gimiendo y llorando a veces,
"Mártir muero, pues que muero
por cristiana e inocente."
Y siguiendo de la voz
el norte, en espacio breve
llegué donde una mujer,
que apenas dejaba verse,
estaba a brazo partido
luchando ya con la muerte.
Apenas me sintió cuando
dijo, esforzándose, "Vuelve,
sangriento homicida mío,
ni aun este instante me dejes
de vida." "No soy," le dije,
"sino quien acaso viene,
quizá del cielo guïado,
a valeros en tan fuerte
ocasión." "Ya que imposible
es," dijo, "el favor que ofrece
vuestra piedad a mi vida,
pues que por puntos fallece,
lógrese en ese infelice
en quien hoy el cielo quiere,
naciendo de mi sepulcro,
que mis desdichas herede."
Y espirando, vi...
Sale LIVIA
LIVIA:
Señor,
el mercader a quien debes
aquel dinero a buscarte
ahí con la justicia viene.
Que no estás en casa dije.
Por esotra puerta vete.
JUSTINA: ¡Cuánto siento
que a estorbarte
en aquesta ocasión llegue,
que estaba a tu relación
vida, alma y razón pendientes!
Mas vete ahora, señor.
la justicia no te encuentre.
LISANDRO: ¡Ay de mí! ¡Qué de
desaires
la necesidad padece!
Vase LISANDRO
JUSTINA: Sin duda entran
hasta aquí,
porque siento ahí fuera gente.
LIVIA: No
son ellos; Ciprïano
es.
JUSTINA:
Pues ¿qué es lo que pretende
Ciprïano aquí?
Salen CIPRIANO, CLARÍN y
MOSCÓN
CIPRIANO:
Serviros,
oh señora, solamente.
Viendo salir la justicia
de vuestra casa, se atreve
a entrar aquí mi amistad,
por la que a Lisandro debe,
a sólo
saber...(¡Turbado
Aparte
estoy!)... si acaso... (Qué fuerte Aparte
hielo discurre mis venas!)
en algo serviros puede
mi deseo. (¡Qué mal dije! Aparte
Que no es hielo, fuego es éste.)
JUSTINA: Guárdeos el
cielo mil años;
que en
mayores intereses
habéis de honrar a mi padre
con vuestros favores.
CIPRIANO:
Siempre
estaré para serviros.
(¿Qué me turba y enmudece?) Aparte
JUSTINA: Él ahora no
está en casa.
CIPRIANO: Luego bien, señora,
puede
mi voz decir la ocasión
que aquí me trae claramente;
que no es la que habéis oído
sola la que a entrar me mueve
a
veros.
JUSTINA:
Pues ¿qué mandáis?
CIPRIANO: Que me oigáis. Yo
seré breve.
Hermosísima Justina,
en quien hoy ostenta ufana
la naturaleza humana
tantas señas de divina:
vuestra quietud determina
hallar mi deseo este día;
pero ved que es tiranía,
como el efeto lo muestra,
que os dé yo la quietud vuestra,
y vos me quitéis la mía.
Lelio, de su amor movido...
(¡No vi amor más
disculpado!) Aparte
...Floro, de su amor llevado...
(¡No vi error más
permitido!) Aparte
...el uno y otro han querido
por vos matarse los dos;
por vos lo he estorbado -- ¡ay Dios! --
pero ved que es error fuerte
que yo quite a otros la muerte
para que me la deis vos.
Por excusar el que hubiera
escándalo en el lugar,
de su parte os vengo a hablar,
(¡oh nunca a hablaros viniera!) Aparte
porque vuestra elección fuera
árbitro de sus recelos
y jüez de sus desvelos;
pero ved que es gran rigor
que yo componga su amor
y vos dispongáis mis celos.
Hablaros, pues, ofrecí,
señora, para que vos
escogierais de los dos
cuál queréis...(¡infeliz
fui!)
Aparte
que a vuestro padre...(¡ay de mí!) Aparte
os pida. Aquesto pretendo;
pero ved... (¡yo estoy muriendo!) Aparte
que es injusto...(¡estoy temblando!) Aparte
...que esté por ellos hablando
y que esté por mí sintiendo.
JUSTINA:
De tal manera he extrañado
vuestra vil proposición
que el discurso y la razón
en un punto me han faltado.
Ni a Floro ocasión he dado,
ni a Lelio, para que así
vos os atreváis aquí:
y bien pudiérades vos
escarmentar en los dos
del rigor que vive en mí.
CIPRIANO: Si
yo, por haber querido
vos a alguno, pretendiera
vuestro favor, mi amor fuera
necio, infame y mal nacido.
Antes por haber vos sido
firme
roca a tantos mares,
os quiero, y en los pesares
no escarmiento de los dos;
que yo no quiero que vos
me queráis por ejemplares.
¿Qué diré a Lelio?
JUSTINA:
Que
crea
los costosos desengaños
de un amor de tantos años.
CIPRIANO: ¿Y a Floro?
JUSTINA:
Que no me vea.
CIPRIANO: ¿Y a mí?
JUSTINA:
Que osado no sea
vuestro amor.
CIPRIANO:
¿Cómo, si es dios?
JUSTINA: ¿Será más dios
para vos
que para los dos lo ha sido?
CIPRIANO: Sí.
JUSTINA:
Pues ya yo he respondido
a Lelio, a Floro y a vos.
Vanse CIPRIANO y JUSTINA, cada uno por su
puerta
CLARÍN:
Señora Livia.
MOSCÓN:
Señora
Livia.
CLARÍN: Aquí
estamos los dos.
LIVIA: Pues
¿qué queréis vos? Y vos
¿qué queréis?
CLARÍN:
Que usted ahora,
por si por dicha lo ignora,
sepa que bien la queremos.
Para matarnos nos vemos;
pero atentos a no dar
escándalo en el lugar,
que uno escoja pretendemos.
LIVIA:
Es tan grande el sentimiento
de que así me hayáis hablado
que mi dolor me ha dejado
sin razón ni entendimiento.
¡Qué uno escoja! ¿Hay sufrimiento
en lance tan importuno?
¡Uno yo! ¿Pues oportuno
no es para tener -- ¡ay Dios! --
este ingenio a un tiempo dos?
¿Qué queréis que escoja uno?
CLARÍN:
¿Dos a un tiempo, cómo quieres?
¿No te embarazarán dos?
LIVIA: No,
que de dos en dos los
digerimos las mujeres.
MOSCÓN: ¿De qué
suerte te prefieres
a eso?
LIVIA:
¡Qué necia porfía!
Queriéndós la lealtad mía
MOSCÓN: ¿Cómo?
LIVIA:
Alternative.
CLARÍN:
Pues
¿qué es alternative?
LIVIA:
Es
querer a cada uno un día.
Vase LIVIA
MOSCÓN:
Pues yo escojo este primero.
CLARÍN:
Mayor será el de mañana;
yo le doy de buena gana.
MOSCÓN: Livia, en
fin, por quien yo muero,
hoy me quiere y hoy la quiero.
Bien es que tal dicha goce.
CLARÍN:
Oye usted, ya me conoce.
MOSCÓN: ¿Por qué
lo dice? Concluya.
CLARÍN: Porque
sepa que no es suya,
en dando que den las doce.
Vanse
MOSCÓN y CLARÍN. Salen FLORO: y LELIO, de
noche, cada uno por su puerta
LELIO:
(Apenas la escura noche Aparte
extendió su manto negro
cuando yo a adorar la esfera
de aquestos umbrales vengo;
que aunque hoy por Ciprïano
tengo suspenso el acero,
no el afecto; que no pueden
suspenderse los afectos.)
FLORO: (Aquí
me ha de hallar el alba; Aparte
que en otra parte violento
estoy, porque, en fin, en otra
estoy
fuera de mi centro.
¡Quiera Amor que llegue el día
y la respuesta que espero
con Ciprïano, tocando
o la ventura o el riesgo!)
LELIO:
(Ruido en aquella ventana
Aparte
he sentido.)
FLORO:
(Ruido han hecho Aparte
en aquel balcón.)
Sale el DEMONIO al balcón
LELIO:
(Un bulto Aparte
sale de ella, a lo que puedo
distinguir.)
FLORO:
(Gente se asoma Aparte
a él, que entre sombras veo.)
DEMONIO: (Para las
persecuciones
Aparte
que hacer en Justina intento
a disfamar su virtud
de esta manera me atrevo.)
Baja el DEMONIO por una escala
LELIO: (Mas ¡ay
infeliz! ¡Qué
miro!)
Aparte
FLORO: (Pero
¡ay infeliz! ¡Qué
veo!)
Aparte
LELIO: (El
negro bulto se arroja Aparte
ya desde el balcón al suelo.)
FLORO: (Un
hombre es, que de su casa Aparte
sale. No me matéis, celos,
hasta que sepa quién es.)
LELIO:
(Reconocerle pretendo,
Aparte
y averiguar de una vez
quién logra el bien que yo pierdo.)
Llegan el uno al otro con las espadas desnudas, y al
llegar se hunde el DEMONIO, y quedan los dos
afirmados
DEMONIO (No sólo
he de
conseguir
Aparte
hoy de Justina el desprecio,
sino rencores y muertes.
Ya llegan: ábrase el centro,
dejando esta confusión
a sus ojos.)
Húndese ahora
LELIO:
Caballero,
quienquiera que seáis, a mí
me ha importado conoceros;
y a todo trance restado
con esta demanda vengo.
Decid quién sois.
FLORO:
Si os obliga
a tan valiente despecho
saber en quién ha caido
vuestro amoroso secreto,
más que el conocerme a vos
me importa a mí el conoceros;
que en vos es curiosidad,
y en mí es más, porque
son celos.
¡Vive Dios, que he de saber
quién es de la casa dueño,
y quién a estas horas gana,
por ese balcón saliendo,
lo que yo pierdo llorando
a estas
rejas!
LELIO:
¡Bueno es eso,
querer deslumbrar ahora
la luz de mis sentimientos,
atribuyéndome a mí
delito que sólo es vuestro!
Quién sois tengo de saber,
y dar muerte a quien me ha muerto
de celos, saliendo ahora
por ese balcón.
FLORO:
¡Qué necio
recato, encubrirse cuando
está el amor descubierto!
LELIO: En
vano la lengua apura
lo que mejor el acero
hará.
FLORO:
Con él os respondo.
LELIO: Quién
ha sido, saber tengo,
hoy el admitido amante
de Justina.
FLORO:
Ése es mi intento.
Moriré, o sabré quién sois.
Salen CIPRIANO, MOSCÓN y CLARÍN
CIPRIANO: Caballeros,
deteneos,
si a aquesto puede obligaros
haber llegado a este tiempo.
FLORO: Nada
me puede obligar
a que deje el fin que intento.
CIPRIANO: ¿Floro?
FLORO:
Sí, que con la espada
en la mano, nunca niego
mi nombre.
CIPRIANO:
A tu lado estoy;
muera quien te ofende.
LELIO:
Menos
que temer me daréis todos
que él me daba solo.
CIPRIANO:
¿Lelio?
LELIO: Sí.
A FLORO
CIPRIANO: Ya
no estoy a tu lado,
porque es fuerza estar en medio.
¿Qué es esto? ¡En un día dos veces
he de hallarme a componeros!
LELIO: Ésta
la última será,
porque ya estamos compuestos;
que con haber conocido
quién es de Justina dueño,
no le queda a mi esperanza
ni aun el menor pensamiento.
Si no has hablado a Justina,
que no la hables te ruego
de parte de mis agravios
y mis desdichas, habiendo
visto que Floro merece
sus favores en secreto.
De ese balcón ha bajado
de gozar el bien que pierdo;
y no es mi amor tan
infame
que haya de querer, atento
a celos averiguados,
con desengaños tan ciertos.
Vase LELIO
FLORO:
Espera.
CIPRIANO:
No has de seguirle...
(De haberle oído estoy muerto) Aparte
que si es él el que ha perdido
...lo que has ganado, y dispuesto
a olvidar está, no es bien
apurar su sufrimiento.
FLORO: Tú y
él apuráis el mío
con estas cosas a un tiempo;
y así a Justina no hables
por mí; que aunque yo pretendo
a costa de mis agravios
vengarme de sus desprecios,
ya la esperanza de ser
suyo
cesó, porque creo
que no es noble el que porfía
sobre averiguados celos.
Vase FLORO
CIPRIANO: (¿Qué es esto,
cielos? ¿Qué escucho?
¿El uno del otro a un tiempo
unos mismos celos tienen,
y yo de uno y otro los tengo?
Los dos sin duda padecen
algún engaño, y yo tengo
que agradecerle, pues ya
los dos desisten en esto
de su pretensión. Desdichas,
aunque haya sido consuelo
este discurso, buscado
de mis ansias, le agradezco.)
Moscón, prevenme mañana
galas; Clarín, tráeme luego
espada y plumas; que amor
se regala en el objeto
airoso y lucido; y ya
ni libros ni estudios quiero,
porque digan que es amor
homicida del ingenio.
Vanse todos
FIN DE LA PRIMERA JORNADA