PRIMERA JORNADA
Salen LISARDA y NISE con mantos, y
PATACÓN, vestido de camino
LISARDA: ¿Cuándo parte tu señor?
PATACÓN: Dentro de un hora se irá.
LISARDA: ¿No sabré yo dónde va?
PATACÓN: Aunque arriesgara el temor
de su enojo, lo dijera,
a saberlo, te prometo,
o por no guardar secreto
o por temer de manera
tu condición siempre altiva
que estoy temiendo, y no en vano,
cuando aquesta blanca mano,
por blanca que es, me derriba
dos o tres muelas siquiera,
como si tuviera yo
culpa en que se vaya o no.
LISARDA: ¿Tras el ausencia primera,
de que aun hoy quejosa vivo,
segunda ausencia previene?
PATACÓN: ¿Qué le hemos de hacer, si tiene
espíritu ambulativo?
El no puede estar parado.
NISE: Para reloj era bueno.
PATACÓN: Y aunque más se lo condeno,
es a ver tan inclinado
que, solamente por ver,
de una en otra tierra pasa,
siempre fuera de su casa.
NISE: Malo era para mujer.
PATACÓN: Pues nada a ti te pregunto,
calla, Nise; que es en vano
querer de mi canto llano
echarle tú el contrapunto.
NISE: Pues yo ¿qué digo?
LISARDA: Dejad
los dos tan necia porfía,
como veros cada día
opuestos; que es necedad
insufrible; y dime
(¡ay cielo!)
¿dónde Federico
está
ahora?
PATACÓN: Mientras que va
disponiendo mi desvelo
maletas y postas, él
salió; no sé dónde ha ido.
LISARDA: Pues ya que a verle he venido
donde mi pena crüel,
si algún alivio me deja,
a vista de olvido tanto,
sin que yo sepa qué es llanto,
llegue él a saber qué es queja.
Búscale y dile que aquí
estoy.
PATACÓN: Yo lo buscaré,
bien que dónde está no sé.
Mas Fabio, que viene allí,
quizá lo dirá.
LISARDA: Aunque Fabio
no importara que me viera,
y vengar en él pudiera
con un agravio otro agravio,
con todo, en la galería
que cae sobre el Po, le espero
retirada; que no quiero
dar a la desdicha mía
otro testigo.
PATACÓN: ¡Detente!
LISARDA: ¿Por qué?
PATACÓN: Porque en esta parte
esconderte hoy o taparte
tiene un grande inconveniente.
LISARDA: ¿Y qué es?
PATACÓN: Que algún entendido
que está de puntillas puesto
no murmure que entra presto
lo tapado y lo escondido;
y, antes de ver en qué para,
diga, de sí satisfecho,
que este paso está ya hecho.
LISARDA: En que entra Fabio repara,
y no quiero que me vea.
NISE: Tápate, y vente a esconder.--
A PATACÓN
Y tú puedes responder,
pues que yo no sé
quién sea,
que si tapada y cubierta
es fácil haga otro tanto,
que yo le daré este manto,
y aquí se queda esta puerta.
Escóndense las dos
PATACÓN: Aunque a estorbaros me aplico,
no puede mi condición
conseguirlo.
Sale FABIO
FABIO: Patacón,
¿adónde está Federico?
PATACÓN: A buscarle voy; aguarda
aquí. (¡Quiera Dios le halle, Aparte
para que pueda avisalle
adónde queda Lisarda!)
FABIO: (Loco pensamiento mío, Aparte
no te quejarás de mí,
porque no fíe de ti
el mal que de mí no fío;
pues cuando pedir pudiera
albricias de que hoy se va
quien tantos celos me da
con la más hermosa fiera
destos montes y estos
mares,
no permite mi
esperanza
que tome tan vil venganza,
a costa de los pesares
de la ausencia de un amigo,
a quien ofendió el deseo.
Y pues a callar me veo
obligado, ni aun conmigo
lo he de hablar; séllese el labio,
y quien alivio no espera
sufra, calle, gima y muera.)
Sale FEDERICO con un papel
FEDERICO: Pues ¿no me avisarais, Fabio,
que estabais aquí?
FABIO: Ya fue
a buscaros Patacón.
FEDERICO: Ociosa es su pretensión,
si va a otra parte, porqué
en esa cuadra escribiendo
a Lisarda este papel
estaba, diciendo en él
cómo ausentarme pretendo,
por decirla algo . . .
LISARDA: (¡Ay de mí!)
FEDERICO: . . . a un negocio que ha importado
para el pleito de mi estado.
LISARDA: (¿Haslo oído, Nise?)
NISE: (Sí.
Por decirte algo, te escribe
no más.)
LISARDA: (¡Ah, tirano!)
FABIO: Pues,
¿esa la causa no es
de la ausencia?
FEDERICO: No; que hoy vive
tan muerta la pretensión
como viva otra esperanza,
cuya vana confïanza
es imán del corazón.
Tras ella voy, sin saber
si la he de perder o hallar.
Tened lástima a un pesar,
que el buscarle es su placer.
FABIO: No me atrevo a preguntaros
nada; que no he de inquirir
lo que no queráis decir.
Sólo he venido a buscaros
para saber en qué puedo
en esta ausencia serviros,
y dónde podré escribiros.
FEDERICO: De queja tan cuerda quedo
advertido; y porque no
se agravie nuestra amistad
de mi silencio, notad
la causa que me obligó
a volver; veréis si es mucha.
LISARDA: (Escucha con atención.)
NISE: (Bueno es que él la relación
haga y digas tú el
"escucha.")
FEDERICO: Ya sabéis que yo de Ursino
había nacido heredero,
si el cielo no me quitara
lo que me había dado el cielo;
pues siendo así que Alejandro,
de Ursino príncipe y dueño,
siendo hermano de mi padre
y habiendo sin hijo muerto,
me tocaba, por varón,
de aquel estado el gobierno,
o mi desdicha o mi estrella
o mi fortuna ha dispuesto
que Teodosio, emperador
de Alemania, a quien por feudo
toca la elección, por ser
colonia del sacro imperio,
a mi prima Serafina,
que en infantes años tiernos
quedó, por muerte del padre,
en posesión haya puesto,
como inmediata heredera,
bien que a salvo mi derecho
del último poseedor.
Mas ¿para qué ahora os cuento
lo que sabéis? Pues sabéis
que nos hallamos a un tiempo,
ella princesa de Ursino
y yo el más pobre escudero
de su casa; cuya instancia
ocasión fue de no habernos
visto los dos desde entonces;
que aquel hidalgo proverbio
de "pleitear y comer juntos"
sólo para dicho es bueno;
porque no sé cómo pueden
avenirse dos afectos
conformes al trato, estando
a la voluntad opuestos.
Con este pesar, por no
decir, con este despecho,
que a un ánimo generoso
nada ha de quitarle el serlo,
viví ocioso cortesano
de Milán, adonde, expuesto
a los desaires de pobre,
anduve siempre, os
prometo,
vergonzoso, siempre triste,
melancólico y suspenso;
que no hay estado en el mundo
(perdonen cuantos nacieron
atareados a su afán)
peor que el de pobre soberbio;
hasta que, pensando un día
en qué pudiera ser medio
a mis tristezas, que fuera
lícito divertimiento,
vine a dar (fuese locura
o inclinación, que no quiero
poner en razón ideas
de un ocioso pensamiento,
que doméstico enemigo
alimentaba yo mesmo)
en que el vivir ignorado
sería el mejor acuerdo,
llevando mis vanidades
engañadas por diversos
rumbos; que necesidad
a solas tiene consuelo,
pero con testigos no.
Mas ¡qué recibido yerro,
no sentir verla y sentir
ver que vean que la tengo!
Esta, pues, locura, dije
antes y a decirlo vuelvo
ahora, a ausentarme, Fabio,
me persuadió; a cuyo efecto
pedí licencia al cariño
que tuve a Lisarda un tiempo,
bien que a pesar del rencor
de su padre; porque siendo
en estos bandos de Italia
yo Gebelino y él Güelfo,
declarados enemigos
fuimos siempre. ¿Quién vio, cielos,
en la familia de una alma
vivir de puertas adentro
en un lecho y a una mesa
amor y aborrecimiento?
Deste, pues, ceño
heredado,
en el litigado
pleito
se vengó de mí, no como
debió un noble; pues habiendo
dejado en Milán su hija
al abrigo de unos deudos
que en esta ausencia han faltado,
por gozar no sé qué sueldos
del César, pasó a Alemania,
donde, a Serafina afecto
más que a mí, favoreció
su partido. Pero esto
no es del caso; y así vamos
a que, a ausentarme resuelto,
pedí licencia al cariño
que tuve. Advertid, os
ruego,
pues hablo con vos, y no
puede Lisarda
saberlo,
que deciros que le tuve
no es deciros que le tengo,
sin que por esto tampoco
penséis que el mudar de afecto
nace de aquella ojeriza.
Y así aquí la hoja doblemos;
que, para acudir a todo,
yo la desdoblaré presto.
Salí, Fabio, de Milán
solamente con intento
de complacer el capricho
de mis locos devaneos;
pero apenas vi las cuatro
cortes de nuestro emisferio,
a quien parece que miran
afables cuatro elementos
(pues Nápoles, toda
halagos,
e[s] blanda región
del viento;
toda montes Roma, es
de la tierra fértil centro;
toda mar Venecia, de agua
población; y toda fuego
Sicilia, abrasada esfera)
cuando los ojos volviendo
a mis sentimientos, vi
no enmendar mis sentimientos
la vaguedad de mi vida;
pues antes iban creciendo
con la hermosa variedad
de tanto glorioso objeto;
y así traté de volverme,
que nunca duran más que esto
veletas que sólo están
contemporizando al viento;
si bien otro intento, Fabio,
fue causa, pues fue el intento,
rematando con las ruinas
de mi poca hacienda, expuesto
a hacerme yo mi fortuna,
irme a la guerra que veo
que los alemanes rompen
con los esgüízaros. Pero
¿qué más guerra que un cuidado,
más asalto que un deseo,
más campaña que un amor,
ni más arma que unos celos?
Celos dije, y amor dije;
pues para que veáis
si es cierto,
aquí haced punto, que aquí
os he menester atento.
Volviendo, pues, a Milán,
hube de tocar en pueblos
del principato de Ursino,
y hallélos todos envueltos
en públicas alegrías,
bailes, músicas y
juegos.
Pregunté la causa y supe
que era haber cumplido el tiempo
de su pupilar edad
Serafina, y que el consejo,
que había hasta allí gobernado
en forma de parlamento,
a otro día la ponía
en posesión del gobierno,
con calidad que en un año
hubiese de elegir dueño
que los rigiese, por no
estar a mujer sujetos.
A este efecto hacía el estado
regocijos y a este efecto
cuantos príncipes Italia
tiene, a su hermosura atentos
más que a su estado (¿qué mucho,
si la hermosura es imperio
que se compone de tantos
vasallos como deseos?),
procuraban festejarla,
siendo de todos primero
acreedor de tanta dicha
don Carlos Colona, excelso
príncipe de Bisiniano,
que en los comunes festejos
tiene el primero lugar.
Aténgome a su derecho,
porque está muy adelante
el que por casamentero
tiene al vulgo, y muy atrás
quien tiene de un vulgo celos.
Añadióse a esta noticia
que Carlos, fino y atento,
un torneo de a caballo
mantenía, defendiendo
que ninguno merecía
ser de Serafina dueño.
Quien defiende una verdad
muy poco le debe al riesgo.
Yo no sé con qué ocasión,
pues antes debiera cuerdo
hüir, Fabio, sus aplausos
para huir mis sentimientos,
entré en deseo de ver
la novedad del torneo,
y fui a la corte de Ursino;
mas ¡qué sin vista, qué ciego
sigue el dictamen del hado
un infeliz, no advirtiendo
dónde está el daño ni dónde
está el favor! Porque el cielo,
que con letras de oro tiene
en campo azul sus decretos
ya iluminados, no hace
caso del discurso nuestro;
y así el mal y el bien se vienen
sucedidos ellos mesmos.
Dígolo porque, llegando
disfrazado y encubierto
de noche, hallé la ciudad
hecha humano firmamento.
Los horrores de las sombras
con las máquinas del fuego
desdén hicieron del día.
Perdone el sol, si me atrevo
a decir que, si duraran
los materiales reflejos
de tanto esplendor, la aurora
misma no le echara menos;
pues naciendo no podía
darla más luz que muriendo.
De una en otra calle, pues,
con vista vagueando a tiento,
al palacio llegué, adonde
también informado advierto
que hacía un público sarao
las vísperas del torneo,
que había de ser a otro día.
Aquí, entre la gente envuelto
más común, llegué al salón,
donde vi en un trono excelso
a Serafina. Esta vez
el nombre trajo el concepto,
no yo; y así permitidme
decir, o vulgar o necio,
que era cielo y Serafina
el serafín de su cielo.
Ya os dije que no la había
visto desde sus primeros
años; y así la objeción
no será de fundamento,
si dijere que fue ésta
la primera vez que atento
vi tan cara a cara al sol,
que desalumbrado y ciego
quedé a sus rayos. No sé,
(si a las mejoras atiendo
que hallé en su hermoso semblante)
que dos manos tiene el tiempo,
que una va perficionando
cuando otra va destruyendo;
mas bien sé (si en las acciones
de un diestro pintor lo advierto,
pues cuando labra estudioso
alguna imagen, al lienzo
arrima el tiento y descansa
luego la mano en el tiento),
cuando no le sale a gusto
el rasgo que deja hecho,
lo que la derecha pinta
borra la izquierda. Esto mesmo
al tiempo sucede, pues,
cuando en breves años tiernos
va ilustrando perfecciones,
va la hermosura en aumento;
pero, cuando no le sale
tan a su gusto el objeto,
le quita con una mano
el matiz que otra le ha puesto;
siendo la edad de una dama
tabla en que dibuja diestro
hasta cierto punto, en que,
de la imagen mal contento,
él mismo vuelve a ir borrando
lo que él mismo fue puliendo.
En toda mi vida, Fabio,
vi prodigio, vi portento,
vi asombro, vi admiración
de igual hermosura. Pero
¿qué mucho, si en cuatro lustros
no ha tenido tiempo el tiempo
para que desagradado
cualquier rasgo no sea acierto?
No me quiero detener
en pintar los lucimientos,
bordados, joyas y galas
de damas y caballeros;
porque me está
dando priesa
el más extraño suceso
que oísteis jamás. Y así
baste
decir que, como
entre sueños
pasó el festín y la noche
quedó en su común silencio,
yo, que saqué dél conmigo,
sin saberlo yo, en mi pecho...
un cuidado iba a decir,
y no es cuidado; un deseo,
y no es deseo tampoco;
un afecto, y no es afecto;
un agrado, y no es
agrado;
un tormento, y no es tormento;
un no sé qué... ahora lo dije;
pues no sé lo que es, supuesto
que miento, si digo gusto,
y si digo pesar, miento;
tan nuevo huésped del alma
que, aposentándole dentro
della, aun ella no sabía
si era tristeza o contento.
Con este enigma, que aun hoy
ni le descifro ni entiendo,
a las puertas del palacio
me quedé absorto y suspenso,
sin saber adónde irme
(mas ¿qué mucho, si violento
estuviera en otra parte,
pues ya era aquélla mi centro?),
cuando a no pequeño espacio
escucho decir al eco
en desacordadas voces
de mal formados acentos:
"¡Fuego!" No hube menester
segundo informe, supuesto
que, para saber adónde,
fue oírle y verle tan a un tiempo
que llegó a mí tan veloz
la llama como el estruendo.
El cuarto de Serafina
era el que en breve momento
de alcázar pasó a volcán,
de palacio a Mongibelo.
Toda su fábrica hermosa,
ruina del voraz incendio,
pirámide era de humo,
tan alta que los reflejos
de sus erradas centellas,
con presunción de luceros,
a pesar del viento, ardían
de esotra parte del viento.
Mal hubiese el aparato,
mal hubiese el lucimiento
de tanta encendida antorcha
como le adornó primero;
pues, descuidada pavesa
del abrasado festejo
el asunto dio al acaso
y a mí el asunto y el riesgo.
Pues, como más desvelado
o más cercano, creyendo
que en otro incendio llevaba
perdido a cualquiera el miedo,
me arrojé a entrar y, pasando
del hidrópico elemento
las ya destroncadas ruinas,
con que voraz y sediento
hacía iguales desperdicios
de lo precioso y lo bello,
sin que aquí al oro, allí al jaspe
tuviese su [s]ed respeto,
sin que respeto tuviese
su hambre aquí al pulido aseo
ni allí al precioso menaje,
abrasando y consumiendo
desde el dorado artesón
al chapeado pavimiento,
aquí estudios del telar
y allí del pincel desvelos,
"¡Cielos, piedad!" una voz
en desmayado lamento
dijo, cuyo boreal norte
me dio en una cuadra puerto,
donde Serafina hermosa,
casi en el último aliento
de su vida, sin sentido,
duraba con sentimiento.
Ni bien desnuda, ni bien
vestida estaba; que a medio
traje debió de cogerla
el sobresalto y, queriendo
escapar, fue de la fuga
rémora el desmayo. ¡Ah, cielos,
y quién supiera pintarla!
Pero aun contado no quiero,
cuando ella se está abrasando,
estarme yo discurriendo.
Con ella cargué en los brazos
y, Eneas de amor, rompiendo
canceles de fuego y humo,
salí al primer
patio, a tiempo
que ya la lloraban muerta
los que, así como la vieron,
quitándola de mis brazos,
cuidaron de su remedio,
albergándola en la casa
de un anciano caballero,
sin que de mí ni mi acción
hiciese ninguno dellos
caso. Mas ¿qué acción de pobre
se ha agradecido más que esto?
¿Quién creerá que a quien me quita
estado, lustre y aumento
diese la vida? Mas ¿quién
no lo creerá, si, acudiendo
ahora a desdoblar la hoja
que dejé, a confesar llego
que es la causa su hermosura
y no el aborrecimiento
del padre, para que echase
a Lisarda de mi pecho?
Diga del primer amor
lo que quisiere el más cuerdo;
que, en llegando a ver segundo,
siempre al segundo me atengo.
Quien me acuse de mudable
meta la mano en su pecho,
y verá cuántos cariños
de ayer son hoy
cumplimientos.
En demanda, pues,
de tanta
dicha como me prometo
o de la locura mía
o de su agradecimiento,
ya que dilató este acaso
saraos, justas y torneos,
prevenido, como pude,
de créditos y dineros,
galas, armas y caballos,
declarado amante vuelvo
a festejarla y
servirla,
no sin esperanza, puesto
que, para que me conozca
dueño de su vida, llevo
una seña en esta joya
que, al quitármela del pecho,
la quité del pecho yo
para testigo y acuerdo
de mi acción. Fundado en ella
y en mi sangre, que en efecto
si arde sin fuego, quizá
arderá mejor con fuego,
he de obligarla.
Salen LISARDA, y quítale la joya, y NISE
LISARDA: No harás,
ingrato.
FEDERICO: ¿Qué es lo que veo?
LISARDA: Que si no hay otro testigo
de la deuda en que la has puesto,
sino esta joya, esta joya
no lo será ya.
Hace que la arroja
FEDERICO: ¿Qué has hecho,
tirana?
LISARDA: Arrojar al Po
ese traidor instrumento
de mi agravio; que, si a ti
favoreció un elemento,
a mí otro: llévese el agua
lo que a ti te trajo el fuego.
FEDERICO: ¡Oh, mal haya la atención
de obligaciones que han puesto
lazos al noble en las manos
para no vengar despechos
de mujer! Que ¡vive Dios!
que, a no mirar que me ofendo
más a mí que a ti, no sé
lo que hiciera, al ver que pierdo
la mejor prenda del alma!
Mas yo amaré tan atento,
yo idolatraré tan fino,
yo serviré tan sujeto
que no me haga falta. Y pues
oíste lo que pretendo
en este papel dorarte,
más que de fino, de cuerdo,
toma el papel a pedazos;
Rómpele
que más disculpa no quiero
ya contigo; y pues el agua
hoy te ha vengado
del fuego,
busca también quien te vengue
de los átomos del viento. --
¡Patacón!
Sale PATACÓN
PATACÓN: Bien podría hallarte
yo allá, estando tú acá dentro.
FEDERICO: ¿Está ya dispuesto todo?
PATACÓN: Todo está, señor, dispuesto.
FEDERICO: Pues llega la posta, y vamos. --
Adiós, Fabio. -- Y tú, áspid fiero,
quédate; que, a no más ver
de tu hermosura me ausento.
Vase FEDERICO
PATACÓN: Nise, adiós. Y en esta ausencia
una cosa te encomiendo,
aforrada della.
NISE: ¿Qué es?
PATACÓN: Casta, no casta.
NISE: Ya entiendo.
Vase PATACÓN
FABIO: Bien pudiera yo vengarme,
Lisarda, de tus desprecios
con tus desprecios; mas es
noble mi amor y no
quiero
que tus sentimientos sean
despique a mis
sentimientos;
y así llóralos sin mí;
porque al verte
llorar, temo
que a alguna ruindad me obliguen
o mis celos o tus celos.
Vase FABIO
LISARDA: ¿Quién en el mundo se vio
en igual desaire? Pero
¿cómo cobarde me aflijo
y no animosa me vengo?
NISE: ¿Qué venganza has de tener
de hombre tan ruin y grosero
como ha andado? ¿Éste era el fino?
¿Éste el rendido, el atento?
¡Ah, fuego de Dios en todos!
LISARDA: No sé; mas sí sé, pues tengo
esta joya en que fundar
mis engaños.
NISE: ¿Cómo es eso?
Pues ¿no la arrojaste al río?
LISARDA: No; porque el fin previniendo
de que me podía servir,
otra que tenía en el pecho
arrojé, con que sus señas
pudo desmentir el viento.
Y pues lo que en un instante
previne sucede, ¡ea, ingenio!
a nueva fábula sea
mi vida asunto; que, puesto
que de celosas locuras
están tantos libros llenos,
no hará escándalo una más.
NISE: ¿Qué intentas?
LISARDA: ¿Desde el primero
oriente mío no fui
víbora, pues que naciendo
la vida costé a mi madre?
¿Mi padre entre los estruendos
de Marte no me crïó,
por no dejarme a los riesgos
de los bandos gebelinos,
siendo él campeón de los güelfos?
¿Segunda naturaleza
la costumbre no me ha hecho
tan varonil que la espada
rijo y el bridón manejo?
¿Hoy, apagados los bandos,
por ir al César sirviendo,
en Milán no me dejó
encargada a Filiberto,
su hermano? ¿Él en esta ausencia
también (¡ay de mí!) no ha muerto,
con que estoy libre? ¿Mi primo,
el príncipe de Orbitelo,
a quien su madre ha criado,
sin que le haya visto el pueblo,
entre sus damas, no es
un hermoso joven bello,
en cuyo labio la edad
aun no dio el perfil primero
de la juventud? ¿No van
a Ursino amantes diversos
de Serafina?
NISE: Sí.
LISARDA: Pues
haz de todo esto un compuesto,
y sígueme, sin que pongas
objeción a mis intentos;
que, si no hubiera extrañeza
en los humanos afectos,
la admiración se quedara
inútil al mundo; puesto
que no hubiera que admirar
maravillas y portentos
de un hombre con desengaños
y de una mujer con celos.
Vanse
Salen dos damas con instrumentos, y TEODORO, viejo
TEODORO: ¿Traéis instrumentos?
DAMA 1: Sí.
TEODORO: Pues para aliviar su triste
pena, en tanto que se viste,
podéis cantar desde aquí,
ya que experiencia
tenemos
que nada pasión tan
fuerte,
sino el canto, le divierte.
DAMA 1: ¿Qué tono, Flora, diremos?
DAMA 2: El de Aquiles, cuando está
sirviendo a Deidamia; pues
su letra otras veces es
la que más gusto le da.
TEODORO: Cantad, y sea el que fuere,
pues a música inclinado,
el cielo en ella le ha dado
tanta gracia que prefiere
a las aves; y podría
ser que, como os escuchase,
cantando él también, templase
tan grave melancolía.
Cantan
DAMAS: "De Deidamia enamorado,
hermosísimo imposible,
en infantes años tiernos
estaba el valiente Aquiles."
Sale CÉSAR vistiéndose
CÉSAR: ¿De Deidamia enamorado,
hermosísimo imposible,
en infantes años tiernos
estaba el valiente Aquiles?
Canta
"¡Ay de mí, triste,
que mi vida estas voces me repiten!"
DAMAS: "Tan rendido a sus
pasiones,
felices ya, ya
infelices,
que a gusto del pesar muere,
y a pesar del gusto vive."
CÉSAR: ¿Tan rendido a sus pasiones,
felices ya, ya infelices,
que a gusto del pesar muere,
y a pesar del gusto vive?
Canta
"¡Ay de mí, triste,
que mi vida estas voces me repiten!"
DAMAS: "Tetis, su madre, temiendo
que entre dos muertes peligre,
la guerra que la amenaza
y la pasión que le aflige,
porque una no sepa dél
y otra su dolor alivie,
para que sirva a Deidamia
traje de mujer le viste."
CÉSAR: ¿Para que sirva a Deidamia
traje de mujer le viste?
Canta
"¡Ay de mí, triste,
que mi vida estas voces me repiten!"
Callad, callad; que parece
que el tono y letra que oí,
no por Aquiles, por mí
se hizo; pues en él me ofrece
no sé qué sombras la idea
que presumo que soy yo
quien en mujer transformó
su madre; pues que desea
que, entre mujeres crïado,
de Marte el furor ignore,
y melancólico llore
las amenazas del hado,
sin que a mi dolor penoso
alivie el daño; pues dél
sólo me da lo crüel
y me niega lo piadoso.
Pues ya que como mujer,
contra mi ambición altiva,
quiere que encerrado viva,
pudiera también hacer
que como mujer sirviera
a otra más bella, más rara
Deidamia, de quien gozara
sólo la vista siquiera.
Y puesto que mis tormentos
tanto me ahogan, callad,
y para siempre arrojad
o romped los instrumentos;
que no quiero, cuando yo
lloro un oculto pesar,
oír cantar, por no cantar.
TEODORO: ¿Esto no te agrada?
CÉSAR: No.
TEODORO: Pues ¿de cuándo acá, si el cielo
de tal gracia te ha dotado
que a tus voces se han parado
los pájaros en su vuelo,
la aborreces, siendo así
que sólo el canto solía
templar la melancolía?
CÉSAR: Desde que reconocí
que él la templaba, no quiero,
Teodoro, usar dél; que es tal
mi mal que sólo en mi mal
me alivia el ver que dél muero.
Y así dejadme morir,
sentir, padecer, penar.
¿Qué tono como llorar?
¿Qué letra como gemir?
TEODORO: ¿Es posible que de mí
no te fiarás, pues he sido
yo el que solo te
ha servido,
criado y enseñado?
CÉSAR: Sí.
De ti me quiero
fïar. --
A las damas
Salíos las dos allá fuera.
Vanse las damas
CÉSAR: Oye la piedad primera
que me debe mi pesar:
Heredero de mi padre
quedé, Teodoro, en infancia
tan tierna que no sentía,
hasta otro tiempo, su falta.
Mi madre, guardando noble
la viudedad de romana
antigua, como matrona
de su lustre y de su fama,
dejó a Milán y a Orbitelo
y, reduciendo su casa
a moderada familia,
la trajo entre estas montañas
donde Miraflor del Po
es tan abreviado alcázar
que apenas sus poblaciones
de cuatro villanos pasan.
Cubrió de funestos lutos
su vivienda, con tan rara
austeridad que aun al campo
apenas dejó ventana.
En esta soledad y este
retiro fue mi crïanza
del delito del nacer
una prisión voluntaria.
En ella (que, aunque lo sepas,
no importa el decirlo nada,
puesto que un triste, aunque diga
lo que se sabe, descansa)
con tan grande, con tan ciega
terneza me mira y ama
que el aire, que apenas pase
junto a mí, la sobresalta.
Si alguna tarde la pido
licencia para ir a caza,
aun los conejos presume
que son fieras que me matan;
y lo más que me concede
es, cuando más se adelanta,
chucherías de las aves,
varetas, ligas y jaulas.
Si a las orillas del
río
salgo a pescar con la caña,
desvanecido en sus ondas
temiendo queda que caiga.
Verme arcabuz en las manos
es llorar que se dispara
o se revienta. Si ve
que algún caballo me agrada,
por manso que sea, presume
que se desboca y me arrastra.
Espada no me permite
traer, siendo así que la espada
a los hombres como yo
se ha de ceñir con la faja.
La familia que me asiste
sólo es de dueñas y damas
y sólo lo que de mí
la gusta es tocar un arpa,
a cuyo compás tal vez,
porque buscando esta gracia
a otra, quizá dio conmigo,
llora mi voz lo que canta.
A ti solo, por no hallar
mujer en el mundo sabia,
que si la hubiera en el mundo,
sin duda es que la buscara,
me dio por maestro, de quien
he aprendido lo que llaman
buenas letras; de manera
que hijo de viuda es tanta
la atención con que me cría,
el temor con que me guarda,
que presumo que la misma
naturaleza se agravia,
quejosa de que el cabello
crecido y trenzado traiga,
y por eso no ha querido
brotar, Teodoro, en mi cara
aquella primera seña
que a la juventud esmalta.
Dejemos en este estado
la desdicha de que haya
crecido un hombre a no más
que a crecer, sin que le haga
pasaje la edad a que
a ver sus iguales salga;
y vamos a otro suceso,
cuya novedad extraña,
criándola como me crían,
nunca ha salido del alma.
Serafina, que hoy de Ursino
es princesa propietaria,
vencido el pleito, de que
tú fuiste parte contraria,
pues de Federico amigo,
ayudaste sus instancias,
cuya ojeriza te tiene
sin tu familia y tu casa,
y confiscada tu hacienda,
desterrado de tu patria,
a besar la mano al César,
que en esta ocasión se hallaba
en Milán, porque viniendo,
llamado de la arrogancia
del esgüízaro rebelde,
dar quiso una vuelta a Italia,
pasó a vista de Belflor,
adonde mi madre trata,
por deudo o por amistad,
aquella noche hospedarla.
Vila, Teodoro, y vi en ella
la beldad más soberana
que pudo en su fantasía,
lámina haciendo del aura,
del pensamiento colores,
jamás dibujar la varia
imaginación de quien
piensa en lo que a ver no alcanza;
si ya no es que, como era
mi pecho una lisa tabla
en quien amor no había escrito
ningún mote de sus ansias,
sin ser menester
borrar
líneas de primera estampa,
pudo escribir fácilmente,
y escribió: "Muera quien ama."
Apenas besé su mano
cuando mi madre me manda
retirar, por dar lugar
a que descanse en la cama.
Tan breve fue la visita
que pienso que, si tornara
a verme, no era posible
que me conociese. ¡Oh cuánta
debe, Teodoro, de ser
la no medida distancia
que hay desde el ver al mirar!
Dígalo el que viendo pasa
o el que mirando se queda;
pues siendo una cosa entrambas,
uno esculpe en bronce duro
y otro imprime en cera blanda.
Tan triste salí y tan ciego
de haberla visto y dejarla
que, curiosamente osado,
dando la vuelta a una cuadra
que a su hospedaje salía,
a la breve luz escasa
de la llave de la puerta
falseó mi vista las guardas.
De sus prendidos adornos
fue despojando bizarra
el cabello y, viendo yo
que a cada flor que quitaba
iba quedando más bella,
dije: "Sin duda es avara
la hermosura allá en el mundo,
pues sobre perfección tanta,
pidiendo ayuda al aliño,
pide lo que no le falta."
Apenas él se vio libre
de trenzas y de lazadas,
cuando empezó a desmandarse
por el cuello y por la espalda.
Perdone esta vez Ofir,
peinado monte de Arabia,
porque esta vez no han de hilarse
sus hebras en sus entrañas.
De negro azabache era
ondeado golfo, y con tanta
oposición por la nieve
o se encoge o se dilata
que, cuando la blanca mano
en crencha al lado le aparta,
jugando siempre el dibujo
de la frente a la garganta,
de ébano y marfil hacía
taracea negra y blanca.
A fácil prisión reduce
una cinta la arrogancia
de aquel desmandado vulgo,
tras cuya acción se levanta
con tal gala que no era
para quedarse sin gala.
Lo que dijera no sé
de una pollera que a gayas,
siendo primeravera de oro,
brotaba flores de plata.
No sé (¡ay Dios!) lo que dijera
de un guardapié que guardaba
no sé qué cendal azul,
no sé qué rasgo de nácar,
de cuyos jazmines era
botón un átomo de ámbar,
si no fueras tú (¡ay de mí!)
Teodoro, el que me escucharas.
Que canas y dignidad
de maestro me acobardan,
y no suenan bien verdores,
donde hay dignidad y canas.
Y así diré solamente
que, apenas se vio acostada,
cuando sirviendo la cena
de mi madre las crïadas,
dejándome con la noche,
ella se fue con el alba.
Cómo quedé no te digo;
tú que lo imagines basta;
pues eres testigo fiel
de mis repetidas ansias.
Muriérame de tristeza
si en un acaso no hallara,
para engañar al dolor,
tan pequeña circunstancia
como fue que, hablando della
mi madre, dijo una dama:
"No era mala la princesa
para hija." A que recatada
respondió con falsa risa:
"¡Quién con la piedra encontrara
filosofal del amor!
¡Que a fe que no fuera falsa!"
¡Qué bien contento es un triste!
Pues, cuando de darle tratan
algún alivio a su pena,
cualquiera cosa le basta.
Dígolo porque sobró,
dicha sola una palabra,
para que yo no muriese,
a cuenta desta esperanza.
Pero aun este breve alivio
ya de entre manos me falta,
pues ya sé (la culpa tuvo
leer tú en público la carta)
que a Serafina pretenden
cuantos príncipes Italia
tiene, a cuyo efecto es toda
su corte saraos y
danzas,
máscaras, justas, torneos,
en que todos se señalan,
porque, celoso de todos,
muera en mi desconfianza.
Mil veces me hubiera huido
desta prisión que me guarda,
si presumiera de mí
que yo pudiera agradarla.
Mas ¿dónde he de ir si, criado
entre meninas y damas,
sé de tocados y flores
más que de caballos y armas?
¡Mal haya, no el amor digo
de mi madre, mas mal
haya,
dejando en salvo su amor,
de su amor la circunstancia!
Pues ella, para que tema
verme en público, me ata
las manos. Ésta es mi pena,
éste mi dolor, mi ansia,
mi tristeza, mi desdicha,
mi mal, mi muerte y mi rabia.
TEODORO: De todo cuanto me has dicho
no he de responderte a nada,
sino a aquel punto no más
que tocaste, en que yo, a causa
de amigo de Federico,
ausente estoy de mi patria.
CÉSAR: Pues ¿qué me importa a
mí
eso?
TEODORO: El todo de tu esperanza.
CÉSAR: ¿Cómo?
TEODORO: Como interesado
soy en que tú a Ursino vayas;
pues si por dicha lograses
tú el fin de dicha tan alta,
templará tu casamiento
de Serafina la saña,
y yo volveré a vivir
con mi familia y mi casa.
CÉSAR: Supongo que tú me ayudes
a que desta prisión salga;
¿qué he de hacer yo en el concurso
de tantos como la aman,
si apenas los nombres sé
de lo que es tela o es valla?
Y si la verdad confieso,
sólo el pensarlo me espanta;
que no en vano a la costumbre
todos en el mundo llaman
segunda naturaleza.
TEODORO: Mira, amor vuela con alas
ocultamente; y así
nadie ve por dónde anda.
Esto es decirnos que siempre,
con sus elecciones varias,
tal vez le agrada lo fiero,
tal vez lo hermoso le agrada,
tal le complace lo altivo,
y tal lo altivo le cansa.
Siendo así, no desconfíes,
que tu hermosura y tu gracia
y más, si es que alguna vez
donde ella lo escuche cantas,
podrá ser que la enamores
más por las delicias blandas
que esotros por los estruendos.
Angélica lo declara;
hermoso quiso a Medoro
más que a Orlando altivo. Trata
de enamorarla tú el gusto,
podrá ser que, si es que alcanza
más lo bello en los festines
que lo fiero en las campañas,
lo que una Angélica hizo
una Serafina haga.
Vente conmigo, que yo
te pondré en Ursino casa.
Tu madre, viéndote allá,
es preciso que te valga
de todos los lucimientos.
Y pues que la edad te salva
de torneos y de justas,
apela para las galas,
el ingenio y la belleza;
y cuando no logres nada
¿en qué peor estado entonces
te hallarás que el que hoy
te hallas?
CÉSAR: Dices bien, y las acciones
que tocan en
temerarias
no se han de pensar; y así
¿cuándo quieres que me vaya?
TEODORO: Esta noche; y pues yo tengo
llave que a tu cuarto pasa,
abierto estará; teniendo
puesta en la sirga una barca
que el Po abajo nos conduzca
a la quinta en que hoy se halla
Serafina, en tanto que
la ruina del cuarto labran.
CÉSAR: Sola una dificultad
resta ahora, para que salga.
TEODORO: ¿Qué es?
CÉSAR: Que es preciso que pase
por delante de la cama
de mi madre; y si me ve
salir, es fuerza la haga
novedad.
TEODORO: ¿No habrá un disfraz
con que, a aquella luz escasa
que la queda, no conozca
que tú seas el que pasa?
CÉSAR: Sí; y el disfraz ha de ser...
TEODORO: ¿Qué?
CÉSAR: Que a la dama de guarda
que duerme allí, quitaré...
Dentro
VOZ: ¡César!
CÉSAR: Mi madre me llama.
TEODORO: Responde, porque no entienda
de nuestro secreto nada.
CÉSAR: Pues adiós.
TEODORO: ¿En qué quedamos?
CÉSAR: En que saldré, aunque me haga
injuria el disfraz que pienso.
TEODORO: Antes viene bien la traza,
para que no te conozcan,
aunque en tus alcances
vayan.
CÉSAR: Pues espérame; y adiós.
TEODORO: En vela mi amor te aguarda.
CÉSAR: ¡Oh quiera el cielo que logre
mi amor por ti esta esperanza!
TEODORO: ¡Oh quiera el cielo que vuelva
por ti yo a gozar mi patria!
Vanse. Salen SERAFINA, LAURA y
CLORI
LAURA: Ya que tus melancolías
te traen al campo, señora,
no llores con el aurora,
pues hay alba con quien rías.
SERAFINA: Mal de las tristezas mías
el pesar podrá aliviar
risa o llanto.
CLORI: Eso es mostrar
que no hay ni puede haber
a quien dé vida el placer,
si a ti te mata el pesar.
SERAFINA: ¿Por qué?
CLORI: Porque, si tu estrella,
señora, a verte ha llegado
tan ilustre por tu estado,
por tu perfección tan bella,
y tú formas queja della,
¿quién con la suya estará
contenta?
SERAFINA: Más que me da
mi estrella, Clori, me quita
quien hacerme solicita
certamen de amor; y ya
que apuras mi sentimiento,
¿qué importa que celebrada
viva en mi estado, adorada
de uno y otro pensamiento,
si al interés sólo atento
vino a servirme el más fino,
siendo el estado de Ursino
la dama que adora fiel,
pues cuando estaba sin él
ninguno a mis ojos vino?
¿Por qué ha de pensar, me di,
el que hoy miras más postrado
que valgo yo por mi estado
lo que no valgo por mí?
¿Quieres ver si esto es así?
El día que se abrasó
mi palacio, ¿cuál llegó
desos amantes a darme
vida? ¿Cuál, para librarme,
a las llamas se arrojó?
¡Bueno es que, estando servida
de tantos príncipes, fuese
un hombre vil quien me diese
a vista de todos vida!
Y ser vil, es conocida
cosa, pues se contentó
con la joya que llevó,
como si yo no le hubiera
de pagar de otra manera
el socorro.
LAURA: En eso no
puedes tu queja fundar;
que a tus umbrales primero
estaría.
SERAFINA: Ahora quiero
a nueva queja pasar.
¿Por qué otro había de estar
a mis umbrales? Mal sales
con la razón que los vales;
que eso antes es ofendellos;
porque yo pensaba que ellos
dormían a mis umbrales.
Con que de todos quejosa
y de ninguno agradada,
me huelgo ver dilatada
aquella lid amorosa,
por si en tanto que reposa
en quietud el ardimiento,
tregua hace mi sentimiento
al ver que en su competencia
ha de hacer la conveniencia,
y no el gusto, el casamiento.
Sale CARLOS
CARLOS: Sabiendo que esta mañana
salías al campo, porqué
lo dijo alegre la rosa,
lo dijo ufano el clavel,
esperando cada uno
la dicha de florecer
más que al halago del sol,
al contacto de tu pie,
previne, por si querías
del río la pesca ver,
tres góndolas que veloces
parecen, sulcando en él,
tal vez dejando la orilla,
y cobrándola tal vez,
que un Aquilón africano
las engendró a todas tres.
Para música las dos
son, la otra para ti, en quien
brillar, a pesar del agua,
una ascua de oro se ve;
bien que la tienda desdice
el concepto; porque, aunqué
son de oro los masteleros,
de tela la tienda es,
con cuyo verde color
se corresponden después
gallardetes y casacas,
todo haciendo, al parecer,
un verde islote, si ya
no un escollo, como el que
hurta un poco sitio al mar,
y mucho agradable en él.
Pero aunque mi
prevención
atenta a tu gusto esté,
con la música en el aire
y el agua con la red,
te suplico que no admitas
hoy el festejo, porqué
colérico el Po ha salido
de sus límites. No sé
si ha sido envidia del mar
que, llegando a conocer
que por huésped te esperaba,
se ha incorporado con él,
con cuya avenida es tal
de su furor el desdén
que, abrigándose a la orilla,
al más lejano bajel,
si no le da el temor alas,
de pluma calza los pies.
SERAFINA: La prevención agradezco,
Carlos, y el aviso; y pues
se ve el Po tan
esplayado,
que lo que era campo ayer
hoy es golfo, y en su
margen
sólo descollarse
ven
cuatro o seis desnudos hombros
de dos escollos o tres,
y que vuestra prevención
no deja lograrse, haced
que la góndola en la arena
varada aguarde, hasta que
de la cólera del Po
templada la saña esté.
CARLOS: Así templara su saña...
SERAFINA: Basta; no me digas quién.
CARLOS: ¿Qué importa que yo lo calle,
si la que lo ha de saber
lo sabe ya?
SERAFINA: Y aun por eso
es justo el callarlo; pues,
para no saber, oír
retórica ociosa es. --
A CLORI y NISE
Venid conmigo las dos
por esta orilla.
CARLOS: Ya, pues
que me obliguéis a callar,
no me obliguéis a no ver;
y permitidme que siga
el divino rosicler,
mudo girasol de amor.
Salen FEDERICO y PATACÓN
FEDERICO: No pases de aquí.
PATACÓN: ¿Por qué?
FEDERICO: Porque está aquí Serafina.
PATACÓN: Pues antes por eso es bien
que pase y repase a
verla;
que estoy muriendo por ver
si es tan bella como dices.
FEDERICO: El paso, loco, detén;
que, si no miente el temor
o el corazón, que es mal fiel,
es Carlos de Bisiniano
el que está allí. ¡Ansia cruel!
PATACÓN: ¿Al primer encuentro azar?
Mas ¿cuánto va que a perder
echamos el galanteo
al primer lance?
FEDERICO: ¿Por qué?
PATACÓN: Porque, si celos te da,
reñirás luego con él.
FEDERICO: No haré; que el que a competir
viene en público, ya sé
que ha de sentir y callar,
si desea merecer.
PATACÓN: ¡Cuánto me huelgo de verte,
señor, dese parecer!
FEDERICO: ¿Por qué?
PATACÓN: Porque hay quien murmure
que luego la espada esté
a cada paso en la mano.
FEDERICO: Cobarde debe de ser;
que, si a cualquier paso hay causa,
el no parecerle bien
que otro riña es argumento
de que no riñera él.
LAURA: ¿Dónde, caballero, vais?
Atrás el paso volved;
que está la princesa aquí.
FEDERICO: Pues hacedme vos merced
de saber si da licencia
a un forastero de que
bese su mano.
LAURA: Esperad
aquí. Mas ¿quién la diré
que sois?
FEDERICO: Federico Ursino.
LAURA: Perdonad no conocer
vuestra persona.
FEDERICO: No hay culpa
en vos. (Pues que ya la ves,
no es hermosa?)
PATACÓN: (No, por cierto,
sino así, un sí es, no es).
LAURA: Federico Ursino dice,
señora, licencia des
para que bese tu mano.
SERAFINA: Vuelve, Laura, a decir quién.
LAURA: Federico Ursino.
SERAFINA: ¿A mí
mi primo?
LAURA: Sí.
SERAFINA: Sólo fue
éste el necio que faltaba
para cansarme también.
LAURA: ¿Qué quieres que le responda?
SERAFINA: Di que llegue.
A FEDERICO
LAURA: Ya tenéis
licencia.
FEDERICO: (Turbado llego).
CARLOS: (Sólo ahora faltaba ser
competidor Federico.
Mas no se atreverá él,
pobre y deslucido, a serlo.)
FEDERICO: Pues no puedo merecer
besar, señora, tu mano,
merezca besar tus pies.
SERAFINA: Del suelo alzad.
FEDERICO: Extrañado
el atrevimiento habréis
de llegar a vuestros ojos;
pues porque no lo extrañéis
y sepáis con qué ocasión,
que sólo vengo sabed
del gobierno del estado
a daros el parabién.
Porque nadie más que yo
interesado se ve
en vuestro aumento; pues sólo
sentí la instancia perder
porque fuese otro y no yo
quien su posesión os dé.
Gocéisle la edad del Fénix
que, hijo y padre de su ser,
o nace para morir
o muere para nacer.
SERAFINA: Yo, Federico, os estimo
cumplimiento tan cortés.
FEDERICO: No es cumplimiento, señora,
y porque lleguéis a ver
cuán de veras mi verdad
desea satisfacer
la obligación de escudero,
vengo a pediros me deis,
por ser yo a quien más le toca,
licencia de deshacer
en vuestro nombre un agravio
que os hacen en un cartel.
CARLOS: ¿Qué agravio?
FEDERICO: Decir que nadie
la merece.
CARLOS: Pues ¿hay quién?
FEDERICO: Sí; quien la vida la da,
cuando en peligro la ve,
merece gozar la vida
que desde allí es suya, pues
nadie da lo que no es suyo;
y si entonces suya fue
la vida que dio ¿quién duda
que ahora lo sea también?
CARLOS: Aunque ésa es sofistería,
¿quién fue quien se la dio?
FEDERICO: Quien
(bien entrara aquí la joya;
¡mal haya Lisarda, amén!),
cuando otros de reposar
trataba de padecer,
y está tan desvanecido
de aquella acción que de fiel
se encubre, porque no quiere
más premio, más interés,
que el haberla conseguido.
Y así vengo a defender
que quien da una vida y calla
merece premio de ser
dueño de su vida antes,
y de su favor después.
CARLOS: Eso dirá la campaña.
FEDERICO: ¿Quién dice que no?
SERAFINA: Está bien.
Y pues tiene apelación
la porfía, suspended
los argumentos; que aquí
sólo se he de oír y
ver.
Dentro LISARDA y CÉSAR
LISARDA: ¡Cielos, favor!
CÉSAR: ¡Piedad, cielos!
SERAFINA: ¿Qué dos veces escuché
en el monte y en el río?
FED. Y CARLOS: A lo que se deja ver...
FEDERICO: desbocado un caballo...
CARLOS: zozobrado allí un batel...
FEDERICO: por el monte a despeñarse...
CARLOS: por el río a perecer...
FEDERICO: con un generoso joven...
CARLOS: con una hermosa mujer...
FEDERICO: vaga de uno en otro risco.
CARLOS: va de uno en otro vaivén.
Dentro CÉSAR y LISARDA
CÉSAR: ¡Cielos, piedad!
LISARDA: ¡Favor, cielos!
SERAFINA: ¡Qué desdicha tan crüel!
¡Quién sus dos vidas pudiera
piadosa favorecer!
FEDERICO: Si tú lo deseas, yo ofrezco
la una.
Vase FEDERICO
CARLOS: Yo la otra también.
Vase CARLOS
SERAFINA: ¿Cómo, hidalgo, vos no vais
uno ni otro a socorrer?
PATACÓN: No me tocan los socorros;
que soy toreador de a pie.
LIS. Y CÉSAR: ¡Cielos, piedad! ¡Piedad, cielos!
CLORI: Ya Federico se ve...
LAURA: Ya Carlos allí se mira...
CLORI: que con gallarda altivez...
LAURA: que con osado denuedo...
CLORI: saliendo al bruto al través...
LAURA: los remos tomando a un barco...
CLORI: la capa enreda a los pies...
LAURA: dando cabo al leño frágil...
CLORI: y con la espada después...
LAURA: trayéndole de remolque...
CLORI: le ha podido detener...
LAURA: pudo a la orilla sacarle...
CLORI: y viendo al joven caer...
LAURA: y desmayada la dama...
CLORI: carga en los brazos con él...
LAURA: con ella carga en los brazos...
LAS DOS: y ambos llegan a tus pies.
Saca FEDERICO a LISARDA en los brazos, vestida de
hombre, y CARLOS a CÉSAR, vestido de mujer
FEDERICO: Ya la parte que me cupo
deste peligro excusé.
CARLOS: Y en la que me cupo a mí
estás servida también.
SERAFINA: ¡No vi más gallardo joven;
no vi más bella mujer!
LISARDA: ¡Cielos, aliento me dad!
CÉSAR: ¡Vida, hados, me conceded!
LISARDA: Para saber a quién debo
la vida...
CÉSAR: Para saber
dónde estoy...
LISARDA: (Pero ¿qué miro?)
CÉSAR: (Mas ¿qué es lo que llego a ver?)
LISARDA: (¿Federico no es aquéste?)
CÉSAR: (¿Ésta Serafina no es?)
FEDERICO: (¡Patacón!)
PATACÓN: (Nada me digas;
ya todas tus dudas sé.)
FEDERICO: (¿No es ésta Lisarda?)
PATACÓN: (Así
lo fuera yo.)
SERAFINA: En tanto que
vos, bella dama, cobráis
los colores que a la tez
robó el susto, decid vos
¿quién sois?
LISARDA: En sabiendo a quién;
que no es justo una ignorancia
me acuse de descortés.
SERAFINA: Serafina soy.
LISARDA: Ahora
que, rendido a vuestros pies,
no puedo errar el estilo,
que soy, señora, sabed
el príncipe de Orbitelo,
César...
CÉSAR: (¿Qué es lo que escuché?
Mi nombre ha dicho y mi estado.)
PATACÓN: ¡Vive Dios...
FEDERICO: (La voz detén.)
PATACÓN: (que es el enredo mayor!)
FEDERICO: (Oye y calla.)
PATACÓN: (Mal podré.)
LISARDA: ...que, habiendo oído a la fama
el certamen de un cartel,
a ser vuestro aventurero
vengo, confiado en que
no mereceros ninguno
es asunto suyo, pues
no es grosero quien ya sabe
que viene a no merecer.
Por llegar a vuestros ojos
tan veloz pretendí ser
que, con ansias de volar,
tuve a pereza el correr;
con que, apurado el caballo,
al freno rompió la ley,
si ya no fue de mi dicha
diligencia su altivez;
porque volar hacia el sol
lo acreditase el caer.
Sale NISE de lacayuelo
NISE: Y yo, Gandalín Menique,
ragazzo suyo, doy fe
que es verdad cuanto él ha dicho,
fecha a tantos de tal mes,
día de San Orbitelo,
supuesto que cae en él.
LISARDA: ¡Quita, necio!
PATACÓN: (¡Vive Dios,
que Nise el lacayo es!)
FEDERICO: (¡Calla!)
PATACÓN: (¿Quién ha de callar?)
FEDERICO: (Quien ve que no le está bien.)
SERAFINA: Vos seáis muy bien venido;
que a mí me pesa de haber
dado al peligro ocasión.
(Aunque le he visto otra vez,
no le conociera ahora;
pero tan de paso fue
que no percibí sus señas.)
A mi primo agradeced
el socorro.
LISARDA: Caballero,
yo os estimo la merced.
FEDERICO: Guárdeos el cielo. (¡Ah, tirana!)
SERAFINA: Si acaso cobrado habéis,
A CÉSAR
hermosa dama, el aliento,
decidme, ¿quién sois?
CÉSAR: (¿Qué hare?
Que decir quién soy, en este
traje, en público, no es bien,
ni que se sepa de mí
que yo he podido usar dél;
pues dejar que otro
mi nombre
tome y pretenda con él
tampoco es justo.)
SERAFINA: Pues ¿no
habláis?
CÉSAR: (Qué decir no sé.)
Yo, señora...
SERAFINA: Proseguid.
CÉSAR: ...hija soy de un mercader
(forzoso es disimular
y fingir hasta después)
que a embarcarse al
puerto iba,
cuando, empezando a romper
sus márgenes el Po, hizo
que zozobrase el bajel.
Queriendo salir a tierra,
(esto solo verdad es)
para darme a mí la mano,
la tomó primero él,
a cuyo tiempo, rompiendo
la sirga (¡ay de mí!) el cordel,
con un embate, me hizo
volver al golfo otra vez,
sin que él, en la orilla ya,
me pudiese socorrer.
Echóse al agua el barquero,
procurando defender
su vida, con que yo (¡ay triste!)
sola en el barco quedé,
expuesta a las inclemencias
del hado, ya no crüel
para mí, sino piadoso,
pues he llegado a tus
pies.
(¡Mal haya el
infame acaso
que acción tal me obliga a hacer!)
SERAFINA: A Carlos de Bisiniano
lo podéis agradecer. --
Y ya que de dos fortunas
teatro esta playa fue,
por cuenta mía las dos
desde hoy han de correr.
Id, César, a
descansar. --
¡Lidoro!
Sale LIDORO viejo
LIDORO: ¿Qué mandas?
SERAFINA: Que
en vuestro cuarto esa dama
se albergue, porque no es bien
introducirla en el mío,
sin saber mejor quién es. --
En él podrás repararte
desta fortuna, hasta que
sepa tu padre de ti.
CÉSAR: ¡Vida los cielos te den!
SERAFINA: Ven, Laura. (¡Ay de mí!)
Ven, Clori.
LAURA Y CLORI: ¿Qué es lo que llevas?
SERAFINA: No sé.
(No vi más gallardo joven,
no vi más bella mujer,
ni vi tampoco deseo
como el que llevo, de que
haya sido Federico
el que la vida me dé.)
Vanse SERAFINA, LAURA y CLORI
LIDORO: Venid, señora, conmigo
adonde servida estéis.
Vase LIDORO
CÉSAR: (Aquí no hay más que sufrir
de mi fortuna el desdén.)
Vase CÉSAR
CARLOS: (Aquí no hay más que pensar
nuevos contrarios vencer.)
Vase CARLOS
FEDERICO: ¡Fiera, enemiga, tirana,
falsa, alevosa y cruel,
que has venido a dar la muerte
a quien la vida te dé!
¿Qué es tu intento?
LISARDA: Caballero,
ni sé qué decís ni sé
quién sois. Tratad vos de
amar,
mientras yo de
aborrecer.
Vase LISARDA
PATACÓN: Y tú, aspidillo casero,
¿a qué has venido acá?
NISE: A
que,
mientras yo de bufonear,
trate de callar usted.
Vase NISE
FEDERICO: ¿Quién vio igual locura?
PATACÓN: A mí
poco me estorbara, pues
esto no puede durar
más que hasta decir quién es.
FEDERICO: Pues a nadie se lo digas;
que no le está a mi amor bien
galantear una beldad,
cargado de una mujer.
PATACÓN: Pues ¿qué hemos de hacer?
FEDERICO: Callando
dejar el lance correr,
mientras él no se declare,
diciendo una y otra vez,
entre un olvidado amor
y un acordado desdén:
"Arded, corazón,
arded;
que yo no os puedo
valer."
FIN DE LA PRIMERA JORNADA