JORNADA SEGUNDA
Salen LAURA y CLORI
CLORI: No se ha visto igual extremo
en el mundo.
LAURA: ¿Quién creyera
que condición tan extraña
a cuanto es agrado diera
poder a una advenidiza
mujer, a quien su deshecha
fortuna echó a estos umbrales,
porque dulcemente diestra
la escuchó cantar tal vez
desde el sitio en que se alberga
en el cuarto de Lidoro,
hechizada de manera
al encanto de su voz
que dueño absoluto sea
de su voluntad?
CLORI: No, Laura,
en tu queja ni en mi queja
hablemos; porque parece
que aquí las voces se acercan.
LAURA: Pues, la plática mudemos,
hablando de nuestra fiesta.
Salen SERAFINA y CÉSAR vestido de mujer
SERAFINA: ¿Dónde, Celia, el instrumento
dejaste?
CÉSAR: En las flores
bellas
le dejé.
SERAFINA: ¿Por qué?
CÉSAR: Señora,
porque a su dulce tarea,
en metáfora de arco,
descanse un rato la cuerda.
SERAFINA: Ve por él, porque no hay cosa
que más me alivie y divierta,
de tantos necios pesares
como una dicha me cuesta,
que tu voz. Y así, entre tanto
que por la apacible esfera
voy deste jardín, te pido
que al compás de las risueñas
cláusulas de sus cristales
el aire tu voz suspenda.
CÉSAR: Beso, señora, tu mano,
por el agrado que muestras
a quien feliz e infeliz
llegó a tus pies. (¡Ay
adversa
suerte mía! Aunque
me quite
fama y honor tu violencia,
¿qué importa, si no me quita
que estos favores merezca?)
Pero permitid ... (¡ay triste!)
SERAFINA: ¿Qué?
CÉSAR: Que hoy te pida licencia
para no cantar.
SERAFINA: ¿Por qué?
CÉSAR: Porque, aunque es mi dicha inmensa
en servirte y agradarte,
no sé qué oculta tristeza
se ha apoderado del alma,
que más a llorar me fuerza
que a cantar, y no sé cómo
en un corazón se avenga
el gusto y pesar a un tiempo.
SERAFINA: Pues ¿qué es lo que sientes, Celia,
que a tanto dolor te obliga?
CÉSAR: ¿Qué es lo que quieres que sienta
(¡Oh, quién pudiera decirlo!
¡Oh, quién callarlo pudiera!)
si de mi padre ignorada,
que, por llorarme por muerta,
quizá no me busca viva,
de mi natural tan fuera
que admirada estoy de cuánto
estoy en éste violenta?
SERAFINA: Yo pensé que mis favores
de tus fortunas pudieran
contrapesar los acasos.
CÉSAR: Pues si por ellos no fuera,
¿estuviera yo con vida?
Y aunque por ellos la tenga,
quizá son ellos también
los que mi pesar aumentan.
SERAFINA: ¿Cómo?
CÉSAR: Como ellos son causa
de que haya quien me aborrezca.
Y si me excuso...
SERAFINA: Prosigue.
CÉSAR: ...es porque alguna no sienta
oír mi voz.
SERAFINA: Di; que yo
gusto oírla. Canta apriesa;
no temas la invidia.
CÉSAR: Basta;
¿y si Clori y Laura fueran?
SERAFINA: ¿Son, Celia, por quien lo dices?
Yo te haré vengada dellas. --
Laura y Clori, ¿de qué habláis?
LAURA: Viendo que todos desean
en aquestas soledades
dar alivio a tus tristezas,
tus damas, por tener parte
en tan digno asunto, intentan
que, para hacerte un festejo,
las des, señora, licencia
el día que cumples años.
SERAFINA: ¿Qué festejo?
CLORI: Una comedia.
SERAFINA: ¿Por qué, di, no la he de dar?
Que yo me holgaré de verla.
LAURA: Pues ya que muestras agrado
en que la estudiemos, resta,
porque es de música, a usanza
de Italia...
SERAFINA: ¿Qué?
CLORI: Que entre Celia
a ayudarnos.
SERAFINA: ¿Qué papel
ha de hacer?
LAURA: El galán della;
que su hermosura y su gracia
es bien que a todas prefiera.
SERAFINA: ¿Querrás, Celia?
CÉSAR: ¿Por qué no?
Antes me holgaré me veas
en el traje de galán
cantar amantes finezas;
que ya di entre mis iguales
de aquesta habilidad muestra,
y no muy mal parecida.
SERAFINA: Pues porque mejor lo seas,
yo me encargo de tus galas.
LAURA: (¿Otro favor?)
CLORI: (Ten paciencia.)
SERAFINA: (A un envidioso no hay
castigo como que tenga
más que envidiar.)
Vanse LAURA y CLORI
CÉSAR: Otra vez
te beso la mano.
SERAFINA: Piensa
que no debo a mi fortuna
otra dicha, si no es ésta
de haberte aquí derrotado
la tuya; pues de manera
me obligas que, como dije,
no hay cosa que me divierta
ni alivie, si no eres tú.
Y así te ruego no tengas
pesar; que tú de tu padre,
o él de ti, saber es fuerza,
y en ninguna parte pueden
hallarte sus diligencias
mejor que conmigo.
CÉSAR: Es cierto.
Y si antes dijo mi lengua
también que violenta estaba,
es, con propiedad tan nueva,
que no estuviera, señora,
si en otra parte estuviera,
menos violenta mi vida
que donde está más violenta.
SERAFINA: ¿Quieres saber a qué extremo
mi agrado contigo llega?
Pues sólo siente que Carlos
fuese quien a esta ribera
de aquel golfo te sacase.
CÉSAR: ¿Por qué?
SERAFINA: Porque no quisiera
que hiciera por mi elección
cosa que le agradeciera.
CÉSAR: Pues Carlos (entremos, celos,
en la experiencia primera),
que es quien más fino te sirve,
más amante te festeja,
¿no es quien más te obliga?
SERAFINA: No;
que, aunque debo a sus finezas
más que a las de todos,
¿quién
puso en razón las
estrellas?
Carlos me cansa.
CÉSAR: ¿Quién duda
que la gala y gentileza
del príncipe de Orbitelo
será causa?
SERAFINA: Ten la lengua;
que a César, Celia, también
aborrezco.
CÉSAR: (¿Quién creyera
que a mí me sonara bien
oír que aborrece a César?
Pero vamos adelante;
que no va mal la experiencia.)
No me atrevo a discurrir
en quién tu agrado merezca;
pero atrévome a pensar
--permíteme esta licencia--
que no es posible que deje
alguno en la competencia
de ser más bien visto que otro.
Sonríese SERAFINA
¿Falsa risa es la respuesta?
SERAFINA: No es haberte concedido
la malicia.
CÉSAR: No es haberla
negado tampoco.
SERAFINA: No;
y si la verdad confiesa
mi voz, pues contigo ya
no es bien que secreto tenga,
y más cuando tu malicia
la costa hizo a mi vergüenza,
sabrás que de agradecida,
más que de fina ni atenta,
no digo el que más me agrada,
el que menos me molesta
es Federico mi primo.
CÉSAR: Pues ¿qué ves en él que pueda
obligarte, si no hay
ninguno a quien menos debas?
Litigar antes tu estado
y ahora amarte es consecuencia
que a él le pretende y no a ti.
SERAFINA: Aunque con razón pudiera
ofenderme dél, hay otra
que me obliga a olvidar ésa.
CÉSAR: ¿Qué razón?
SERAFINA: Aunque no claro
me lo haya dicho su lengua,
sus equívocas razones,
con las lágrimas
envueltas,
me han dado a
entender que es él
el que de aquella violencia
del incendio me sacó,
cuya presunción me lleva
tras el agradecimiento
de mi vida tan atenta
que no sé cómo te diga,
o sea obligación o sea
simpatía de la sangre
o elección del gusto o fuerza
del hado o qué sé yo qué,
que él solo las extrañezas
de mi altiva condición
ha podido... mas él llega;
y por si acaso escuchó
algo, hagamos la deshecha;
toma el instrumento y canta.
CÉSAR: (Está mi vida muy buena,
sabiendo que Federico
es quien su agrado merezca,
ahora para cantar.)
SERAFINA: ¿No vas?
CÉSAR: (¡Mal haya el que llega
a buscar sus celos, cosa
que se siente si se encuentra!)
SERAFINA: Canta, por mi vida, un tono.
CÉSAR: Pues obedecer es fuerza,
cantaré, como el
cautivo,
con el son de la cadena.
Toma CÉSAR el instrumento. Salen FEDERICO,
escuchando lo que se canta, y PATACÓN. Canta
CÉSAR: "Ven, muerte, tan escondida
que no te sienta venir,
porque el placer del morir
no me vuelva a dar la vida."
FEDERICO: Sin duda, por mí, oh hermosa
deidad desta verde esfera,
el concepto se escribió,
pues yo...
SERAFINA: Suspended la lengua,
Federico (inclinación
o lástima o sangre o deuda,
por más que tú te
declares,
haré yo que él no
te entienda);
que no sé qué urbanidad
impedir a nadie sea
el gusto con que a otro escucha.
FEDERICO: Quizá es pensión de su estrella
quien a otro escucha con gusto
que a mí me escuche con pena.
SERAFINA: Pues porque no sea pensión,
Celia, canta.
FEDERICO: Cante Celia;
pues para que llore yo
¿qué importa que cante ella?
Canta
CÉSAR: "Ven, muerte, tan escondida
[que no te sienta venir,
porque el placer del morir
no me vuelva a dar la vida."]
FEDERICO: Sin duda esta letra, o bella
Serafina, por mi suerte
se escribió, puesto que en ella
se ve escondida una muerte
y declarada una estrella.
Si una ha de ser mi homicida,
máteme la declarada.
Y así, a quitarme la vida,
puesto que el morir me agrada...
CÉSAR Y FEDERICO:"...ven, muerte, tan escondida."
FEDERICO: Y, porque si muerto quedo,
será mi muerte favor,
ven; mas pisando tan quedo
que los pasos del valor
parezca que los da el miedo.
Ven; que, habiendo de morir,
yo te saldré a recibir.
Mas ¡ay de mí! que querrás,
para que yo sienta más...
CÉSAR Y FEDERICO:"...que no te sienta venir."
FEDERICO: El pesar no ha de quitar
el placer de merecer,
mas ¡cuál debo yo de estar
el día que es mi placer
no morir de tu pesar!
Y al que me llegue a pedir
razón le sabré decir
que en mi dueño singular
del vivir se hizo pesar...
CÉSAR Y FEDERICO:"...porque el placer del morir."
FEDERICO: Y tú, si otro te pidiere
razón de por qué un desdén
más agravia a quien más quiere,
le podrás decir también
otra que aquélla prefiere,
diciendo, si es escondida
llama amor, bien mi tristeza
huye dél, porque ofendida
de otro incendio otra fineza...
CÉSAR Y FEDERICO:"...no me vuelva a dar la vida."
SERAFINA: Aguarda, Celia; que ya
que a un tiempo en mis dos orejas,
aquí música, allí llanto
o suenan mal o no suenan,
quiero ajustar una duda.
Salen LISARDA y NISE al paño
NISE: Federico y la princesa
están aquí.
LISARDA: Pues aguarda,
que destas murtas cubiertas
oiremos.
NISE: ¡Que ha de haber murtas,
ya que aquí no hubiese puertas!
SERAFINA: Muchas veces, Federico,
en equívocas respuestas
me habéis querido decir
no sé qué, y no soy tan necia
que, ya que no entiendo el todo,
alguna parte no entienda.
La primera vez dijisteis
que veníais en defensa
de un agravio que me hacían
en que nadie me merezca;
pues me mereció quien fue
dueño de mi vida. Esta
proposición repetida
y no explicada, me lleva
curiosamente a saber
qué queréis decir en ella.
Habladme claro.
FEDERICO: Sí haré.
SERAFINA: Pues proseguid.
FEDERICO: Oye atenta;
que, aunque mi silencio quiso
[recatarte la fineza],
añadiéndola el callarla
al realce de hacerla,
con todo, viendo cuán poco
mi fe contigo merezca,
desnudo de tu favor,
que della me vista es fuerza.
Antes, Serafina hermosa,
que yo a tu corte viniera
--declarado amante iba
a decir, pero la lengua,
más cortés que yo, turbada,
con tan grande voz no acierta;
permite que mi osadía
se vaya por mi modestia--.
Vine a tu corte, llamado
del aplauso de las fiestas
que Carlos en nombre tuyo
mantenía. Vite en ellas
la noche que la fortuna,
mala autora de comedias,
empezándola en festín,
vino a acabarla en tragedia.
A tus umbrales estaba,
desvelada centinela
del sueño de tus amantes,
cuando la llama violenta
en pirámides de humo
iba buscando su esfera;
y arrojándome al peligro,
si hay peligro que lo sea
a vista de tanto premio
como tu vida...
Salen LISARDA y NISE
LISARDA: La lengua
ten, falso, aleve, tirano.
FEDERICO: (¿De dónde salió esta fiera
a matar segunda vez?)
LISARDA: Y tú, perdóname, bella
Serafina, que interrumpa
lo que Federico cuenta;
que si he callado hasta aquí,
ya desde aquí hablar es
fuerza,
porque tú no hagas
empeño
de su traición.
FEDERICO: (Ella intenta,
sin duda, decir quién es,
porque a Serafina pierda.)
SERAFINA: Pues ¿qué novedad te obliga,
César, a tal acción?
LISARDA: Ésta. --
¿Para esto, traidor amigo,
agradecido a la deuda
del socorro del caballo,
te di de mis dichas cuenta?
¿Para esto te hice dueño
de alma y vida, siendo en ella...
FEDERICO: (Ya es aquesto declararse.)
LISARDA: el secreto de que intentas
valerte para matarme
aquí con mis armas mesmas?
FEDERICO: (¿Adónde irá a parar esto?)
LISARDA: Pues no ha de ser. Y pues ciega
la fortuna me ha traído
a esta ocasión, porque veas
quién fue quien te dio la vida,
y que todo lo que él cuenta
fue por contárselo yo,
yo fui, Serafina bella,
el que estaba a tus umbrales,
yo el que a la llama soberbia
se arrojó, y el que en mis brazos
pude restaurarte della,
por señas que, a medio traje,
ni bien viva ni bien muerta,
estabas en una cuadra,
donde el desmayo a su puerta
rémora fue de la fuga.
Si no bastan estas señas
para que veas quién es
quien te obliga o quien te fuerza,
di que te dé Federico
otra joya como ésta.
Dale la joya y vase
FEDERICO: Oye, aguarda.
SERAFINA: Deteneos;
no vais tras él; que, aunque quiera
vuestro valor del desaire
salvaros, ya es diligencia
excusada, pues ya está
sabida la traición vuestra.
FEDERICO: Señora...
SERAFINA: Nada digáis.
¿Vos, Federico, bajeza
tan grande como valeros
de traidoras diligencias?
¿Vos servirme con engaño?
¿Vos amarme con cautela?
¿A quien su secreto os fía
vendéis? Pues ¿tan pocas prendas
de sangre y valor tenéis
que os valéis de las ajenas?
FEDERICO: ¡Vive el Cielo...!
SERAFINA: Bien está.
FEDERICO: ...que yo...
SERAFINA: Suspended la lengua.
FEDERICO: ...fui quien os dio...
SERAFINA: ¿Este testigo
¿cómo es posible que mienta?
FEDERICO: Como...
SERAFINA: Nada os he de oír.
PATACÓN: Por Dios, que hizo buena hacienda.
A CÉSAR
Deten, Celia, a tu señora.
FEDERICO: Haz tú, por tu vida, Celia,
que me escuche una palabra.
CÉSAR: (A muy buen puerto te llegas,
cuando puedo dar albricias
de que la enfades y ofendas.)
A CÉSAR
SERAFINA: ¿Qué te dice, Celia?
A SERAFINA
CÉSAR: Dice
que de hablar le des licencia,
como si no fuera yo
interesado en tu ofensa.
Ni le hables ni le oigas.
SERAFINA: ¿Cómo puedo, si estoy muerta
por ver si tiene disculpa?
Haz tú como que me ruegas
que le escuche.
CÉSAR: (Sólo esto
la faltaba a mi paciencia.)
A NISE
PATACÓN: Dime, embustera menor
de la mayor embustera,
¿qué ha sido esto?
NISE: Sí diré.
(¡Ah, quién esforzar pudiera
el enredo de mi ama!)
Mas dime, antes que lo sepas,
¿traes daga?
PATACÓN: Sí. ¿Para qué?
NISE: Para que cortar quisiera
la suela de un ponleví
que dar paso no me deja.
A CÉSAR
SERAFINA: Cierto que estás importuna;
yo oiré, pues tú lo deseas.
CÉSAR: (No lo desearas tú más.)
A PATACÓN
NISE: Daca.
PATACÓN: Yo cortaré; suelta.
A FEDERICO
SERAFINA: A Celia le agradeced,
Federico, que a oíros vuelva.
FEDERICO: Ya sé que a Celia la vida
debo.
CÉSAR: (¡Si bien lo supieras!)
SERAFINA: (¡Quiera amor tenga disculpa!)
CÉSAR: (¡Quiera amor que no la tenga!)
SERAFINA: ¿Qué tenéis, pues, que decirme?
FEDERICO: (Menos importa que sepa
que yo he tenido una dama
que no que piense su ofensa,
y que sufro que lo diga
quien ella misma no sea.)
Yo, señora, antes de veros,
porque después no pudiera,
serví en Milán una dama.
NISE: ¡Cielos! ¿Hay quien me defienda?
¡Que me matan!
PATACÓN: ¿Qué te toma,
demonio?
NISE: Las plantas vuestras
sean, señora, mi sagrado.
SERAFINA: ¿Hay tan grande desvergüenza?
PATACÓN: Señores, ¿qué enredo es éste?
SERAFINA: ¿Así entráis en mi presencia?
PATACÓN: Señora, ¡viven los cielos...!
FEDERICO: ¿Cómo es posible te atrevas,
pícaro, desvergonzado,
a una cosa como ésta?
PATACÓN: Pues ¿a qué me atrevo yo
más que a cortar una suela
de un zapato?
NISE: Tú lo eres.
FEDERICO: ¡Vive el cielo...!
PATACÓN: Considera...
SERAFINA: Deteneos. (a Nise) Di, ¿qué causa
le has dado tú?
NISE: Sólo
ésta.
El príncipe mi
señor
de Orbitelo...
SERAFINA: Di.
NISE: Don César
tiene, señora, una joya
que más que a su vida precia,
porque la sacó de un fuego
adonde su fe se acendra.
Federico, que es de aquéste
amo, anda muerto por ella,
y me dice que, si la hurto,
me dará toda su hacienda.
PATACÓN: ¿Yo he dicho tal?
FEDERICO: (¡Vive Dios,
que Nise el engaño alienta!)
NISE: Hablándome en esto ahora
y dándole por respuesta
que yo no era ladrón, dijo:
"Pues ya que ladrón
no seas,
para que nunca
decir
lo que yo te he dicho puedas,
te he de dar muerte."
Y sacando
la daga, con ira fiera
quiso matarme. Y así
nada que te diga creas,
porque anda por levantar
algún testimonio a César.
Y ahora tenle, señora,
para que tras mí no venga.
Vase NISE
SERAFINA: Agradeced que no os hago
dar cuatro tratos de cuerda.
PATACÓN: Fueran muy bellacos tratos.
FEDERICO: (¡Que aquesto por mí suceda!)
SERAFINA: Mirad si vuestra traición
a cada paso se aumenta,
pues para cobrar la joya
hacíades diligencias;
porque no hubiese podido
reconveniros con ella.
FEDERICO: En aquel engaño y éste
veréis si escucháis mi pena,
que en una disculpa caben.
SERAFINA: ¿En qué disculpa?
FEDERICO: Oídme atenta:
Yo serví en Milán, señora,
una dama, antes que viera
vuestra gran beldad...
Sale LAURA
LAURA: Enrique
Esforcia pide licencia
para besarte la mano.
SERAFINA: Pues ¿cómo desa manera,
sin pedirme, Laura, albricias,
me das tan alegres nuevas
para mí? Dile que entre,
y que bien venido sea.
FEDERICO: (No sea sino mal venido.
¿Quién en el mundo creyera,
sino echándose a pensar
imaginadas novelas,
que desde Alemania el padre
de Lisarda al Po viniera
a embarazarme el decir
--¡ay infelice!--que es ella
la que, en César disfrazada,
celosa vengarse intenta
de mí? Porque, si la digo
quién es, Serafina es fuerza
que de parte de su agravio
se ponga, y vengarle quiera,
como a quien debe el estado,
que ha litigado en su ausencia
tan contra mí).
SERAFINA: En tanto, pues,
que Enrique a mis ojos llega,
proseguid vos. A una dama
servisteis. ¿Qué consecuencia
tiene eso con esta joya?
FEDERICO: Ninguna; que, aunque quisiera,
no puedo decir lo que iba
a decir. Mas considera
que quien adora no engaña,
que no ofende quien desea,
que no agravia quien estima,
y que no injuria quien precia.
En un instante me han puesto,
o mi fortuna o mi estrella,
un cordel a la garganta,
una mordaza en la lengua
para no poder hablar;
Y pues que callar es
fuerza
y acudir volando a
que
ella esta venida sepa,
te suplico me perdones
el no darte más respuesta
con decir que, aunque más pienses,
hay más que pensar, que piensas.
Vase FEDERICO. [SERAFINA habla] a PATACÓN
SERAFINA: Esperad vos y decidme:
¿qué confusiones son éstas?
PATACÓN: No puedo, no puedo hablar,
porque mi fortuna adversa
o mi hado o mi qué sé yo
me ha dado en esta hora mesma
un tapaboca en el alma,
en la boca un tente-lengua.
Sólo te puedo decir,
en metáfora de bestia,
que, aunque tú lo pienses más,
hay más que pensar, que piensas.
Vase PATACÓN
CÉSAR: ¿Qué será esta confusión?
SERAFINA: No sé, si ya no es que sea
ser Enrique su enemigo,
y por no verle se ausenta.
CÉSAR: No es, sino que la mentira
no le iba saliendo buena,
que iba a decir...
SERAFINA: No será.
CÉSAR: Sí será.
SERAFINA: ¿Qué te va, Celia,
a ti en malquistarme a mí
primero con la fineza
y después con la disculpa?
CÉSAR: Ofenderme que te ofenda.
Sale ENRIQUE y arrodíllase
ENRIQUE: Dame, señora, la mano,
si es posible que merezca
tan gran dicha.
SERAFINA: A ti los brazos
con toda el alma te esperan
agradecidos. Levanta,
y tan bien venido seas
como de mí recibido,
donde agradecerte pueda
las finezas que te debo.
ENRIQUE: En criado no hay finezas,
porque nunca pudo ser
obligación lo que es deuda.
SERAFINA: Bien ajena desta dicha
me hallas. ¿Qué venida es ésta?
ENRIQUE: Sobre ya cansados años,
desengaños y experiencias,
llamado de las memorias
de Lisarda, mi hija
bella,
me vuelven a descansar,
y el haber muerto en mi ausencia
mi hermano, a quien le dejé,
me da, señora, más priesa
que pensé, porque me hallaba
favorecido del César.
SERAFINA: Ahora te agradezco más
la visita; que quien lleva
tan digno cuidado es mucho
que otra cosa le divierta.
No quiero hacerte este cargo.
ENRIQUE: Señora, ni lo agradezcas;
que, aunque viniera por ti,
otra causa hay porque venga.
Pasando a Milán, llegué
a Miraflor, una aldea,
donde mi prima Dïana,
que es de Orbitelo princesa,
vive retirada.
SERAFINA: Ya
lo sé; que yo he estado en ella,
y también, yendo a Milán,
no quise pasar sin verla.
ENRIQUE: Y halléla tan afligida,
tan desconsolada y muerta...
CÉSAR: (Aquí entro yo.)
Retírase
ENRIQUE: ...por haber
hecho de su casa ausencia,
con un ayo que tenía,
su hijo el príncipe César,
que me puso su aflicción
en cuidado de que venga
a buscarle, por tener,
si no noticias, sospechas
de que a Ursino había venido
a la fama de sus fiestas.
Y así la di la palabra,
antes que a mi casa fuera,
de buscarle y asistirle
hasta que conmigo...
SERAFINA: Espera;
que a saber que había venido
el príncipe sin licencia,
ya lo supiera de mí
mi señora la princesa.
ENRIQUE: Luego ¿aquí está?
SERAFINA: En este instante
se aparta de aquí, por señas
que me ha dado en esta caja
la más conocida muestra
de que fue quien me libró
de un incendio en que muriera,
a no llegar él.
ENRIQUE: ¡Oh, cuánto
estimo una y otra nueva,
y que sea mi sobrino
a quien la vida le debas!
Y así, señora, permite
que en verle no me detenga.
¿Hacia dónde iba?
SERAFINA: No sé;
mas él sin duda está cerca.
CÉSAR: (Y tanto, que te espantaras,
[¡ay de mí] si lo supieras.)
ENRIQUE: Iré a buscarle.
SERAFINA: Mejor
será que conmigo vengas;
que yo haré que te le llamen.
ENRIQUE: Convengo en la diligencia,
por ser preciso que yo,
aunque le encuentre y le vea,
no le conoceré, porque
le dejé en edad muy tierna.
SERAFINA: Ven conmigo; que él vendrá
a verte. -- Y tú, Laura, ordena
a Lidoro que ese cuarto,
que tiene al parque otra puerta
que a aquestos jardines pasa,
a Enrique se le prevenga.
ENRIQUE: Tus plantas beso.
SERAFINA: (Fortuna,
deja de afligirme, y deja
de pensar en quién será
cuál me obligue y cuál me ofenda.)
Vanse todos y queda solo CÉSAR
CÉSAR: Si algún ingenio quisiere
escribir una novela,
¿podrá inventarla fingida
mayor que en mí se halla cierta?
Dejo aparte que la fuga
de mi casa me pusiera
en ocasión deste traje;
y dejo que en la deshecha
fortuna airada del Po,
dejando a Teodoro en tierra,
me diese el favor de Carlos
felice puerto a las mesmas
plantas de la que buscaba;
dejo que me favorezca,
obligándome a que haga
de la infamia conveniencia,
de que otro con mi nombre
y mi estado la pretenda;
y voy a qué fin tendrá
una plática tan nueva,
que apenas halla ejemplar;
y si le halla, será apenas.
Mi tío es fuerza que encuentre
con este fingido César;
y cuando él no le conozca,
por el consiguiente es fuerza,
a la fama de que ya
le halló, de mi patria vengan
vasallos que a él desconozcan
y a mí me conozcan. ¡Ea,
ingenio! ¿Qué hemos de hacer,
para que esto no suceda,
hasta hallar un medio airoso
yo, en que declararme pueda?
Sólo uno se me ofrece.
Este joven, cosa es cierta,
que, en viendo que en sus alcances
andan, parecer no quiera;
que claro está que no espere
ver su traición descubierta:
luego avisárselo importa;
pues, no pareciendo él, queda
mi secreto resguardado.
¡Quién adónde está supiera,
antes que con él mi tío
diese, para que en su ausencia
yo procure declararme
con Serafina, y que sepa
quién soy! Mas ¡ay
infelice!
Que si ella
ofendida trueca
los favores en venganzas,
es preciso que la pierda.
Pero ¿ha de faltar alguna
amorosa estratagema
para decirla quién soy,
con tal industria que pueda
no pesarme de lo dicho?
Mas la industria ha de ser ésta:
¿de la comedia el papel
no es de galán?
Salen por un lado LISARDA y por otro CARLOS
CARLOS: ¡Celia!
LISARDA: ¡Celia!
CÉSAR: (Aquí se queda la industria
remitida a la experiencia.)
¿Qué es, Carlos, lo que mandáis?
César, ¿qué es lo que queréis?
CARLOS: Que un instante me escuchéis.
LISARDA: Que una palabra me oigáis.
CÉSAR: A vos iré, porque a vos,
César, primero que oíros
tengo también que deciros.
CARLOS: Pues, siendo así que los dos
tenéis secretos, yo quiero,
pues lo que yo he de decir
ambos lo podéis oír,
tomar la mano primero.
Celia, aunque no es generoso
pecho el que hace en la ocasión
prenda de la obligación,
ya sabéis que un amoroso
afecto nunca ha vivido
debajo de ley; y así,
que yo me valga de ti,
en fe de haberte servido,
cuando a tierra te saqué,
ni es desdoro ni es bajeza.
Por mí, pues, una fineza
hoy has de hacer.
CÉSAR: Mal podré
excusarme agradecida.
¿Qué es la fineza?
CARLOS: Sabrás
que en un rendido no hay más
gusto, más alma, más vida
que vivir imaginando
en que pueda merecer;
y así te suplico, al ver
cuánto la agradas, que, cuando
te mandare Serafina
cantar alguna canción,
sea ésta que a mi pasión
le dictó la peregrina
fe con que siempre la he amado;
y que, diciendo que es mía,
lo dulce de tu armonía
la encarezca mi cuidado;
porque, oyéndola de ti,
la oirá menos fiera y brava.
CÉSAR: (¡Esto sólo me faltaba!
Mas para echarle de mí,
lo aceptaré.) Corto es
deste servicio el empleo
para lo que yo deseo
hacer por ti.
CARLOS: Toma, pues;
que no es nueva confianza
dar mi esperanza a tu voz;
pues si ella es viento veloz,
al viento doy mi esperanza.
Dale un papel y vase
LISARDA: Aunque yo venía (¡ay de mí!)
a saber, Celia divina,
lo que dijo Serafina
de la joya que la di,
que tienes habiendo oído
que hablar conmigo, no es
ya ésa mi pretensión.
CÉSAR: Pues
sabrás que yo la he tenido
contigo, que es una nueva
de que me has de dar albricias.
LISARDA: Ya sé que mi bien codicias.
Y si el afecto te lleva
a honrarme, di lo que ha habido.
CÉSAR: No dese género fue
la nueva. Has de saber...
LISARDA: ¿Qué?
CÉSAR: Que de Orbitelo ha venido
(no le diré el nombre, pues
hablando confuso, infiero
que es mejor) un caballero,
tu tío pienso que es,
de parte de la princesa.
A buscarte viene. Di,
¿no es nueva de gusto?
LISARDA: ¿A mí
a buscarme?
CÉSAR: (Ya le pesa.)
LISARDA: ¿A mí?
CÉSAR: ¿No eres de Orbitelo?
LISARDA: Claro es.
CÉSAR: Pues a ti te busca.
¿Qué te suspende ni ofusca?
LISARDA: ¿A qué fin (válgame el cielo)
me ha de buscar?
CÉSAR: ¿Qué sé yo?
Pero el haberte venido,
sin que lo hubiese sabido
tu madre, la causa dio,
sin duda, para buscarte.
LISARDA: (¿Quién creyera que tomara
el nombre de quien faltara
de allá, porque en esta parte,
tras el nombre y no tras él
viniese a llamarme a mí?)
CÉSAR: De qué te asustas me di.
LISARDA: De que es fortuna cruel.
(¿Qué he de hacer, que estoy cogida
en la mentira?)
CÉSAR: Turbado
estás, César.
LISARDA: Hame dado,
Celia, enfado su venida;
y por sólo castigar
la diligencia de haber
venido, me he de esconder,
y ninguno me ha de hallar.
CÉSAR: Harás muy bien; que
ya eres
muy grande para que
así
se anden tus deudos tras ti.
LISARDA: Y si tú ayudarme quieres,
di que tú me lo dijiste,
y que, enfadado de ver
su curiosidad, poner
en un caballo me viste,
y salir del sitio huyendo.
CÉSAR: Digo que yo lo haré así
(porque me está bien a mí,
y es sólo lo que pretendo).
LISARDA: Pues, Celia, si tú me ayudas,
imagina que eres dueño
de Orbitelo. Deste empeño
me has de sacar.
CÉSAR: ¿Qué lo dudas?
¿Qué haré yo en servirte en [esto]?
Y más, que a mí me está bien.
LISARDA: ¿Por qué a ti?
CÉSAR: Porque eres
quien
en obligación me has
puesto
bien grande
hoy.
LISARDA: Yo te suplico
me digas la obligación,
para estimarte esa acción.
CÉSAR: Desairar a Federico
con Serafina.
LISARDA: Pues ¿qué
pudo eso importarte a ti?
CÉSAR: Algo me importa.
LISARDA: ¡Ay de mí!
¿Le amas acaso?
CÉSAR: No sé.
Mas basta decirte aquí
que, en mi fortuna cruel,
el descomponerle a él
es darme la vida a mí.
Vase
LISARDA: ¿Qué escucho? ¡Valedme, cielos!
Que en mi ciega confusión
se verifican que son
hidras cortadas los celos;
pues donde unos
mueren, vi
nacer otros (¡oh
hado infiel!).
¿El descomponerle a él
es darme la vida a mí?
Aun esto más me acobarda
que el buscar a César. ¡Cielos!
¿No bastaban unos celos,
sino otros celos?
Sale FEDERICO recatándose
FEDERICO: ¡Lisarda!
LISARDA: Pues ¿cómo me hablas, tirano,
desa suerte?
FEDERICO: Aunque debiera
hablarte de otra manera,
ya es otro tiempo, y en vano
estilo a mudar me atrevo,
cuando es fuerza hablar así,
por lo que me debo a mí,
no por lo que a ti te debo;
que, aunque mi vida ofendida
de tus acciones está,
yo soy quien soy, y me da
nuevo cuidado tu vida.
Guardarla, ingrata, pretendo
del peligro en que se halla.
Aquí está tu padre.
LISARDA: Calla,
calla, ingrato; que ahora entiendo
que tú con Celia has tratado
para ausentarme de ti.
FEDERICO: ¿Yo con Celia?
LISARDA: Ingrato, sí;
tú a Celia se lo has contado.
FEDERICO: ¿Yo a Celia?
LISARDA: Sí. Pensarás,
con que vienen a buscarme
y que es mi padre, ausentarme
del sitio. Pues no podrás
conseguirlo; que he de estar,
a tu pesar, compitiendo
tu fineza, deshaciendo
cuanto llegues a intentar
con ella y con Serafina,
de que ya principio fue
la joya, que no arrojé,
y hoy la he entregado.
FEDERICO: Imagina
que no hablarte en eso yo
y hablarte en esto es mostrar
que un pesar de otro pesar
se va apoderando.
LISARDA: No
te he de creer. Y pues veo
que el decirme Celia aquí
que a César buscan de ti
nace, ni uno ni otro creo.
Y así tu necia porfía
no piense darme cuidado,
pues antes tú me has
quitado
alguno que yo
tenía.
FEDERICO: Mira...
LISARDA: No hay que mirar.
FEDERICO: Advierte...
LISARDA: No hay que advertir.
FEDERICO: Oye...
LISARDA: No tengo de oír.
FEDERICO: Escucha...
LISARDA: No he de escuchar;
que ya sé que es todo engaño.
¿Pensaste que me asustara,
y que al punto me ausentara?
Pues no ha de ser; que en tu daño
he de estar (¡viven
los cielos!)
impidiéndote el favor,
y que has de morir de
amor,
pues que yo muero
de celos.
Vase
FEDERICO: Mira, ingrata, que enmendar
tu peligro, y no el mío, quiero.
Oye, escucha.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: ¡Caballero!
FEDERICO: ¿Qué mandáis? (¡Fiero pesar!)
ENRIQUE: Que me digáis, os suplico,
porque me han dicho que aquí
César estaba...
FEDERICO: (¡Ay de mí!)
Vuelve FEDERICO la espalda
ENRIQUE: (¡Vive Dios, que es Federico!
Mas ¿qué he de hacer, si es él
el que la espalda volvió?)
FEDERICO: (Si ya se lo han dicho, no
es bien negarlo. ¡Crüel
lance, si la ve.)
ENRIQUE: Los
cielos
os guarden.
FEDERICO: (Tras ella va.
¿Cómo mi desdicha hará
no la alcancen sus recelos?
Porque preguntar por ella
con el nombre que aquí tiene
es, sin duda, porque viene
de todo informado. ¡Oh estrella
siempre opuesta! ¿Cómo haré
no llegue a verla?) ¡Ah, señor
Enrique Esforcia! (Valor,
sólo te acuerda de que
eres mío.)
ENRIQUE: ¿Qué
mandáis?
FEDERICO: (A riesgo de amor y vida
es bien que su muerte impida.)
Yo pienso que no ignoráis
muchas quejas que de vos
tengo, y en ellas quisiera
que en secreta parte fuera,
menos pública a los dos.
Y así os suplico conmigo
vengáis.
ENRIQUE: Antes que buscar
a César esto es. Guiar
podéis vos, que ya os
sigo.
FEDERICO: Vuestra aquesa elección fue.
[ENRIQUE:] Ved dónde queréis que vamos.
FEDERICO: De aqueste jardín salgamos
una vez, que yo diré
allá dónde habemos de ir.
ENRIQUE: Salgamos.
Sale SERAFINA
SERAFINA: ¿Qué es esto?
FEDERICO: Nada.
(¿Habrá suerte más airada?)
ENRIQUE: Sí es, y de mí lo has de oír.
Contigo, señora, estaba,
ya lo sabes, esperando
que viniera César, cuando
dijo una dama quedaba
en aqueste jardín. Yo,
porque creí que pudiera
ser que su enojo le hiciera
ausentar sin verle, no
quise esperarle; y así
con tu licencia a buscarle
salí, y pensando aquí hallarle,
hallé a Federico aquí.
Es Federico mi amigo,
y, habiéndole yo informado
de mi venida y cuidado,
él, cortesano conmigo,
sabiendo por dónde iría,
ha querido no dejarme
y, hasta verle, acompañarme.
SERAFINA: No dudo que eso sería;
y pues no le habéis
hallado,
y ya es tarde, hasta
después
os retirad. Idos, pues,
a vuestro cuarto.
ENRIQUE: Postrado
os obedezco. (Porque
no entienda nuestros extremos,
voy.)
FEDERICO: (Mañana nos veremos.)
ENRIQUE: (¿Dónde?)
FEDERICO: (Yo os lo avisaré.)
SERAFINA: ¿Qué es lo que habláis los dos?
FEDERICO: Vuelvo a darle el parabién
de su venida.
SERAFINA: Está bien.
A ENRIQUE [y luego a FEDERICO]
Idos vos, y quedaos vos;
Vase ENRIQUE
que he de apurar, por no verme
obligada a declararme,
si habéis venido a obligarme,
Federico, o a ofenderme.
FEDERICO: Fácil respuesta ha tenido
la duda. A serviros vine.
SERAFINA: Que lo contrario imagine
es fuerza, pues sólo ha sido
a darme enojos.
FEDERICO: ¿Yo?
SERAFINA: Sí;
pues en el primer empeño
quisisteis haceros dueño
de la acción que a otro debí;
y en este segundo...
FEDERICO: (¡Ay Dios!)
SERAFINA: mostráis (todo lo he entendido)
que, por haberme servido
Enrique, os ofende a vos;
y así quisiera saber
si es, llegándolo a apurar,
esto ofender u obligar.
FEDERICO: Es obligar y ofender.
SERAFINA: ¿Obligar y ofender?
FEDERICO: Sí.
SERAFINA: ¿Ofensa y obligación
no implican contradicción?
FEDERICO: En todos, pero no en mí.
SERAFINA: ¿Cómo? que medio no hallo.
FEDERICO: Como yo ofendo y obligo
a un tiempo con lo que digo,
y a un tiempo con lo que callo.
SERAFINA: Eso no entiendo.
FEDERICO: Yo sí.
SERAFINA: Declaraos más.
FEDERICO: No puedo.
SERAFINA: ¿Por qué?
FEDERICO: Porque tengo miedo.
SERAFINA: ¿De qué?
FEDERICO: De que contra mí
os he de hallar,
aunque esté
de mi parte la
razón.
SERAFINA: No haré tal; a vuestra acción,
si la tiene, la daré.
FEDERICO: ¿De manera que, si aquí
tuviese disculpa yo,
no seréis contra mí?
SERAFINA: No.
FEDERICO: ¿Seréis en mi favor?
FEDERICO: Sí.
FEDERICO: ¿Y si es lo que habéis de oír
contra Enrique?
SERAFINA: Aunque sea, hablad.
FEDERICO: Pues sabed... Mas esperad.
Que aun no lo puedo
decir.
Al irse a entrar FEDERICO, sale CÉSAR
SERAFINA: Volved...
CÉSAR: ¿Qué es esto?
FEDERICO: No sé;
si ya no es (¡ay Celia bella!)
el fatal fin de mi estrella;
y pues al paso te hallé,
tras el pasado favor,
de parte mía la di
tenga entendido de mí
que soy enigma de amor.
Vase ENRIQUE
SERAFINA: (¿Quién, en [igual confusión],
habrá que discurrir pueda?)
CÉSAR: (Pues sola [¡ay infeliz!] queda,
yo llego a buena ocasión.
¡Ea, ingenio caprichoso,
haz que quede mi cuidado,
si se enoja, desdichado,
si no se enoja, dichoso!)
Saca un papel y finge que le estudia
"Aquel prodigio de Tebas
que lidiar supo y rendir..."
SERAFINA: ¿Qué es eso, Celia?
CÉSAR: Señora,
¿aquí estabas? Estudiar
mi papel.
SERAFINA: A mi pesar
no viene a mal tiempo ahora
cualquiera divertimiento
que me haga vengada dél.
Dime algo de tu papel.
CÉSAR: Y aun todo decirlo intento.
SERAFINA: Y ¿qué la fábula ha sido?
CÉSAR: Hércules enamorado,
que de Yole en el estrado
estaba a la rueca asido.
SERAFINA: ¿Tanto pudo amor?
CÉSAR: Así
lo dice el razonamiento
que repasaba.
SERAFINA: Oírle intento.
Dile.
CÉSAR: ¿Con el tono?
SERAFINA: Sí.
Canta [CÉSAR]
CÉSAR: "Aquel prodigio de Tebas
que lidiar supo y rendir
en el África al león
y en Calidonia al espín,
enamorado de Yole,
hermosa deidad gentil,
trocó la clava a la rueca
y la piel al faldellín.
En la mano y en el traje
el uso, dos veces vil,
enseñándole a llorar,
le enseñaron a decir:
`No desdeñes verme,
dulce dueño, así;
que esto en mí no es bajeza,
no, no, rendimiento sí.
Aunque en traje de mujer
me ves, bien sabe de mí
el correspondido amor
que rey en el orbe fui;
e interesado en el
tuyo,
después que tus ojos vi,
huyendo vine el
mandar
para lograr el servir.
Y pues por sólo obligarte
allá lloré y padecí,
antes que el
interesado
amor me obligase a huir,
no desdeñes ver[me],
dulce dueño, así...'"
SERAFINA: Aguarda; que de manera
tu voz me lleva tras sí
que no sé si aquesto es
aun más, Celia, ver que oír.
CÉSAR: ¿Qué te parece?
SERAFINA: Tan bien
que en toda mi vida vi
tan bien explicado afecto.
CÉSAR: Luego ¿proseguiré?
SERAFINA: Sí.
CÉSAR: "`Contra tu pecho y mi pecho
tú al despreciar, yo al sentir,
de plomo y oro sus flechas
armó ese fiero
adalid.
Dígalo en ti el verte airada
y el verme rendido a mí,
equivocando en los dos,
ya el llorar y ya el reír.
Pero aunque los dos extremos
en mí ejecute y en ti,
mudando de odio y amor
el noble afecto en el vil,
no desdeñes verme,
dulce dueño, así;
que esto en mí no es bajeza,
no, no, rendimiento sí.'"
SERAFINA: De suerte lo significas
que me das a presumir
si es verdadero o fingido.
CÉSAR: Y ¿qué llegas a inferir?
SERAFINA: Que es fingido, claro está;
que si llegara a inferir
que no lo era...
CÉSAR: No te enojes;
que cuanto llegas a oír
es de la fábula.
SERAFINA: Pues
si es de la fábula, di.
CÉSAR: "`Aunque he visto de tu rostro
el encendido matiz,
dejando mustio el clavel
y ensangrentado el jazmín,
no por eso me acobardo,
viendo que no soy yo aquí
quien ama a lograr amando,
porque es su interés su fin.
Todo mi bien es quererte
y, pues es bien, siendo así,
que el correspondido amor
haga mi vida feliz,
no desdeñes verme,
[dulce dueño, así...]'"
SERAFINA: Calla, calla, no prosigas;
que ya no puedo sufrir
de la duda si es aquesto
representar o sentir.
Sale al paño CARLOS
CARLOS: Veré si mi papel canta,
pues la voz de Celia oí.
CÉSAR: Claro es que es representar
una fineza; y no aquí
conmigo te enojes, puesto
que yo el papel no escribí;
con quien escribió el papel
te enoja.
CARLOS: ¡Ay de mí infeliz!
"Que aquesto es representar
una fineza" entendí.
"Con quien escribió el papel
te enoja" también oí.
SERAFINA: Di, ¿quién escribió el papel?
CÉSAR: (¿Que la tengo de decir?)
Sale al paño FEDERICO, al otro lado
FEDERICO: Vuelvo a ver si habla ya Celia
a Serafina de mí.
CÉSAR: ¿Quién quieres que sea, señora,
quien le llegase a escribir,
sino quien más sabe amar
y quien más sabe sentir?
CARLOS: Bien disculpándome va
sin nombrarme, y con sutil
y bien fundada razón.
FEDERICO: Hoy es mi suerte feliz.
Sin duda de mí la habla,
pues yo se lo dije así.
CÉSAR: Y así, señora, no tienes
que culpar ni que inquirir,
porque yo te represente
lo que otro pudo sentir.
FEDERICO: (¡Oh, lo que la debo a Celia!)
CARLOS: (¡Oh, lo que a Celia debí!)
CÉSAR: Que todos dicen su amor
como le saben decir;
y el representarle yo
sólo ha sido repetir
lo que otro dijo no más.
SERAFINA: Con todo debo insistir,
por quién se debe entender.
CÉSAR: Si no hubieras de reñir,
yo te dijera por quién.
SERAFINA: Pues no lo reñiré; di.
CÉSAR: ¿Qué no te enojarás?
SERAFINA: No.
CÉSAR: ¿Y que lo estimarás?
SERAFINA: Sí.
CÉSAR: (¡Ánimo, amor; que esta vez
llegó de mi mal el fin!)
Pues cuanto aquí represento
y cuanto he dicho es...
Salen CARLOS y FEDERICO
LOS DOS: Por mí.
CÉSAR: Pues ya te lo han dicho ellos,
¿qué tengo yo de decir?
CARLOS: Porque llegando a saber...
FEDERICO: Porque llegando a inferir...
CARLOS: que tú no te has de
enojar...
FEDERICO: que tú no lo has de sentir...
CARLOS: yo fui el que escribió el papel.
FEDERICO: yo el que enigma de amor fui.
SERAFINA: Pues si Celia por los dos
habló, como ambos decís,
decid a Celia también
que ella responda por mí.
Vase SERAFINA
CÉSAR: (No haré tal, pues tan trocada
la suerte entre los dos vi
que, no hablando yo por ellos,
ellos hablaron por mí.)
Vase CÉSAR
CARLOS: Pues por más que tu penar...
FEDERICO: Pues por más que tu sentir...
CARLOS: en tí ni otra no me oiga...
FEDERICO: no oiga en otra, ni en tí...
CARLOS: no he de dejar de querer...
FEDERICO: no he de dejar de morir...
CARLOS: y cuando me veas llorar...
FEDERICO: y cuando me veas sentir...
LOS DOS: no desdeñes verme,
dulce dueño, así;
que esto en mí no es flaqueza,
no, no, rendimiento sí.
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA