JORNADA TERCERA
Salen ENRIQUE y SERAFINA
ENRIQUE: Ya que César, mi sobrino,
según todos me han contado,
de que le busqué enfadado,
de aquí ausentarse previno,
no quiero hacerle pesar;
que, con saber que está aquí,
basta a mi intento; y así
licencia me habéis de dar,
señora, para volverme,
porque el amor de Lisarda,
que ya avisada me aguarda,
no me sufre detenerme
más largo plazo.
SERAFINA: Aunque [sea]
tan forzosa la ocasión
que os lleva, mi obligación,
que agasajaros desea,
os ruega que por dos días
más o menos esperéis
una fiesta, en que veréis
celebrar las damas mías
mis años; pues, sólo a
fin
de hacérosla a vos mayor,
licencia ha dado mi
amor
para que entren al festín,
respecto de que sentados
no han de estar los caballeros
y entren los aventureros
de máscara disfrazados;
con cuya ocasión podría
ser que el príncipe viniese
de embozo, porque pudiese
lograrse nuestra porfía.
Porque, si verdad os digo,
siento que no le llevéis
con vos y que le dejéis
entre uno y otro enemigo,
ya que han dispuesto los cielos
que haya de ser mi favor
aquí academia de amor
y allá campaña de celos.
ENRIQUE: Si él, receloso que yo
le he de llevar, se ha escondido,
debe de hallarse corrido,
y esto es sin duda, que no
venga al festín, en sabiendo
que yo en él he de asistir.
SERAFINA: Pues procuremos fingir
algún modo, previniendo
que él venga, y que vos no os vais
sin ver la fiesta.
ENRIQUE: Ese intento,
con fingir yo que me ausento,
fácilmente le lográis.
SERAFINA: Decís bien; y así encerrado
en vuestro cuarto podéis
quedaros; y con que estéis
en la fiesta retirado,
se consigue el un efeto,
a ventura que también
se consiga el otro.
ENRIQUE: Bien
me parece, aunque os prometo
que cada instante que no
veo a Lisarda es para mí
un siglo.
SERAFINA: Yo lo creo así.
Y pues a tiempo llegó
Federico, la deshecha
empezad a hacer.
ENRIQUE: Sí haré,
aunque al mirarle no sé
cómo sanear la sospecha
de haberme desafïado,
y no haber con él reñido.
Sale FEDERICO
FEDERICO: (¡A qué mal tiempo he venido,
pues con Enrique he
encontrado!
Que, aunque le
dije que yo
otro día le vería,
como la pretensión mía
no era de reñir, si no
de salvar a aquella fiera,
no volví al duelo hasta ahora.)
SERAFINA: En fin, ¿os vais?
ENRIQUE: Sí, señora.
SERAFINA: Id con Dios; que, aunque quisiera
deteneros, no es razón.
ENRIQUE: Otra vez beso tus pies.
FEDERICO: (¿Esto despedirse no es?
Logróse mi pretensión;
que no habiendo parecido
Lisarda, Enrique se va;
y ella ¿quién duda que habrá
delante a su casa ido,
siendo informada de que
era él el que estaba aquí,
puesto que más no la vi
desde que se lo avisé?)
SERAFINA: No me dejéis de escribir,
pues os merece mi celo
la atención.
ENRIQUE: Guárdeos el cielo.
(Supuesto que esto es fingir
que me voy, y no me voy,
yo pensaré retirado,
ya que no me haya llamado,
la obligación en que estoy.)
Vase ENRIQUE
SERAFINA: Mucho, Federico, estimo
que en esta ocasión vengáis.
FEDERICO: ¿En qué os sirvo?
SERAFINA: En que sepáis...
(¡Mal mis afectos reprimo!)
FEDERICO: (¡Mal a escucharla me animo!)
SERAFINA: (¡Ciega estoy!)
FEDERICO: (¡Estoy perdido!)
SERAFINA: ...que, no habiendo parecido
César, Enrique se va
y que en cualquier parte está
de mi amparo defendido;
y pues cesa con su ausencia
el ver al competidor,
cese también el rencor
de la pasada pendencia.
FEDERICO: Cuando nuestra competencia
sobre mi opinión cargara,
aun siendo quien soy, dejara
desairada mi opinión,
porque no hubiera razón,
señora, que os disgustara
el que más rendido visteis
siempre a vuestro gusto fiel.
SERAFINA: Y si no, dígalo aquel
secreto que me dijisteis,
cuando disculpar quisisteis
una y otra grosería.
FEDERICO: Si pudiera la voz mía,
ya lo dijera, señora.
SERAFINA: Que no pudisteis no ignora
mi atención; que no sería
razón engañarme a mí;
y, no pudiendo a la culpa
hacer verdad la disculpa,
fue bien callarla.
FEDERICO: ¡Ay de mí!,
que, aunque todo eso [fue] así,
a vista de tu crueldad
no fue con mi voluntad.
SERAFINA: Mucho, pues, de verme admira
tan valida la mentira.
FEDERICO: Es huérfana la verdad.
SERAFINA: Bien puede ser que lo sea;
pero ya no he de creer
que la hay, sin
dejarse ver.
FEDERICO: Bien fácil es que se vea,
que se examine y se crea,
con sola una condición.
SERAFINA: ¿Qué es?
FEDERICO: Salvar tu indignación.
SERAFINA: ¿La indignación mía?
FEDERICO: Sí.
SERAFINA: ¿Es contra mí?
FEDERICO: No es aquí
sino contra mi atención.
SERAFINA: Pues ¿cómo de mí huye, cuando
contra ti es? Que no lo entiendo.
(Mucho me voy descubriendo.)
FEDERICO: Como te ofendí callando,
y a mí me ofendiera hablando.
SERAFINA: Pues yo quiero que te ofenda,
a precio de que se entienda.
FEDERICO: ¿Cómo quieres que lo diga
cuando tu precepto obliga
que a Enrique servir pretenda?
SERAFINA: ¿A Enrique?
FEDERICO: Sí.
SERAFINA: Ya prevengo,
introduciendo una dama
antes, y ahora su fama,
la disculpa.
FEDERICO: Si a ver vengo
que libre ese paso tengo,
no me queda que temer.
SERAFINA: A mí sí. Y así, hasta ver
si es verdad, oiré.
FEDERICO: Escuchad.
SERAFINA: Decid. Pero no, callad;
que no lo quiero saber.
Vase SERAFINA
FEDERICO: ¡Ay, infelice! ¡Qué presto
se vengó! Mas ¿qué me espanta
si es mujer, y se le vino
a las manos la venganza?
Huyó el rostro a la disculpa
para que nunca llegara
a saber que ama y no ofende
quien piensa [que ofende y no ama].
¿Quién en el mundo habrá visto
dos acciones tan contrarias
como enojar con finezas
y ofender con esperanzas?
¿Qué será (válgame el cielo)
que Enrique sin ver se vaya
a César, si a verle vino?
Y si sabe que es Lisarda,
¿cómo se vuelve sin verla?
Si no lo supo, ¿a qué causa
busca a César, si no es César?
¡El cielo otra vez me valga!
Que no acabo de entenderme,
por más que me entiendo.
Sale PATACÓN
PATACÓN: ¿En qué andas,
que no te hallo en todo el día?
FEDERICO: ¿Por qué de no hallar te espantas
a quien está tan perdido
que aun él mismo no se halla?
PATACÓN: ¿Qué tenemos? ¿Anda acaso
otro enredo de Lisarda
u otro embeleco de Nise
por aquí?
FEDERICO: No sé qué anda.
Mas dime, ¿has sabido della?
PATACÓN: Desde la historia pasada
de la joya y de la suela
no han parecido más ambas.
FEDERICO: Sin duda que, aunque al decirla
yo que aquí su padre estaba,
desprecio hizo del aviso;
después, mejor informada,
se ausentó; y si es que se fue
para esperarle en su casa,
habrá hecho lo mejor.
PATACÓN: Hallo una gran repugnancia
para que ella eso eligiese.
FEDERICO: Y ¿qué es?
PATACÓN: Que corduras haga
quien siempre locuras hizo.
FEDERICO: La necesidad es sabia,
y mudaría de acuerdo.
PATACÓN: Ríete desas mudanzas,
porque el serlo con amor
tiene tales circunstancias
que el que una vez pierde el juicio
no se halla, si le halla.
Pero dejando esto aparte,
¿no me dirás lo que pasa
con Serafina?
FEDERICO: Es mi amor
cifra que no se declara,
letra que no se descifra
y enigma que no se alcanza;
de suerte que mi discurso,
entre confusiones varias,
si tal vez calla, es ofensa,
y ofensa, si tal vez habla.
Ni la entiendo ni me entiende.
PATACÓN: Con poca razón te espantas;
que amor palaciego es
escaparate del alma,
donde se ven por defuera
juguetes de porcelana,
trastos de imaginación,
melindres de filigrana,
retruécanos de cristal
y tiquis-miquis de ámbar
que, aunque se ven, no se tocan.
FEDERICO: Deja locuras cansadas,
y dime lo que hay de nuevo.
PATACÓN: La comedia de las damas
es lo más nuevo que hay.
Por esos jardines andan;
que como esta noche es,
todo es tratar de las
galas,
los aparatos, las joyas
y trajes que todas sacan.
A Celia, que hace
el galán,
diz que ha dado dos alhajas
Serafina que, mejor
que ella, de misterio cantan.
Y como aqueste alborozo
se ha seguido de hacer gracia
la princesa de que puedan
entrar dentro de la sala
las máscaras que quisieren,
están ya calles y plazas,
tomándolo desde luego,
llenas de invenciones varias.
FEDERICO: Eso mira a no querer
verse en la fiesta obligada
a dar a nadie lugar.
PATACÓN: Y ¿a qué mira que en la estancia
donde ha de ser la comedia
un apartado se haga?
FEDERICO: A que algún ministro anciano,
a título de sus canas,
pueda estar sentado.
PATACÓN: ¡Cuántos,
sin ser ministros, tomaran
unas canas a estas horas!
FEDERICO: ¿Por qué?
PATACÓN: Porque se excusaran
del de detrás que rempuja,
del del lado que le aja,
del del otro que le aprieta,
del de delante que parla,
redimiendo de camino
la liga que ya le mata,
el callo que ya le duele.
Y lo peor destas andanzas
es que su incomodidad
es la fiesta quien la paga,
diciendo que es larga; pues,
hombre en pie, ¿no ha de ser larga,
si a cuenta de fiesta pones
desde salir de tu casa,
tres horas que aquí la esperas,
sin dos por romper la guarda?
FEDERICO: ¡Oh, quién tuviera tu humor!
Sale a la puerta TEODORO de máscara
TEODORO: ¡Señor Federico!
FEDERICO: Aguarda.
¿Me nombraron?
PATACÓN: Hacia allí
un máscara es quien te llama.
FEDERICO: ¿Qué es lo que mandáis?
TEODORO: Aparte
me escuchad una palabra.
Descúbrese
¿Conoceisme?
FEDERICO: Sí; que nunca
fue mi voluntad ingrata
a quien debe lo que a vos,
Teodoro, y con vida y alma
os conozco y reconozco
deudor de finezas tantas.
TEODORO: Pues buena ocasión se ofrece
ahora para pagarlas.
FEDERICO: ¿En qué?
TEODORO: Ya sabéis que yo
desterrado de mi patria
por vos salí.
FEDERICO: Y sé también
que de Orbitelo en la casa,
opuesto a vuestra fortuna...
TEODORO: Pues sabed...
FEDERICO: ¿Qué?
TEODORO: Que yo, a causa
de enmendarla, si es que puede
un desdichado enmendarla,
saqué a César, con intento
(no digo ahora la traza
ni el traje en que le saqué)
que en el concurso se hallara
de amantes de Serafina,
por si por dicha lograra
él su amor, yo su perdón.
Mas, corriendo una borrasca,
yo tomé tierra y él no.
Llorando, pues, su desgracia,
juzgándole ya por muerto,
oí a un hombre que pasaba
por donde yo me alargué,
entre otras mil nuevas varias,
que el príncipe de Orbitelo
en este sitio quedaba;
y, juzgando que podía
ser que del golfo escapara,
a saber si es cierto vengo,
solamente en confianza
desta máscara y de vuestro
favor; y así a vuestras
plantas
os suplico, pues no
puedo
descubrir a otro la cara,
me hagáis merced de decirme
si esta nueva es cierta o falsa.
FEDERICO: Mucho me pesa, Teodoro,
de que de deciros haya
que es falsa; porque el que aquí
hoy con el nombre se halla
de César, yo sé muy bien
que no lo es, antes me saca
de una duda que tenía
ver que su muerte fue causa
de que otro tomase el nombre
por quien a buscarle andan.
TEODORO: ¡Ay infelice de mí!
FEDERICO: No así os aflija su falta;
que ya que a César no halléis,
me halláis a mí; que palabra
os doy de favoreceros
con Serafina, y que haga
que os perdone, si librase
sólo en eso mi esperanza.
TEODORO: ¡El cielo os guarde! Mas
¿cómo
pueden no sentir mis
ansias
la muerte infeliz
de un joven
que crié y perdí? ¡Mal haya
tan mal pensado consejo!
FEDERICO: Venid conmigo a mi estancia,
donde hablaremos mejor
de nuestras fortunas
varias,
y cubríos, no os conozcan
otras máscaras que
pasan.
TEODORO: Reparáis bien. ¡Ay fortuna,
qué mal juzgué que te hallara,
pues nunca es la buena nueva
tan cierta como la mala!
Vanse TEODORO y FEDERICO, quedando solo PATACÓN.
Sale FABIO con máscaras
PATACÓN: ¿Qué máscara será ésta
que, después que a solas hablan,
mano a mano van los dos?
FABIO: ¡Hidalgo!
PATACÓN: ¿Qué es lo que manda
señor máscara, vusted?
FABIO: Que me digáis... Pero nada
quiero ya que me digáis.
Hácele señas que se vaya
PATACÓN: Estimo la confïanza
que hacéis de mí.
FABIO: (¿Quién creyera
que a Patacón encontrara
el primero? Y así es bien,
porque no conozca el habla,
no proseguir lo que iba
a preguntar.)
Hace señas
PATACÓN: Pues ¿qué causa
os obliga a enmudecer?
¿Qué me decís? ¿Que me vaya?
Pues ¿no hay voz con que decirlo?
¿No? El hombre viene de chanza.
El máscara de mi amo
como un jilguerico garla;
parlad vos como un pardillo.
¿No hay hablar una palabra?
¿Os he hecho algún
beneficio,
que así me
quitas el habla?
¿Que me vaya con Dios? ¿Sí?
Pues quedaos en hora mala.
Vase PATACÓN
FABIO: Siempre temí que me habían
los celos de una tirana
de poner en ocasión
que me obligase a una infamia.
Dígalo el que habiendo hallado
en la estafeta una carta
con su nombre, supe della
que su padre la avisaba
que estaba aquí, y que muy presto
la vería, a cuya causa
me ha parecido avisarle
de cómo de Milán falta,
porque vengue en Federico
los celos con que me mata.
Bien sé que es venganza indigna
de mi sangre y de mi fama;
pero ¿qué villanos celos
tomaron justa venganza?
A este fin quise saber
el cuarto en que se hospedaba;
y pues fue el primer
encuentro
azar, mejor es que
vaya,
pues la máscara
me da
paso a esperarle en la sala
del festín, puesto que en ella
no puede faltar.
Vase FABIO. Salen LISARDA y NISE [de hombres pero con
otros
vestidos que antes] y con mascarillas
NISE: ¿No basta
que de uno en otro disfraz
hoy de resuscitar tratas
la andante caballería,
que ha mil siglos que descansa
en el sepulcro del noble
don Quijote de la Mancha?
LISARDA: Si sabes que, habiendo Celia
dicho que a César buscaban,
y Federico, que era
mi padre, en desconfianza
entré de que verdad fuese,
averiguando mis ansias
nuevo amor y nuevos celos;
y con todo retirada
he estado, por no perderme
entre confusiones varias,
si era mentira, de necia,
si verdad, de temeraria;
si sabes que en el retiro
que hasta hoy nos tuvo encerradas
he sabido que era él,
y que ya del sitio falta,
porque hoy le han visto partir,
¿cómo neciamente extrañas
el que vuelva a mis locuras,
cuando no hay otra esperanza?
NISE: Sí, pero ya que volver
quieres, ¿por qué te disfrazas?
Pues ¿cómo César podrás
parecer?
LISARDA: Porque embozada
decir podré a Serafina
cómo con celos la agravia;
con que dos cosas consigo:
quedar de Celia vengada
y dejarla a ella celosa.
NISE: Qué responder no faltara,
si la música no hiciera
ya a Serafina la salva.
LISARDA: Pues mientras logro mi intento,
a aqueste lado te aparta.
Retíranse las dos. Salen CARLOS, SERAFINA, FEDERICO y
LIDORO, y las damas, FABIO, TEODORO y PATACÓN
CARLOS: Ya que de embozo, señora,
no vengo, porque me basta
a mí estar como criado,
os suplico que la almohada
toméis, y no me neguéis
el lugar que más me ensalza.
FEDERICO: Lo que en Carlos es fineza
en mí es deuda, pues
es clara
cosa que debo
estar como
escudero de tu casa.
NISE: (Los dos puestos han
tomado
Federico y
Carlos.)
LISARDA: (Nada
me sucede bien, pues no
me será posible hablarla.)
FABIO: (No veo dónde está Enrique,
para que le dé esta carta.)
Está ENRIQUE sentado detrás de una
cortina
ENRIQUE: (¿Si será César alguno
destos que el rostro recatan?)
TEODORO: (Las alegrías de todos
sólo para mí son ansias.)
PATACÓN: (Rabiando estoy por dar voces.)
Empiecen o saquen hachas.
LIDORO: ¿Quién habla aquí?
PATACÓN: Un mosquetero.
LIDORO: ¿Cómo aquí con voces altas?
PATACÓN: Como, aunque el rey aquí calle,
un mosquetero no calla.
MÚSICOS: "Los años floridos
señalen de aquélla
que reina en las vidas,
que triunfa en las almas,
el fuego con lenguas,
el aire con plumas,
el mar con arenas,
la tierra con plantas;
y viva felice
contenta y ufana
la hermosa deidad,
la beldad soberana."
PATACÓN: Buena la música ha estado.
¿En qué se detienen? ¡Salgan!
Dentro
VOZ: Por más que corran veloces,
divina Clori, tus plantas,
tengo de seguirte.
Cáesele un guante a SERAFINA
SERAFINA: Un guante
se me ha caído.
PATACÓN: ¡Mas que anda
ruido sobre el guante!
CARLOS: Yo...
FEDERICO: Yo he de levantarle.
LISARDA: Aguarda;
que el que merece gozar
la joya, alzará la caja.
Al ir a levantar FEDERICO el guante, le detiene LISARDA,
y CARLOS
le toma y le da a SERAFINA
FEDERICO: Suelta, suelta; que ninguno
merecerla ni gozarla
merece más que yo.
LISARDA: ¡Mientes!
Dale LISARDA una bofetada
(Arrebatóme la rabia.)
FEDERICO: ¡Ay infelice de mí!
¡Muera [un] aleve!
Saca FEDERICO la daga
LISARDA: Repara,
Federico, que soy yo.
Descúbrese a él
FEDERICO: ¿Quién se vio en confusión tanta?
SERAFINA: ¿Aquí tanto atrevimiento?
LIDORO: ¿Aquí osadía tan rara?
ENRIQUE: (A tal lance fuerza es
que yo del retiro salga.)
Sale ENRIQUE
PATACÓN: No prosiga la comedia
mientras un alcalde traiga.
FEDERICO: (¿Quién ha visto igual empeño?
Bajeza será matarla,
pues dirán, después de muerta,
que di la muerte a una dama.
Si digo quién es, me pierdo,
pues está Enrique en la sala;
si no lo digo, es decir
que yo consiento en mi infamia.)
TODOS: A todos tu honor les
toca;
A FEDERICO
muera quien tu honor agravia.
FEDERICO: Deteneos, deteneos,
y nadie saque la espada
en mi favor, cuando yo
vuelvo el acero a la vaina.
ENRIQUE: Mi enemigo es Federico,
ya, ya le importa a mi fama
que tenga honor mi enemigo.
LISARDA: (¡Mi padre! ¡El cielo me valga!)
SERAFINA: ¿Qué esperáis? ¡Dadle la muerte!
FEDERICO: Suspended todos las
armas,
porque aquí no
ha habido agravio;
y si os parece que falta
a su obligación mi honor,
cuando al que me ofende ampara,
sabed que es...
LISARDA: (¡Ay de mí triste!
¿Qué he de hacer, que se declara?)
FEDERICO: ...porque nunca está mejor
aquél que se desagravia
con la venganza que toma,
que dejando de tomarla;
porque no hay venganza como
no haber menester venganza;
y para que nunca quede
en opiniones mi fama,
de que un embozado pudo
poner la mano en mi cara,
sin que le quitara yo
dos mil vidas, dos mil almas,
sabed que es...
LISARDA: (¡Ay infelice!)
FEDERICO: Perdóneme, soberana
Serafina, tu respeto;
A LISARDA
(Y cúbrete tú la cara,
a la máscara añadiendo
el embozo de mi capa.)
que tiene esta blanca mano
y, siendo, como es, tan blanca,
agravio no ha sido, pues
las manos blancas no agravian.
Van FEDERICO y LISARDA
SERAFINA: Cuando no agravie su honor,
mi respeto sí. Matadla
o prendedla.
ENRIQUE: Deteneos;
que guardo yo sus espaldas.
SERAFINA: ¿Tú la amparas?
ENRIQUE: Sí, que el día
que en algún riesgo se halla,
no es generoso enemigo
el que a su enemigo falta;
y así, hasta ponerla en salvo,
he de seguir sus
pisadas.
FABIO: Y yo a tu lado. Y porque
no dudes quién te acompaña,
el dueño desta fineza
dirá después esta carta.
Dale FABIO a ENRIQUE una carta
ENRIQUE: Después la veré.
SERAFINA: ¿Tú, Enrique,
en su favor te
adelantas?
ENRIQUE: Y a quien pensare, señora,
con satisfacción tan clara,
que hay desdoro en su opinión,
le sustentaré en campaña
que se engaña o miente, pues
las manos blancas no agravian.
Vase ENRIQUE
PATACÓN: (¿Quién creerá que Enrique sea
quien diera el paso a Lisarda?)
Vase PATACÓN
FABIO: (Ya que la carta le di,
no sepa quién pudo darla.)
Vase FABIO
TEODORO: (No ser conocido en esta
confusión es de importancia.)
Vase TEODORO
NISE: (Hago testigos de que,
aunque un embozo la salva,
no hubo manto en la comedia,
sino mascarilla y capa.)
Vase NISE
SERAFINA: ¿Qué es esto? Pues viendo todos
tan gran desaire en mi casa,
todos me dejáis? ¿No tengo
crïados, gente ni guarda
que este desaire castigue?
CARLOS: A todos nos acobarda
ser contra una dama el duelo;
y antes le debo dar gracias,
que un competidor me quite,
pues no se queda esperanza
de volver a verte amante.
Vase CARLOS
LIDORO: Yo procuraré alcanzarla;
juntando gente, te ofrezco
de traértela a tus plantas.
Vase LIDORO
SERAFINA: Yo estimaré la fineza.
Sale CÉSAR de hombre
CÉSAR: Pues si es que tú has de estimarla,
yo la he de hacer; que no en vano
me halló ceñida la espada
el empeño; y aunque fuese
adorno para la farsa,
en más noble acción sabré
en tu servicio emplearla.
(No vi la hora en que me viese,
ya que este lance embaraza
[el] salir [en] la comedia,
en este traje.)
SERAFINA: Repara
en que ya no es digna acción
el que aquí en tal traje salgas;
que si la comedia dio
licencia para esas galas,
no es bien en público dellas
gozar.
CÉSAR: Viéndote enojada,
no me sufre el corazón
de la manera que estaba
no salir.
SERAFINA: Vente conmigo.
CÉSAR: Deja, señora, que haga
yo esta fineza.
SERAFINA: ¿Estás loca?
Mas ¡ay de mí! ¿Qué me espanta
que otra lo esté, cuando yo
veo lo que por mí pasa?
CÉSAR: Pues ¿qué tienes?
SERAFINA: No sé, Celia;
pero aunque mano tan blanca
no puede agraviar su honor,
agraviándome a mí el alma,
miente quien dijere que
las manos blancas no agravian.
Vase SERAFINA
CÉSAR: Ya que mi traje cobré,
yo buscaré nueva traza
para no perderle nunca,
pues alienta mi esperanza
que Federico la ofenda.
Con que, la suerte trocada,
pues que a mí me favorece
con los celos que a ella causa,
diré con más razón que
las manos blancas no agravian.
Vase. [Hablan dentro voces]
VOCES: Por aquí, por aquí
van.
Salen LISARDA, FEDERICO y PATACÓN
PATACÓN: Por aquí, por aquí vienen
dirán mejor.
FEDERICO: ¿Dónde, ingrata,
dónde, fiera, dónde, aleve,
ya que restauré tu vida
de aquel pasado accidente,
en que tu honor y mi honor
aventuraste dos veces,
podrá la mía ampararte,
no por lo que a ti te debe,
por lo que se debe a sí,
de tantas armas y gente
como nos sigue, si ya
que tomamos por albergue
este parque, en él nos sitian,
a tiempo que en el oriente
el sol, para que nos hallen,
tinieblas y sombras vence?
LISARDA: ¡Qué poco (¡ay de mí!) qué poco
temieran mis altiveces
esa gente que, ofendida
o lisonjera, pretende,
por gusto de Serafina,
descubrirme y conocerme,
si no fuera por mi padre.
FEDERICO: Pues si no fuera por ese
inconveniente, ¿qué había
que temer inconvenientes?
A no ser por él, tirana,
¿no dijera yo quién eres,
y acabaran de una vez
tus locuras con saberse?
Heredero de mi padre
quedé, Teodoro, en infancia
tan tierna que no sentía,
hasta otro tiempo, su falta.
Mi madre, guardando noble
la viudedad de romana
antigua, como matrona
de su lustre y de su fama,
dejó a Milán y a Orbitelo
y, reduciendo su casa
a moderada familia,
la trajo entre estas montañas
donde Miraflor del Po
es tan abreviado alcázar
que apenas sus poblaciones
de cuatro villanos pasan.
Cubrió de funestos lutos
su vivienda, con tan rara
austeridad que aun al campo
apenas dejó ventana.
En esta soledad y este
retiro fue mi crïanza
del delito del nacer
una prisión voluntaria.
En ella (que, aunque lo sepas,
no importa el decirlo nada,
puesto que un triste, aunque diga
lo que se sabe, descansa)
con tan grande, con tan ciega
terneza me mira y ama
que el aire, que apenas pase
junto a mí, la sobresalta.
Si alguna tarde la pido
licencia para ir a caza,
aun los conejos presume
que son fieras que me matan;
y lo más que me concede
es, cuando más se adelanta,
chucherías de las aves,
varetas, ligas y jaulas.
Si a las orillas del
río
salgo a pescar con la caña,
desvanecido en sus ondas
temiendo queda que caiga.
Verme arcabuz en las manos
es llorar que se dispara
o se revienta. Si ve
que algún caballo me agrada,
por manso que sea, presume
que se desboca y me arrastra.
Espada no me permite
traer, siendo así que la espada
a los hombres como yo
se ha de ceñir con la faja.
La familia que me asiste
sólo es de dueñas y damas
y sólo lo que de mí
la gusta es tocar un arpa,
a cuyo compás tal vez,
porque buscando esta gracia
a otra, quizá dio conmigo,
llora mi voz lo que canta.
A ti solo, por no hallar
mujer en el mundo sabia,
que si la hubiera en el mundo,
sin duda es que la buscara,
me dio por maestro, de quien
he aprendido lo que llaman
buenas letras; de manera
que hijo de viuda es tanta
la atención con que me cría,
el temor con que me guarda,
que presumo que la misma
naturaleza se agravia,
quejosa de que el cabello
crecido y trenzado traiga,
y por eso no ha querido
brotar, Teodoro, en mi cara
aquella primera seña
que a la juventud esmalta.
Dejemos en este estado
la desdicha de que haya
crecido un hombre a no más
que a crecer, sin que le haga
pasaje la edad a que
a ver sus iguales salga;
y vamos a otro suceso,
cuya novedad extraña,
criándola como me crían,
nunca ha salido del alma.
Serafina, que hoy de Ursino
es princesa propietaria,
vencido el pleito, de que
tú fuiste parte contraria,
pues de Federico amigo,
ayudaste sus instancias,
cuya ojeriza te tiene
sin tu familia y tu casa,
y confiscada tu hacienda,
desterrado de tu patria,
a besar la mano al César,
que en esta ocasión se hallaba
en Milán, porque viniendo,
llamado de la arrogancia
del esgüízaro rebelde,
dar quiso una vuelta a Italia,
pasó a vista de Belflor,
adonde mi madre trata,
por deudo o por amistad,
aquella noche hospedarla.
Vila, Teodoro, y vi en ella
la beldad más soberana
que pudo en su fantasía,
lámina haciendo del aura,
del pensamiento colores,
jamás dibujar la varia
imaginación de quien
piensa en lo que a ver no alcanza;
si ya no es que, como era
mi pecho una lisa tabla
en quien amor no había escrito
ningún mote de sus ansias,
sin ser menester
borrar
líneas de primera estampa,
pudo escribir fácilmente,
y escribió: "Muera quien ama."
Apenas besé su mano
cuando mi madre me manda
retirar, por dar lugar
a que descanse en la cama.
Tan breve fue la visita
que pienso que, si tornara
a verme, no era posible
que me conociese. ¡Oh cuánta
debe, Teodoro, de ser
la no medida distancia
que hay desde el ver al mirar!
Dígalo el que viendo pasa
o el que mirando se queda;
pues siendo una cosa entrambas,
uno esculpe en bronce duro
y otro imprime en cera blanda.
Tan triste salí y tan ciego
de haberla visto y dejarla
que, curiosamente osado,
dando la vuelta a una cuadra
que a su hospedaje salía,
a la breve luz escasa
de la llave de la puerta
falseó mi vista las guardas.
De sus prendidos adornos
fue despojando bizarra
el cabello y, viendo yo
que a cada flor que quitaba
iba quedando más bella,
dije: "Sin duda es avara
la hermosura allá en el mundo,
pues sobre perfección tanta,
pidiendo ayuda al aliño,
pide lo que no le falta."
Apenas él se vio libre
de trenzas y de lazadas,
cuando empezó a desmandarse
por el cuello y por la espalda.
Perdone esta vez Ofir,
peinado monte de Arabia,
porque esta vez no han de hilarse
sus hebras en sus entrañas.
De negro azabache era
ondeado golfo, y con tanta
oposición por la nieve
o se encoge o se dilata
que, cuando la blanca mano
en crencha al lado le aparta,
jugando siempre el dibujo
de la frente a la garganta,
de ébano y marfil hacía
taracea negra y blanca.
A fácil prisión reduce
una cinta la arrogancia
de aquel desmandado vulgo,
tras cuya acción se levanta
con tal gala que no era
para quedarse sin gala.
Lo que dijera no sé
de una pollera que a gayas,
siendo primeravera de oro,
brotaba flores de plata.
No sé (¡ay Dios!) lo que dijera
de un guardapié que guardaba
no sé qué cendal azul,
no sé qué rasgo de nácar,
de cuyos jazmines era
botón un átomo de ámbar,
si no fueras tú (¡ay de mí!)
Teodoro, el que me escucharas.
Que canas y dignidad
de maestro me acobardan,
y no suenan bien verdores,
donde hay dignidad y canas.
Y así diré solamente
que, apenas se vio acostada,
cuando sirviendo la cena
de mi madre las crïadas,
dejándome con la noche,
ella se fue con el alba.
Cómo quedé no te digo;
tú que lo imagines basta;
pues eres testigo fiel
de mis repetidas ansias.
Muriérame de tristeza
si en un acaso no hallara,
para engañar al dolor,
tan pequeña circunstancia
como fue que, hablando della
mi madre, dijo una dama:
"No era mala la princesa
para hija." A que recatada
respondió con falsa risa:
"¡Quién con la piedra encontrara
filosofal del amor!
¡Que a fe que no fuera falsa!"
¡Qué bien contento es un triste!
Pues, cuando de darle tratan
algún alivio a su pena,
cualquiera cosa le basta.
Dígolo porque sobró,
dicha sola una palabra,
para que yo no muriese,
a cuenta desta esperanza.
Pero aun este breve alivio
ya de entre manos me falta,
pues ya sé (la culpa tuvo
leer tú en público la carta)
que a Serafina pretenden
cuantos príncipes Italia
tiene, a cuyo efecto es toda
su corte saraos y
danzas,
máscaras, justas, torneos,
en que todos se señalan,
porque, celoso de todos,
muera en mi desconfianza.
Mil veces me hubiera huido
desta prisión que me guarda,
si presumiera de mí
que yo pudiera agradarla.
Mas ¿dónde he de ir si, criado
entre meninas y damas,
sé de tocados y flores
más que de caballos y armas?
¡Mal haya, no el amor digo
de mi madre, mas mal
haya,
dejando en salvo su amor,
de su amor la circunstancia!
Pues ella, para que tema
verme en público, me ata
las manos. Ésta es mi pena,
éste mi dolor, mi ansia,
mi tristeza, mi desdicha,
mi mal, mi muerte y mi rabia.
TEODORO: De todo cuanto me has dicho
no he de responderte a nada,
sino a aquel punto no más
que tocaste, en que yo, a causa
de amigo de Federico,
ausente estoy de mi patria.
CÉSAR: Pues ¿qué me importa a mí
eso?
TEODORO: El todo de tu esperanza.
CÉSAR: ¿Cómo?
TEODORO: Como interesado
soy en que tú a Ursino vayas;
pues si por dicha lograses
tú el fin de dicha tan alta,
templará tu casamiento
de Serafina la saña,
y yo volveré a vivir
con mi familia y mi casa.
CÉSAR: Supongo que tú me ayudes
a que desta prisión salga;
¿qué he de hacer yo en el concurso
de tantos como la aman,
si apenas los nombres sé
de lo que es tela o es valla?
Y si la verdad confieso,
sólo el pensarlo me espanta;
que no en vano a la costumbre
todos en el mundo llaman
segunda naturaleza.
TEODORO: Mira, amor vuela con alas
ocultamente; y así
nadie ve por dónde anda.
Esto es decirnos que siempre,
con sus elecciones varias,
tal vez le agrada lo fiero,
tal vez lo hermoso le agrada,
tal le complace lo altivo,
y tal lo altivo le cansa.
Siendo así, no desconfíes,
que tu hermosura y tu gracia
y más, si es que alguna vez
donde ella lo escuche cantas,
podrá ser que la enamores
más por las delicias blandas
que esotros por los estruendos.
Angélica lo declara;
hermoso quiso a Medoro
más que a Orlando altivo. Trata
de enamorarla tú el gusto,
podrá ser que, si es que alcanza
más lo bello en los festines
que lo fiero en las campañas,
lo que una Angélica hizo
una Serafina haga.
Vente conmigo, que yo
te pondré en Ursino casa.
Tu madre, viéndote allá,
es preciso que te valga
de todos los lucimientos.
Y pues que la edad te salva
de torneos y de justas,
apela para las galas,
el ingenio y la belleza;
y cuando no logres nada
¿en qué peor estado entonces
te hallarás que el que hoy
te hallas?
CÉSAR: Dices bien, y las acciones
que tocan en temerarias
no se han de pensar; y así
¿cuándo quieres que me vaya?
TEODORO: Esta noche; y pues yo tengo
llave que a tu cuarto pasa,
abierto estará; teniendo
puesta en la sirga una barca
que el Po abajo nos conduzca
a la quinta en que hoy se halla
Serafina, en tanto que
la ruina del cuarto labran.
CÉSAR: Sola una dificultad
resta ahora, para que salga.
TEODORO: ¿Qué es?
CÉSAR: Que es preciso que pase
por delante de la cama
de mi madre; y si me ve
salir, es fuerza la haga
novedad.
TEODORO: ¿No habrá un disfraz
con que, a aquella luz escasa
que la queda, no conozca
que tú seas el que pasa?
CÉSAR: Sí; y el disfraz ha de ser...
TEODORO: ¿Qué?
CÉSAR: Que a la dama de guarda
que duerme allí, quitaré...
Dentro
VOZ: ¡César!
CÉSAR: Mi madre me llama.
TEODORO: Responde, porque no entienda
de nuestro secreto nada.
CÉSAR: Pues adiós.
TEODORO: ¿En qué quedamos?
CÉSAR: En que saldré, aunque me haga
injuria el disfraz que pienso.
TEODORO: Antes viene bien la traza,
para que no te conozcan,
aunque en tus alcances
vayan.
CÉSAR: Pues espérame; y adiós.
TEODORO: En vela mi amor te aguarda.
CÉSAR: ¡Oh quiera el cielo que logre
mi amor por ti esta esperanza!
TEODORO: ¡Oh quiera el cielo que vuelva
por ti yo a gozar mi patria!
Vanse. Salen SERAFINA, LAURA y
CLORI
LAURA: Ya que tus melancolías
te traen al campo, señora,
no llores con el aurora,
pues hay alba con quien rías.
SERAFINA: Mal de las tristezas mías
el pesar podrá aliviar
risa o llanto.
CLORI: Eso es mostrar
que no hay ni puede haber
a quien dé vida el placer,
si a ti te mata el pesar.
SERAFINA: ¿Por qué?
CLORI: Porque, si tu estrella,
señora, a verte ha llegado
tan ilustre por tu estado,
por tu perfección tan bella,
y tú formas queja della,
¿quién con la suya estará
contenta?
SERAFINA: Más que me da
mi estrella, Clori, me quita
quien hacerme solicita
certamen de amor; y ya
que apuras mi sentimiento,
¿qué importa que celebrada
viva en mi estado, adorada
de uno y otro pensamiento,
si al interés sólo atento
vino a servirme el más fino,
siendo el estado de Ursino
la dama que adora fiel,
pues cuando estaba sin él
ninguno a mis ojos vino?
¿Por qué ha de pensar, me di,
el que hoy miras más postrado
que valgo yo por mi estado
lo que no valgo por mí?
¿Quieres ver si esto es así?
El día que se abrasó
mi palacio, ¿cuál llegó
desos amantes a darme
vida? ¿Cuál, para librarme,
a las llamas se arrojó?
¡Bueno es que, estando servida
de tantos príncipes, fuese
un hombre vil quien me diese
a vista de todos vida!
Y ser vil, es conocida
cosa, pues se contentó
con la joya que llevó,
como si yo no le hubiera
de pagar de otra manera
el socorro.
LAURA: En eso no
puedes tu queja fundar;
que a tus umbrales primero
estaría.
SERAFINA: Ahora quiero
a nueva queja pasar.
¿Por qué otro había de estar
a mis umbrales? Mal sales
con la razón que los vales;
que eso antes es ofendellos;
porque yo pensaba que ellos
dormían a mis umbrales.
Con que de todos quejosa
y de ninguno agradada,
me huelgo ver dilatada
aquella lid amorosa,
por si en tanto que reposa
en quietud el ardimiento,
tregua hace mi sentimiento
al ver que en su competencia
ha de hacer la conveniencia,
y no el gusto, el casamiento.
Sale CARLOS
SERAFINA: (Pues por ahora este engaño
de esotra duda me absuelve,
dél me valdré.)
A CÉSAR
(Disimula
y finge que César eres,
que importa mucho.)
CÉSAR: (Sí haré,
supuesto que tú lo quieres.)
A ENRIQUE
La alma y los brazos, señor,
son vuestros; que, aunque ofenderme
pude al principio de ver
que haya quien seguirme intente,
a cuya causa no quise
hasta ahora que me vieses,
entrado en mejor acuerdo,
quiero saber qué le ofende
a mi madre que yo tenga
tan honradas altiveces
como atreverme a adorar
a quien tanto lo merece.
LAURA: (¿Quién mete a Celia en esto,
y a mi ama, que lo consiente?)
FEDERICO: (No vi mejor disimulo,
ni engaño más aparente.)
A CÉSAR
SERAFINA: (Prosigue. Dile más deso;
que lo finges lindamente.)
CÉSAR: Cuando pensé que, obligados
ella y mis deudos de verme
en tan generoso asunto
empeñado, me acudiesen
de asistencias que mi sangre
y mi valor desempeñen,
¿es bien que me busque como
huido?
ENRIQUE: Sin causa te ofendes;
que hasta saber de ti...
CÉSAR: Basta;
y si eso sólo pretenden,
ya saben de mí; y así
podrás, Enrique, volverte
donde el amor de mi prima
Lisarda es bien que te lleve;
que yo quedo más dichoso,
más feliz y más alegre
que merezco, pues que quedo
a vista de quien me puede,
no coronar de favores,
pero matar de desdenes.
SERAFINA: (¡Qué bien lo finges!)
FEDERICO: (No vi
ingenio más excelente!)
LAURA: (Yo estoy loca o lo están todos.
Cielos, ¿qué embeleco es éste?)
ENRIQUE: Aunque de vuestro consejo,
César, debiera valerme,
ya que os hallé, no es razón
que yo vuestro lado deje.
(Esto es dar color a no
irme antes que me
vengue.)
Y así pensad que tenéis,
para en cuanto se ofreciere,
mi valor que os acompañe
y mi edad que os aconseje.
CÉSAR: Eso es volverme a dar ayo,
y quizá será ponerme
también en obligación
que segunda vez me ausente.
FEDERICO: (¡Qué bien a todo le sale!)
SERAFINA: (Yo es bien su partido esfuerce,
porque en su ausencia mejore
su engaño y su honor enmiende.)
Dice el príncipe muy bien.
¿Qué importa que sin vos quede?
Y así, Enrique, podéis iros.
ENRIQUE: Perdonadme que os acuerde
que me aconsejasteis antes...
SERAFINA: ¿Qué?
ENRIQUE: Que sin él no me fuese.
SERAFINA: Perdonadme vos también
acordaros que dijeseis
que saber dél os bastaba.
ENRIQUE: Un adagio decir suele:
"consejo el prudente muda."
SERAFINA: Pues también yo soy prudente,
y puedo mudar consejo.
CÉSAR: ¿Esto en fin no se resuelve
con no querer ir?
[LIDORO y PATACÓN] dentro
LIDORO: Entrad.
SERAFINA: Id a ver qué ruido es ése.
PATACÓN: No es nada, a mí que me arrastran.
FEDERICO: Yo iré.
ENRIQUE: Yo también.
SERAFINA: Detente,
Federico. Enrique irá.
ENRIQUE: (¡Valedme, cielos, valedme!)
A FEDERICO
(¿Y la dama?}
FEDERICO: (Ya está en salvo.)
ENRIQUE: Está bien. (¡Valor, detente
hasta mejor ocasión!)
Vase ENRIQUE
SERAFINA: En tanto que Enrique viene,
Celia, los brazos me da;
que, si estudiado tuvieses
el papel que has hecho, no
le hicieras mejor.
CÉSAR: No tienes
que agradecerme, señora,
el que en tu gusto algo acierte.
Y en cuanto al papel, descuida,
que siempre que se ofreciere
procuraré salir dél.
FEDERICO: Yo es bien que tus plantas
bese
por la parte que me
toca,
en que mi desdicha enmiende.
LAURA: Por un solo Dios, señora,
que sepa yo qué te mueve,
cuando a César dejo, y cuando
vuelvo con Enrique a verte,
a que haga su papel Celia?
CÉSAR: Duda es ésta que me tiene
en la misma confusión;
pues aunque yo sepa hacerle,
no la causa.
SERAFINA: Pues sabréis
(fuerza es decíroslo en breve)
que este príncipe don César,
que a Enrique huye el rostro siempre,
es Lisarda, hija de Enrique.
CÉSAR: ¿Lisarda? Pues ¿qué la mueve?
SERAFINA: Los celos de Federico,
tras quien disfrazada viene.
CÉSAR: ¿Qué es lo que oigo?
FEDERICO: Por lo menos,
cuando oír eso me avergüen[ce],
me confío en que ya sabes
a quién la vida le debes,
pues sabes cómo la joya
ir a su mano pudiese.
CÉSAR: ¿Lisarda, hija de Enrique?
SERAFINA: Sí.
CÉSAR: ¿Cómo, traidor, te atreves
a decírmelo a mí, siendo
tan mío el honor que ofendes?
¡Vive Dios...!
Empuña la espada
SERAFINA: Detente, Celia.
CÉSAR: Es en vano detenerme.
No soy Celia, César soy,
ya que tú que lo sea quieres.
SERAFINA: Mira, Celia, que no hay
ninguno ahora presente
con quien sea menester
que el pasado enojo esfuerces.
CÉSAR: Una vez en este traje,
perdóname que no puede
volverse atrás el valor.
LAURA: (Ella lo que finge cree.)
FEDERICO: (Tal género de locura
ha sucedido mil veces.)
CÉSAR: No embaracéis que una vida
quite a un traidor, a un aleve.
LAURA: Mira, Celia, que es locura
creer que lo que finges eres.
FEDERICO: Dejadla; que ya enseñado
estoy que damas me afrenten
y a hacer dello gala.
CÉSAR: No
con eso librarte pienses
de mí, cobarde.
FEDERICO: No tengo
más medios de que valerme,
Celia, contra ti; pues si
las manos blancas no ofenden,
tampoco los labios rojos.
Que si pensase o creyese
que no finges todavía,
claro es...Pero Enrique vuelve.
Vuestra Alteza no se enoje
con quien a buscarla viene,
traído de su amor.
CÉSAR: Locuras
de amor son las que ofenden.
No entienda su
agravio Enrique,
hasta que yo dél le vengue.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: El ruido, señora, es
que Lidoro, con la gente
que a Federico siguió,
como si aquí no estuviese,
trae dos presos; uno es
un crïado, por haberle
en ese parque encontrado;
otro, según me parece,
que es Teodoro, ayo de César,
que, llegando a conocerle
sin máscara, le han prendido,
por juzgarle delincuente,
en este estado, y con ellos
todos a tus plantas vienen.
Salen LIDORO, TEODORO, PATACÓN y NISE. [A
PATACÓN]
NISE: Aunque aventure que aquí
alguien pueda conocerme,
a trueco de verte ahorcar,
te he de seguir.
PATACÓN: Antes ciegues,
que tal veas.
A SERAFINA
A tus plantas
humilde, señora, tienes
al crïado de aquel loco,
de aquel menguado imprudente
de mi amo. Mas ¿qué culpa
tengo yo de que él se ausente
con la disfrazada dama
del bofetón?
SERAFINA: ¿Cómo mientes,
si, estando aquí Federico,
aseguras que se fuese?
PATACÓN: ¿Quién diablos te trajo aquí?
LIDORO: ¿Qué haremos dél?
SERAFINA: Que lo dejes;
que no es mucho ser traidor
quien de su dueño lo
aprende.
PATACÓN: ¡Plegue a Dios que, sin llegar
a vieja, tanta edad cuentes,
que sea en tu comparación
un niño movido el fénix!
NISE: (Mi gozo cayó en el pozo.)
PATACÓN: (¡Mas que tú con él cayeses!)
TEODORO: Ya, señora, a vuestras plantas
humilde llego a ofrecerme.
A FEDERICO
SERAFINA: (¿Qué haremos? Que si ve a Celia,
atrás nuestro engaño vuelve.)
FEDERICO: (No sé; mas ponte delante,
por si encubrirla pudieses.
Pero ¿qué es este alboroto?
Sale CARLOS
CARLOS: Señora, en tu cuarto a este...
SERAFINA: Después lo sabré. --Pues ¿cómo
Teodoro aquí a entrar se atreve?
CARLOS: (¿Qué hace Celia en este traje
delante de tanta gente?)
TEODORO: Como un infeliz, señora...
CÉSAR: (¡Quiera amor alcance a verme,
para que diga quién soy!)
TEODORO: ...tanto su vida aborrece
que, a despecho de su vida,
viene buscando su muerte;
fuera de que mayor causa
hay que aquí a venir me fuerce,
por sacarte de un engaño
que contra tu fama puede
resultar.
SERAFINA: ¿Engaño?
TEODORO: Sí.
SERAFINA: ¿Qué es?
TEODORO: Que un traidor, un aleve,
con el nombre de don César,
engañar tu amor pretende.
Yo le saqué de su casa
(no es tiempo de contar éste
que en traje de mujer) hasta
que le dejé en la corriente
ahogado del Po; y sabiendo
que con su nombre te ofende,
vengo a avisarte, porque
de mi lealtad no te quejes.
El que te ha dicho que es César
no lo es.
ENRIQUE: La voz suspende;
que ese agravio a mí me toca,
y así es bien que yo lo vengue. --
A CÉSAR
Pues ¿cómo, atrevido joven,
loco y temerariamente
el nombre de mi sobrino
tomas y el respeto ofendes
de Serafina?
FEDERICO: A una dama
no ofendas, Enrique, tente;
que el que dijo que era César
días ha que no parece,
y aquesta es Celia, una dama,
en quien los disfraces deben
de durar de la comedia.
SERAFINA: ¿Quién vio confusión más fuerte?
ENRIQUE: Ése es otro nuevo engaño:
creer yo que sea dama ese
joven, cuando Serafina
que es César dicho me tiene.
TEODORO: Si Serafina lo ha dicho,
ha dicho bien; que no pueden
las deidades engañarse.
A CÉSAR
Dame los brazos mil veces,
príncipe mío, en
albricias
de que con vida te encuentre.
SERAFINA: (¡Qué cortesano Teodoro,
advertido de que es éste
engaño mío, procura
alentarle, con hacerle
César a Celia!)
A CÉSAR
(Tú, finge
todavía que lo eres.)
CÉSAR: ¿Qué he de fingir, si es verdad?
LAURA: A su locura se vuelve.
NISE: (¿En qué ha de parar aquesto?)
PATACÓN: (¡El diablo que lo concierte!)
ENRIQUE: Yo he de castigar, señora,
este engaño.
SERAFINA: Enrique, tente.
CARLOS: Mira, Enrique, que ésta es Celia,
una dama.
ENRIQUE: Pues tú, aleve,
¿también me engañas?
PATACÓN:
Señores,
¿habrá enredo como éste?
CÉSAR: Tú eres el que te engañas;
que si alguno a eso
se atreve,
sólo es Carlos.
CARLOS: ¿Yo, por qué?
CÉSAR: Porque, siendo tú quien dese
golfo en el traje que iba
me sacaste, ahora no crees
que me encubrió su disfraz,
habiendo tan claramente
dícholo todo Teodoro.
CARLOS: Más con aqueso me ofendes;
pues, siendo César, traición
más grave es que te atrevieses
a asistir a Serafina
tan de cerca que pudiesen
familiarmente tus ojos
tal vez...
FEDERICO: No lo digas, tente;
que se ajan los decoros
aun sólo con que se piensen.
CARLOS Y FED.: ¡Muera un traidor!
TEODORO: Eso no.
ENRIQUE: Pues ya debo defenderte
como a César.
TEODORO: Y yo y todo.
SERAFINA: Esperad todos; que ese
duelo, ya que persuadida
saber tu disfraz me tiene
de quién es, yo he de acabarle.
TODOS: ¿De qué suerte?
SERAFINA: Desta suerte.
A CÉSAR
Príncipe, esta blanca mano
tocaste tal vez; aleve
ofensa fue que me hizo
un disfraz, y es conveniente
que sepan que aun de su dueño
las blancas manos ofenden;
y así, pues vos la agraviasteis,
el irse con vos lo enmiende.
CÉSAR: Federico, yo...
A SERAFINA
FEDERICO: ¿Así pagas
una vida que me debes?
SERAFINA: De vos este desagravio
aprendí; y pues que ya tiene
ejemplar vuestro honor, dél
usad; y porque no quede
en opinión que se supo
el agravio sin saberse
el dueño dél, quiero yo,
salvándole para siempre,
pagar aquella fineza.
FEDERICO: ¿De qué suerte?
SERAFINA: Desta suerte.
Sale LISARDA
Dad a Lisarda la mano.
ENRIQUE: Al mirarte, oh hija aleve,
la cólera no me sufre
dejar de darte la muerte.
FEDERICO: Si antes por salvar su vida
me empeñé, fuerza es que lleve
delante el empeño.
ENRIQUE: Nadie
defender mi hija puede
de mí que no sea su esposo.
FEDERICO: Yo lo soy.
LISARDA: ¡Felice suerte
es la mía, pues que logro
tal dicha!
PATACÓN: Con que corriente
queda el refrán que "las blancas
manos no agravian, mas duelen."
TEODORO: Pues lograste tu ventura,
logre el perdón.
SERAFINA: Ya le tienes.
PATACÓN: ¿Qué haremos, Nise, nosotros?
NISE: Casarnos adredemente,
porque sepan que podemos
cualquiera de los oyentes.
PATACÓN: No se meterán en eso;
que ahora harto que hacer tienen
en perdonarnos las faltas,
y las del que más pretende
serviros siempre, pues yerra
a cuenta de que obedece.
FIN DE LA COMEDIA